miércoles, 11 de octubre de 2017

PLACER: CAPITULO 11





—Mamá, las tortitas están deliciosas.


—Me alegro, cariño, ¿pero no crees que ya has comido bastantes? —preguntó Paula sonriendo a su hijo—. Cinco son muchas, incluso para un niño que está creciendo. Anda, termínate la leche.


—Tus tortitas saben igual que las de la abuela.


Paula se dio cuenta de que la cara del niño estaba pringada de sirope y de mantequilla así que tomó un paño, lo humedeció y lo limpió.


Teo se quejó.


—No te muevas. No puedes ir a la guardería así de sucio.


—No estoy sucio.


—Sí que lo estás. Corre a lavarte los dientes que nos vamos a ir ya —dijo Paula.


—¿Dónde se va?


La voz profunda de Pedro sorprendió a Paula, quien no lo había oído entrar. Su corazón se sobresaltó, así que tomó aire y lo miró.


Debía de acabar de salir de la ducha, porque aún tenía el pelo húmedo y ligeramente ondulado. Paula sintió la tentación de acariciar aquel cabello.


—Hola, Pedro —dijo el niño.


Las palabras de Teo devolvieron a Paula a la realidad.


—Se llama señor Alfonso —le dijo.


—No pasa nada. Prefiero que me llame Pedro.


—Está bien —contestó Paula.


—Me gustan mucho tus caballos y tus vacas —dijo Teo—. Me encantaría montar en uno de los caballos.


—Teo —dijo Paula a modo de reprimenda.


—No he hecho nada malo, mami —murmuró el niño.


—Pues claro que no has hecho nada malo. ¿Qué te parece si te doy la primera lección hoy?


—No —exclamó Paula horrorizada. Los dos la miraron a la vez—. Estábamos a punto de salir. Iba a llevar a Teo a la guardería.


—¿Por qué? —le preguntó Pedro mirándola de forma incisiva.


—Porque no puedo cuidar de él y encargarme de la casa a la vez. Y mi madre está en cama —contestó ella haciendo esfuerzos por mantenerle la mirada.


—Kathy puede ocuparse de él.



—Necesito que me ayude a mí —repuso Paula.


Pedro sonrió.


—No quiero que lo lleves.


Paula miró al niño y después a Pedro indicándole que no era el momento para una discusión.


—¿Mamá?


—Corre a lavarte los dientes —le dijo Paula sin dejar de mirar a Pedro.


Teo los miró a ambos, después se encogió de hombros y echó a correr.


—No es un niño de campo —dijo Pedro rompiendo el tenso silencio.


—Se acostumbrará.


—Deja que se quede aquí, Paula. Contrataré a alguien que cuide de él.


—No puedo permitirlo —respondió ella.


—¿Por qué demonios no? —preguntó Pedro.


—Soy la responsable de la casa, de tu casa, y no quiero tener que preocuparme por lo que Teo esté haciendo mientras trabajo. Además, tu tarea no es pagar a alguien para que cuide de mi hijo.


—Por el amor de Dios, Paula, ha llegado el momento de poner fin a este sin sentido. Yo no quiero que tú te encargues de la casa.


Pedro, me diste tu palabra —recordó Paula mirándolo fijamente.


—De acuerdo, yo no soy como tú y mantengo mi palabra.


Paula no era estúpida y sabía a qué se estaba refiriendo Pedro. Le estaba echando en cara otra vez que se hubiera marchado años atrás.


—A pesar de lo que tú puedas pensar, yo también cumplo mi palabra.


Pedro adoptó un aire despectivo y murmuró algo inaudible. 


Paula no preguntó porque no quería echar más leña al fuego. Paula se recordó a sí misma que debía controlarse hasta que su madre se hubiera repuesto. Morderse la lengua sería la única forma de sobrevivir en aquella jungla.


—Cuando me he ofrecido a enseñarle a montar a caballo lo decía en serio —dijo Pedro en un tono conciliador—. Pero aún más en serio te digo que quiero que se quede aquí durante el día.


