martes, 13 de marzo de 2018
EN LA NOCHE: CAPITULO 37
Resultaba difícil creerlo. Su hermoso cabello, sus labios carnosos y su mirada sensual no parecían pertenecer a una virgen.
Pedro estaba feliz por la generosidad que Paula había demostrado al haberlo elegido a él para compartir su primera experiencia. Pero sabía que no podían seguir juntos.
En medio del largo silencio, la sonrisa de Paula empezó a desvanecerse. Podía ver en la mirada de Pedro una profunda expresión de negación, culpabilidad y arrepentimiento. En aquel momento, Pedro giró en redondo. Sin decir una palabra, se retiró el preservativo y empezó a vestirse. Después se dirigió a la entrada para recoger la blusa.
Paula, intentando contener las lágrimas, se preguntaba qué otra cosa esperaba. Tal vez una declaración de amor no era lo que ella quería.
Seguramente ninguno de los dos lo deseaba.
Pedro recogió el resto de las prendas y se las entregó a Paula.
-No tenía intención de hacerte daño –dijo con un hilo de voz-. No lo sabía. Pensaba que habrías tenido relaciones sexuales con Ruben, por lo menos. Discúlpame de nuevo por haberte hecho daño.
-Estoy bien.
-Siento haber sido tan rudo.
-¿Rudo?
Había sido apasionado y no la había obligado a hacer nada que ella no quisiese, pero tanta insistencia empezaba a ponerla nerviosa.
-Basta ya de disculpas. Te he dicho que estoy bien.
-El depósito del agua caliente debe estar lleno. Puedes darte un baño si quieres –dijo Pedro, retrocediendo.
Paula estaba furiosa. Se preguntaba cómo Pedro podía dar tanta importancia al hecho de que fuese virgen. Probablemente le parecía algo incómodo y vergonzoso. Sin embargo, para ella no lo era. Aparte de haber sentido un pequeño dolor, había disfrutado cada segundo la manera en que la había hecho sentir, la forma en que la había besado y tocado, la manera en que se había movido, con los hombros iluminados por la luz del fuego.
-Tenías razón.
-¿Qué?
-Esto no va a funcionar.
Pedro recogió la manta, la dobló con cuidado y la colocó de nuevo en el sofá.
-Intentaré conseguir otra persona que me sustituya.
Ella se quedó inmóvil, observándolo mientras daba vueltas por la habitación. Lo estaba haciendo de nuevo. Frío y calor. Adelante y atrás. Hacía cinco minutos estaban haciendo el amor y ahora intentaba otra vez apartarla de su lado y que todo volviese a ser como al principio.
-¿Qué es lo que ha ido mal?
-Nada –respondió él, vacilante.
-Porque sé que probablemente he cometido algunos errores.
-Paula –dijo firmemente, manteniendo su mirada-. Ésta ha sido la mejor experiencia que he tenido en mi vida.
Su franqueza no debería haberla emocionado, teniendo en cuenta lo que acababa de hacer.
-Entonces, ¿por qué te comportas como si desearas que nada de esto hubiese sucedido?
-Porque así es –dijo acercándose a ella-. Porque eras virgen.
-No veo cuál es la diferencia.
-Sabía que no te convenía. Varias veces he estado a punto de creer lo contrario y ahora te he tomado.
-¿Qué quieres decir con que me has tomado? He sido yo la que ha empezado.
-No deberías haberlo hecho. No conmigo.
-¿Por qué no? Si no era contigo, ¿con quién iba a ser?
-No deberías preguntarme eso –dijo Pedro.
-¿Acaso debería haber guardado la virginidad para mi marido? –dijo aproximándose-. Sabes que nunca voy a casarme, así es que no encuentro ninguna razón por la que sea un error que nos hayamos acostado juntos.
-No lo entiendes.
-Entonces, ayúdame a entenderlo. ¿No crees que es lo mínimo que puedes hacer?
Una mueca apareció en la cara de Pedro y se quedó mirándola. Entonces, redujo la distancia que había interpuesto entre ellos y la sujetó por los hombros.
-Tus hermanos tenían razón cuando te alejaron de mí. Debieron darse cuenta enseguida de que yo no era el hombre adecuado para ti. Somos muy distintos.
