sábado, 20 de enero de 2018

BAILARINA: CAPITULO 2




Aquella mirada era fruto de la unión de muchas cosas.


Euforia. Su tía Mariana tenía el mismo tipo de sangre que su madre, así que podría donársela.


Desesperación. ¿Dónde podía conseguir trescientos cincuenta mil dólares para un trasplante de médula ósea?


Determinación. La vida de su madre pendía de un hilo. Sabía que conseguiría el dinero, pero ¿dónde?


Paula no podía dejar de pensar en aquello mientras chascaba los dedos mecánicamente y giraba sobre los pies. Le encantaba bailar y, normalmente, lograba olvidar cualquier problema mientras lo hacía. Pero aquella vez era distinto.


La danza terminó entre aplausos y por fin pudo salir del escenario. Se topó de bruces con la enorme figura de Spike O’Malley, que apretaba un puro entre los dientes, ya amarillos por el tabaco, y no dejaba de sonreír.


— ¡Eres fantástica, muchacha! Mejor que tu madre. Escúchalos. Será mejor que vuelvas a saludar —le dijo dándole un empujón.


Paula volvió a saludar, pero rechazó las peticiones de volver a bailar. Saludó mandando besos con las manos y salió por fin del escenario a toda velocidad. Evitó el abrazo de Spike O'Malley, que le tendía los brazos, pero le sonrió y se dirigió al camerino. El dueño del local era un hombre amable y de buen corazón que le había permitido sustituir a su madre. Su trabajo como bailarina, durante cuatro noches a la semana, le permitía alcanzar casi el doble de sus ingresos como funcionaría.


Pero no era suficiente. Se le hizo un nudo en el estómago. 


Respiró profundamente y se relajó.


—¿Cómo está, muchacha? —le preguntó Vashti, la despampanante camarera rubia del local, con una mirada de sincera preocupación.


—Mucho mejor.


Paula se negaba a admitir cualquier pensamiento negativo.


De todas formas, las noticias eran positivas. El cáncer no se había expandido. El mieloma se limitaba exclusivamente a los huesos. Si le hacían un trasplante de médula ósea... Se irguió y apretó los labios. No «si se lo hacían», sino «cuando le hicieran el trasplante», se pondría bien.


¡Trescientos cincuenta mil dólares! Tenía dos trabajos y todavía no había podido pagar el hospital ni los análisis.


Se acordó de las palabras del doctor:
«La operación es su única esperanza de recuperación. Pero los trasplantes de médula ósea todavía están en fase experimental, y, lo que es peor, no están cubiertos por el seguro. »


Sintió un arrebato de indignación. Su madre llevaba muchos años cotizando para su seguro médico, pero éste sólo cubría el ochenta por ciento del monstruoso coste del hospital y de los análisis, y nada en absoluto de la cura. Que injusticia. 


Todo el mundo tenía derecho a una atención médica adecuada, y alguien tenía que hacer algo para que así fuera.


De todas formas, para su madre sería demasiado tarde. Si ella no conseguía...


—¡Ha sido un golpe muy duro! —prosiguió Vashti dando un calada a su cigarrillo—. Deedee es la última persona de quien te esperas que le pase algo así. Era tan... vital. Siempre riendo y bromeando.


Sí, así era su madre, pensó Paula. Su trabajo como bailarina la obligaba a viajar mucho, pero cuando estaba en casa era como una bocanada de aire fresco para Paula. La casa se llenaba de música y de risas mientras ensayaba.


—Estaba sobre el escenario, bailando como siempre, cuando, de repente, se cayó redonda —dijo Vashti meneando tristemente la cabeza—. En serio te digo que me dio un susto de muerte.


—Yo también me asusté —dijo Paula.


Se quitó el vestido para ponerse otro blanco de seda, muy ajustado, con escote y muy corto. «Hay que enseñar esas piernas», había dicho Spike.


—Ya me lo imagino, llegaste en un momento.


—A mí me parecieron horas.


