sábado, 20 de enero de 2018

BAILARINA: CAPITULO 2




Aquella mirada era fruto de la unión de muchas cosas.


Euforia. Su tía Mariana tenía el mismo tipo de sangre que su madre, así que podría donársela.


Desesperación. ¿Dónde podía conseguir trescientos cincuenta mil dólares para un trasplante de médula ósea?


Determinación. La vida de su madre pendía de un hilo. Sabía que conseguiría el dinero, pero ¿dónde?


Paula no podía dejar de pensar en aquello mientras chascaba los dedos mecánicamente y giraba sobre los pies. Le encantaba bailar y, normalmente, lograba olvidar cualquier problema mientras lo hacía. Pero aquella vez era distinto.


La danza terminó entre aplausos y por fin pudo salir del escenario. Se topó de bruces con la enorme figura de Spike O’Malley, que apretaba un puro entre los dientes, ya amarillos por el tabaco, y no dejaba de sonreír.


— ¡Eres fantástica, muchacha! Mejor que tu madre. Escúchalos. Será mejor que vuelvas a saludar —le dijo dándole un empujón.


Paula volvió a saludar, pero rechazó las peticiones de volver a bailar. Saludó mandando besos con las manos y salió por fin del escenario a toda velocidad. Evitó el abrazo de Spike O'Malley, que le tendía los brazos, pero le sonrió y se dirigió al camerino. El dueño del local era un hombre amable y de buen corazón que le había permitido sustituir a su madre. Su trabajo como bailarina, durante cuatro noches a la semana, le permitía alcanzar casi el doble de sus ingresos como funcionaría.


Pero no era suficiente. Se le hizo un nudo en el estómago. 


Respiró profundamente y se relajó.


—¿Cómo está, muchacha? —le preguntó Vashti, la despampanante camarera rubia del local, con una mirada de sincera preocupación.


—Mucho mejor.


Paula se negaba a admitir cualquier pensamiento negativo.


De todas formas, las noticias eran positivas. El cáncer no se había expandido. El mieloma se limitaba exclusivamente a los huesos. Si le hacían un trasplante de médula ósea... Se irguió y apretó los labios. No «si se lo hacían», sino «cuando le hicieran el trasplante», se pondría bien.


¡Trescientos cincuenta mil dólares! Tenía dos trabajos y todavía no había podido pagar el hospital ni los análisis.


Se acordó de las palabras del doctor:
«La operación es su única esperanza de recuperación. Pero los trasplantes de médula ósea todavía están en fase experimental, y, lo que es peor, no están cubiertos por el seguro. »


Sintió un arrebato de indignación. Su madre llevaba muchos años cotizando para su seguro médico, pero éste sólo cubría el ochenta por ciento del monstruoso coste del hospital y de los análisis, y nada en absoluto de la cura. Que injusticia. 


Todo el mundo tenía derecho a una atención médica adecuada, y alguien tenía que hacer algo para que así fuera.


De todas formas, para su madre sería demasiado tarde. Si ella no conseguía...


—¡Ha sido un golpe muy duro! —prosiguió Vashti dando un calada a su cigarrillo—. Deedee es la última persona de quien te esperas que le pase algo así. Era tan... vital. Siempre riendo y bromeando.


Sí, así era su madre, pensó Paula. Su trabajo como bailarina la obligaba a viajar mucho, pero cuando estaba en casa era como una bocanada de aire fresco para Paula. La casa se llenaba de música y de risas mientras ensayaba.


—Estaba sobre el escenario, bailando como siempre, cuando, de repente, se cayó redonda —dijo Vashti meneando tristemente la cabeza—. En serio te digo que me dio un susto de muerte.


—Yo también me asusté —dijo Paula.


Se quitó el vestido para ponerse otro blanco de seda, muy ajustado, con escote y muy corto. «Hay que enseñar esas piernas», había dicho Spike.


—Ya me lo imagino, llegaste en un momento.


—A mí me parecieron horas.


