miércoles, 6 de diciembre de 2017

PRINCIPIANTE: SINOPSIS





Era joven pero parecía tener mucha experiencia… tanto en el trabajo como fuera.


De pronto había algo más importante, para el inexperto agente Pedro Alfonso, que destapar aquella red de tráfico de drogas en la universidad y convertirse en detective. Porque, en mitad de aquella investigación que estaba realizando infiltrado en la universidad, había conocido a la profesora Paula Chaves; aquello había encendido todas las alarmas de peligro… y de pasión.


Paula no tenía a nadie a quien acudir, hasta que Pedro prometió protegerla del donante de esperma que la amenazaba con quitarle el niño que estaba a punto de dar a luz. Pero Pedro era su alumno, no un caballero andante… enamorarse de él sería una tremenda locura que podría ponerlos en peligro a ambos.




martes, 5 de diciembre de 2017

COMPROMISO EN PRIMERA PLANA: CAPITULO FINAL




Era la primera vez que Paula pasaba un día de diario en Staten Island, pero imaginaba que a partir de aquel momento habría muchas «primeras veces» en su vida. Estaba en la puerta de la pizzeria Denino's, esperando a Pedro, más nerviosa que nunca, pero sabiendo que lo que tenía que proponerle era lo mejor para los dos.


—Un sitio muy interesante para encontrarnos.


Oh, esa voz, ¡cómo la había echado de menos! Pedro llevaba vaqueros y camisa blanca y tenía el mismo aspecto de siempre: alto, guapo y formidable.


—Pensé que te gustaba la pizza —intentó bromear Paula.


Los ojos azules se oscurecieron.


—¿Vas a contarme qué pasa? Has decidido no aceptar el trato.


—He dicho que firmaría los papeles —replicó ella.


—Me dan igual los papeles. Lo que quiero saber es por qué no quieres que te ayude a pagar los gastos de tu madre.


A Paula se le encogió el corazón dentro del pecho. Lo único que quería en ese momento era enterrar la cara en su cuello, pero no podía hacerlo.


—¿Por qué quieres ayudarme, Pedro? ¿Por qué no nos decimos adiós de una vez y seguimos cada uno con su vida?


—No puedo hacer eso.


—¿Por qué no?


—No soy esa clase de hombre —afirmó Pedro con seriedad.


—¿Seguro que ésa es la razón?


—¿Qué quieres decir? —preguntó él, apoyándose en la pared del restaurante.


—A lo mejor deseas cuidar de mí y de mi madre porque… me quieres.


—Paula…


—Me quieres como yo te quiero a ti y no quieres romper nuestro matrimonio, pero te sientes herido y lo entiendo. Te he hecho daño. Me asuste y salí corriendo.


—Me dejaste plantado sin que pudiera hablar contigo.


—Lo sé —dijo ella—. Y fue un error por mi parte, pero no creo que debamos romper por eso.


Pedro miró alrededor.


—¿Por qué estamos aquí?


—Esa historia que me contaste sobre tu niñera, cuando pasaste el mejor día de tu vida… pensé que deberíamos venir a Staten Island porque es lo único que sé de ti.


—¿Cómo dices?


—Digo que apenas nos conocemos, Pedro. Apenas sé nada sobre ti.


Él levantó una ceja.


—Nos casamos de una manera poco convencional, por decir algo —afirmó él.


—Y no hemos tenido tiempo para conocernos, es verdad. No sé nada de tu infancia o qué te ha hecho el hombre que eres. Y me he dado cuenta de que ésa es la razón por la que me siento tan insegura contigo. No sé nada sobre ti, sobre tu vida…


—En realidad, no es una gran historia —murmuró él.


Paula alargó una mano para tocar suavemente su cara.


—Me da igual. Te quiero.


—Yo también te quiero.


Los ojos de Paula se llenaron de lágrimas. Había querido oír esas palabras desde el primer día y escucharlas por fin era el mejor regalo, la mejor razón para tener esperanza.


—Me alegro mucho, porque quiero ofrecerte un nuevo trato —le dijo.


—¿Un nuevo trato?


Ella asintió, respirando profundamente para serenarse.


—Quiero ofrecerte mi amor, mi corazón, mi honestidad y mi compromiso para siempre.


