martes, 25 de julio de 2017
NUEVO ROSTRO: CAPITULO 23
—¿Qué te pasa? —le preguntó Pedro, que había sabido que algo iba mal nada más salir al pasillo y ver a las dos mujeres juntas.
—No sé cómo decirlo.
—¿El qué? Siento no haberte preguntado acerca de las chaquetas de los niños, pero pensé que estaría bien incluirlos en el desfile.
Ella sacudió la cabeza.
—Por supuesto. Tenía que habérseme ocurrido a mí. Has hecho muy bien. La próxima vez que organicemos un desfile, le pediré a tu madre que haga también chaquetas para los niños.
—Seguro que le encanta. Le ha gustado mucho ayudarte —comentó Pedro—, pero no es por eso por lo que estás disgustada. Cuéntame qué te pasa.
Pedro alargó la mano para tocarle el hombro y Paula retrocedió.
—Yo… Abby ha oído un cotilleo en la cafetería.
—Eso no me sorprende. ¿Tiene algo que ver con nosotros?
—Sí —respondió ella, sin entrar en detallas. Se abrazó por la cintura y se apretó con fuerza.
Pedro supo que, fuese lo que fuese lo que Abby había oído, Paula estaba disgustada, y eso lo enfadó. Cuando se enterase de lo que ocurría, tendría que hablar con alguien. No quería que nadie cotillease acerca de Paula, que estaba luchando por recuperarse de un accidente muy grave.
—¿Qué han dicho de ti? —le preguntó.
—De nosotros.
—Me lo tienes que contar. No puedo saber si es verdad o no hasta que no me lo cuentes.
Paula respiró hondo.
—Dicen por la cafetería que has vuelto para hacer que me enamore de ti y luego romperme el corazón —le dijo ella por fin.
Pedro negó con la cabeza. Se maldijo, él nunca había dicho eso. Entonces recordó la conversación que había tenido con Sam el día anterior. Era evidente que alguien los había oído y había sacado de contexto sus palabras, pero estaba seguro de que Paula no podía creerlo capaz de algo así.
—¿Y tú crees que es verdad? —le preguntó.
—¿Lo has dicho? —quiso saber ella.
—Sí.
—¿Es verdad? ¿Por qué quieres hacer algo así? —inquirió Paula—. Confiaba en ti.
—¿Me creerías si te digo que hablaba del pasado?
—Entonces es verdad. ¿Me has engañado para que piense que eres un hombre distinto al que eres en realidad?
—No. Por supuesto que no —le respondió Pedro, agarrándola—. Creo que alguien me oyó contarle a Sam cómo me sentía cuando me marché de Royal, pero no tardé en darme cuenta de que lo ocurrido en el instituto se quedaría aquí. Luego seguí con mi vida y no volví a pensar en vengarme.
Tuvo la esperanza de que Paula comprendiese cómo se había sentido antes de marcharse. Aquel chico se había convertido en un hombre que entendía que, a veces, conseguir lo que uno quiere no es la solución a todo en la vida. El hecho de no conseguir a Paula había hecho que después consiguiese mucho más de lo que habría conseguido teniéndola a ella.
Pero no tenía más prueba que sus palabras y si Paula no lo creía, volvería a estar como catorce años antes.
—¿Y bien, Paula?
—¿Y bien, qué?
—¿Me crees? ¿Confías en tu instinto? ¿Me crees si te digo que no soy capaz de pasarme catorce años planeando vengarme de una chica?
—Dicho así.
—Te parece una tontería, ¿no? Era un hombre joven, con mucho carácter y un gran ego. Mi propio padre me dijo que eras demasiado para mí.
—¿De verdad?
—Sí, creo que le daba miedo que me hicieras daño, pero eso no significa que fuese a pasarme el resto de mi vida planeando vengarme de ti.
—Lo habría entendido si lo hubieses hecho —le dijo ella en voz baja—. Rompí contigo para que me comprasen un descapotable.
Pedro negó con la cabeza.
—Cediste a la presión de tu padre. Yo tardé seis meses en darme cuenta de que si hubiese insistido, tal vez hubieses seguido conmigo, pero dejé que me sacases de tu vida de una patada.
Le acarició los hombros y la miró a los ojos.
