jueves, 12 de octubre de 2017
PLACER: CAPITULO 13
—Papá, tenemos que hablar —dijo Pedro seriamente.
—Mirad, mejor os dejo a solas. Sé que tenéis mucho de qué hablar, sobre todo con lo del tema de la candidatura —intervino Marcos incómodo.
—Gracias por la visita —respondió Ramon con la cabeza en otra parte.
Blackburn se puso el sombrero y se despidió.
—Cuídate y ya hablaremos de lo de la tierra —le dijo a Pedro antes de marcharse.
—Gracias, Marcos, ya nos vemos —respondió Pedro.
Marcos se marchó.
—Vamos dentro. Tu madre quería verte. Creo que ha preparado el almuerzo —dijo Ramon.
—¿Mamá cocinando?
—Hannah está de vacaciones y tu madre pensó que te pasarías y que tendrías hambre.
Cuando entraron en la cocina, Eva los miró y sonrió. Se acercó a su hijo y le dio un suave pellizco en el carrillo.
Al igual que su padre, no aparentaba la edad que tenía.
Aquella mujer rubia y esbelta seguía siendo una belleza. No obstante, siempre tenía un gesto antipático.
—Estás extrañado, ¿verdad? —le preguntó Eva a Pedro mientras colocaba la comida en la mesa.
—La verdad es que sí. ¿Cuánto tiempo hace desde la última vez que cocinaste?
—Si no te importa, prefiero no hacer la cuenta —repuso ella molesta.
—Toma un plato y come, hijo, después hablaremos —dijo Ramon.
A Pedro se le habían quitado las ganas de comer con el comentario que había hecho su padre sobre la boda. El estómago se le había cerrado, a pesar de que olía estupendamente. No obstante, no quería herir los sentimientos de su madre, así que se sirvió un plato y comió todo cuanto pudo.
Después recogieron la mesa y se sentaron a tomar el café recién hecho.
—¿He hablado de más y he metido la pata antes delante de Blackburn? —preguntó Ramon a Pedro.
—Pues sí —contestó su hijo sin más preámbulos.
—¿Qué ha pasado? —preguntó Eva mirándolos alternativamente. Ramon le contó lo que había sucedido y ella fijó la mirada en su hijo—. No veo nada de malo en lo que ha dicho tu padre. Piensas casarte con Olivia, ¿o no? —prosiguió sin dejar espacio para que Pedro la contestara—. Aunque estoy un poco extrañada de que no le hayas regalado aún el anillo de pedida y de que no hayáis fijado una fecha.
Pedro tomó aire haciendo un esfuerzo por no dejarse llevar por el mal genio.
—El matrimonio no está entre mis planes. Al menos por ahora —probablemente nunca lo estaría, pero no quería echar más leña al fuego.
—¿Y por qué no? —preguntó Eva en un tono irritado—. Tener una esposa te convertiría en un candidato más adecuado. Y sin lugar a dudas, Olivia es la esposa perfecta.
—¿No crees que esa decisión la tendré que tomar yo, madre? —preguntó él enfadado.
—¿Y qué hay de la tierra? Pensaba que querías aumentar tus cabezas de ganado.
—Y quiero hacerlo, papá —contestó con la yugular cada vez más hinchada.
¿Por qué no dejaban de meterse en su vida? Quizás fuese porque era hijo único. Pero no había excusas. No les iba a permitir que vivieran su vida por él.
—Mira, Art y yo estamos haciendo un plan de cómo organizar mejor la tierra que ya tengo. Todavía no está preparado, pero vamos por buen camino —añadió Pedro.
—¿Y por qué haces eso si te están ofreciendo unas tierras espléndidas en bandeja de plata? —preguntó Eva en un tono desagradable.
—Porque no estoy preparado para casarme con Olivia.
—Por el tono de voz con el que lo dices, parece que no vas a estar preparado en la vida —dijo Eva
—Es muy probable —añadió Pedro.
Sus padres se miraron y después lo miraron a él.
