sábado, 8 de septiembre de 2018
PERSUASIÓN : CAPITULO 37
Paula no podía apartar los ojos de la pareja. La madre de Pedro tenía los ojos cerrados, pero podían verse lágrimas acumuladas entre sus pestañas.
Un intenso dolor de compasión le atravesó el corazón. Haber amado y haber sido amada tanto... Ella jamás había visto o experimentado un amor semejante. En realidad, nunca había conocido o vivido una situación familiar donde hubiera tanto cariño. Sus ojos seguían a Pedro, atentos a la forma en que él tenía que encorvarse un poco para adaptarse a la pequeña estatura de su madre... tal como hacía con ella. Veía cómo su cabeza de pelo castaño se los dos en sus propias cavilaciones. Paula tuvo que esforzarse por volver a la realidad cuando el Trans Am se detuvo junto al Datsun de ella. Le lanzó una rápida mirada a Pedro, aunque la oscuridad de la noche no le permitía ver mucho. Sin embargo, era consciente de la presencia de él, y como reacción, se encogió todavía más en su asiento.
Ese movimiento arrancó a Pedro de sus meditaciones. El volvió la cabeza hacia ella y ella pudo sentir el contacto de esa mirada.
—Estás muy callada —susurró suavemente él.
Un temblor atravesó a Paula, pero rápidamente cedió.
—Tú tampoco has estado muy locuaz —replicó ella.
El siguió observándola a través de la intensa oscuridad. Durante varios minutos siguió observándola y ella empezó a preguntarse si él tenía ojos de animal nocturno que le permitieran verla claramente. Se movió incómoda en su asiento, deseosa de marcharse pero retenida por una fuerza invisible.
Finalmente, él suspiró y admitió:
—No.
Nuevamente se hizo silencio entre los dos.
Después, él preguntó:
—¿Has pensado en lo que te dije?
En el estómago de Paula se formó un nudo de tensión. No había pensado en otra cosa... ¡además de en su propio e indeseado descubrimiento!
—Sí.
La palabra sonó cortante, seca, pero ella se sintió sumamente aliviada.
—¿Y...?
—¿Y qué? —La irritación pareció dominar a Pedro.
—¡Deja de hacerte la estúpida, Paula! Sabes de qué estoy hablando. ¡Quiero casarme contigo!
—¿Eso es una novedad? —replicó ella en tono burlón, alegrándose por la oscuridad—. Has estado deciéndomelo desde el primer día que nos encontramos.
—¿Eso es todo lo que tienes que decir? —preguntó él.
Paula pudo sentir la frustración que lo embargaba, pero trató de endurecerse todavía más. En una voz que dejaba poco lugar para la esperanza, contestó:
—Quiero las llaves de mi automóvil, Pedro.
Oyó que él aspiraba profunda y rápidamente y experimentó el primer ataque a su ciudadela.
—¿No te importa que yo te ame? —preguntó él.
Rápidamente, Paula reparó el daño causado por el primer ataque y se preparó para el siguiente.
—No.
—¿Porqué?
—Porque no te pedí que me amaras.
Pedro se inclinó hacia ella, la aferró con fuerza de los hombros y la hizo volverse hacia él. Inconscientemente, le hundió los dedos en la carne.
—Sé que te sientes atraída por mí...
—Por supuesto —lo interrumpió ella—. ¿Acaso no sucede lo mismo con todas las mujeres?
Paula sintió que él sonreía tensamente.
—Ahora estoy interesado solamente en una mujer.
—Y ella no está interesada en ti. Estoy harta de ser el juguetito de tu juego, Pedro. Quiero irme a mi casa.
—Ya te he dicho. Esto no es ningún juego.
—Para mí, sí.
Los dedos de Pedro apretaron todavía más, pero Paula sabía que él todavía no se percataba de ello. Lo enfrentó con valentía, como una sombra apenas discernible que se negaba a retroceder acobardada. Sabía que a fin de liberarse tendría que persuadirlo. El miedo la impulsó.
—De veras, estás empezando a dejarme un poco fría, Pedro. ¿Nadie te ha rechazado jamás, en serio?
Sintió que la cólera que venía acumulándose dentro de él alcanzaba un pico febril. El pasó enteramente por alto la segunda parte de la pregunta de ella y se concentró en la primera.