—¿Me crees? —volvió a preguntarle.
—Te creo —respondió ella.
—Bien —dijo Pedro abrazándola—. Jamás haría nada para hacerte daño, Paula.
La mantuvo contra su cuerpo y le dio un beso, e intentó convencerla así de lo mucho que significaba para él. Todavía no estaba preparado para decírselo, pero después de haberla visto con los niños del hospital. Después de haber visto el corazón que tenía. No había podido evitar preguntarse si era la mujer que quería para que fuese la madre de sus hijos.
La mujer que quería a su lado para el resto de su vida. Se maldijo. No había buscado una relación seria, pero Paula tenía algo que le hacía pensar en formar una familia y tener un hogar. Eran pensamientos incómodos, como una chaqueta de esmoquin demasiado pequeña, y quiso deshacerse de ellos.
Pero Paula se había ganado su cariño sin que se diese cuenta y, sinceramente, no quería dejarla marchar. Tenía la sensación de que si se dejaba llevar y se enamoraba de ella, lo sería todo para él. Como le ocurría a Sam con Georgia.
—Me alegro de que me creas —le dijo—. No sé qué haría si volviese a perderte.
Ella lo miró.
—Yo tampoco. No esperaba que volvieses a mi vida, Pedro. He estado mucho tiempo sola y ya me había acostumbrado, pero tú has hecho que desee salir de mi cascarón, que desee correr riesgos.
—¿Te parezco un riesgo? —le preguntó él.
—Sí, lo eres. Cuando Abby me contó lo que había oído. Casi te comprendí por querer vengarte. Me porté tan mal contigo.
Pedro se cruzó de brazos.
—Me rompiste el corazón.
—Lo siento mucho. Ya no soy esa mujer.
—Ya me he dado cuenta.
Alguien llamó a Paula.
—Tengo que volver a entrar.
Él la vio alejarse por el pasillo, balanceando las caderas.
Quería fingir que no quería que fuese suya y solo suya.
Tenía que fingir que lo que había entre ambos era solo deseo, pero en el fondo sabía que era más, mucho más.
NUEVO ROSTRO: CAPITULO 22
Paula se sintió como si le acabasen de dar una patada en el estómago. No supo qué iba a hacer.
Paula parecía enfadada y ella deseó poder reaccionar de la misma manera, en vez de sentirse tan dolida.
—Gracias por contármelo —le dijo, con una voz que le sonó rara hasta a ella.
Estaba empezando a enamorarse de Pedro y el hombre al que ella conocía no podía querer vengarse. No obstante, supo que no podía volver a entrar en el salón y actuar con normalidad, como si no pasase nada.
—Siento haber tenido que contártelo, pero no quería que lo oyeras por ahí —le dijo Abby.
—¿Qué más ha ido diciendo?
—No lo sé. Una de las camareras lo oyó hablar con su amigo, eso es todo. ¿Qué vas a hacer al respecto?
—Hablar con él —le aseguró Paula.
El accidente le había enseñado que su vida se podía terminar en cualquier momento. Sabía la suerte que tenía de estar viva y, sinceramente, si Pedro era capaz de pensar en hacer algo así… entonces, no iba a enamorarse de él.
Sí podía enamorarse del hombre que había llevado chaquetas de esmoquin para todos los niños y del hombre que había dejado de trabajar para llevarla a dar un paseo en su avión.
—¿Quieres que te acompañe? —le preguntó Abby, dándole la mano.
—No, estoy bien. Tengo que hacerlo sola —le dijo Paula.
Cada vez estaba más segura de sí misma y estaba a punto de volver a su casa y de recuperar completamente su vida. Se ocuparía sola de Pedro. Se enfrentaría a él y averiguaría si los rumores eran ciertos.
—Cuando sea presidenta, me aseguraré de que no sea él quien haga las obras del club.
—No —le dijo Paula—. La venganza no es buena para nadie. No quiero afectar a su negocio. Si él necesita solucionar algo que ocurrió hace catorce años, entonces no es el tipo de hombre que quiero en mi vida.
—Eso es cierto —admitió Abby.
Paula forzó una sonrisa de medio lado. No quería pensar en que tenía muy mal gusto para los hombres. Siempre había pensado que Pedro era una buena persona y le había echado a su padre la culpa de su ruptura. Y era cierto, se había dejado influenciar por él por aquel entonces.
