martes, 5 de diciembre de 2017

COMPROMISO EN PRIMERA PLANA: CAPITULO FINAL




Era la primera vez que Paula pasaba un día de diario en Staten Island, pero imaginaba que a partir de aquel momento habría muchas «primeras veces» en su vida. Estaba en la puerta de la pizzeria Denino's, esperando a Pedro, más nerviosa que nunca, pero sabiendo que lo que tenía que proponerle era lo mejor para los dos.


—Un sitio muy interesante para encontrarnos.


Oh, esa voz, ¡cómo la había echado de menos! Pedro llevaba vaqueros y camisa blanca y tenía el mismo aspecto de siempre: alto, guapo y formidable.


—Pensé que te gustaba la pizza —intentó bromear Paula.


Los ojos azules se oscurecieron.


—¿Vas a contarme qué pasa? Has decidido no aceptar el trato.


—He dicho que firmaría los papeles —replicó ella.


—Me dan igual los papeles. Lo que quiero saber es por qué no quieres que te ayude a pagar los gastos de tu madre.


A Paula se le encogió el corazón dentro del pecho. Lo único que quería en ese momento era enterrar la cara en su cuello, pero no podía hacerlo.


—¿Por qué quieres ayudarme, Pedro? ¿Por qué no nos decimos adiós de una vez y seguimos cada uno con su vida?


—No puedo hacer eso.


—¿Por qué no?


—No soy esa clase de hombre —afirmó Pedro con seriedad.


—¿Seguro que ésa es la razón?


—¿Qué quieres decir? —preguntó él, apoyándose en la pared del restaurante.


—A lo mejor deseas cuidar de mí y de mi madre porque… me quieres.


—Paula…


—Me quieres como yo te quiero a ti y no quieres romper nuestro matrimonio, pero te sientes herido y lo entiendo. Te he hecho daño. Me asuste y salí corriendo.


—Me dejaste plantado sin que pudiera hablar contigo.


—Lo sé —dijo ella—. Y fue un error por mi parte, pero no creo que debamos romper por eso.


Pedro miró alrededor.


—¿Por qué estamos aquí?


—Esa historia que me contaste sobre tu niñera, cuando pasaste el mejor día de tu vida… pensé que deberíamos venir a Staten Island porque es lo único que sé de ti.


—¿Cómo dices?


—Digo que apenas nos conocemos, Pedro. Apenas sé nada sobre ti.


Él levantó una ceja.


—Nos casamos de una manera poco convencional, por decir algo —afirmó él.


—Y no hemos tenido tiempo para conocernos, es verdad. No sé nada de tu infancia o qué te ha hecho el hombre que eres. Y me he dado cuenta de que ésa es la razón por la que me siento tan insegura contigo. No sé nada sobre ti, sobre tu vida…


—En realidad, no es una gran historia —murmuró él.


Paula alargó una mano para tocar suavemente su cara.


—Me da igual. Te quiero.


—Yo también te quiero.


Los ojos de Paula se llenaron de lágrimas. Había querido oír esas palabras desde el primer día y escucharlas por fin era el mejor regalo, la mejor razón para tener esperanza.


—Me alegro mucho, porque quiero ofrecerte un nuevo trato —le dijo.


—¿Un nuevo trato?


Ella asintió, respirando profundamente para serenarse.


—Quiero ofrecerte mi amor, mi corazón, mi honestidad y mi compromiso para siempre.


Pedro tiró de ella, apretándola contra su pecho.


—¿Y qué puedo darte yo a cambio?


—Lo mismo —le aseguró Paula.


—Siento mucho no haberte contado lo de la policía y lo del fotógrafo en esa cena.


—No tienes que darme explicaciones…


—Sí, sí tengo que hacerlo —la interrumpió Pedro—. Mis padres, especialmente mi padre, siempre ha sido muy crítico conmigo. No tenemos una relación padre-hijo normal, ya te habrás dado cuenta.


—Sí, claro.


—Siempre me ha hecho sentir culpable por todo y no podía arriesgarme a que eso me pasara contigo, así que no te conté la verdad —Pedro apartó un mechón de pelo de su frente—. Estaba enamorándome de ti, pero me negaba a reconocerlo.


—¿Por qué no empezamos otra vez? —sugirió Paula—. Acepta el trato, Alfonso, y así podremos compartir historias y forjar un futuro.


Pedro la abrazó con fuerza.


—Te quiero. Me estaba volviendo loco sin ti.


—Yo también.


—No me he quitado la alianza. Según parece, soy un romántico.


—Entonces, yo también lo soy —rió ella—, porque yo tampoco me la he quitado.


Pedro buscó sus labios en un beso tierno que contenía todo su amor y la promesa de un futuro sincero y abierto.


—¿Quieres casarte conmigo otra vez? —le preguntó Pedro.


—Sí —dijo Paula, con lágrimas en los ojos.


—¿Por la iglesia esta vez?


—Sí, por supuesto.


Pedro volvió a besarla y esa vez el beso estaba lleno de pasión.


—¿Tienes hambre? ¿Quieres que tomemos una pizza?


—Tengo hambre, sí —asintió ella, rodeando su cintura con los brazos—. De pizza, de ti, de nuestra vida juntos y de esas turbadoras historias tuyas de cuando eras un chico malo.


Pedro sonrió. Ay, esos hoyitos…


—¿Por qué no empezamos por la pizza y seguimos luego hablando de la lista de cosas que tenemos que hacer para la boda? Serán muchas.


—Me parece muy bien —rió Paula, mientras entraban en Denino's.


Sí, estaba totalmente dispuesta a empezar otra vez. 


Tomando una pizza en Staten Island con el hombre de su vida: un clásico de Nueva York.




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