Posiblemente no había oído nada más allá de la primera parte.
—Te dejo fría. —Lanzó una carcajada áspera. — ¡Vaya si te dejo fría! —La atrajo violentamente hacia él.
Físicamente, Paula perdió el equilibrio. Pero mentalmente seguía librando la guerra y no tenía intención de perder.
Los labios de él casi tocaban los suyos cuando siseó:
—Tú eres exactamente igual a todos los demás, ¿verdad, Pedro? Si una mujer no te da lo que quieres, tú lo tomas. ¿Acaso las cosas no son así? Exactamente como hacía mi ex marido... pero por lo menos él tuvo el recuerdo de mi amor, y la verdad del mismo, hasta que lo mató su torpeza.
Si hubiera desenvainado un cuchillo y lo hubiera hundido profundamente en los órganos vitales de él, no habría podido lastimar más a Pedro.
Un violento estremecimiento lo acometió e instantáneamente la fuerza de sus dedos cedió.
Aun en la oscuridad Paula percibió la palidez y la expresión de repulsión de la cara de él.
En seguida él la soltó completamente y abrió la puerta de su lado del automóvil. Príncipe, recién despierto, saltó entre los dos asientos y corrió detrás de la silueta de su amo que se alejaba, dejando a Paula sola, temblorosa, saboreando el amargo sabor de su victoria.
PERSUASIÓN : CAPITULO 36
Después de la cena, la fiesta perdió la mayor parte de su brillo para Paula.
Todos los demás parecían felices... las miradas de parientes hablando a toda velocidad como si llevaran largo tiempo sin verse, esperando la aparición de la mujer que no tenía idea de que ellos estaban allí.
Paula se mantuvo apartada lo más posible después que Pedro, sin decir palabra, la llevó abajo y desapareció en seguida después de haberla depositado en un sillón cerca de una de sus tías.
La tía no hizo más que alabar a su sobrino; según descripción, él era nada menos que un santo. Nadie podría encontrar un marido mejor.
Paula escuchó y sintió deseos de gritar.
Y ese deseo fue aumentado a medida que los parientes se acercaban uno tras otro para conocerla, preguntándose cada uno a su modo cómo iban las relaciones entre ella y Pedro.
"Amigos, solamente amigos" respondía ella una y otra vez, hasta que creyó que las palabras quedarían grabadas en su cerebro por el resto de su vida.
Casi había llegado al punto de buscar una forma de escapar cuando Verónica recorrió apresuradamente las habitaciones pidiendo a todos que hicieran silencio pues el automóvil de su marido acababa de detenerse en el camino privado.
En seguida se hizo silencio en toda la casa.
Paula también esperó, con los nervios tensos, pero no por la misma razón. Dejó que sus ojos vagaran por la habitación y notó por primera vez las flores distribuidas estratégicamente.
Su mirada dejó de examinar la habitación para dedicarse a la gente. Altos, bajos, gordos, flacos, viejos, jóvenes, de edad mediana, bien vestidos, mal vestidos, con buen gusto y con mal gusto. Eran una mezcla heterogénea, como cualquier otra multitud. Pero tenían una cosa en común, lo placentero de sus expresiones. Y si algunos pocos parecían contrariados o preocupados, por las líneas que marcaban sus rostros ella supo que esa situación era solamente temporaria.
Finalmente su búsqueda tuvo su recompensa. Pedro estaba de pie al lado de su hermana en el extremo de la habitación, esperando, aparentemente, la entrada de su madre. Pero sus ojos estaban posados en ella, Paula quedó atrapada por esa mirada. Él le enviaba un mensaje y ella lo recibía. "No seas cobarde", la desafiaba él. "Ven aquí... quédate a mi lado. ¡Hazlo! ¡Sigue tu impulso!"
Le costó un esfuerzo tremendo, pero Paula logró apartar la mirada. Al hacerlo estaba reconociendo el desafío de él, no tuvo duda alguna. Pero quizá era una cobarde. ¿Había un refrán que decía que los cobardes viven más tiempo? Quizá lo que ella necesitaba era más tiempo para pensar. Todo había sido tan precipitado, tan inesperado.
La puerta principal se abrió y se oyó una voz femenina que protestaba.
—Teo, no sé por qué insistes en hacer esto. Puedo ver las nuevas cortinas en cualquier momento. En realidad, hoy yo no quería salir y...