No había perdido el tiempo al recibir la llamada de Spike. Al llegar, su madre se había despertado de lo que habían tomado por un desmayo, pero todavía estaba muy pálida y con un aspecto muy desmejorado, así que Paula decidió que era su última noche de trabajo. Era hora de que se ocupara de su madre. Así que procedió en consecuencia y la llevó a que la hicieran un chequeo. Allí se dio cuenta de que Deedee necesitaba algo más que descanso.


Cuando las facturas del hospital empezaron a crecer, Paula recordó las palabras de Spike.


«¿Sabes bailar, muchacha? Si tu madre va a tener que descansar por un tiempo...»


Sin duda, podía hacer por su madre lo que su madre había hecho por ella. Afortunadamente, había terminado la universidad hacía dos meses y había encontrado trabajo en la Comisión para el Desarrollo Económico del Estado de California. Y, también por fortuna, vivían cerca una de la otra, lo que no había ocurridó hasta hacía muy poco tiempo, ya que Deedee había estado trabajando en la Costa Este mientras ella estudiaba en la Universidad de Stanford, en California. Cuando terminó un máster en administración de empresas consiguió el trabajo en la Comisión, y madre e hija estaban encantadas.


Su madre la había ayudado a buscar piso y se había quedado a vivir con ella.


«Voy a buscar trabajo en el circuito de la Costa Oeste, así podré vigilarte.»


Ambas se habían reído mucho aquel día, como si trabajar en el circuito fuera divertido... y no lo que realmente era, pensaba Paula mirando a su alrededor, al vulgar camerino en que se encontraba. ¿Cómo era posible que nunca se hubiera dado cuenta de lo mucho que le había costado a su madre cuidar de su tía Mariana, de sus primas y de ella?


Paula sabía muy poco de su padre, Emiliano Chaves, excepto que había formado pareja con su madre en el escenario y la había dejado cuando ella tenía dos años. Pero Delia Chaves nunca había mirado al pasado. Había cambiado el nombre y el repertorio y se había convertido en Deedee Divine, experta en la danza del vientre. Más tarde, su hermana Mariana, el marido de ésta, Martin, y sus dos hijas se fueron a vivir con ella. Cuando Martin murió, Delia insistió en que Mariana se quedara en casa y cuidara de las niñas.


—Tienes que quedarte a cuidar de Paula —dijo su madre—. Yo ganaré dinero para todas.


Y así había sido, hasta que las hijas de Mariana encontraron trabajo como profesoras de enseñanza primaria.


«Y ahora que también se libra de mí», pensó Paula, «tiene que ocurrirle esto».


Tenía que haber sido muy duro para su madre sacar adelante a toda la familia, pensaba Paula mientras cepillaba la larga melena morena de la peluca que cubría su propia melena pelirroja y rizada. La peluca era parte del vestuario que la identificaba como Deedee Divine y nunca se la quitaba cuando se sentaba a tomar una copa con los clientes.


Se había hecho cargo del trabajo de su madre sin pensar en lo que le costaba. ¿Pero cómo podía saberlo? Nunca había visto actuar a su madre excepto una vez en que tuvo la suerte de bailar en un espectáculo de Broadway, pero eso no había ocurrido a menudo. Sabía que su madre no había logrado alcanzar el éxito, pero no sabía que se hubiera visto reducida a aquello.


—Pues sí, chica, la verdad es que lo estás haciendo muy bien.


Con un respingo, Paula se dio cuenta de que Vashti seguía hablando con ella.


—Gracias —replicó.


—Menos mal que has podido sustituirla, así puedes cobrar su sueldo. Bueno, tengo que irme —dijo Vashti apagando su cigarrillo. Se puso en pie y tocó a Paula en el hombro—. Puedes quedarte aquí el tiempo que quieras. A Spike le gustas mucho, te lo digo en serio.


Ése era otro problema. ¿Cuánto tiempo podía mantenerlo a raya sin llegar a ofenderlo? Aunque, en realidad, poco importaba. Aquel trabajo no iba a darle los trescientos cincuenta mil dólares que necesitaba. El doctor había dicho que un trasplante de médula ósea era la única oportunidad para su madre. Aquello les dio esperanzas, pero cuando añadió que tendría que someterse a la operación en un hospital de Seattle y les dijo lo que costaría, Paula se quedó de piedra. Y tuvo miedo. No había forma de que pudieran conseguir tanto dinero.


