miércoles, 25 de octubre de 2017

NO TE ENAMORES: CAPITULO 3




La puerta de la librería se abrió en ese momento; y como siempre, sonó la marcha de John Philip Sousa. Paula sonrió. John Philip Sousa había nacido en Washington D.C., pero su padre no había elegido la marcha por ese motivo, sino porque se concentraba tanto en su trabajo, que a veces no se daba cuenta de que tenía un cliente. Al final, decidió instalar un sistema automático que reproducía el tema musical de Sousa cada vez que alguien entraba.


Silvana se giró hacia la puerta y miró al cliente con interés.


—Vaya, vaya, vaya… Fíjate en esa maravilla. Creo que me he enamorado.


—¡Oh, vamos…!


Paula se tragó sus palabras en cuanto vio al hombre. 


Parecía salido de una de sus fantasías eróticas. Era alto, moreno, e inmensamente atractivo. Un hombre de ojos verdes, hoyuelos en las mejillas y un cuerpo fantástico.


Le gustó tanto que se quedó sin aire. Pero Silvana no era tan tímida como ella; de hecho, se acercó al recién llegado y declaró, sonriendo:
—Menudo pedazo de hombre… ¿Qué eres, guapo? ¿Un amante de la Historia?


Él soltó una carcajada.


—Sí, eso es exactamente lo que soy.


—Y supongo que te interesará… La guerra civil.


—Silvana… —le advirtió Paula.


—Sólo estoy preguntando —dijo Silvana con tono inocente.


—Pues sí, también me interesa la guerra civil. Sé bastante de estrategia —ironizó el cliente—. Espero que no sea un problema…


—En absoluto —declaró Silvana—. Es que los amantes de la Historia tienen algo que…


Paula miró a su amiga con recriminación antes de preguntar:
—¿Estás buscando algo en concreto? ¿O sólo querías mirar?


—Sólo quería echar un vistazo —respondió él.


—Los libros y los mapas de la guerra civil están en el piso de arriba — le informó—. Si necesitas ayuda, llámame.


—Serás la primera persona a quien llame.


El cliente desapareció por las escaleras. En cuanto se quedaron a solas, Paula se giró hacia Silvana.


—¿Qué diablos estás haciendo?


—Divertirme un poco, nada más. Y tú también deberías divertirte — respondió—. Acaba de entrar un hombre impresionante y tú reaccionas como si fuera un cliente del montón. ¿Cuánto tiempo ha pasado desde la última vez que entró alguien por debajo de sesenta y cinco años? ¿En qué estás pensando, Pau?


—¡Por Dios, es un cliente…!


—No. Es un hombre atractivo que no lleva anillo de casado.


Paula también había notado la ausencia del anillo, pero no estaba dispuesta a admitirlo.


—No sé de qué estás hablando.


—¡Mentirosa! —declaró Silvana—. Te conozco desde que teníamos cuatro años… Pero no te quiero presionar; además, he quedado con John a cenar y tengo que irme.


Silvana le dio un abrazo y añadió:
—¡Ah! No hagas nada que yo no hiciera en tu lugar.


—¡Silvana!


Silvana rió y se marchó.




NO TE ENAMORES: CAPITULO 2





Silvana Green estornudó y arrugó la nariz por culpa del polvo que se levantaba al mover los mapas y documentos antiguos. Estaban tan sucios, como si nadie los hubiera limpiado en varios años.


—No sé cómo lo soportas, Pau —declaró—. Me dijiste que tu padre se desentendió de este sitio durante un par de años, pero tardarás décadas en limpiarlo.


—No exageres. Está bastante limpio —dijo Paula Chaves, mientras cambiaba los objetos del escaparate de la tienda.


—Sí, claro, y yo soy la reina de Saba… —se burló Silvana.


—Bueno, no puedes negar que he avanzado mucho.


Paula echó un vistazo a la librería que había heredado tres
meses antes, cuando su padre falleció de forma inesperada, y pensó que Silvana tenía razón. Aquel lugar era un desastre. 