Entonces la mujer apareció. Si le hubieran pedido a Paula que señalara a la madre de Pedro, jamás habría elegido correctamente. La mujer era menuda, no mucho más grande que ella misma; su pelo era de un opaco tono castaño, su cara, aunque no fea, no se aproximaba a la escultural belleza de sus hijos.
La mujer se detuvo y miró sorprendida la habitación llena de gente. En sus labios se formó una pregunta silenciosa. Pero entonces vio a Verónica y a Pedro, y supo la verdad.
Verónica no esperó más. Corrió los pocos metros que las separaban y rodeó a su madre con un abrazo cariñoso.
—Feliz aniversario, mamá.
Pedro tomó en seguida el lugar de su hermana. Se inclinó para tomar a su madre en brazos y cuando lo hizo, la expresión atónita de su madre se disolvió en una bruma de lágrimas. Pronto todos empezaron a felicitarla y a converger sobre la sorprendida mujer.
Paula no advirtió que Pedro se detuvo junto a ella, de modo que dio un pequeño respingo cuando él dijo, suavemente:
—Ven a conocer a mi madre.
Dejó que él la condujera a través de la habitación. Cuando la presentaban, Paula se percató de que era el centro de atención de un numeroso grupo. Se encogió interiormente cuando creyó que Pedro continuaría con la farsa y la presentaría como prometida, pero su preocupación fue infundada. Ni él ni Verónica dijeron nada.
Vista de cerca, la madre de Pedro no era más espectacular que desde el extremo de la habitación, excepto por sus ojos. Eran de un suave color gris paloma, vivaces, llenos de amor y de lágrimas. La bondad y la ternura eran las ventanas hacia el alma de esta mujer, y cuando ella la saludó con afecto, Paula se sintió reconfortada pero al mismo tiempo presa de una gran tristeza.
A continuación, y sin mucho esfuerzo, pudo escabullirse de la multitud y observar desde un costado mientras los presentes eran entregados y abiertos. Numerosas veces oyó mencionar el nombre del padre de Pedro. Al principio fue con pena; después, con tonos de afectuoso recuerdo. Empezaron a circular historias graciosas y la gente empezó a reírse, sin excluir a la madre de Pedro, aunque la risa de la mujer sonaba un poco tensa.
Durante todo ese tiempo Paula permaneció sola, olvidada, que era exactamente lo que ella quería puesto que en realidad no era parte de la familia.
Sin embargo, tuvo que participar en la cena que siguió, y como le tocó sentarse al lado de Pedro, su apetito ya reducido fue prácticamente nulo. El notó que ella comía muy poco pero no hizo ningún comentario y se contentó con hablar con un primo que estaba sentado frente a ellos.
Paula fingió escuchar, pero las palabras se borraron. Ella se limitaba a existir, casi flotando a la deriva. No sabía qué pasaba con ella, por qué todo parecía estar sucediéndole a una extraña, como si ella fuera una cascara vacía que ocupaba un espacio y que hablaba sólo cuando se veía obligada a hacerlo.
Pedro había dicho que la amaba. ¿Toda esta experiencia era nada más que un sueño... un mal sueño, en realidad? Por el rabillo del ojo observó que Pedro pinchaba un trozo de pollo con el tenedor y se lo llevaba a la boca. El la había besado, le había dicho que la deseaba, le había dicho que la amaba y después que quería casarse con ella. ¡Oh, Dios! ¿Por qué? Sólo porque un hombre diga que te ama y que quiere casarse contigo, no significa que tengas que responder afirmativamente. Ni siquiera tienes que responder. El dijo que no creía que lo que existía entre los dos fuera meramente una atracción sexual. ¿Era verdad? ¡Maldición, estaba tan confundida! ¿Esta fiesta no iba a terminar nunca? Ansiaba regresar a la tranquilidad de la cabaña. Ahora deseaba estar allí. Necesitaba paz, silencio. Tenía que pensar.
Después de la comida Paula se movió silenciosamente con la multitud y entró a una habitación del fondo de la casa de donde habían retirado los muebles. Se sobresaltó cuando un toque suave como una pluma en su brazo le llamó la atención.
Era Verónica. Pero la atención no era para ella.