—Hay que rogarle a Dios —dijo su tía Mariana.


—Imagínalo, visualízalo —había dicho Angie.


Angie, una compañera de trabajo de Paula, tenía ideas muy raras. Insistía en decir que si se esforzaba en visualizar en su mente algo que quería que ocurriese, acabaría ocurriendo.


—Inténtalo —le decía a Paula—. Te digo que funciona.


Paula estaba lo bastante desesperada como para intentar cualquier cosa. Rogó a Dios, visualizó y se estrujó el cerebro buscando ideas.


Visualizar... Recordó que hacía tres días, al comprobar por los análisis que ella no servía como donante para el trasplante de médula, había telefoneado a la tía Mariana pidiéndole que fuera al hospital. Había cerrado los ojos e imaginado que su tía decía:
—Yo sirvo, yo puedo donarle mi médula a tu madre. Después de lo que ha hecho por mí...


Y aquel mismo día, la tía Mariana había dicho aquellas mismas palabras.


Cerró los ojos y se imaginó contando ante el doctor un fajo de billetes nuevos de mil dólares.


Con aquella visión en la mente, se puso los zapatos y salió al bar. Una vez allí, miró a su alrededor, esperando ver a alguno de los universitarios que iban por allí. Eran jóvenes y simpáticos, y prefería su compañía a la de otros clientes más agresivos. Pero no vio a ninguno de ellos y recordó que Robbie le había dicho que aquella semana se iba de viaje.


Estaba muy enfadado con ella, pero la verdad era que ella se había tomado como si fuera una broma su proposición de matrimonio. Desde la noche en que se había emborrachado y se lo había llevado a su casa para que no condujera en aquellas condiciones, el muchacho sentía por ella algo especial. En realidad, sólo había dormido en el sofá y se había marchado a la mañana siguiente, pero seguía yendo al bar y se habían hecho muy amigos. Ella lo pasaba muy bien con él, pero no se le había pasado por la cabeza que él pudíera tomarse en serio la idea de casarse con ella. Hasta que una noche se presentó con un anillo de compromiso.


—Pero, Robbie, yo creía que estabas bromeando —le dijo.


Robbie se quedó de piedra.


—¿Bromeando?


—Nos hemos reído de tantas cosas. Pero, Robbie, el matrimonio es una cosa muy seria y eres demasiado joven para... —se interrumpió, sabiendo que se había equivocado al decirle eso.


—¡Eres igual que los demás! Piensas que soy demasiado joven para saber lo que quiero.


—No. No quería decir eso. Es sólo que... bueno... —Paula vaciló, no quería herirlo—. No puedo casarme por ahora, es imposible. Y tú, la verdad es que eres muy joven, Robbie y tienes que esperar. Tienes que conocer a otras mujeres, ampliar tus horizontes.


—La verdad es que mientras yo he estado haciendo toda clase de planes para casarme contigo y sacarte de aquí, tú sólo estabas conmigo por entretenerte, ¿verdad?


Paula trató de tranquilizarlo, pero el muchacho se marchó furioso. Tal vez no volviera, y puede que eso fuera lo mejor. 


No tenía intención de casarse con él, y cuanto menos la viera, antes se olvidaría de aquella ensoñación.


Miró a su alrededor. No vio a ninguno de los chicos de la Universidad de Berkeley que solían ir por allí. El corazón le dio un vuelco cuando oyó que la llamaban.


—¡Por aquí, muñeca!


— ¡Tómate una copa conmigo!


Entonces oyó la voz de un hombre muy educado a sus espaldas.


—¿Señorita Divine?


—¿Sí? —replicó ella dándose la vuelta.


Era un hombre alto y apuesto al que no había visto nunca. 


Llevaba un traje oscuro y tenía los ojos negros, unos ojos que no dejaban de mirarla.


—¿Le importaría que hablásemos unos instantes? —dijo él indicando con un gesto una mesa libre. Querría tratar con usted de un pequeño asunto.





