viernes, 19 de enero de 2018

LA AMANTE DE LOS VIERNES: CAPITULO 29




Paula no podía mirarlo, pero sentía que él tenía sus ojos clavados en ella. Se sintió muy triste.


—Mamá me llevó a un especialista ayer para que me hiciese un análisis de sangre y dio negativo. Tenía que volver dentro de un par de días a hacerme otro análisis, pero me ha venido el periodo esta noche.


—Pero te encontrabas mal…


Ella se encogió de hombros, todavía sin mirarlo.


—Los nervios. La tensión. Un virus…


Se quedaron los dos en silencio un minuto. En realidad, debería sentirse aliviada, pero sólo sentía dolor, como si se le hubiese muerto alguien querido y ya nada fuese a ser igual.


Pedro se aclaró la garganta.


—Así que no hay niño —comentó, como si no pudiese creerlo.


Paula se atrevió a levantar la vista, por increíble que fuese, Pedro parecía decepcionado.


¿Decepcionado?


—Supongo que te sientes aliviado.


Y se arrepintió de sus palabras al verlo tragar saliva y apartar la vista.


—¿Aliviado? No lo sé. Es sorprendente lo pronto que me había hecho a la idea de tener un hijo contigo.


Era un sentimiento inesperado, aunque quizás tuviese que ver con el descubrimiento de que no era el hijo de sus padres. Puso un dedo debajo de la barbilla de Paula y la miró con preocupación.


—¿Cómo estás tú?


—Triste —susurró ella. Ya le había dicho que lo quería. No tenía nada que ocultar—. Era algo nuestro. O, al menos, eso pensé durante unas horas.


Pedro la abrazó. Y Paula se tranquilizó al apoyar la cara en su pecho. Cerró los ojos.


—Ya te quedarás embarazada —murmuró Pedro contra su pelo—. Eso no cambia lo que siento por ti.


Ella sonrió al recordar.


—Tu lujo —aunque sabía que ya nada podría ser lo mismo. Todo había cambiado—. Nuestros viernes ya forman parte del pasado —dijo con firmeza, como para convencerse a sí misma. ¿Sentiría alguna vez aquel deseo por otro hombre? 


Tal vez la compañía y unos objetivos comunes fuesen una apuesta más segura para la siguiente vez.


—Estoy de acuerdo —confirmó Pedro apretándola con más fuerza—, pero sigo queriendo casarme contigo.


Paula se apretó contra él, despidiéndose mentalmente de los viernes por la tarde. Las palabras de Pedro tardaron una eternidad en calarle. La falta de sueño, de comida y de alegrías desde el último fin de semana que habían estado juntos le había atrofiado el cerebro.


¿Acababa de decir que quería casarse con ella?


Retrocedió un poco y lo miró a los ojos. El corazón le dio un vuelco.


Pedro estaba muy serio. Entrelazó los dedos con los suyos.


—Te quiero, Paula, y sigo queriendo casarme contigo, aunque no estés embarazada.


Los ojos se le llenaron de lágrimas y se le hizo un nudo en la garganta. Asintió con impaciencia. ¿Cómo iba a llorar, si acababa de escuchar las palabras que más había querido oír? ¿Cuando estaba entre los brazos del hombre al que amaba a más que nada en el mundo? ¿Cuando veía sinceridad y amor en sus ojos?


—¿De verdad? —le preguntó, todavía confundida.


—De verdad —murmuró él—. De verdad, te quiero, Paula.


Ella se estremeció. Se habría pasado el día escuchando esas palabras.


—Era inevitable —continuó Pedro—, cuando te conocí y vi lo generosa y desprendida que eras. Tan sexy, que deberías ser ilegal —le fue besando los nudillos uno a uno—. Y me aceptaste, a pesar de lo poco que te ofrecí. Odio haber tardado tanto tiempo en darme cuenta de cómo me sentía. Y siento haberte disgustado tanto.


Una lágrima corrió por el rostro de Paula.


—Oh, Pedro, te quiero tanto que duele.


—Tal vez esto alivie tu dolor.


La besó. Nada más sentir el roce de sus labios el deseo la invadió, hizo que se le acelerase el corazón, pero aquél era un beso sanador, un beso para pedirle perdón. Se relajó e intentó apretarse más contra él, le gustaba su olor a limpio, su calor, y la fuerza de sus brazos alrededor del cuerpo.


—Todavía queda algo —le dijo él un minuto más tarde, cuando dejó de besarla—. No sé cómo va a tomarse esto tu padre.


—A mamá le gustas. Es una mujer sorprendente —Paula seguía sin creer que hubiese hecho que la siguiesen—. Y acabo de darme cuenta de que es ella la que lleva los pantalones en casa —sonrió a Pedro—. ¿Y tu padre?


—En estos momentos, haría cualquier cosa por tenerme contento —contestó él, besándola en las comisuras de los labios—. Le conté que estaba enamorado de la hija del demonio y me dijo que la llevase a su fiesta de cumpleaños de la semana que viene.


—¿Me protegerás? —preguntó ella. Después, se quedó pensativa—. ¿No sería estupendo que volviesen a ser amigos algún día?


Él le mordisqueó la mandíbula hasta llegar al lóbulo de la oreja.


—Te sorprenderías de lo mucho que une un nieto. Es nuestra obligación trabajar para mejorar la relación entre los dos viejos más testarudos de Nueva Zelanda. ¿Te casarás conmigo para conseguirlo, Paula Chaves? El viernes que tú quieras.


Paula tomó su rostro con ambas manos, incapaz de contener una sonrisa de oreja a oreja.


—A mí este viernes me viene bien.


Unieron sus frentes y se quedaron así, sonriéndose, disfrutando de un amor que iba a sobrevivir a todo.


—A mí también —murmuró Pedro—. Siempre y cuando pueda tenerte todos los días de aquí en adelante.




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