Con los ojos llenándosele de lágrimas, Verónica señaló la pareja que, en ese momento, eran los únicos que ocupaban el centro del área despejada. Eran Pedro y su madre; bailaban a los melancólicos compases de una melodía de Gershwin. Los oídos de Paula habían estado al principio sordos para la música, pero mientras observaba, el sonido se le hizo más claro: "Alguien que me vigile". Los versos eran cantados por una mujer cuya voz sonaba cargada de emoción y que hacía que hasta el más endurecido de los que la oían sintieran las profundidades de su deseo.
—Era la canción favorita de mis padres —susurró Verónica con la voz tensa, los ojos llenos de lágrimas—. Todos los años, desde que nosotros podemos recordar, ya fuera que celebraran su aniversario con una fiesta o no, mi padre siempre ponía ese disco y bailaban con mi madre. Entre ellos, era una especie de ritual. El me contó una vez que la primera vez que salieron juntos fueron al cine a ver una película cuyo tema principal era esa canción. Dijo que se enamoró de mamá en aquel momento y que ella se enamoró de él. Se casaron pocas semanas después.
La canción continuó y Pedro siguió moviéndose lentamente con su madre.
—Me alegro de que Pedro baile ahora con ella —dijo Verónica—. Está muy bien. El se parece mucho a papá cuando era joven.
PERSUASIÓN : CAPITULO 35
Paula se encontraba en un estado de ánimo extraño, alterado cuando esa noche se vistió para la fiesta. Quería estar aquí; no quería estar aquí. Quería estar con Pedro; no quería estar con Pedro. Quería conocer más de la familia de él, especialmente a su madre, pero temía conocerlos. Sentíase una impostora, una mentirosa. Ni una vez desde que llegaron Pedro había dicho que ella fuera para él algo más que una amiga. ¿Pero siquiera era una amiga? Las amistades, para ella, siempre habían demorado un largo tiempo en solidificarse. ¿Cuánto tiempo hacía que conocía a Pedro? ¿Dos semanas?
Y ni siquiera todo ese tiempo. Pero sabía mucho de él. Viviendo juntos en la cabaña, había aprendido más cosas de las que la mayoría de la gente podría aprender en un año. Sabía que él era fuerte, pero gentil al mismo tiempo. El era viril, podía excitarle todo el cuerpo con una mirada y mucho más tocándola, pero él no se aprovechaba de la debilidad de ella cuando el sentido común lo obligaba a pedirle que se detuviera. El era bondadoso, considerado; amaba a su familia y ellos lo amaban.
Raramente ella lo había visto encolerizado, y cuando lo estaba, era capaz de contenerse.
Nunca lo había visto beber. Tenía un maravilloso sentido del humor, aunque a veces un poco a destiempo. El era todo lo que ella siempre había querido encontrar en un hombre. Y sin embargo, en cierto sentido, por alguna razón, él le daba miedo. Paula tenía miedo de llegar demasiado cerca del cariño. El la fascinaba. Y precisamente de eso se trataba: fascinación. El era único, un hombre diferente de todos los que ella había conocido. Posiblemente, si tratara de observarlo como en una especie de experimento, fuera capaz de mantenerse a distancia.
Un ligero golpecito en la puerta arrancó a Paula de sus confusos pensamientos. Antes que tuviera tiempo de responder, Pedro asomó la cabeza.
—¿Estás visible? —preguntó, con los ojos color canela brillantes de buen humor.
Volando desaparecieron las ideas de un experimento. ¿Cómo alguien podía esperar que un hombre así fuese posible observarlo como en un experimento, como si él fuera un ejemplar para estudiarlo científicamente, para examinarlo a voluntad?
Se sintió transida de un estremecimiento nervioso, pero trató de ocultarlo cuando contestó:
—De nada me habría valido no estar visible cuando tú ya estás adentro.
Pedro abrió completamente la puerta y terminó de entrar en la habitación. El también se había vestido para la fiesta. Un traje azul oscuro con una camisa celeste pastel y una corbata rayada complementaban su apostura. Pero él se veía muy bien con cualquier cosa que decidiera ponerse. Si hubiera elegido vestirse como de costumbre, con sus vaqueros descoloridos y una camisa cómoda y vieja, igualmente habría logrado acelerar los corazones de todas las mujeres a una distancia de diez kilómetros. Y Paula no era inmune.