—¿Es porque ella ha vuelto? —preguntó Eva.
—No. No es porque Paula haya vuelto —repuso disgustado.
Otra vez estaban con la misma canción.
—Es que no consigo entenderte, Pedro —se quejó Eva. Pedro no quería responder al envite y se calló—. Sabes que nos preocupamos por ti. Deberías respetarnos —prosiguió Eva.
—Tu madre tiene razón, hijo. No estás siendo justo con nosotros —añadió Ramon.
Pedro se puso de pie de repente.
—El hecho de que Paula haya venido a visitar a su madre enferma no tiene nada que ver con vosotros —afirmó.
Su madre lo miró.
—No sé cómo le has podido dejar que ponga de nuevo los pies en tu casa después de lo que te hizo —dijo Eva.
—Madre, déjalo estar. Ya te he dicho que Paula está fuera de esta conversación —advirtió. Pero era como hablar a una pared porque su madre prosiguió.
—Todavía no nos has dicho cuánto tiempo se piensa quedar.
—¡Madre!
Eva se llevó las manos al pecho como si se sintiera ofendida.
—Yo creo que mi preocupación es bien legítima —dijo Eva.
—Va a reemplazar a su madre como ama de llaves —soltó Pedro. Antes o después tenía que dejar caer la bomba.
Ramon y Eva soltaron un suspiro al mismo tiempo. Después los dos empezaron a hablar a la vez de tal forma que no se les entendía a ninguno. Pedro levantó la mano.
—No digáis ni una palabra más, ninguno de los dos. La decisión está tomada y no la voy a cambiar.
—Por el mero hecho de que eres mi hijo esperaba más de ti —sentenció Eva.
—Siento decepcionarte.
—Me han dicho que tiene un hijo —añadió la madre.
—Sí, tiene un hijo —confirmó Pedro encogiéndose de hombros.
—No me la puedo imaginar con una criatura.
Aquélla era la gota que colmaba el vaso. Pedro sintió cómo una oleada de rabia le subía a la cabeza. Pero logró controlarse y no se echó al cuello de su propia madre.
—Se llama Teo.
—Así que lo ha traído con ella —dijo Eva.
—Sí —repuso Pedro secamente.
—Esa mujer ya no te importa, ¿verdad? —preguntó Eva utilizando un tono más suave. Ya había presionado bastante a su hijo.
—No. Pero si no vamos a cambiar de tema de conversación yo me marcho, ¿de acuerdo?
Eva suspiró y miró a su marido, quien se encogió de hombros asumiendo que no tenían otra posibilidad.
—Bueno, papá, ¿entonces de verdad piensas que tengo oportunidades en el Senado si decido lanzarme al ruedo político? —preguntó Pedro.
—Pues claro. Dan Elliot ha perdido popularidad entre sus electores, así que tú tienes muchas posibilidades de ser nominado, incluso de ser elegido —afirmó Ramon con el rostro iluminado.
—Supongo que el paso que tenemos que dar ahora será convocar un encuentro informal con los posibles apoyos y tantear la situación —añadió Pedro mientras se acariciaba la barbilla.
—Ahora estamos sólo al principio, hijo, pero una vez que ganes ese puesto en el Senado, seguramente conocerás la adicción al poder y no podrás evitar seguir escalando puestos en tu carrera —dijo Eva.
—Para un momento, mamá. Ni siquiera estoy completamente seguro de querer iniciar dicha carrera.
—Creo que podríamos empezar celebrando una barbacoa —continuó Eva.
—Eso está muy visto, es lo típico, aunque supongo que es un buen comienzo —dijo Pedro.
—Necesitas que Monica... —Eva se calló un instante—. Oh, cariño, se me había olvidado que está fuera de juego.
—No hay problema. Hay una persona que desempeña su trabajo —contestó Pedro.
Eva puso cara de disgusto.
—Bueno, dudo mucho de que Paula sea capaz de...
—¡Madre!