—¿Por qué te molestas? —preguntó Paula preocupada.


—Porque me parece un chico bueno y a Monica le gusta mucho estar con él. Normalmente me habla mucho de él y se queja porque lo echa de menos.


—¿Mi madre te ha dicho eso? —le preguntó ella.


—Parece que te sorprende —repuso Pedro en un tono seco.


—Supongo que sí.


—Aunque tú no lo sepas yo respeto mucho a tu madre. No es sólo mi ama de llaves. Es mi amiga y parte de mi familia —declaró él.


—Aprecio tus palabras, Pedro. De verdad. Sé que ella siente lo mismo por ti.


—Ya lo sé.


—Así qué de nuevo te agradezco lo paciente que estás siendo tras su caída.


—No sé por qué se obsesiona con que puedo despedirla. En ningún momento he pensado en dejarla marchar.


—Ha sido presa del pánico.


—En estas circunstancias, mi sugerencia es que inviertas tu tiempo cuidando de ella y que dejes a un lado las tareas de la casa.


—No puedo hacerlo, Pedro. Aunque soy enfermera, y he de decir que bastante competente, no soy una fisioterapeuta. Además, no creo que fuera bueno para nosotras pasar tanto tiempo juntas. A veces pasar tanto tiempo puede ser peor.


—No sé.


—Hablando de estar juntos, ¿qué tal Eva y Ramon? —soltó Paula. Se sorprendió a sí misma con aquella pregunta, ya que ni siquiera le importaba la respuesta.


—Como siempre, muy bien —respondió él tras encogerse de hombros y mirarla extrañado.


—Me alegro.


—Nunca te gustaron, ni te gustan ahora —afirmó Pedro.


—Cuando regrese del pueblo, necesito hablar contigo sobre el trabajo. Sé cómo hacer las tareas cotidianas, pero mamá me ha enseñado la agenda y parece que...


—Maldita seas, Paula, para un momento —interrumpió.


—No te atrevas a hablarme así —gritó ella encendida.


—Lo siento —murmuró Pedro.


—Mira, Pedro, no podemos seguir así.


—¿A qué te refieres con así?


—Me estás poniendo las cosas muy difíciles y te lo estoy permitiendo.


—De acuerdo, tú ganas.


—¿En lo de mamá y en lo de Teo? —preguntó ella acelerada.


—No, sólo en una cosa.


—¿En qué?


—En lo de la casa.


—No eres quién para decidir sobre Teo —dijo furiosa.


—¿Por qué no quieres que esté aquí? —insistió Pedro.



—Claro que quiero.


—Entonces déjale que se quede. Conozco a alguien que puede cuidar perfectamente de él.


—Pero yo pagaré —dijo ella en un tono de voz que no admitía réplicas.


Después de pronunciar aquellas palabras, Paula sintió un nudo en el estómago. No sabía si había cometido una equivocación, ni cómo salir de aquella situación.


Pedro y Teo no debían pasar mucho tiempo juntos, pero si Paula se ponía muy estricta quizás él comenzase a sospechar. Y eso era lo que tenía que evitar a toda costa. 


Así que sería mejor aceptar la propuesta de Pedro y si no funcionaba podría rectificar.


—De acuerdo —contestó Pedro.


—Bueno, pues ya podemos pasar a otra cosa.


—La verdad es que ahora no tengo tiempo. Tengo que encontrarme con un proveedor. Quizás después. ¿Qué te parece esta tarde?


«Antes de que vayas a ver a tu amante», pensó Paula. 


Palideció ante aquella ocurrencia que había asaltado su mente y deseó que Pedro no hubiera leído nada en su mirada.


—¿Paula? —preguntó él en un tono de voz sugerente.


—¿Qué? —respondió ella volviendo a la realidad.


—¿Te parece bien por la tarde? —insistió él.


—Creo que sí.


Pedro la miró intensamente de nuevo antes de abandonar la habitación. Cuando se quedó sola, Paula se apoyó en el fregadero preguntándose cómo iba a lograr sobrevivir en aquella casa un solo día más.




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