Había empezado a limpiarlo y a organizarlo al día siguiente del entierro, pero a pesar del tiempo transcurrido, seguía siendo un caos.


De repente, sus ojos se llenaron de lágrimas.


—Tendría que haber pasado más tiempo con él…


—No te atrevas a sentirte culpable —la interrumpió Silvana, su amiga más antigua y su más feroz defensora—. Los estudios no te dejaban tiempo para nada, sin contar que además vivías con el hombre del que te habías enamorado. ¿Cuándo podías ver a tu padre? ¿Entre las dos y las tres de la madrugada? Pau, te recuerdo que vivías en California, no al otro lado de la calle.


Paula suspiró.


—Lo sé… Cuando mi padre quería verme, no tenía más remedio que cruzar medio país. Y se comportaba como si todo fuera bien. Ni siquiera me insinuó que estaba enfermo.


—Porque no quiso que lo supieras. Tu padre sabía que habrías dejado la universidad y se habría odiado a sí mismo por ello.


—Y lo más irónico de todo es que al final, Hugo y yo nos separamos y tuve que volver a casa de todas formas —declaró con una sonrisa de tristeza.


—Pero volviste después de conseguir tu licenciatura —le recordó.


—Es cierto. Al menos, mi padre murió sabiendo que había terminado los estudios… Fue un gran hombre y un gran padre. Y a pesar del estado de la librería, me dejó un negocio que adoro.


Silvana frunció el ceño.


—Me preocupa que te esfuerces demasiado, Pau. Últimamente no nos vemos nunca; trabajas día y noche. Estoy segura de que ni siquiera recuerdas la última vez que saliste con un hombre.


—Mi vida está llena de hombres…


—¿En serio? Nombra uno —la desafió.


—Abraham Lincoln, George Washington…


Silvana la miró con desaprobación.


—Estoy hablando en serio, Pau. Me preocupas.


—Entonces, despreocúpate. Me encuentro perfectamente bien.


—Deja que te presente a Baxter Townsend. ¡Ah…! Si no estuviera casada y profundamente enamorada de mi esposo…


—Y si no estuvieras embarazada de seis meses —ironizó Pau—. ¿O es que te has olvidado de mi futura ahijada?


Silvana sonrió y se llevó una mano al estómago.


—¿Cómo podría olvidarla? Se dedica a pegarme patadas todas las noches. Creo que va a ser jugadora de fútbol.


—Pues lo habrá heredado de John, porque tú no tienes ni un gramo de atleta en todo tu cuerpo —afirmó.


—Por supuesto que no; con el deporte se suda mucho. Pero a ti te encanta, Pau… De hecho, te llevarías maravillosamente con Baxter. Jugaba al tenis en la universidad.


—Silvana…


—Además, no se ha casado y gana un montón de dinero. Es todo un…


—No.


—¡Oh, vamos! Deja que te lo presente. Seríais una pareja perfecta.


Paula la miró con exasperación. La última vez que Silvana se había empeñado en presentarle a un hombre que teóricamente era perfecto para ella, el hombre en cuestión resultó ser un borracho con mal genio.


—¿Tengo que recordarte lo de Gus Dole?


Silvana fingió estremecerse.


—Eso es un golpe bajo, Pau… Pero está bien, sé que metí la pata con Gus; y ahora que lo pienso, Baxter tampoco te gustaría; es más bien pomposo. Pero estás malgastando la vida en esta librería llena de polvo y de cosas viejas. Tienes que salir de aquí.


—Ya salgo de aquí —se defendió—. Me voy fuera casi todos los fines de semana.


—Sí, claro, a ferias de coleccionistas donde conoces a hombres de alrededor de ochenta años que sólo están interesados en comprar algún objeto que perteneciera a Washington o a Jefferson o a quién sabe quién. Maldita sea… ¡tienes veintiocho años! Cuando tu padre te dejó la librería en herencia, no pretendía que te enterraras viva.


—Puede que no, pero tú misma has dicho que este lugar es un desastre. ¿Se te ocurre algún hombre que quiera quedarse conmigo y con la librería? Tendría que estar loco.


Silvana sonrió.