Pedro ya había dicho aquello antes. Muchas veces. Pero algo en su tono le decía que en aquella ocasión era algo más que una simple excusa. Durante unos instantes, Paula pensó en exigirle una explicación, pero ahora ya no estaba tan segura.
Pedro permaneció largo rato de pie, en silencio.
Al final, dejó escapar el aire de los pulmones y empezó a hablar.
-¿Recuerdas aquella historia que te conté sobre mi pasado?
-¿Te refieres a eso de que tus padres murieron en un accidente de coche? Pero me dijiste que no era cierta.
-Nada de eso era cierto. Crecí en Chicago. No sé quién es mi padre y mi madre tampoco lo sabía. Era prostituta. Nunca quiso tenerme, pero no tenía dinero para pagar el aborto. Si no me cedió en adopción fue por la ayuda económica que recibía por mantenerme. Y no le molestaba, mientras no me metiera en su vida.
Aquellas palabras estremecieron a Paula. No podía imaginar cómo una mujer podía llegar a ser tan cruel con su hijo.
-La última vez que la vi tenía dieciocho años.
Estaba esnifando cocaína con su último chulo, en la habitación. Por lo visto, murió un año después.
-Oh Pedro, es horrible –dijo Paula con voz entrecortada.
-Ésa es mi vida, Paula. Eso es lo que soy. En los suburbios donde viví no había hermosas casas ni fiestas familiares con globos, ni barbacoas en el jardín. Se puede decir que no tuve niñez.Desde los trece años estuve entrando y saliendo de los reformatorios continuamente. A los diecisiete años estaba viviendo en la calle, y vi e hice cosas terribles.
-Pero has sobrevivido. No hay nada vergonzoso de lo que haya que esconderse o arrepentirse. Debes de estar orgulloso de lo lejos que has conseguido llegar.
-¿Orgulloso de haber nacido por accidente? Tu familia no me dejaría cruzar la puerta de vuestra casa si supiese la verdad.
Por mucho que deseara que no fuera así, no podía negar que quizás Pedro estuviera en lo cierto.
-Tú no tienes la culpa de haber nacido en esas circunstancias.
-Quizás no, pero forman parte de lo que soy.
-Deberías decir de lo que fuiste –insistió Paula-. Lo que hayas hecho o la forma en que hayas vivido en el pasado no tiene importancia. Ahora eres un buen hombre. Eres decente y amable. Además, tienes un buen trabajo.
-¿Decente? –repitió, levantando la prenda manchada de sangre-. Te he arrebatado la virginidad ahí, en medio del suelo. Si hubiese tenido un mínimo de decencia habría desaparecido de tu vida hace unas semanas como me pediste.
-Pero…
-Te he hecho daño. Y cuanto más tiempo estemos juntos, será peor. Esto es lo que intento explicarte. Tú eres toda inocencia y bondad, y no tengo derecho a cambiarte. Mis orígenes y mi pasado no se pueden borrar
EN LA NOCHE: CAPITULO 36
La tensión mantenida durante las semanas anteriores estalló de forma inevitable. Sus bocas se encontraron con avidez. Pedro separó los labios de Paula con la lengua, recordando el sabor que llenaba sus sueños. Paula lo deseaba con la misma pasión. Le hundía las uñas en la piel a Pedro por debajo de cuello de la camisa. Pedro deslizó las manos por la espalda de Paula, hasta la cintura. A continuación la levantó del suelo y la estrechó contra sí.
Los dos deseaban un abrazo más profundo.
Habían esperado mucho tiempo a que llegase aquel momento y querían dejarse llevar por el deseo sin limitaciones. Pedro giró y la apoyó contra la puerta. Con las manos liberadas, empezó a jugar con los botones de la blusa de Paula mientras las gotas de sudor resbalaban por su rostro. Un botón saltó al suelo. Pedro podía sentir la sonrisa de Paula contra su boca.
El deseo lo hizo estremecerse.
Atropelladamente, deslizó la blusa por los hombros de Paula. Ella lo ayudó, sacando los brazos por las mangas y desabrochándose el sujetador. Pedro quedó maravillado por la belleza de sus senos. Suavemente, deslizó los dedos por ellos mientras un gemido de placer escapaba de su garganta.
Paula le rodeó los hombros con sus brazos, estrechándose aún más contra él. Pedro se preguntaba cuánto tiempo más podría resistirlo.
