miércoles, 25 de octubre de 2017
NO TE ENAMORES: CAPITULO 1
La vieja taberna estaba llena de clientes bulliciosos con ganas de celebrar el Día de San Patricio. Pedro Alfonso, cuyo pelo negro y rizado estaba húmedo por la niebla que engullía Washington D.C., no se llevó ninguna sorpresa cuando observó que sus dos hermanos ya se habían sentado en su mesa favorita, junto al fuego de la chimenea. Los dos trabajaban en la esquina, y sólo habían tenido que caminar un poco para llegar al bar; en cambio, él se había visto obligado a cruzar toda la ciudad.
Damian lo vio avanzar entre la multitud y le dedicó una sonrisa, aunque en sus ojos azules, fríos como el hielo, no había ni rastro de humor.
—Ya era hora de que aparecieras… Hemos empezado sin ti —dijo, alzando su cerveza a modo de saludo.
—Te habíamos pedido una —declaró Leandro—, pero Damian pensó que no ibas a venir y se la está bebiendo.
—De todas formas, ya está caliente —se defendió Damian—. Pero si quieres un trago…
Pedro rió.
—No, gracias. Pediré otra.
Pedro hizo un gesto a una de las camareras, se sentó en el banco de madera, entre sus dos hermanos, y arqueó una ceja.
—¿Y bien? ¿Lo habéis traído?
Damian y Leandro no necesitaron preguntar a qué se refería.
Cada uno sacó un papel que dejó sobre la mesa; después, Pedro se llevó una mano al bolsillo interior de la chaqueta y puso su documento junto a los otros.
—Casi damos lástima… —dijo Leandro, mientras la camarera les servía otra ronda—. Tres hermanos y los tres nos divorciamos en un lapso de seis meses. ¿Quién lo habría imaginado?
—Tú deberías habértelo imaginado —intervino Pedro—. Por lo menos, en tu caso… A fin de cuentas, nunca has creído en el matrimonio. Ni siquiera sé cómo se las arregló Juana para arrastrarte al altar.
—Sí, eso es cierto, no dejabas de repetir que el matrimonio era antinatural —le recordó Damian—. Y de repente, nos invitaste a tu boda.
Leandro se encogió de hombros. Sus ojos verdes brillaron con expresión compungida.
—¿Qué puedo decir? Supongo que fue demencia transitoria. Pero he aprendido la lección de la peor forma posible.
—No eres el único, hermano —dijo Pedro—. Aunque tuviste suerte… Tú no te enamoraste de una mentirosa.
Damian y Leandro intercambiaron una mirada que irritó a Pedro.
—Conozco esa mirada —les advirtió—. Sois tan malos como mamá… Que no quiera volverme a casar, no significa que esté amargado; sólo significa que no soy estúpido.
Leandro sonrió y alzó las manos en gesto de rendición.
—Descuida, yo estoy de acuerdo contigo. Nuestra madre no crió idiotas.
—No, sólo a tres policías con mal gusto en materia de mujeres — ironizó Damian entre risas—. Habría sido mejor que criara idiotas.
—Por los tres títeres —brindó Damian con malicia.
—De títeres, nada —protestó Leandro—. Por los tres mosqueteros.
—Porque nunca nos volvamos a casar —dijo Pedro.
—Amén —sentenciaron sus hermanos.
Sin más ceremonias, alcanzaron las licencias matrimoniales y las arrojaron al fuego para celebrar el segundo aniversario de sus divorcios.
En cuestión de segundos, los tres papeles y sus recuerdos asociados se convirtieron en cenizas.
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