No había perdido el tiempo al recibir la llamada de Spike. Al llegar, su madre se había despertado de lo que habían tomado por un desmayo, pero todavía estaba muy pálida y con un aspecto muy desmejorado, así que Paula decidió que era su última noche de trabajo. Era hora de que se ocupara de su madre. Así que procedió en consecuencia y la llevó a que la hicieran un chequeo. Allí se dio cuenta de que Deedee necesitaba algo más que descanso.


Cuando las facturas del hospital empezaron a crecer, Paula recordó las palabras de Spike.


«¿Sabes bailar, muchacha? Si tu madre va a tener que descansar por un tiempo...»


Sin duda, podía hacer por su madre lo que su madre había hecho por ella. Afortunadamente, había terminado la universidad hacía dos meses y había encontrado trabajo en la Comisión para el Desarrollo Económico del Estado de California. Y, también por fortuna, vivían cerca una de la otra, lo que no había ocurridó hasta hacía muy poco tiempo, ya que Deedee había estado trabajando en la Costa Este mientras ella estudiaba en la Universidad de Stanford, en California. Cuando terminó un máster en administración de empresas consiguió el trabajo en la Comisión, y madre e hija estaban encantadas.


Su madre la había ayudado a buscar piso y se había quedado a vivir con ella.


«Voy a buscar trabajo en el circuito de la Costa Oeste, así podré vigilarte.»


Ambas se habían reído mucho aquel día, como si trabajar en el circuito fuera divertido... y no lo que realmente era, pensaba Paula mirando a su alrededor, al vulgar camerino en que se encontraba. ¿Cómo era posible que nunca se hubiera dado cuenta de lo mucho que le había costado a su madre cuidar de su tía Mariana, de sus primas y de ella?


Paula sabía muy poco de su padre, Emiliano Chaves, excepto que había formado pareja con su madre en el escenario y la había dejado cuando ella tenía dos años. Pero Delia Chaves nunca había mirado al pasado. Había cambiado el nombre y el repertorio y se había convertido en Deedee Divine, experta en la danza del vientre. Más tarde, su hermana Mariana, el marido de ésta, Martin, y sus dos hijas se fueron a vivir con ella. Cuando Martin murió, Delia insistió en que Mariana se quedara en casa y cuidara de las niñas.


—Tienes que quedarte a cuidar de Paula —dijo su madre—. Yo ganaré dinero para todas.


Y así había sido, hasta que las hijas de Mariana encontraron trabajo como profesoras de enseñanza primaria.


«Y ahora que también se libra de mí», pensó Paula, «tiene que ocurrirle esto».


Tenía que haber sido muy duro para su madre sacar adelante a toda la familia, pensaba Paula mientras cepillaba la larga melena morena de la peluca que cubría su propia melena pelirroja y rizada. La peluca era parte del vestuario que la identificaba como Deedee Divine y nunca se la quitaba cuando se sentaba a tomar una copa con los clientes.


Se había hecho cargo del trabajo de su madre sin pensar en lo que le costaba. ¿Pero cómo podía saberlo? Nunca había visto actuar a su madre excepto una vez en que tuvo la suerte de bailar en un espectáculo de Broadway, pero eso no había ocurrido a menudo. Sabía que su madre no había logrado alcanzar el éxito, pero no sabía que se hubiera visto reducida a aquello.


—Pues sí, chica, la verdad es que lo estás haciendo muy bien.


Con un respingo, Paula se dio cuenta de que Vashti seguía hablando con ella.


—Gracias —replicó.


—Menos mal que has podido sustituirla, así puedes cobrar su sueldo. Bueno, tengo que irme —dijo Vashti apagando su cigarrillo. Se puso en pie y tocó a Paula en el hombro—. Puedes quedarte aquí el tiempo que quieras. A Spike le gustas mucho, te lo digo en serio.


Ése era otro problema. ¿Cuánto tiempo podía mantenerlo a raya sin llegar a ofenderlo? Aunque, en realidad, poco importaba. Aquel trabajo no iba a darle los trescientos cincuenta mil dólares que necesitaba. El doctor había dicho que un trasplante de médula ósea era la única oportunidad para su madre. Aquello les dio esperanzas, pero cuando añadió que tendría que someterse a la operación en un hospital de Seattle y les dijo lo que costaría, Paula se quedó de piedra. Y tuvo miedo. No había forma de que pudieran conseguir tanto dinero.