—No tendría que estar loco; bastaría con un hombre atractivo y seguro de sí mismo que prefiera leer sobre Thomas Jefferson antes que perder el tiempo con revistas de chicas. Eso no puede ser difícil de encontrar.


—Sí, bueno… —dijo Paula entre risitas—. Si es tan fácil y encuentras uno, dímelo.






NO TE ENAMORES: CAPITULO 1





La vieja taberna estaba llena de clientes bulliciosos con ganas de celebrar el Día de San Patricio. Pedro Alfonso, cuyo pelo negro y rizado estaba húmedo por la niebla que engullía Washington D.C., no se llevó ninguna sorpresa cuando observó que sus dos hermanos ya se habían sentado en su mesa favorita, junto al fuego de la chimenea. Los dos trabajaban en la esquina, y sólo habían tenido que caminar un poco para llegar al bar; en cambio, él se había visto obligado a cruzar toda la ciudad.


Damian lo vio avanzar entre la multitud y le dedicó una sonrisa, aunque en sus ojos azules, fríos como el hielo, no había ni rastro de humor.


—Ya era hora de que aparecieras… Hemos empezado sin ti —dijo, alzando su cerveza a modo de saludo.


—Te habíamos pedido una —declaró Leandro—, pero Damian pensó que no ibas a venir y se la está bebiendo.


—De todas formas, ya está caliente —se defendió Damian—. Pero si quieres un trago…


Pedro rió.


—No, gracias. Pediré otra.


Pedro hizo un gesto a una de las camareras, se sentó en el banco de madera, entre sus dos hermanos, y arqueó una ceja.


—¿Y bien? ¿Lo habéis traído?


Damian y Leandro no necesitaron preguntar a qué se refería.


Cada uno sacó un papel que dejó sobre la mesa; después, Pedro se llevó una mano al bolsillo interior de la chaqueta y puso su documento junto a los otros.


—Casi damos lástima… —dijo Leandro, mientras la camarera les servía otra ronda—. Tres hermanos y los tres nos divorciamos en un lapso de seis meses. ¿Quién lo habría imaginado?


—Tú deberías habértelo imaginado —intervino Pedro—. Por lo menos, en tu caso… A fin de cuentas, nunca has creído en el matrimonio. Ni siquiera sé cómo se las arregló Juana para arrastrarte al altar.


—Sí, eso es cierto, no dejabas de repetir que el matrimonio era antinatural —le recordó Damian—. Y de repente, nos invitaste a tu boda.


Leandro se encogió de hombros. Sus ojos verdes brillaron con expresión compungida.


—¿Qué puedo decir? Supongo que fue demencia transitoria. Pero he aprendido la lección de la peor forma posible.


—No eres el único, hermano —dijo Pedro—. Aunque tuviste suerte… Tú no te enamoraste de una mentirosa.


Damian y Leandro intercambiaron una mirada que irritó a Pedro.



—Conozco esa mirada —les advirtió—. Sois tan malos como mamá… Que no quiera volverme a casar, no significa que esté amargado; sólo significa que no soy estúpido.


Leandro sonrió y alzó las manos en gesto de rendición.


—Descuida, yo estoy de acuerdo contigo. Nuestra madre no crió idiotas.


—No, sólo a tres policías con mal gusto en materia de mujeres — ironizó Damian entre risas—. Habría sido mejor que criara idiotas.


—Por los tres títeres —brindó Damian con malicia.


—De títeres, nada —protestó Leandro—. Por los tres mosqueteros.


—Porque nunca nos volvamos a casar —dijo Pedro.


—Amén —sentenciaron sus hermanos.


Sin más ceremonias, alcanzaron las licencias matrimoniales y las arrojaron al fuego para celebrar el segundo aniversario de sus divorcios.


En cuestión de segundos, los tres papeles y sus recuerdos asociados se convirtieron en cenizas.