BAILARINA: CAPITULO 1




LA bailarina iba ataviada para la danza del vientre: llevaba un vaporoso vestido de estilo árabe de gasa que le dejaba el vientre desnudo, lleno de pliegues y adornado con joyas en la cintura. Sus movimientos eran muy sensuales, desde el balanceo de su negra melena hasta los ligeros pasos de sus pequeños pies.


Los mismos gestos, el mismo erotismo, la misma rutina... pero con cierta delicadeza añadida. Cada movimiento estaba hermosamente coordinado con el rítmico chasquido de sus dedos.


No sentía vergüenza sino otra cosa, algo que le hacía sentir distinta. Sí, se sentía distinta, fresca, nueva, lejana... Era como si estuviera muy lejos, a pesar de que, físicamente, se encontraba en el atestado bar de Spike O'Malley.


Pedro Alfonso había elegido una mesa junto al pequeño escenario circular, con la intención de verla bien, de observarla antes de aproximarse a ella. Estaba inclinado hacia delante, cautivado por completo, sin reparar en nada más que la seductora figura que se movía sobre el escenario. El provocativo movimiento del vientre de la bailarina, hizo que se le pusiera un nudo en la garganta. 


Profirió un juramento entre dientes y se incorporó para echar un trago de whisky, y al hacerlo recordó las palabras de su tío: «¡Una zorra que sólo busca dinero! Le ha echado el guante al estúpido de mi nieto y quiere aprovecharse de él.»


—No sé hasta que punto, tío Juan —respondió Pedro, que sabía bien que el viejo controlaba con mano férrea la fortuna de los Goodrich. Del mismo modo que manejaba con dureza a su nieto Robbie, el cual, tal vez, había decidido liberarse—. Robbie es un buen muchacho, no creo que le siente mal echar una caña al aire.


—Si quiere echar una caña al aire no me importa, pero que no me hable de casarse.


—¿Casarse?


—Eso es lo que se propone ese tonto. ¡Y por ahí no paso! —dijo Juan Goodrick dando un puñetazo en la mesa de su despacho—. No estoy dispuesto a que mi nieto se case con una mujer que se gana la vida exhibiéndose en un bar delante de una panda de borrachos libertinos.


Pedro frunció los labios.


—¿Has ido a inspeccionarlo por ti mismo, tío?


—Eso jamás. Ni muerto me sorprenderían en un sitio de ésos. El tugurio se llama Spikes y la mujer... —dijo el señor Goodrich hojeando unos papeles—. Deedee Divine. Sólo por el nombre, ese mocoso debía darse cuenta de que es una buscona. Es tonto, pero sólo tiene veinte años, edad suficiente para salir de ésta. Quiero que acabes con el asunto.


—¿Yo?


—Tú eres periodista, sabes hablar, sabes convencer a la gente.


—Mira, tío, me limito a describir los hechos. Yo no...


—Me da igual —dijo Juan haciendo un gesto con la mano—. Los hechos son que Robbie se ha metido en un lío. Tienes que sacarle de ésta, Pedro.


Pedro no estaba muy sorprendido. Era diez años mayor que Robbie, pero el más cercano a él de toda la familia, y desde que Robbie había nacido había sido nombrado su protector.


—Hablaré con él, si quieres, pero dudo que sirva de algo.


—No servirá de nada. Habla con la fulana.


—Pero si ni siquiera la conozco.


—No importa, tu tarjeta de visita será dinero en mano.


Aquello tampoco debía sorprenderlo. Juan Goodrich pensaba que era el dinero lo que movía al mundo, y actuaba en consecuencia. Pedro pensó en su prima Yanina, la madre de Robbie. El dinero había impedido su precipitado matrimonio con un corredor de coches. Aquel tipo debía ser el sinvergüenza que Juan se temía, porque al amenazar a Yanina con quitarle la herencia, había desaparecido sin dejar rastro, después de recibir una cantidad de dinero a cambio.


Aunque de nada sirvió, ya que poco después murió en un accidente de coche. La madre de Pedro siempre decía que Yanina había muerto más por amor que por las dificultades en el nacimiento de Robbie.


