miércoles, 25 de octubre de 2017

NO TE ENAMORES: CAPITULO 2





Silvana Green estornudó y arrugó la nariz por culpa del polvo que se levantaba al mover los mapas y documentos antiguos. Estaban tan sucios, como si nadie los hubiera limpiado en varios años.


—No sé cómo lo soportas, Pau —declaró—. Me dijiste que tu padre se desentendió de este sitio durante un par de años, pero tardarás décadas en limpiarlo.


—No exageres. Está bastante limpio —dijo Paula Chaves, mientras cambiaba los objetos del escaparate de la tienda.


—Sí, claro, y yo soy la reina de Saba… —se burló Silvana.


—Bueno, no puedes negar que he avanzado mucho.


Paula echó un vistazo a la librería que había heredado tres
meses antes, cuando su padre falleció de forma inesperada, y pensó que Silvana tenía razón. Aquel lugar era un desastre. 


Había empezado a limpiarlo y a organizarlo al día siguiente del entierro, pero a pesar del tiempo transcurrido, seguía siendo un caos.


De repente, sus ojos se llenaron de lágrimas.


—Tendría que haber pasado más tiempo con él…


—No te atrevas a sentirte culpable —la interrumpió Silvana, su amiga más antigua y su más feroz defensora—. Los estudios no te dejaban tiempo para nada, sin contar que además vivías con el hombre del que te habías enamorado. ¿Cuándo podías ver a tu padre? ¿Entre las dos y las tres de la madrugada? Pau, te recuerdo que vivías en California, no al otro lado de la calle.


Paula suspiró.


—Lo sé… Cuando mi padre quería verme, no tenía más remedio que cruzar medio país. Y se comportaba como si todo fuera bien. Ni siquiera me insinuó que estaba enfermo.


—Porque no quiso que lo supieras. Tu padre sabía que habrías dejado la universidad y se habría odiado a sí mismo por ello.


—Y lo más irónico de todo es que al final, Hugo y yo nos separamos y tuve que volver a casa de todas formas —declaró con una sonrisa de tristeza.


—Pero volviste después de conseguir tu licenciatura —le recordó.


—Es cierto. Al menos, mi padre murió sabiendo que había terminado los estudios… Fue un gran hombre y un gran padre. Y a pesar del estado de la librería, me dejó un negocio que adoro.


Silvana frunció el ceño.


—Me preocupa que te esfuerces demasiado, Pau. Últimamente no nos vemos nunca; trabajas día y noche. Estoy segura de que ni siquiera recuerdas la última vez que saliste con un hombre.


—Mi vida está llena de hombres…


—¿En serio? Nombra uno —la desafió.


—Abraham Lincoln, George Washington…


Silvana la miró con desaprobación.


—Estoy hablando en serio, Pau. Me preocupas.


—Entonces, despreocúpate. Me encuentro perfectamente bien.


—Deja que te presente a Baxter Townsend. ¡Ah…! Si no estuviera casada y profundamente enamorada de mi esposo…


—Y si no estuvieras embarazada de seis meses —ironizó Pau—. ¿O es que te has olvidado de mi futura ahijada?


Silvana sonrió y se llevó una mano al estómago.


—¿Cómo podría olvidarla? Se dedica a pegarme patadas todas las noches. Creo que va a ser jugadora de fútbol.


—Pues lo habrá heredado de John, porque tú no tienes ni un gramo de atleta en todo tu cuerpo —afirmó.


—Por supuesto que no; con el deporte se suda mucho. Pero a ti te encanta, Pau… De hecho, te llevarías maravillosamente con Baxter. Jugaba al tenis en la universidad.


—Silvana…


—Además, no se ha casado y gana un montón de dinero. Es todo un…


—No.


—¡Oh, vamos! Deja que te lo presente. Seríais una pareja perfecta.


Paula la miró con exasperación. La última vez que Silvana se había empeñado en presentarle a un hombre que teóricamente era perfecto para ella, el hombre en cuestión resultó ser un borracho con mal genio.


—¿Tengo que recordarte lo de Gus Dole?


Silvana fingió estremecerse.


—Eso es un golpe bajo, Pau… Pero está bien, sé que metí la pata con Gus; y ahora que lo pienso, Baxter tampoco te gustaría; es más bien pomposo. Pero estás malgastando la vida en esta librería llena de polvo y de cosas viejas. Tienes que salir de aquí.


—Ya salgo de aquí —se defendió—. Me voy fuera casi todos los fines de semana.


—Sí, claro, a ferias de coleccionistas donde conoces a hombres de alrededor de ochenta años que sólo están interesados en comprar algún objeto que perteneciera a Washington o a Jefferson o a quién sabe quién. Maldita sea… ¡tienes veintiocho años! Cuando tu padre te dejó la librería en herencia, no pretendía que te enterraras viva.


—Puede que no, pero tú misma has dicho que este lugar es un desastre. ¿Se te ocurre algún hombre que quiera quedarse conmigo y con la librería? Tendría que estar loco.


Silvana sonrió.


—No tendría que estar loco; bastaría con un hombre atractivo y seguro de sí mismo que prefiera leer sobre Thomas Jefferson antes que perder el tiempo con revistas de chicas. Eso no puede ser difícil de encontrar.


—Sí, bueno… —dijo Paula entre risitas—. Si es tan fácil y encuentras uno, dímelo.






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