NO TE ENAMORES: SINOPSIS






Su primera norma era no enamorarse nunca de una
sospechosa…


El agente especial Pedro Alfonso no iba a permitir que la
belleza de Paula Chaves le hiciera olvidar sus
obligaciones. Su aspecto inocente no significaba que fuera
incapaz de cometer un delito. Y después de vigilarla
durante varias semanas, casi se había convencido de que el
caso que estaba investigando era lo único que le
importaba. Sin embargo, cuando el caso puso a Paula
en peligro, ya no pudo negar que sus obligaciones se
habían transformado en deseo.





martes, 24 de octubre de 2017

NOVIA A LA FUERZA: CAPITULO FINAL






―No me digas que no disfrutaste de lo que hicimos anoche —dijo Pedro—. No me digas que no fue lo que querías… lo que todavía quieres. Permíteme…


Paula quería gritar que no, pero no pudo hacerlo ya que el beso que le dio él se lo impidió.


Durante un momento cedió. Quería aquel beso, lo deseaba desesperadamente y aunque le rompió su herido corazón, no pudo contenerse, no pudo evitar responderle con todo su amor y pasión.


Al sentir aquello, Pedro la abrazó y comenzó a besarla con la fuerza de una pasión primitiva.


Ella se permitió disfrutar de aquel placer agridulce durante unos segundos… sólo durante unos segundos. Muy pronto, aquel placer se convirtió en algo demasiado parecido a la agonía. Reuniendo toda su fuerza, lo empujó por el pecho tan fuertemente como pudo para lograr que dejara de besarla. Al separarse de él, no fue capaz de mirarlo a los ojos, ya que sabía que éstos debían reflejar un gran enfado.


—¡No! —espetó, desesperada—. Lo que ocurrió anoche fue… divertido. Disfruté, sí. Pero el matrimonio no se basa sólo en eso.


—Fue algo más que divertido —contestó Pedro con la respiración agitada—. Es lo que quiero de un matrimonio. Y quiero más.


Paula tuvo que admitir ante sí misma que ella también, por lo que no comprendió por qué estaba poniendo tanta resistencia.


—Yo también quiero más —admitió—. Estoy preparada a compartir tu cama. De hecho, lo disfrutaré, pero no me voy a casar contigo.


La expresión de la cara de él cambió por completo, reflejó su negativa ante aquello.


—O te casas conmigo o nada —retó.


—¿Por qué insistes tanto en el matrimonio? —preguntó ella.


—Ya sabes por qué. Quiero hijos… herederos. Y te quiero a ti.


Paula sintió como si el corazón se le rompiera en mil pedazos dentro del pecho.


—¿Qué más quieres? —exigió saber él—. No me pidas algo que no te puedo dar.


—¿Matrimonio o nada? —dijo ella con tristeza—. Entonces me temo que tiene que ser nada.


Si él hubiera discutido aquello, Paula sabía que se habría derrumbado. Pero Pedro no trató de hacerlo. En vez de ello, la miró a la cara y a continuación salió de la cocina. Ella se quedó paralizada en medio de la sala. Oyó cómo él subió a la planta de arriba para tomar sus zapatos y cómo bajó al poco rato. Entonces observó cómo agarró su abrigo del perchero y cómo se dirigió hacia la puerta de la casa sin decir ni una palabra.


—Adiós —dijo al abrir la puerta—. Adiós, Paula.


Ella no fue capaz de contestarle. Los ojos se le llenaron de lágrimas y parpadeó para ser capaz de verlo marchar. 


Impresionada, vio cómo él vaciló para después detenerse.


—No puedo… —dijo.


—Tú… ¿no puedes qué? —le preguntó ella.


Despacio, Pedro se dio la vuelta para mirarla y Paula apenas pudo reconocer su cara debido a la tensión que ésta reflejaba.


—No me pidas que me marche. No puedo hacerlo.


—¿Por qué no puedes hacerlo? —logró preguntarle ella.


—No te puedo dejar —respondió él.


Pedro… —comenzó a decir Paula, pero él levantó una mano para silenciarla.


—No… permíteme. Te daré respuestas. No sé si son las respuestas que quieres, pero son las que tengo. Por favor, escucha y después…


Pedro dejó de hablar como si se sintiera incapaz de decir qué ocurriría después. El hecho de que aquel hombre, que siempre parecía tan tranquilo y en control de toda la situación, no supiera qué decir, provocó que ella se quedara paralizada y que esperara a que él encontrara las palabras necesarias para continuar hablando.