La muerte de su hija pareció destrozar a Juan Goodrich, pero su actitud para con Robbie parecían demostrar que no había aprendido nada.


—Mira, tío Juan, puede que no sea la mejor manera de proceder.


El viejo no pensaba dar su brazo a torcer.


—No hay otra, Pedro. Déjale claro a esa buscona que Robbie no recibirá un céntimo si se casa con ella. Te garantizo que aceptará un trato. Puedes llegar hasta medio millón. Y mantenme al margen, ¿comprendes? Que Robbie no sepa ni siquiera que he hablado contigo.


Por eso se había dirigido a él en lugar de a su batería de abogados, pensó Pedro. Al menos había aprendido algo de su experiencia con Yanina. Su hija nunca le había perdonado, así que en circunstancias similares prefería dejar el trabajo sucio en manos de otra persona.


—Preferiría no verme envuelto en esto, señor.


—Y no lo estarás, si haces las cosas bien. Robbie estará una semana en el Este para una sesión de debates. Habla con ella mientras él no esté y dile que tenga la boca cerrada. Y no seas obstinado, Pedro, a Robbie no le haces ningún daño, lo que vas a hacer es impedir que arruine su vida. Quieres que lo atrape una mujer como ésa.


—Creo que la juzgas demasiado a la ligera, a lo mejor, Rob le importa mucho.


—¡Ja! Lo único que ve en él son los dólares de su bolsillo. Si no me crees... habla con ella.


De modo que Pedro consintió en seguir el plan de su tío. Robbie era joven, impulsivo. En realidad no sería malo conocer a la mujer y examinarla de una forma objetiva.


Por eso estaba allí, para examinar a aquella mujer objetivamente. Trató de tranquilizarse, de abandonar la euforia que lo había dominado, y la observó con frialdad. La danza finalizó y la vio abandonar el escenario entre una salva de aplausos y vítores. Luego volvió a salir para enviar besos al público. Observó sus ojos. Habían perdido su brillo seductor, su mirada era fría y dura.


El tío Juan podía tener razón. Aquella mirada tenía algo despiadado, casi atroz. ¿Avaricia? Algo más que avaricia... un ansia salvaje e insaciable. Una firme determinación de conseguir todo lo que se proponía.



BAILARINA: SINOPSIS





Aunque Paula era licenciada en economía, por las noches trabajaba como bailarina exótica... Hasta que Pedro Alfonso la acusó de seducir a su sobrino para casarse con él. La sobornó para que desapareciera y Paula, con graves problemas familiares, aceptó su dinero...


Pero al poco tiempo, Pedro descubrió que Paula le había engañado y quiso vengarse; esperaba que ella se convirtiera en su esclava...

viernes, 19 de enero de 2018

LA AMANTE DE LOS VIERNES: EPILOGO





Una vez anunciado su nombramiento en la fiesta de su padre, Pedro tardó siglos en llegar a la barra, ya que todo el mundo quería felicitar al nuevo presidente por el camino. Él buscó a Paula con la mirada, pensando que casi no la había visto desde los discursos. Rogelio la había tomado del brazo, dispuesto a presentarle a todos sus amigotes, tan orgulloso como si fuese su acompañante esa noche.


—Whisky con hielo —le pidió Pedro al camarero y comió algo de la bandeja que había encima de la barra. Julieta había hecho un trabajo excelente con la organización de la fiesta.


—Bueno, hermano, ésta es tu noche —comentó Adrian apareciendo entre la multitud con su copa levantada.


Pedro hizo lo propio y ambos hermanos se apoyaron en la barra para observar la fiesta.


—Parece que están a gusto —añadió Adrian señalando a su padre y a Paula.


—¿Cuándo vas a desvelar el secreto mejor guardado de la noche?


—Pronto. No quería quitarle protagonismo a papá esta noche.


—Supongo que tendré que volver para la boda.


La feliz pareja quería casarse lo antes posible, pero Eleonora les había confirmado que su marido querría la boda más lujosa que se hubiese celebrado jamás en Wellington, y no era posible organizar semejante acontecimiento antes de que Adrian se marchase a Inglaterra.