—Perdón —dijo ella cerrando la boca.
Pedro sabía que las disculpas no eran sinceras y que su madre iba a seguir haciendo referencias al tema. De repente sintió la urgencia de salir de aquella casa. No quería perder los nervios y acabar diciendo cosas de las que pudiera arrepentirse. Tampoco tenía ningún interés en defender a Paula, a pesar de que le molestaba que sus padres la convirtieran en blanco de todas sus críticas.
—Bueno, me tengo que ir —dijo poniéndose de pie—. Gracias por el almuerzo. Ya hablamos.
Cuando se quiso dar cuenta estaba junto a la furgoneta. Dio un golpe en el techo. Se había puesto triste.
miércoles, 11 de octubre de 2017
PLACER: CAPITULO 12
Pedro no había podido callarse la boca.
Las palabras se le habían escapado. No había debido interferir en los planes de Paula de llevar al niño a la guardería. Lo último que quería era encariñase de aquel chaval.
Cuando se quiso dar cuenta, casi había llegado a casa de sus padres. Agitó la cabeza con el objetivo de aclarar su mente. Paula era venenosa y tenía que dejar de pensar en ella, dejar de desearla. En casa de sus padres tendría que mantenerse en guardia, eran demasiado inquisitivos y lo que resultaba más peligroso era su intuición.
A ellos nunca les había gustado Paula y lo habían dejado claro. Sin embargo a Pedro nunca le había importado. A él sí que le había gustado Paula. La había amado y se habría casado con ella si no lo hubiera abandonado.
Pedro sintió cómo se le envenenaba la sangre. Se forzó en concentrarse en la conducción. Estaba en la rotonda que estaba frente a la calle de sus padres y en aquel momento justamente su padre se estaba asomando al porche.
El padre de Olivia, Marcos Blackburn, también salió. Pedro aparcó la furgoneta y apagó el motor.
Pedro no tenía nada en contra de los Blackburn, salvo que se pensaban que eran los mejores. No obstante, aquélla era una característica común a todas las familias pudientes de la ciudad.
—Hola, hijo, ¡qué puntualidad! —dijo Ramon Alfonso.
Era un hombre de unos sesenta años que todavía conservaba un buen porte. Tenía el pelo canoso y unos ojos azules que habían conquistado a más de una mujer. Pero, por lo que sabía Pedro, él siempre había sido fiel a su esposa. Parecían adorarse el uno al otro.
—¿Qué tal, papá? —preguntó Pedro, Después miró al padre de Olivia. Tenía más de sesenta años y en él sí se notaba el paso del tiempo. Tenía barriga y unas profundas arrugas marcaban su rostro. Sin embargo, lo más desagradable de aquel hombre era que siempre tenía cara de pocos amigos.
—Hola, chaval. Tu padre y yo estamos llegando a un acuerdo que te concierne —dijo el hombre. Aunque estaba sonriendo, no era una sonrisa sincera. Pedro le tendió la mano y después le dio una palmada en la espalda a su padre.
—¿De qué estáis hablando? —preguntó.
Ramon sonrió y cuando fue a abrir la boca, Marcos lo interrumpió.
—No, deja que sea yo quien se lo diga.
—Adelante —dijo Ramon.
—¿Que me digas el qué? —preguntó Pedro.
—He decidido dar un paso adelante y cederle a Olivia esa parcela de tierra que linda con la tuya.
Pedro estuvo a punto de decir que se alegraba mucho por Olivia, pero se mordió la lengua.
—Estupendo, pero ¿qué relación tiene eso conmigo?
Ramon y Marcos se miraron desconcertados y después miraron a Pedro.
—¿Qué pasa? —preguntó Pedro. La presión que sentía le inquietó.
—Tiene toda la relación del mundo contigo, hijo, porque te vas a casar con Olivia.
Pedro se quedó boquiabierto.
PLACER: CAPITULO 11
—Mamá, las tortitas están deliciosas.