No entendía cómo había podido pensar que sería capaz de resistirse a sus sentimientos.
Habían llegado a estar muy unidos en numerosas ocasiones y, sin embargo, el temor les había impedido llegar hasta el final.
Acariciaba el cuerpo de Paula de forma cariñosa, recorriendo todas sus curvas.
Interrumpió el beso y miró más abajo. Tenía la piel enrojecida y sus senos subían y bajaban al ritmo de su acelerada respiración. Pero bajo el pulgar, en el costado de la mujer, pudo notar una cicatriz reciente, resultado de una herida de bala.
Se quedó paralizado, con el dedo en la cicatriz.
No sabría cómo definir el sentimiento que experimentó, porque nunca había sentido nada parecido.
-Está bien, Pedro. Ya está curada.
Paula le quitó la mano de la herida y la llevó de nuevo sobre su pecho.
Él alzó la vista y la miró. Sabía que no merecía su perdón ni su consideración por la forma en que se había comportado con ella, pero aquello no cambiaba lo que sentía en aquel momento.
La impaciencia que sentía por entregarse por completo pudo con cualquier otra razón.
Levantándola en brazos, la llevó hasta el salón.
Apartó la manta que había en el sofá y la extendió frente a la chimenea.
Arrodillado a su lado, comenzó a quitarle el resto de la ropa. Después, él también se desnudó. A la luz del fuego, podía ver arder la piel de Paula.
Su tímida sonrisa, sus caricias sensuales, el movimiento de su brazo mientras dibujaba el contorno de su pecho, extendiendo los dedos con delicadas caricias. Su mirada acompañaba a sus manos y sus ojos brillaban con intensidad.
Un suave gemido escapó de los labios de Paula.
Con la mirada parecía preguntarle si por fin continuarían hasta el final o se interrumpirían de nuevo. Aquella mirada produjo en Pedro un sentimiento más fuerte de lo que nunca hubiera llegado a pensar. Le hervía la sangre, y las manos le temblaban como si fuese la primera vez. Los juegos de seducción ya no tenían lugar; únicamente podía sentir la ciega y primaria necesidad de hacerla suya.
Sus cuerpos se estrechaban entre caricias y besos hambrientos. Ella respondió tímidamente al principio, pero pronto se dejó llevar por la pasión. De sus labios escapaban gemidos de placer más elocuentes que ninguna palabra. Sus caderas estaban preparadas para recibir el momento final. Un grito de placer escapó de su garganta. Sus miradas se encontraron y sus ojos brillaban como nunca.
-Oh, Pedro…
Él sonrió. Proporcionar placer a Paula era lo que más satisfacción le podía causar. Era casi suficiente. Se incorporó y, buscando entre su ropa desperdigada, se sacó la cartera del bolsillo de los vaqueros. Extrajo de la billetera un preservativo y, rodando sobre la espalda, se colocó encima a Paula.
-Ahora te toca a ti. Guíame.
Puedo ver la conmoción en los ojos de Paula.
-Pero yo nunca… Oh, Pedro, esto es maravilloso.
Él la sujetó por la cintura y la atrajo hacia sí.
-Pedro, yo…
Mordiéndose el labio inferior, Paula arqueó la espalda y se apretó contra él. Pedro la sujetó por las caderas y se introdujo en su cuerpo.
Podía sentir sus jadeos, sus uñas clavándose en los hombros. El camino era estrecho, demasiado estrecho, pero al final cedió. A partir de aquel momento, sus movimientos se hicieron acompasados, rítmicos y tensos.
La rodeó con los brazos y juntos alcanzaron la cumbre. A pesar de que los temblores de sus cuerpos iban cediendo, ambos se negaban a separarse y rodaron juntos por el suelo.
Una chispa saltó en la chimenea, iluminando entre las sombras el rostro resplandeciente de Paula. Se volvió hacia Pedro, mirándolo fijamente.
-Nunca había sentido nada semejante. No sabía que podría llegar a ser así.
-Tampoco para mí había sido nunca así –respondió Pedro.
Era cierto. Su relación sexual con Paula no se parecía a ninguna de la que había mantenido hasta entonces. Tal vez había sido por su sincera entrega, tan distinta de su imagen. O tal vez fuera porque habían esperado mucho tiempo a que llegara aquel momento, o porque el deseo nunca había llegado a ser tan fuerte.