—De todos modos, tendrás que volver en los próximos meses —le dijo Pedro, pero su hermano no estaba escuchándolo. Siguió su mirada y se encontró con su secretaria.


Pedro suspiró. Su hermano no había apartado la mirada de Julieta en toda la tarde. Si de verdad tenía pensado estabilizarse, la elección no podía ser mejor, pero Julieta era demasiado buena persona, demasiado valiosa como empleada, como para dejar que su hermano le rompiese el corazón.


Lo agarró del brazo y le hizo girarse.


—Me gustaría presentarte a un par de ejecutivas, Sandra y Melanie —dijo señalando a un par de jóvenes muy atractivas que estaban charlando al lado del ponche.


Adrian ni las miró.


—Creo que voy a lanzarme —dijo sin separar los ojos de Julieta.


—Adrian, vas a marcharte dentro de un par de días. No empieces nada con ella.


Su hermano pequeño lo miró.


—Ya sabes que no puedo hacer disfrutar a una mujer sin romperle el corazón.


—Sólo estoy intentando evitar que hagas una tontería —insistió él, aunque sabía que su hermano era demasiado testarudo para convencerle—. Una mujer como Julieta jamás te dará una oportunidad. No eres su tipo.


—¿Quieres apostar algo? —preguntó Adrian antes de ir en dirección a ella.


Pedro olió el perfume de Paula y volvió la cabeza.


—Creo que tu hermano acaba de romper el corazón de todas las solteras de la fiesta —comentó.


—A estas alturas, debería saber que prohibirle algo es como incitarle todavía más a hacerlo.


Paula arqueó las cejas.


Pedro pasó un brazo alrededor de su cintura y la apretó con fuerza.


—Da igual. Tenemos cosas mucho más importantes en las que pensar. Como… —le mordisqueó la oreja—. ¿Cuándo nos marchamos?


—¿Adónde vamos a ir? —le preguntó Paula.


—Tengo una habitación reservada en un hotel.


—Pensé que habíamos quedado en dejar de ir al hotel los viernes.


—¿Por qué?


—Porque contaminan demasiado, con tanta limpieza, tanta luz y esas cosas.


Pedro observó su sonrisa y dio gracias en silencio a los cascarrabias de sus padres.


—Además, de todos modos, ya pasamos la mitad de la semana en tu casa, y la otra mitad en la mía.


—Sí, pero todavía no estamos casados. Y, hasta ese día, seguirás siendo mi amante de los viernes.



Fin



LA AMANTE DE LOS VIERNES: CAPITULO 29




Paula no podía mirarlo, pero sentía que él tenía sus ojos clavados en ella. Se sintió muy triste.


—Mamá me llevó a un especialista ayer para que me hiciese un análisis de sangre y dio negativo. Tenía que volver dentro de un par de días a hacerme otro análisis, pero me ha venido el periodo esta noche.


—Pero te encontrabas mal…


Ella se encogió de hombros, todavía sin mirarlo.


—Los nervios. La tensión. Un virus…


Se quedaron los dos en silencio un minuto. En realidad, debería sentirse aliviada, pero sólo sentía dolor, como si se le hubiese muerto alguien querido y ya nada fuese a ser igual.


Pedro se aclaró la garganta.


—Así que no hay niño —comentó, como si no pudiese creerlo.


Paula se atrevió a levantar la vista, por increíble que fuese, Pedro parecía decepcionado.


¿Decepcionado?


—Supongo que te sientes aliviado.


Y se arrepintió de sus palabras al verlo tragar saliva y apartar la vista.


—¿Aliviado? No lo sé. Es sorprendente lo pronto que me había hecho a la idea de tener un hijo contigo.


Era un sentimiento inesperado, aunque quizás tuviese que ver con el descubrimiento de que no era el hijo de sus padres. Puso un dedo debajo de la barbilla de Paula y la miró con preocupación.


—¿Cómo estás tú?


—Triste —susurró ella. Ya le había dicho que lo quería. No tenía nada que ocultar—. Era algo nuestro. O, al menos, eso pensé durante unas horas.


Pedro la abrazó. Y Paula se tranquilizó al apoyar la cara en su pecho. Cerró los ojos.