—Me alegro, cariño, ¿pero no crees que ya has comido bastantes? —preguntó Paula sonriendo a su hijo—. Cinco son muchas, incluso para un niño que está creciendo. Anda, termínate la leche.
—Tus tortitas saben igual que las de la abuela.
Paula se dio cuenta de que la cara del niño estaba pringada de sirope y de mantequilla así que tomó un paño, lo humedeció y lo limpió.
Teo se quejó.
—No te muevas. No puedes ir a la guardería así de sucio.
—No estoy sucio.
—Sí que lo estás. Corre a lavarte los dientes que nos vamos a ir ya —dijo Paula.
—¿Dónde se va?
La voz profunda de Pedro sorprendió a Paula, quien no lo había oído entrar. Su corazón se sobresaltó, así que tomó aire y lo miró.
Debía de acabar de salir de la ducha, porque aún tenía el pelo húmedo y ligeramente ondulado. Paula sintió la tentación de acariciar aquel cabello.
—Hola, Pedro —dijo el niño.
Las palabras de Teo devolvieron a Paula a la realidad.
—Se llama señor Alfonso —le dijo.
—No pasa nada. Prefiero que me llame Pedro.
—Está bien —contestó Paula.
—Me gustan mucho tus caballos y tus vacas —dijo Teo—. Me encantaría montar en uno de los caballos.
—Teo —dijo Paula a modo de reprimenda.
—No he hecho nada malo, mami —murmuró el niño.
—Pues claro que no has hecho nada malo. ¿Qué te parece si te doy la primera lección hoy?
—No —exclamó Paula horrorizada. Los dos la miraron a la vez—. Estábamos a punto de salir. Iba a llevar a Teo a la guardería.
—¿Por qué? —le preguntó Pedro mirándola de forma incisiva.
—Porque no puedo cuidar de él y encargarme de la casa a la vez. Y mi madre está en cama —contestó ella haciendo esfuerzos por mantenerle la mirada.
—Kathy puede ocuparse de él.
—Necesito que me ayude a mí —repuso Paula.
Pedro sonrió.
—No quiero que lo lleves.
Paula miró al niño y después a Pedro indicándole que no era el momento para una discusión.
—¿Mamá?
—Corre a lavarte los dientes —le dijo Paula sin dejar de mirar a Pedro.
Teo los miró a ambos, después se encogió de hombros y echó a correr.
—No es un niño de campo —dijo Pedro rompiendo el tenso silencio.
—Se acostumbrará.
—Deja que se quede aquí, Paula. Contrataré a alguien que cuide de él.
—No puedo permitirlo —respondió ella.
—¿Por qué demonios no? —preguntó Pedro.
—Soy la responsable de la casa, de tu casa, y no quiero tener que preocuparme por lo que Teo esté haciendo mientras trabajo. Además, tu tarea no es pagar a alguien para que cuide de mi hijo.
—Por el amor de Dios, Paula, ha llegado el momento de poner fin a este sin sentido. Yo no quiero que tú te encargues de la casa.
—Pedro, me diste tu palabra —recordó Paula mirándolo fijamente.
—De acuerdo, yo no soy como tú y mantengo mi palabra.
Paula no era estúpida y sabía a qué se estaba refiriendo Pedro. Le estaba echando en cara otra vez que se hubiera marchado años atrás.
—A pesar de lo que tú puedas pensar, yo también cumplo mi palabra.
Pedro adoptó un aire despectivo y murmuró algo inaudible.
Paula no preguntó porque no quería echar más leña al fuego. Paula se recordó a sí misma que debía controlarse hasta que su madre se hubiera repuesto. Morderse la lengua sería la única forma de sobrevivir en aquella jungla.
—Cuando me he ofrecido a enseñarle a montar a caballo lo decía en serio —dijo Pedro en un tono conciliador—. Pero aún más en serio te digo que quiero que se quede aquí durante el día.
—¿Por qué te molestas? —preguntó Paula preocupada.