—¿Necesitas algo? —tuvo que preguntar ella, con la voz tensa, mientras él seguía mirándola cómo terminaba de arreglarse el pelo.
La pregunta pareció divertirlo.
—Esa es una pregunta llena de peligros. ¿De veras deseas que te conteste?
Paula se irritó contra su propia estupidez que la hacía caer en la trampa, y respondió en tono cortante:
—No, tengo una buena imaginación... y contigo, sólo se puede elegir un tema.
Sabía que la acusación era injusta pero no pudo detenerse.
Pedro dejó que la acidez de la réplica de ella le pasara por encima.
—¿De veras preferirías que yo cesara de prestarte atención, Paula?
—Podría ser interesante, como cambio.
Paula detestaba pasar por astuta pero era la única forma que tenía de protegerse, tan potente era el efecto que él le causaba.
Pedro se le acercó por atrás y con una mano le acarició la piel de la garganta.
—¿Estás segura?
El ronco murmullo de esa voz, mientras esa boca bajaba hasta tocarle la curva de la oreja, hizo que Paula no se sintiese segura de nada.
Esos dedos largos la sujetaron con suavidad pero con firmeza, como para asegurarse de que ella no se apartaría.
La calidez del cuerpo de Pedro actuó como un imán y Paula se sintió atraída hacia él.
Los labios de Pedro pasaron de su oreja al costado de su cuello, rozando la suave piel con hipnótico efecto.
—Quiero amarte otra vez, — Paula suspiró suavemente él, haciendo que un rayo penetrante de electricidad la atravesara en forma estremecedora, mientras su boca continuaba dejando huellas de fuego en la piel sensible—. Tengo que hacerlo.
Paula echó la cabeza atrás para permitirle más libertad. Ella se elevó en puntas de pie para ayudar a compensar la diferencia de sus alturas y pasaron unos segundos de dicha mientras continuaban las caricias.
Pedro llevó su mano a la cintura de ella y levantó la otra para tomarle un pecho.
Cuando él le hizo volver la cabeza para besarla en la boca, ella reaccionó con voracidad, aferrándose a él, pasando las manos debajo de la chaqueta del traje para acariciarle los músculos firmes de la espalda. El éxtasis dulce y sensual casi fue demasiado para ella.
En seguida, casi antes que se diera cuenta de que se movían, estuvieron tendidos atravesados sobre la cama, Pedro apretando su largo cuerpo contra el de ella.
Paula emitió un leve sonido que pudo ser una protesta pero los labios de Pedro impidieron que se formaran las palabras, y pronto ella estuvo nuevamente demasiado atrapada por el hechizo sensual de él para poder pensar con claridad.
Las expertas manos de él se movían con mágica precisión sobre el cuerpo de ella, usando el conocimiento que había adquirido él en el pasado para ir acercándola a la celebración del mutuo deseo.
Los latidos del corazón de Paula eran erráticos a medida que el calor y el deseo del cuerpo de él iban comunicándoselo. Sus dedos temblaron cuando acariciaron los costados del cuello de Pedro y se hundieron en el espeso pelo castaño.
Pedro lanzó un gemido de satisfacción y su placer aumentó. Fue necesario el impacto desgarrador de otro golpe en la puerta para arrancarlos a los dos de las profundidades de su éxtasis.
Ambos quedaron inmóviles, esperando, inseguros de si el sonido que acababan de oír había sido real o producto de la imaginación.
Paula miró intensamente a los ojos de Pedro.
El sonido se repitió.
—¿Paula? ¿Estás ahí? ¿Pedro está contigo? —dijo la voz de Verónica en un tono con un asomo de impaciencia.
Pedro murmuró una maldición de frustración.
Pero cuando soltó lentamente a Paula a la que tenía abrazada y se levantó de la cama, su tono fue ligero y burlón.
—Sí, Ronnie. Pedro está con Paula.
Paula trataba apresuradamente de enderezar el corpiño de su vestido, y su cara tenía un intenso color rosado.
Esta no era la primera vez que Verónica los interrumpía, sólo que ahora había llegado unos minutos demasiado tarde, o demasiado temprano, según el punto de vista desde el cual se lo consideraba.