Pedro tiró de ella, apretándola contra su pecho.


—¿Y qué puedo darte yo a cambio?


—Lo mismo —le aseguró Paula.


—Siento mucho no haberte contado lo de la policía y lo del fotógrafo en esa cena.


—No tienes que darme explicaciones…


—Sí, sí tengo que hacerlo —la interrumpió Pedro—. Mis padres, especialmente mi padre, siempre ha sido muy crítico conmigo. No tenemos una relación padre-hijo normal, ya te habrás dado cuenta.


—Sí, claro.


—Siempre me ha hecho sentir culpable por todo y no podía arriesgarme a que eso me pasara contigo, así que no te conté la verdad —Pedro apartó un mechón de pelo de su frente—. Estaba enamorándome de ti, pero me negaba a reconocerlo.


—¿Por qué no empezamos otra vez? —sugirió Paula—. Acepta el trato, Alfonso, y así podremos compartir historias y forjar un futuro.


Pedro la abrazó con fuerza.


—Te quiero. Me estaba volviendo loco sin ti.


—Yo también.


—No me he quitado la alianza. Según parece, soy un romántico.


—Entonces, yo también lo soy —rió ella—, porque yo tampoco me la he quitado.


Pedro buscó sus labios en un beso tierno que contenía todo su amor y la promesa de un futuro sincero y abierto.


—¿Quieres casarte conmigo otra vez? —le preguntó Pedro.


—Sí —dijo Paula, con lágrimas en los ojos.


—¿Por la iglesia esta vez?


—Sí, por supuesto.


Pedro volvió a besarla y esa vez el beso estaba lleno de pasión.


—¿Tienes hambre? ¿Quieres que tomemos una pizza?


—Tengo hambre, sí —asintió ella, rodeando su cintura con los brazos—. De pizza, de ti, de nuestra vida juntos y de esas turbadoras historias tuyas de cuando eras un chico malo.


Pedro sonrió. Ay, esos hoyitos…


—¿Por qué no empezamos por la pizza y seguimos luego hablando de la lista de cosas que tenemos que hacer para la boda? Serán muchas.


—Me parece muy bien —rió Paula, mientras entraban en Denino's.


Sí, estaba totalmente dispuesta a empezar otra vez. 


Tomando una pizza en Staten Island con el hombre de su vida: un clásico de Nueva York.




COMPROMISO EN PRIMERA PLANA: CAPITULO 35





—¿A qué demonios está jugando, Devlin? ¿Quiere más dinero? —exclamó Pedro.


Su abogado lo miró con cara de sorpresa.


—No, al contrario. Dice que no quiere nada de ti.


—No es posible.


—Dice que no firmará los papeles a menos que retires la oferta de ayuda económica.


—No pienso hacer eso.


Devlin se encogió de hombros.


—¿Por qué no? Es el sueño de cualquier hombre.


—Esto no es un sueño, al contrario. Para mí es una pesadilla. Hace una semana yo era un hombre feliz, mi mujer era feliz, sin embargo, ahora…


—¿Qué quiere hacer, señor Alfonso? —le preguntó el abogado.


—Quiero terminar con esto de una vez —suspiró él.


—Eso es lo que estoy intentando hacer: terminar con su matrimonio.


—No, quiero terminar con esta conversación. ¿Mi matrimonio? —Pedro se levantó, con el maletín en la mano—. Lo que quiero es recuperarlo.








lunes, 4 de diciembre de 2017

COMPROMISO EN PRIMERA PLANA: CAPITULO 34





La secretaria de Pedro le pidió que esperase un momento y Paula se sentó en uno de los sofás del vestíbulo, nerviosa. 


¿Qué estaba haciendo allí? ¿Iba a firmar los papeles que romperían para siempre su relación con Pedro?


La puerta que conectaba el despacho de la secretaria con el pasillo se abrió en ese momento y la oyó hablando con otra mujer. Paula pudo ver un montón de globos y unos zapatos de tacón…


Y la propietaria de los globos era la rubia del periódico.


Se levantó de un salto, tan furiosa que apenas podía respirar. Con las piernas temblorosas, se dirigió al despacho. 