—Hay que rogarle a Dios —dijo su tía Mariana.


—Imagínalo, visualízalo —había dicho Angie.


Angie, una compañera de trabajo de Paula, tenía ideas muy raras. Insistía en decir que si se esforzaba en visualizar en su mente algo que quería que ocurriese, acabaría ocurriendo.


—Inténtalo —le decía a Paula—. Te digo que funciona.


Paula estaba lo bastante desesperada como para intentar cualquier cosa. Rogó a Dios, visualizó y se estrujó el cerebro buscando ideas.


Visualizar... Recordó que hacía tres días, al comprobar por los análisis que ella no servía como donante para el trasplante de médula, había telefoneado a la tía Mariana pidiéndole que fuera al hospital. Había cerrado los ojos e imaginado que su tía decía:
—Yo sirvo, yo puedo donarle mi médula a tu madre. Después de lo que ha hecho por mí...


Y aquel mismo día, la tía Mariana había dicho aquellas mismas palabras.


Cerró los ojos y se imaginó contando ante el doctor un fajo de billetes nuevos de mil dólares.


Con aquella visión en la mente, se puso los zapatos y salió al bar. Una vez allí, miró a su alrededor, esperando ver a alguno de los universitarios que iban por allí. Eran jóvenes y simpáticos, y prefería su compañía a la de otros clientes más agresivos. Pero no vio a ninguno de ellos y recordó que Robbie le había dicho que aquella semana se iba de viaje.


Estaba muy enfadado con ella, pero la verdad era que ella se había tomado como si fuera una broma su proposición de matrimonio. Desde la noche en que se había emborrachado y se lo había llevado a su casa para que no condujera en aquellas condiciones, el muchacho sentía por ella algo especial. En realidad, sólo había dormido en el sofá y se había marchado a la mañana siguiente, pero seguía yendo al bar y se habían hecho muy amigos. Ella lo pasaba muy bien con él, pero no se le había pasado por la cabeza que él pudíera tomarse en serio la idea de casarse con ella. Hasta que una noche se presentó con un anillo de compromiso.


—Pero, Robbie, yo creía que estabas bromeando —le dijo.


Robbie se quedó de piedra.


—¿Bromeando?


—Nos hemos reído de tantas cosas. Pero, Robbie, el matrimonio es una cosa muy seria y eres demasiado joven para... —se interrumpió, sabiendo que se había equivocado al decirle eso.


—¡Eres igual que los demás! Piensas que soy demasiado joven para saber lo que quiero.


—No. No quería decir eso. Es sólo que... bueno... —Paula vaciló, no quería herirlo—. No puedo casarme por ahora, es imposible. Y tú, la verdad es que eres muy joven, Robbie y tienes que esperar. Tienes que conocer a otras mujeres, ampliar tus horizontes.


—La verdad es que mientras yo he estado haciendo toda clase de planes para casarme contigo y sacarte de aquí, tú sólo estabas conmigo por entretenerte, ¿verdad?


Paula trató de tranquilizarlo, pero el muchacho se marchó furioso. Tal vez no volviera, y puede que eso fuera lo mejor. 


No tenía intención de casarse con él, y cuanto menos la viera, antes se olvidaría de aquella ensoñación.


Miró a su alrededor. No vio a ninguno de los chicos de la Universidad de Berkeley que solían ir por allí. El corazón le dio un vuelco cuando oyó que la llamaban.


—¡Por aquí, muñeca!


— ¡Tómate una copa conmigo!


Entonces oyó la voz de un hombre muy educado a sus espaldas.


—¿Señorita Divine?


—¿Sí? —replicó ella dándose la vuelta.


Era un hombre alto y apuesto al que no había visto nunca. 


Llevaba un traje oscuro y tenía los ojos negros, unos ojos que no dejaban de mirarla.


—¿Le importaría que hablásemos unos instantes? —dijo él indicando con un gesto una mesa libre. Querría tratar con usted de un pequeño asunto.





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