—Dime —dijo con dulzura, consciente de que no había nada más que pudiera decir.


—Hace una semana tenia mi vida completamente planeada —explicó él—. Se suponía que me iba a casar con una mujer que me iba a ofrecer todo lo que yo quería… todo lo que pensé que necesitaba. Tenía todo bajo control… Sabía que funcionaría. Natalie y yo constituíamos un contrato muy bien planeado. Yo la hubiera tratado bien y no le habría faltado de nada. Pero entonces…


Pedro vaciló y se pasó las manos por el pelo. Tenía la mirada perdida.


—Entonces, durante la cena que se celebró antes de la boda, conocí a otra persona. La hermana de mi futura esposa… —continuó, mirando a una impresionada Paula a los ojos—. Me impactaste, bueno, hiciste más que eso. No podía apartar la mirada de ti.


—¿En aquel momento? —preguntó ella, turbada.


—Sí, en aquel momento —confirmó Pedro—. Me habían dicho que Natalie era la guapa y que tú no tenías estilo, que eras un ratón de biblioteca. Pero al verte, yo no estuve de acuerdo con eso. Vi a alguien que me intrigaba, alguien que me miraba a los ojos y mantenía mi mirada. Alguien que…


Él dejó de hablar y suspiró. Agitó la cabeza al recordar todo aquello.


—Alguien a quien me tenía que quitar de la cabeza si iba a seguir adelante con mis planes. Si me dejaba llevar por la atracción que sentía hacia ti, si perdía el control, todo se hubiera echado a perder. Pero el día de mi boda las cosas no salieron como las había planeado. Y al final de aquel día, no había sido sólo una chica Chaves la que había huido de mí, sino dos.


—Lo siento… —terció Paula, percatándose de la manera en la que la estaba mirando él.


Con una inesperada luz en los ojos.


—Vosotras dos huisteis de mí, pero sólo había una que me importaba. Sólo había una que no me podía quitar de la cabeza. Cuando me dijiste que Natalie no iba a presentarse a la boda, que me había abandonado, me puse furioso. Sentí mi orgullo herido, pero estaba decidido a no mostrar mis sentimientos.


—Por eso quisiste seguir adelante con la celebración del banquete.


—Efectivamente —concedió Pedro—. Todo iba a celebrarse según lo planeado. Nadie me iba a ver mostrando ninguna reacción… menos aún la familia de la mujer con la que se suponía que me iba a haber casado. Tenía otro plan reservado.


—¿Yo?


—Sí —confirmó él—. Pensé que tú estabas involucrada en todo desde el principio, que sabías lo de tu padre…


—¡Pero no lo sabía! —aseguró Paula—. Te lo juro…


—Ahora ya lo sé, pero en aquel momento no estaba pensando con mucha claridad. Estaba enfadado… y quería que alguien pagara por lo que había pasado. Y pensé que esa persona serías tú. Pero entonces tú también huiste de mí y repentinamente todo cambió. La deserción de Natalie me hirió el orgullo y me dejó con el sentimiento de haber sido utilizado. Cuando tú te fuiste, te eché de menos. No podía dejar de pensar en ti; quería que regresaras. Hubiera hecho lo que fuera para que hubieras vuelto… incluso venir hasta aquí para exigirte que ocuparas el lugar de tu hermana.


—Trayendo contigo el par de zapatos más incómodos que jamás me haya puesto —comentó ella, riéndose levemente.


—Esos zapatos te estaban destrozando los pies. No puedo comprender cómo pudiste siquiera ponerte de pie con ellos —respondió él, dejando claro que se preocupaba por ella—. Te eché de menos, Paula. Te deseaba. No podía seguir adelante sin ti. Pero no sabía qué me estaba pasando. No comprendía cómo me sentía. No sabía qué era.


Paula pensó que desde luego que no. Sintió cómo le dio un vuelco el corazón ante la confusión de Pedro. No comprendía cómo podía él reconocer el amor si no sabía lo que era.