—Ya te quedarás embarazada —murmuró Pedro contra su pelo—. Eso no cambia lo que siento por ti.


Ella sonrió al recordar.


—Tu lujo —aunque sabía que ya nada podría ser lo mismo. Todo había cambiado—. Nuestros viernes ya forman parte del pasado —dijo con firmeza, como para convencerse a sí misma. ¿Sentiría alguna vez aquel deseo por otro hombre? 


Tal vez la compañía y unos objetivos comunes fuesen una apuesta más segura para la siguiente vez.


—Estoy de acuerdo —confirmó Pedro apretándola con más fuerza—, pero sigo queriendo casarme contigo.


Paula se apretó contra él, despidiéndose mentalmente de los viernes por la tarde. Las palabras de Pedro tardaron una eternidad en calarle. La falta de sueño, de comida y de alegrías desde el último fin de semana que habían estado juntos le había atrofiado el cerebro.


¿Acababa de decir que quería casarse con ella?


Retrocedió un poco y lo miró a los ojos. El corazón le dio un vuelco.


Pedro estaba muy serio. Entrelazó los dedos con los suyos.


—Te quiero, Paula, y sigo queriendo casarme contigo, aunque no estés embarazada.


Los ojos se le llenaron de lágrimas y se le hizo un nudo en la garganta. Asintió con impaciencia. ¿Cómo iba a llorar, si acababa de escuchar las palabras que más había querido oír? ¿Cuando estaba entre los brazos del hombre al que amaba a más que nada en el mundo? ¿Cuando veía sinceridad y amor en sus ojos?


—¿De verdad? —le preguntó, todavía confundida.


—De verdad —murmuró él—. De verdad, te quiero, Paula.


Ella se estremeció. Se habría pasado el día escuchando esas palabras.


—Era inevitable —continuó Pedro—, cuando te conocí y vi lo generosa y desprendida que eras. Tan sexy, que deberías ser ilegal —le fue besando los nudillos uno a uno—. Y me aceptaste, a pesar de lo poco que te ofrecí. Odio haber tardado tanto tiempo en darme cuenta de cómo me sentía. Y siento haberte disgustado tanto.


Una lágrima corrió por el rostro de Paula.


—Oh, Pedro, te quiero tanto que duele.


—Tal vez esto alivie tu dolor.


La besó. Nada más sentir el roce de sus labios el deseo la invadió, hizo que se le acelerase el corazón, pero aquél era un beso sanador, un beso para pedirle perdón. Se relajó e intentó apretarse más contra él, le gustaba su olor a limpio, su calor, y la fuerza de sus brazos alrededor del cuerpo.


—Todavía queda algo —le dijo él un minuto más tarde, cuando dejó de besarla—. No sé cómo va a tomarse esto tu padre.


—A mamá le gustas. Es una mujer sorprendente —Paula seguía sin creer que hubiese hecho que la siguiesen—. Y acabo de darme cuenta de que es ella la que lleva los pantalones en casa —sonrió a Pedro—. ¿Y tu padre?


—En estos momentos, haría cualquier cosa por tenerme contento —contestó él, besándola en las comisuras de los labios—. Le conté que estaba enamorado de la hija del demonio y me dijo que la llevase a su fiesta de cumpleaños de la semana que viene.


—¿Me protegerás? —preguntó ella. Después, se quedó pensativa—. ¿No sería estupendo que volviesen a ser amigos algún día?


Él le mordisqueó la mandíbula hasta llegar al lóbulo de la oreja.


—Te sorprenderías de lo mucho que une un nieto. Es nuestra obligación trabajar para mejorar la relación entre los dos viejos más testarudos de Nueva Zelanda. ¿Te casarás conmigo para conseguirlo, Paula Chaves? El viernes que tú quieras.


Paula tomó su rostro con ambas manos, incapaz de contener una sonrisa de oreja a oreja.


—A mí este viernes me viene bien.


Unieron sus frentes y se quedaron así, sonriéndose, disfrutando de un amor que iba a sobrevivir a todo.


—A mí también —murmuró Pedro—. Siempre y cuando pueda tenerte todos los días de aquí en adelante.