Paula llevaba cuatro días viviendo en casa de su madre cuando recibió una carta de Pedro. Era lo primero que sabía de él desde que se marchó del apartamento y de su vida.
Pedro le decía que debía firmar unos papeles que había dejado en su oficina y en la nota indicaba las horas en las que no estaría en el despacho para que no tuvieran que verse.
A Paula se le encogió el corazón. Aquellos habían sido los cuatro días más largos de su vida. Lo echaba de menos tanto…
Pero, evidentemente, él no sentía lo mismo.
De pie en la cocina, volvió a mirar la nota escrita a máquina.
Ni siquiera estaba escrita de su puño y letra.
Había unos papeles que quería que firmase…
¿Qué papeles? ¿Los del divorcio?
Aparentemente, Pedro quería terminar con su relación lo antes posible. Tal vez para salir con la rubia, pensó, desolada. A lo mejor esa mujer ya se había ido a vivir con él.
De repente, era como si una garra de hierro le apretase el corazón. Pero ella era una persona obstinada y no volvería con un hombre que no la quería, un hombre para quien tener amiguitas estando casado era algo aceptable.
Tomando el bolso, Paula salió del apartamento. Pasaría por su oficina esa misma tarde, a una hora en la que él no estuviera. Lo mejor sería terminar de una vez.
****
—¿Un bocadillo para el almuerzo?
Pedro, concentrado en un informe, levantó la mirada.
—No, gracias.
Dany, el chico de los bocadillos, no se movió de la puerta.
—¿Por qué?
—No es nada personal. Dany. Es que voy a comer fuera.
—¿Con tu mujer?
—No —murmuró él, apartando la mirada—. Aunque no es asunto tuyo.
—Eso es verdad.
—¿Se puede saber qué quieres?
—Preguntarte una cosa.
—Vamos, pregunta. Tengo una tonelada de trabajo.
Dany se dejó caer en el sillón que había frente a su escritorio.
—Si de repente yo me convirtiera en una máquina que no sale de la oficina, tú me dirías algo, ¿verdad?
—Sí, claro, te diría: muy bien, chico. Tú sabes cómo triunfar en esta ciudad.
—Pero tú eras feliz hasta hace unos días. Nunca te había visto tan contento. ¿Se puede saber qué ha pasado?
Pedro lo fulminó con la mirada.
—Llámame señor Alfonso.
Suspirando, Dany se levantó.
—Muy bien, señor Alfonso, me voy. Pero antes de irme quiero decirte algo: cuando te ofreciste a pagarme la carrera, a mi familia no le gustó.
—¿Por qué no?
—Porque, según ellos, eso era algo de lo que debía ocuparse la familia. Pero yo les dije que tú eras para mí como un hermano mayor, que la familia no siempre son los parientes.
—¿Y qué quieres decir con eso, hermano? —suspiró Pedro, con menos hostilidad que antes.
—Que a lo mejor tú no has tenido la familia que necesitabas cuando eras niño, pero podrías tenerla ahora.
—Es un detalle que te preocupes por mí, Dany.
—Paula es tu familia…
—No, déjalo —lo interrumpió él—. Vete, tengo mucho trabajo. Nos vemos mañana.
Cuando Dany se marchó, cariacontecido, Pedro intentó concentrarse en el informe, pero era imposible. También él había creído que podría formar una familia con Paula, pero tenía que enfrentarse con la realidad. No la había tenido de niño y no la tendría ahora. Esos sueños eran para críos.
La mujer a la que le había entregado el corazón se lo había tirado a la cara.
Pero no podía dejar de darle vueltas a lo que había pasado.
Sí, Paula había salido huyendo por miedo, pero la verdad era que él no había hecho nada para aliviar sus miedos. Y también él le había escondido cosas, como sus visitas a la comisaría cuando era un adolescente. Tampoco él le había abierto su corazón del todo. ¿Sería posible que también tuviera miedos, que tampoco supiera si podía confiar en Paula del todo?
Pedro sacudió la cabeza, intentando aclarar sus pensamientos. Pero la idea de que también él fuera culpable de la situación estaba ahora grabada en su mente, junto con una imagen de su cara, esa dulce y sonriente cara que nunca podría olvidar.
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