Por el motivo que fuese, se sentí demasiado bien para analizar la situación en aquel momento.
La besó en la boca, en las mejillas, en la nariz, en cada rincón de su cuerpo. Levantó la mirada hacia ella y sonrió.
-¿Qué te parece si subimos y lo hacemos en condiciones?
-¿He hecho algo mal?
Pedro sonrió y volvió a besarla. Después salió lentamente de su cuerpo.
-No quiero que te hagas daño. El suelo está demasiado duro.
La ayudó a incorporarse, colocándole la manta sobre los hombros. De repente, se quedó paralizado al observar el brillo de la sangre que se deslizaba por los muslos de Paula.
-Oh, te he hecho daño.
-No. Sólo durante un instante. Estoy bien –contestó, abrigándose con la manta.
-Pero estás sangrando. Debería haber sido más cuidadoso. Creo que te he abierto la herida.
-No es la herida.
-Déjame ver.
-No pasa nada. Tengo entendido que es normal que esto ocurra.
Él la tomó por la barbilla para mirarla.
-¿Qué quieres decir?
-Pensaba que lo sabías.
-¿Qué debería saber?
-El hecho de que aparezca sangre es normal la primera vez.
-¿Ha sido la primera vez?
-Sí.
-¿Eres virgen?
-Ya no –contestó sonriendo.
EN LA NOCHE: CAPITULO 35
Los hombros de Pedro se tensaban cuando manejaba el hacha. La hoja silbaba a través del aire hasta chocar con el tronco. Varias astillas saltaban a cada golpe. Sus manos sentían la necesidad de herir a alguien. No a cualquiera. A Fitzpatrick. Aquel caso había pasado a ser algo más que un asunto de trabajo para él. Ahora se trataba de un asunto personal. Lo de la bala había sido un accidente. Lo del coche no.
Grandes gotas resbalaban por su rostro. Había estado a punto de atropellarla. Si hubiese permitido que Paula volviera sola a casa, tal vez no estuviese viva en aquellos momentos. Pero se negaba a considerar aquella posibilidad. Ella estaba bien. Estaba allí, con él. Y no tenía la menor intención de dejarla marchar. No importaba lo que ella dijese.
Secándose el sudor del rostro, colocó los troncos en un cesto para llevarlos junto a la chimenea. Aunque faltaba bastante para que anocheciera, parecía que las negras nubes se habían tragado la luz del día.
Pedro bajó la cabeza y cruzó el patio bajo la lluvia en dirección a la cabaña. Middleton había heredado aquel lugar de sus abuelos unos años antes. Pedro y Bergstrom la habían utilizado durante el otoño, cuando tuvieron que permanecer ocultos hasta la celebración del juicio en un asunto de drogas. Era un sitio ideal para mantenerse aislado. Estaba lejos de la carretera, a varios kilómetros del pueblo más cercano. En aquellos momentos se encontraba vacía, y Middleton no tuvo inconveniente en que Pedro la utilizase para mantener a Paula en un lugar seguro.
Desgraciadamente, Paula no estaba de acuerdo.
Las puertas del porche crujieron al paso de Pedro. Dentro, todo estaba en silencio. Pero la casa no estaba vacía. Podía sentir la tensión en aire como la calma tras la tormenta.
Quitándose los zapatos empapados, llevó la leña al salón y la colocó junto a la chimenea. Era enorme, de grandes piedras redondeadas.
Probablemente, la había construido a la vez que la cabaña algún antepasado de Middleton. La habían hecho para dar calor, no para decorar. Pedro esperaba que la chimenea estuviese limpia para permitir la salida del humo.
Quería secar la humedad que había en el aire.
Quería mantenerse ocupado. Cualquier cosa que le permitiese alejar de su mente el momento en el que el coche se dirigía a toda velocidad hacia Paula.
-Quiero irme ahora mismo de aquí –dijo ella.
-No. Podría ser peligroso y no debemos correr riesgos –respondió Pedro, sacudiéndose el pelo mojado.
Paula caminó desde la ventana de la fachada principal en dirección a Pedro. Iba descalza. Su traje verde pálido seguía empapado.
-Dame las llaves del coche.
-Éste es el lugar más seguro donde puedes estar. Ahora Fitzpatrick ha intentado actuar, no hay ningún motivo para que no vuelva a intentarlo.
