martes, 13 de marzo de 2018

EN LA NOCHE: CAPITULO 36





La tensión mantenida durante las semanas anteriores estalló de forma inevitable. Sus bocas se encontraron con avidez. Pedro separó los labios de Paula con la lengua, recordando el sabor que llenaba sus sueños. Paula lo deseaba con la misma pasión. Le hundía las uñas en la piel a Pedro por debajo de cuello de la camisa. Pedro deslizó las manos por la espalda de Paula, hasta la cintura. A continuación la levantó del suelo y la estrechó contra sí.


Los dos deseaban un abrazo más profundo. 


Habían esperado mucho tiempo a que llegase aquel momento y querían dejarse llevar por el deseo sin limitaciones. Pedro giró y la apoyó contra la puerta. Con las manos liberadas, empezó a jugar con los botones de la blusa de Paula mientras las gotas de sudor resbalaban por su rostro. Un botón saltó al suelo. Pedro podía sentir la sonrisa de Paula contra su boca.


El deseo lo hizo estremecerse. 


Atropelladamente, deslizó la blusa por los hombros de Paula. Ella lo ayudó, sacando los brazos por las mangas y desabrochándose el sujetador. Pedro quedó maravillado por la belleza de sus senos. Suavemente, deslizó los dedos por ellos mientras un gemido de placer escapaba de su garganta.


Paula le rodeó los hombros con sus brazos, estrechándose aún más contra él. Pedro se preguntaba cuánto tiempo más podría resistirlo.


No entendía cómo había podido pensar que sería capaz de resistirse a sus sentimientos. 


Habían llegado a estar muy unidos en numerosas ocasiones y, sin embargo, el temor les había impedido llegar hasta el final.


Acariciaba el cuerpo de Paula de forma cariñosa, recorriendo todas sus curvas. 


Interrumpió el beso y miró más abajo. Tenía la piel enrojecida y sus senos subían y bajaban al ritmo de su acelerada respiración. Pero bajo el pulgar, en el costado de la mujer, pudo notar una cicatriz reciente, resultado de una herida de bala.


Se quedó paralizado, con el dedo en la cicatriz. 


No sabría cómo definir el sentimiento que experimentó, porque nunca había sentido nada parecido.


-Está bien, Pedro. Ya está curada.


Paula le quitó la mano de la herida y la llevó de nuevo sobre su pecho.


Él alzó la vista y la miró. Sabía que no merecía su perdón ni su consideración por la forma en que se había comportado con ella, pero aquello no cambiaba lo que sentía en aquel momento. 


La impaciencia que sentía por entregarse por completo pudo con cualquier otra razón. 


Levantándola en brazos, la llevó hasta el salón. 


Apartó la manta que había en el sofá y la extendió frente a la chimenea.


Arrodillado a su lado, comenzó a quitarle el resto de la ropa. Después, él también se desnudó. A la luz del fuego, podía ver arder la piel de Paula. 


Su tímida sonrisa, sus caricias sensuales, el movimiento de su brazo mientras dibujaba el contorno de su pecho, extendiendo los dedos con delicadas caricias. Su mirada acompañaba a sus manos y sus ojos brillaban con intensidad.


Un suave gemido escapó de los labios de Paula. 


Con la mirada parecía preguntarle si por fin continuarían hasta el final o se interrumpirían de nuevo. Aquella mirada produjo en Pedro un sentimiento más fuerte de lo que nunca hubiera llegado a pensar. Le hervía la sangre, y las manos le temblaban como si fuese la primera vez. Los juegos de seducción ya no tenían lugar; únicamente podía sentir la ciega y primaria necesidad de hacerla suya.


Sus cuerpos se estrechaban entre caricias y besos hambrientos. Ella respondió tímidamente al principio, pero pronto se dejó llevar por la pasión. De sus labios escapaban gemidos de placer más elocuentes que ninguna palabra. Sus caderas estaban preparadas para recibir el momento final. Un grito de placer escapó de su garganta. Sus miradas se encontraron y sus ojos brillaban como nunca.


-Oh, Pedro


Él sonrió. Proporcionar placer a Paula era lo que más satisfacción le podía causar. Era casi suficiente. Se incorporó y, buscando entre su ropa desperdigada, se sacó la cartera del bolsillo de los vaqueros. Extrajo de la billetera un preservativo y, rodando sobre la espalda, se colocó encima a Paula.


-Ahora te toca a ti. Guíame.


Puedo ver la conmoción en los ojos de Paula.


-Pero yo nunca… Oh, Pedro, esto es maravilloso.


Él la sujetó por la cintura y la atrajo hacia sí.


-Pedro, yo…


Mordiéndose el labio inferior, Paula arqueó la espalda y se apretó contra él. Pedro la sujetó por las caderas y se introdujo en su cuerpo. 


Podía sentir sus jadeos, sus uñas clavándose en los hombros. El camino era estrecho, demasiado estrecho, pero al final cedió. A partir de aquel momento, sus movimientos se hicieron acompasados, rítmicos y tensos.


La rodeó con los brazos y juntos alcanzaron la cumbre. A pesar de que los temblores de sus cuerpos iban cediendo, ambos se negaban a separarse y rodaron juntos por el suelo.


Una chispa saltó en la chimenea, iluminando entre las sombras el rostro resplandeciente de Paula. Se volvió hacia Pedro, mirándolo fijamente.


-Nunca había sentido nada semejante. No sabía que podría llegar a ser así.


-Tampoco para mí había sido nunca así –respondió Pedro.


Era cierto. Su relación sexual con Paula no se parecía a ninguna de la que había mantenido hasta entonces. Tal vez había sido por su sincera entrega, tan distinta de su imagen. O tal vez fuera porque habían esperado mucho tiempo a que llegara aquel momento, o porque el deseo nunca había llegado a ser tan fuerte. 


Por el motivo que fuese, se sentí demasiado bien para analizar la situación en aquel momento.


La besó en la boca, en las mejillas, en la nariz, en cada rincón de su cuerpo. Levantó la mirada hacia ella y sonrió.


-¿Qué te parece si subimos y lo hacemos en condiciones?


-¿He hecho algo mal?


Pedro sonrió y volvió a besarla. Después salió lentamente de su cuerpo.


-No quiero que te hagas daño. El suelo está demasiado duro.


La ayudó a incorporarse, colocándole la manta sobre los hombros. De repente, se quedó paralizado al observar el brillo de la sangre que se deslizaba por los muslos de Paula.


-Oh, te he hecho daño.


-No. Sólo durante un instante. Estoy bien –contestó, abrigándose con la manta.


-Pero estás sangrando. Debería haber sido más cuidadoso. Creo que te he abierto la herida.


-No es la herida.


-Déjame ver.


-No pasa nada. Tengo entendido que es normal que esto ocurra.


Él la tomó por la barbilla para mirarla.


-¿Qué quieres decir?


-Pensaba que lo sabías.


-¿Qué debería saber?


-El hecho de que aparezca sangre es normal la primera vez.


-¿Ha sido la primera vez?


-Sí.


-¿Eres virgen?


-Ya no –contestó sonriendo.




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