La rubia seguía hablando con la secretaria de Pedro y no la vio llegar.


—¡Tú! —le espetó.


—¿Señora Alfonso? —exclamó la secretaria—. Si no le importa esperar un momento…


—¿Es usted la señora Alfonso? —la rubia no parecía asustada en absoluto—. Hola, soy una de las ayudantes de Pedro. Me parece que no nos conocemos.


—Claro que nos conocemos —replicó Paula.


—¿Ah, sí? Lo siento, pero…


—Lo siente, ¿verdad? ¿Siente haber destrozado un matrimonio?


La rubia puso cara de horror.


—Perdone, pero creo que me confunde con otra persona…


—No, de eso nada. Era usted quien aparecía en la fotografía del periódico con mi marido.


—No, no, esa fotografía… en el restaurante había mucha gente y el señor Alfonso tuvo que inclinarse un poco para decirme que debía volver al despacho para recoger unas diapositivas…


—Sí, claro —la interrumpió Paula—. Esa sería una explicación muy lógica si no hubiera usted llamado a la puerta de mi casa una noche creyendo que era el apartamento de Pedro.


La rubia frunció el ceño.


—Eso fue hace varias semanas, ¿no?


—Sí.


—Estaba buscando al señor Alfonso.


—Lo sé, acabo de decirlo —suspiró Paula.


—Yo era antes la ayudante del señor Alfonso padre. No podía encontrar a su hijo esa noche y me pidió que fuera a buscarlo a su casa, pero le pido perdón por haberla molestado.


Ella tuvo que tragar saliva.


—Pero el señor Alfonso está retirado…


Otra mujer apareció entonces en el despacho.


—Lorena, tenemos que irnos. Todo el mundo está esperando.


La rubia asintió con la cabeza.


—Mis compañeras me han organizado una fiesta porque voy a casarme. Estoy embarazada, señora Alfonso.


Si Paula tuviera superpoderes, en ese momento se habría vuelto invisible. Pero ella no era Superwoman, al contrario. Y tuvo que cerrar los ojos un momento, avergonzada.


—Lo siento muchísimo. No sé cómo he podido hablarle así. De repente me ha entrado un ataque de celos…


—Todas hemos pasado por eso —intentó tranquilizarla la secretaria de Pedro.


—Lo siento mucho, Lorena.


—No pasa nada. Ya está olvidado —sonrió la rubia.


—No, no está olvidado, pero gracias. Y pienso hacerle un regalo… un cochecito… una casa o algo parecido —dijo Paula, deseando que se la tragase la tierra.


Lorena soltó una carcajada.


—Ah, ahora entiendo por qué el señor Alfonso siempre quiere irse pronto a casa. Es usted muy divertida.


Ella sólo quería marcharse de allí lo antes posible.


Pedro me ha dejado unos papeles…


—Sí, están en su despacho. ¿Quiere ir usted misma a buscarlos? —le preguntó la secretaria.


—Sí, gracias.


Después de disculparse de nuevo con Lorena, Paula se dio la vuelta y entró en el despacho de Pedro. Y, después de cerrar la puerta, se apoyó en ella con los ojos cerrados. No se había sentido más ridícula en toda su vida.


Luego abrió los ojos. Pedro no estaba allí, pero sí el aroma de su colonia, sus colores, su estilo. Cuánto lo deseaba, pensó. Pero después de lo que había hecho no creía que hubiera ninguna posibilidad de volver con él.


Encontró un sobre con su nombre encima del escritorio, pero temía ver lo que había dentro incluso antes de abrirlo.


Sí, eran los papeles del divorcio.


Y Paula sintió ganas de vomitar.


Estaba todo: el acuerdo de vivir juntos durante un año, la compensación económica… Pedro no se retractaba de nada de lo que le había ofrecido, aunque eso daba igual. No aceptaría nada más de él.


Pero fue la siguiente página lo que hizo que sus ojos se llenaran de lágrimas. Pedro se ofrecía a pagar los gastos médicos de su madre y sus cuidados durante el resto de su vida.


Paula, desolada, salió de la oficina dejando los papeles sin firmar.