-Puede que se haya tratado sólo de un accidente. No he podido ver quién iba al volante.
-No es posible que pienses que ese coche tuvo problemas con los frenos y estuvo a punto de atropellarte accidentalmente. ¿O es eso lo que crees?
-De acuerdo. Aunque fuera algo intencionado, te estás pasando en tu afán de protección.
-Pero…
-Ya no estamos en la edad de piedra. No puedes retenerme aquí en contra de mi voluntad. En primer lugar, si hubiese sabido antes cuáles eran tus intenciones, nunca habría permitido que me trajeses aquí.
Paula tenía razón, y aquél era el motivo por el que Pedro no le había explicado nada hasta que llegaron allí.
-Debes mantenerte oculta –insistió.
-¿Hasta cuándo? ¿Hasta que se celebre el juicio? Aún faltan semanas para eso. Tengo otros planes y también tengo obligaciones que cumplir. No puedo quedarme aquí tanto tiempo.
-La mejor forma de estar a salvo es permanecer oculta.
-Pero no es la única. Tendré más cuidado a partir de ahora. Me voy, ¿de acuerdo? No hay motivo para que me quede aquí.
-Si Fitzpatrick quiere quitarte de en medio no le va a importar que haya alguien más alrededor. ¿O acaso piensas que tuvo algún reparo por la gente cuando asesinó a Falco?
-De acuerdo. Pero, a pesar de ello, me voy.
-Hoy había más peatones por la acera. ¿Qué habría sucedido si el coche los hubiese atropellado también? ¿Qué habría pasado si Judith hubiese ido contigo?
Paula asintió.
-Eso no es jugar limpio, Pedro.
-No estoy jugando. Hay una manta en el sofá, por si tienes frío. Creo que las toallas están en el armario que hay al final de las escaleras.
-Gracias, estoy bien.
Pedro tomó unas páginas de periódico, las arrugó y las colocó debajo de los troncos. El sonido de la cerilla rompió el silencio de la habitación. Pedro observó la llama e intentó pensar como un policía.
-La habitación estará caldeada en unos minutos. Mientras tanto, sería una buena idea que te quitaras la ropa húmeda y te pusieses algo seco.
-No me voy a poner una toalla, Pedro.
A pesar de que aquélla no era su intención, no le resultaba difícil imaginársela en una toalla o con un camisón como el que llevaba la noche en que irrumpió por su ventana.
-Podemos echar un vistazo, a ver qué encontramos en el dormitorio. Seguro que Middleton ha dejado algo que podamos utilizar.
-¿Es muy alto?
-Bueno, una camisa suya te serviría de tienda de campaña.
-¿Y no tiene una mujer o una novia que haya dejado algo?
-No. Creo que no. Siento no haber podido preparar nada, pero he hecho lo que he creído que era mejor en este momento.
-Podríamos haber parado antes en mi casa a recoger una bolsa con unas cuantas cosas.
-Es cierto, pero en ese caso, estoy convencido que no habrías venido.
Pensó que tal vez la hubiera llevado directamente a la cabaña porque aquélla era la única forma en que podía estar con ella, pero se dijo rápidamente que sólo la estaba protegiendo.
Estaba cumpliendo con su trabajo, nada más.
El fuego comenzaba tímidamente a devorar los finos troncos. Colocó otros más gruesos encima.
Sabía que lo que estaba haciendo no era estrictamente una cuestión de trabajo. No, puesto que había pedido a Javier unas semanas de vacaciones. No quería apartarse de ella.
-Puedo telefonear a alguna de tus cuñadas y pedirle que te prepare una bolsa con lo que necesites. Llamaré a Bergstrom para que la recoja.
-¿Y qué hay de las citas que tengo? –preguntó Paula.
-Puedes cancelarlas, Paula, es por tu propio bien.
En el instante en que pronunciaba aquellas palabras, Pedro se dio cuenta de que había cometido un error. Enderezándose, se giró hacia ella.
Las mejillas de Paula, hasta entonces pálidas por el frío y la fatiga, estaban rojas de ira. Su pelo mojado emitía reflejos dorados a la luz del fuego. Su falda empapada se le ceñía a las caderas.