—Oh.... — Verónica sonó un poco confundida, pero en seguida se recobró.— Lo siento, no fue mi intención interrumpirlos, pero ya han llegado casi todos y pronto llegará Teo con mamá. Pensé que les gustaría bajar... estar allí cuando mamá... —dejó la frase sin terminar.
Pedro soltó un largo suspiro y miró a Paula con sus ojos castaños brillando con una mezcla de deseo reprimido y de ironía.
Paula desvió la mirada; no quería mirarlo a los ojos. Pero pudo adivinar que él se ponía ceñudo y que continuaba observándola.
El fastidio de Pedro fue evidente en el tono de la respuesta que le dio a su hermana.
—Iremos en seguida, Ronnie.
—Muy bien —dijo ella. En seguida, como si no pudiera resistirse, y mientras se alejaba de la puerta, añadió:— Espero que no hayan estado haciendo nada que...
Pedro soltó una carcajada y sacudió la cabeza.
—Mocosa malcriada. No ha cambiado desde que tenía dos años...
La habitación quedó silenciosa después de ese comentario y Paula no pudo romper el silencio.
Tomó el cepillo de donde había caído en el suelo y nuevamente empezó a pasárselo por el pelo.
Mientras tanto, sentía que los ojos de Pedro la taladraban.
—¿Qué pasa, Paula? —preguntó suavemente él en un tono lleno de preocupación.
—Nada —respondió ella, mientras sus movimientos se volvían entrecortados por la tensión.
Pedro dio un paso hacia ella pero se detuvo cuando ella se apartó bruscamente. Apretó los labios.
—¡Bueno, hay una cosa segura como el infierno! —dijo él—. Hace un minuto estabas de un humor muy diferente.
—He cambiado de idea.
—Creo que tú no sabes lo que quieres —replicó él inmediatamente. La verdad de esa afirmación era inatacable.
—Posiblemente no.
—Paula, mírame —ordenó Pedro. Paula se negó.
El dio otro paso, la tomó del mentón con sus dedos y la obligó a mirarlo a los ojos.
—Si hay algo que nunca creí de ti es que eras una cobarde. Pero ahora estoy empezando a sospechar - Le sacudió suavemente el mentón. — Vamos, Paula. ¡Yo no puedo hacer todo esto solo! Tú tienes que ayudar... hacer tu parte. Esa estúpida aversión a admitir la verdad que tienes sólo está haciendo que ambos nos sintamos muy mal. Yo te amo, Paula. Te amé desde que puse los ojos en ti. Sé que suena cursi y ridículo, pero es verdad. Y nada de lo sucedido desde entonces pudo hacerme cambiar. Te amo. Quiero casarme contigo. Me gustaría poder bajar en este momento y decirles a todo el mundo que estamos oficialmente comprometidos.
Hizo una pausa, esperando que ella hiciera algún comentario. Y como ella siguió callada, la miró intensamente buscando alguna chispa de sentimiento.
Pero Paula se negó a mostrar nada.
Exteriormente estaba dura y fría como el acero, pero por dentro se sentía mortalmente asustada.
¡No quería que él la amara! Hasta que él dijo esas palabras, ella podía fingir que él estaba jugando, como en una especie de entretenimiento infantil. ¡Ahora no podía seguir desentendiéndose y no sabía qué hacer!
Pedro no estaba dispuesto a rendirse.
—¡Me niego a creer que lo que ha ocurrido entre nosotros haya sido puramente físico!
—Cree lo que quieras —replicó Paula tensamente.
Un fugaz relámpago de cólera iluminó la oscura canela de los ojos de Pedro.
—¡No!
Paula se encogió levemente de hombros; su cuerpo no quería hacer nada más que desplomarse en un frenesí de estremecimientos, pero con férrea determinación ella logró controlarlo.
La cólera de él aumentó, como la fuerza con que la sujetaba del mentón. Sin embargo, cuando vio que ella se encogía, inmediatamente la soltó.
—Perdóname si te hice daño —murmuró él.
Paula, con los ojos violetas llenos de lágrimas, asintió con la cabeza. No podía decir nada, sentía como si le hubieran desgarrado las entrañas.
Pedro estuvo varios segundos sin moverse y después se dirigió hacia la puerta.
—Esperaré cinco minutos y después bajaré —dijo.
Paula siguió callada y él salió de la habitación con la espalda rígida como una estaca y la cabeza erguida.
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