COMPROMISO EN PRIMERA PLANA: CAPITULO 33





Paula llevaba cuatro días viviendo en casa de su madre cuando recibió una carta de Pedro. Era lo primero que sabía de él desde que se marchó del apartamento y de su vida.


Pedro le decía que debía firmar unos papeles que había dejado en su oficina y en la nota indicaba las horas en las que no estaría en el despacho para que no tuvieran que verse.


A Paula se le encogió el corazón. Aquellos habían sido los cuatro días más largos de su vida. Lo echaba de menos tanto…


Pero, evidentemente, él no sentía lo mismo.


De pie en la cocina, volvió a mirar la nota escrita a máquina. 


Ni siquiera estaba escrita de su puño y letra.


Había unos papeles que quería que firmase…


¿Qué papeles? ¿Los del divorcio? 


Aparentemente, Pedro quería terminar con su relación lo antes posible. Tal vez para salir con la rubia, pensó, desolada. A lo mejor esa mujer ya se había ido a vivir con él.


De repente, era como si una garra de hierro le apretase el corazón. Pero ella era una persona obstinada y no volvería con un hombre que no la quería, un hombre para quien tener amiguitas estando casado era algo aceptable.


Tomando el bolso, Paula salió del apartamento. Pasaría por su oficina esa misma tarde, a una hora en la que él no estuviera. Lo mejor sería terminar de una vez.



****


—¿Un bocadillo para el almuerzo?


Pedro, concentrado en un informe, levantó la mirada.


—No, gracias.


Dany, el chico de los bocadillos, no se movió de la puerta.


—¿Por qué?


—No es nada personal. Dany. Es que voy a comer fuera.


—¿Con tu mujer?


—No —murmuró él, apartando la mirada—. Aunque no es asunto tuyo.


—Eso es verdad.


—¿Se puede saber qué quieres?


—Preguntarte una cosa.


—Vamos, pregunta. Tengo una tonelada de trabajo.


Dany se dejó caer en el sillón que había frente a su escritorio.


—Si de repente yo me convirtiera en una máquina que no sale de la oficina, tú me dirías algo, ¿verdad?


—Sí, claro, te diría: muy bien, chico. Tú sabes cómo triunfar en esta ciudad.


—Pero tú eras feliz hasta hace unos días. Nunca te había visto tan contento. ¿Se puede saber qué ha pasado?


Pedro lo fulminó con la mirada.


—Llámame señor Alfonso.


Suspirando, Dany se levantó.


—Muy bien, señor Alfonso, me voy. Pero antes de irme quiero decirte algo: cuando te ofreciste a pagarme la carrera, a mi familia no le gustó.


—¿Por qué no?


—Porque, según ellos, eso era algo de lo que debía ocuparse la familia. Pero yo les dije que tú eras para mí como un hermano mayor, que la familia no siempre son los parientes.


—¿Y qué quieres decir con eso, hermano? —suspiró Pedro, con menos hostilidad que antes.


—Que a lo mejor tú no has tenido la familia que necesitabas cuando eras niño, pero podrías tenerla ahora.


—Es un detalle que te preocupes por mí, Dany.


—Paula es tu familia…


—No, déjalo —lo interrumpió él—. Vete, tengo mucho trabajo. Nos vemos mañana.


Cuando Dany se marchó, cariacontecido, Pedro intentó concentrarse en el informe, pero era imposible. También él había creído que podría formar una familia con Paula, pero tenía que enfrentarse con la realidad. No la había tenido de niño y no la tendría ahora. Esos sueños eran para críos.


La mujer a la que le había entregado el corazón se lo había tirado a la cara.


Pero no podía dejar de darle vueltas a lo que había pasado.


Sí, Paula había salido huyendo por miedo, pero la verdad era que él no había hecho nada para aliviar sus miedos. Y también él le había escondido cosas, como sus visitas a la comisaría cuando era un adolescente. Tampoco él le había abierto su corazón del todo. ¿Sería posible que también tuviera miedos, que tampoco supiera si podía confiar en Paula del todo?


Pedro sacudió la cabeza, intentando aclarar sus pensamientos. Pero la idea de que también él fuera culpable de la situación estaba ahora grabada en su mente, junto con una imagen de su cara, esa dulce y sonriente cara que nunca podría olvidar.