—Cuando te dije que no creía en el amor, lo que quise decir fue que no sabía cómo hacerlo… cómo amar —continuó Pedro—. Ni siquiera pensaba que existía, por lo que no sabía lo que estaba sintiendo. Nadie antes me había hecho sentir de aquella manera. Pensé que era sólo deseo… te deseaba más que a ninguna otra mujer que jamás haya conocido. Y eso ya era suficientemente malo. Pero entonces…


—¿Entonces… qué?


—Entonces me preguntaste acerca de las cicatrices que tengo en la espalda… y te hablé de mi madre. Por primera vez en mi vida le hablé a alguien de mi madre.


Paula se quedó sin aliento y observó cómo él se acercó a ella.


—Y cuando he tratado de marcharme justo ahora… cuando has dicho que no te casarías conmigo… no he podido. No he podido alejarme de ti porque me he dado cuenta de que lo que sentí el día de la boda cuando te alejaste de mí no era algo nuevo. Era un sentimiento que ya había experimentado una vez… cuando mi madre me abandonó. Y entonces comprendí por qué no te querías casar conmigo.


Ella respiró profundamente antes de comenzar a hablar.


—Permíteme que te explique por qué… —dijo, pero dejó de hablar al percatarse de que Pedro se había acercado aún más a ella y de que le había tomado las manos.


—No… permíteme que te lo explique yo a ti —pidió él—. Porque creo que ahora comprendo. No aceptaste casarte conmigo porque yo dije que o el matrimonio o nada. Y no te estaba ofreciendo nada… nada que tú quisieras. Quería casarme contigo porque quería tenerte… abrazarte… quería mantenerte a mi lado y asegurarme de que nunca huirías de nuevo. Sobre eso me he comportado de una manera tan mala como mi madre… como tu padre. Pensé que podría controlarte, que podría hacer que hicieras lo que yo quería. Pero lo que debí haberte ofrecido era lo único que hubiera hecho que te quedaras a mi lado para siempre, si hubieras querido.


Pedro hizo una pausa y la miró directamente a los ojos. 


Paula sintió como si se le hubieran derretido las piernas al percatarse de las poderosas emociones que se estaban apoderando de él. Pero necesitaba que se lo dijera.


—Tú querías mi amor… —continuó él.


—Oh, Pedro


—Pero yo no podía reconocer lo que estaba sintiendo, así que… ¿cómo iba a decírtelo? Hasta que me di cuenta de que, si no lo decía, me tenía que marchar. Y no podía marcharme… Paula… Lo que he dicho…


—A mí me parece que es algo muy parecido al amor —logró decir ella—. Y lo sé porque eso mismo es lo que yo también he estado sintiendo.


—¿Sí? —preguntó Pedro.


La expresión de su cara había cambiado completamente. 


Sus ojos reflejaron un cálido brillo y le agarró las manos con más fuerza. La atrajo hacia sí, la apoyó contra su musculoso cuerpo… el único lugar en el mundo donde ella quería estar.


—¿Me amas? —quiso saber él.


—Te amo —aseguró Paula—. Te amo con todo mi corazón, con cada célula de mi cuerpo. Sin tu amor no podría afrontar un futuro contigo, pero existiendo amor de tu parte tú eres todo el futuro que necesito.


—¿Te casarás conmigo? ¿Te casaras conmigo y serás mi amante? Y ahora que ya sé que lo que siento es amor… ¿me permitirás amarte durante el resto de tu vida?


—No puedo pensar en nada que deseara más. Sí, Pedro, me casaré contigo… y juntos aprenderemos lo maravilloso que puede llegar a ser el amor cuando es recíproco. Cuando dos se convierten en uno.


Ella suspiró de alegría y, al abrazarla él, levantó la cara para besarla. Se dieron un profundo y apasionado beso, un beso extraordinario.


Tras ellos, la puerta de la casa se cerró. Se quedaron allí, en su propio y privado mundo, donde lo único que necesitaban era tenerse el uno al otro… y el amor que habían construido entre ambos.