—Porque me parece un chico bueno y a Monica le gusta mucho estar con él. Normalmente me habla mucho de él y se queja porque lo echa de menos.
—¿Mi madre te ha dicho eso? —le preguntó ella.
—Parece que te sorprende —repuso Pedro en un tono seco.
—Supongo que sí.
—Aunque tú no lo sepas yo respeto mucho a tu madre. No es sólo mi ama de llaves. Es mi amiga y parte de mi familia —declaró él.
—Aprecio tus palabras, Pedro. De verdad. Sé que ella siente lo mismo por ti.
—Ya lo sé.
—Así qué de nuevo te agradezco lo paciente que estás siendo tras su caída.
—No sé por qué se obsesiona con que puedo despedirla. En ningún momento he pensado en dejarla marchar.
—Ha sido presa del pánico.
—En estas circunstancias, mi sugerencia es que inviertas tu tiempo cuidando de ella y que dejes a un lado las tareas de la casa.
—No puedo hacerlo, Pedro. Aunque soy enfermera, y he de decir que bastante competente, no soy una fisioterapeuta. Además, no creo que fuera bueno para nosotras pasar tanto tiempo juntas. A veces pasar tanto tiempo puede ser peor.
—No sé.
—Hablando de estar juntos, ¿qué tal Eva y Ramon? —soltó Paula. Se sorprendió a sí misma con aquella pregunta, ya que ni siquiera le importaba la respuesta.
—Como siempre, muy bien —respondió él tras encogerse de hombros y mirarla extrañado.
—Me alegro.
—Nunca te gustaron, ni te gustan ahora —afirmó Pedro.
—Cuando regrese del pueblo, necesito hablar contigo sobre el trabajo. Sé cómo hacer las tareas cotidianas, pero mamá me ha enseñado la agenda y parece que...
—Maldita seas, Paula, para un momento —interrumpió.
—No te atrevas a hablarme así —gritó ella encendida.
—Lo siento —murmuró Pedro.
—Mira, Pedro, no podemos seguir así.
—¿A qué te refieres con así?
—Me estás poniendo las cosas muy difíciles y te lo estoy permitiendo.
—De acuerdo, tú ganas.
—¿En lo de mamá y en lo de Teo? —preguntó ella acelerada.
—No, sólo en una cosa.
—¿En qué?
—En lo de la casa.
—No eres quién para decidir sobre Teo —dijo furiosa.
—¿Por qué no quieres que esté aquí? —insistió Pedro.
—Claro que quiero.
—Entonces déjale que se quede. Conozco a alguien que puede cuidar perfectamente de él.
—Pero yo pagaré —dijo ella en un tono de voz que no admitía réplicas.
Después de pronunciar aquellas palabras, Paula sintió un nudo en el estómago. No sabía si había cometido una equivocación, ni cómo salir de aquella situación.
Pedro y Teo no debían pasar mucho tiempo juntos, pero si Paula se ponía muy estricta quizás él comenzase a sospechar. Y eso era lo que tenía que evitar a toda costa.
Así que sería mejor aceptar la propuesta de Pedro y si no funcionaba podría rectificar.
—De acuerdo —contestó Pedro.
—Bueno, pues ya podemos pasar a otra cosa.
—La verdad es que ahora no tengo tiempo. Tengo que encontrarme con un proveedor. Quizás después. ¿Qué te parece esta tarde?
«Antes de que vayas a ver a tu amante», pensó Paula.
Palideció ante aquella ocurrencia que había asaltado su mente y deseó que Pedro no hubiera leído nada en su mirada.
—¿Paula? —preguntó él en un tono de voz sugerente.
—¿Qué? —respondió ella volviendo a la realidad.
—¿Te parece bien por la tarde? —insistió él.
—Creo que sí.
Pedro la miró intensamente de nuevo antes de abandonar la habitación. Cuando se quedó sola, Paula se apoyó en el fregadero preguntándose cómo iba a lograr sobrevivir en aquella casa un solo día más.
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