-¿Por qué todos los hombres que tienen algo que ver con mi vida insisten en que saben lo que es mejor para mí? –murmuró entre dientes.
-Necesitas protección.
-Sin embargo, tú has hecho siempre las cosas a tu manera desde el momento en que nos conocimos. Me negué a que te instalases en mi piso y esperas que viva contigo aquí. Mira esta cabaña. Es ridículamente pequeña. Nos tropezaremos constantemente cada vez que nos movamos –de lamentó.
-No es tan pequeña.
-¿Qué vamos a comer? ¿Dónde vamos a dormir? ¿En qué esperas que emplee mi tiempo? ¿Cómo voy a soportar verte continuamente? No. Me mantendrá oculta, pero a mi manera. Si no me llevas en el coche, me iré andando.
-Pero está lloviendo.
-Es igual, ya estoy mojada.
Él fue tras ella y puso los brazos contra la puerta, en un intento por detenerla.
-Quítate de mi camino.
-No puedo permitir que te vayas.
-En ese caso, vete tú.
-¿Cómo dices?
-Si piensas que es tan importante para tu estúpido caso que me quede aquí, entonces busca a alguien que me cuide en tu lugar. No necesito que decidas en cada momento qué es lo mejor para mí. Ya tengo muchos hermanos que lo hacen.
-Yo no soy uno de tus hermanos.
-¿De verdad? Cualquiera de ellos podría firmar lo que dices. Te recuerdo que no soy una niña, soy una mujer.
-Ya me he dado cuenta de eso.
-Pues parece que sólo lo recuerdas cuando me invade la adrenalina o las circunstancias son propicias. Sin embargo, luego lo olvidas porque es mejor para mí.
-Nunca lo olvido. No he podido olvidar ni un solo segundo la forma en que tu cuerpo se estrecha contra el mío. Ni la forma en que tus piernas rodean mi cintura. O cómo te siento temblar cuando te acaricio.
-Ésa es una reacción natural, ¿recuerdas? Eso es lo que tú me has dicho. No significa nada. No debes confundirlo con algo especial.
Pedro pudo percibir el dolor en sus palabras y sintió un vuelco en el corazón.
-Nunca he tenido intención de herirte, Paula. Te respeto demasiado para aprovecharme de las circunstancias.
-Puede que yo no tenga tu experiencia en asuntos sexuales, pero sé muy bien cuando se me rechaza –dijo Paula, elevando la voz.
-¿Que te rechacé? ¿Es eso lo que piensas?
-No puedo soportarlo más, Pedro. Me siento como un objeto de usar y tirar. Puede que tú puedas conectar y desconectar sin ningún problema, pero yo no. Ése es el motivo por el que no podemos quedarnos aquí los dos juntos. Busca a alguien que te sustituya o me voy.
-¿Qué es lo que quieres, Paula? ¿Una disculpa? Ya la tienes.
-No quiero tus disculpas ni tu compasión.
-No te compadezco. Y no es el sentimiento de culpa lo que hace que quiera mantenerte a salvo.
-No me hagas esto.
-¿Quieres que te prometa que no te voy a tocar? ¿Es eso lo que quieres?
Paula abrió los ojos de forma desmesurada. Le temblaban los labios, pero los mantuvo apretados sin emitir una respuesta.
-Pues no puedo prometértelo –continuó Pedro-. Lo he intentado. De verdad que lo he intentado, pero al final no he podido evitarlo. No soy adecuado para ti. No soy digno de tocarte. Pero no puedo dejarte salir por esa puerta.
-¿Por qué?
Había muchas razones, pero no conseguía encontrar la que buscaba.
-Si te vas, no podré mantenerte a salvo de Fitzpatrick. Si te quedas, no podré mantenerte a salvo de mí.
-Entonces, ¿qué sugieres que haga?
-Paula, no soy de piedra.
-Yo tampoco. No soy de piedra ni soy una figura de hielo que se derrite con el fuego. Por ello, si tienes intención de volver a rechazarme con la excusa de que es por mi propio bien, hazlo ahora.
-Paula…
-En este momento, Pedro O continuamos con lo que hemos comenzado o me dejas salir y ser libre.
Lo miró desafiante durante unos segundos.
Después, lo rodeó con sus brazos. Al sentir su abrazo, el autodominio de Pedro se desvaneció.
Él bajó la cabeza mientras ella la subía.
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