—¿Sabes que rompí con él a cambio de que mi padre me comprase un descapotable?
—Oh, cielo —le dijo Abby.
—Así era yo. En cierto modo, no puedo culparlo por querer vengarse, pero ya no soy así. Y pensé que él sería el primero en darse cuenta.
Abby le acarició el brazo para reconfortarla.
—Ya sabes que la información procede de la cafetería, así que solo Dios sabe qué parte es verdad.
—Solo tengo que preguntárselo a él para averiguarlo —le respondió Paula, sabiendo que por muchas vueltas que le diese al tema, la respuesta solo podría dársela Pedro.
Todavía tenía que terminar la fiesta y recoger el salón.
Después iría a pedirle explicaciones.
Se estremeció al pensar en los momentos que habían pasado juntos, en los besos que habían compartido. Había pensado que era noble, pero ya no estaba convencida.
Se puso roja, notó que le ardía el rostro. ¿Era Pedro capaz de hacer todo lo que había hecho desde que habían vuelto a verse solo para vengarse de ella?
Tenía la esperanza de que no, pero tener esperanza no servía de nada. Eso lo había aprendido en el hospital. Tenía que entrar en acción, aunque fuese doloroso, e iba a hacerlo.
—Le preguntaré directamente si ha venido a eso. No me lo parece, quiero decir, que hoy me ha ayudado sin que yo se lo haya pedido.
Pero su plan consistía en hacer que se enamorase de él, podía hacer todo lo que tuviese en su mano para que pensase que lo estaba haciendo por ella.
Se sintió confundida y se preguntó qué estaría pensando Abby.
Era probable que sintiese lástima por ella, por volver a estar en una situación complicada. Y le daba vergüenza que su amiga hubiese oído esas cosas, pero, por suerte, había tenido el valor necesario para contárselo.
Abby se encogió de hombros.
—No tengo ni idea de lo que es capaz.
—¿Quién? —preguntó Pedro, saliendo al pasillo.
—Tú —le respondió Paula.
—Llámame luego —le pidió Abby antes de marcharse.
Y Paula se quedó allí, delante de Pedro, buscando las palabras para preguntarle si estaba haciendo lo que Abby le había contado, pero no las encontró. Tenía en la cabeza lo que debía decir, pero no era fácil abrir la boca y preguntarle si estaba allí en busca de venganza.
—¿Paula? —le dijo él en tono sincero y preocupado.
Y una parte de ella quiso creer en lo que ella pensaba que era cierto. No obstante, ya la habían engañado una vez. Al parecer, Pedro estaba cortado con el mismo molde que Benjamín y eso fue lo que más le dolió.
NUEVO ROSTRO: CAPITULO 21
Después de ir a misa el domingo, Paula y la señora Alfonso entraron al salón de juegos de la unidad de quemados con cajas llenas de zapatos y ropa. Sara las estaba esperando.
La niña estaba sonriendo de oreja a oreja y tenía a su lado a otra niña a la que Paula todavía no conocía. Esta llevaba toda la parte derecha del cuello y el brazo vendados.
—Hola, Paula —la saludó Sara.
—Hola, Sara. ¿Cómo te encuentras hoy?
—Estupendamente. Me dan el alta mañana. Esta es mi amiga Jen. Voy a volver a visitarla, como haces tú conmigo —le contó la niña.
Paula abrazó a Sara y sonrió a Jen.
—Tengo una sorpresa para vosotras.
—¿Qué es?
—Una pequeña fiesta de moda —le contestó Paula.
Tenía a su lado a Margarita, cargada con ropa de todos los colores.
—¡Bien! —exclamó Sara—. ¿Qué hago para ayudar?
—Dile al doctor Webb que hemos llegado. Y luego reúne a todas las niñas para que podamos empezar.
—Ven, Jen —le dijo Sara a su nueva amiga, llevándosela de la mano hacia el control de enfermería.
—Deja que te ayude con eso, Margarita —le dijo Paula a la madre de Pedro.
—Gracias. Por cierto, que le he pedido a Pedro y a su amigo Samuel que nos ayuden también.
—Aquí estamos. ¿Dónde dejamos todo esto, mamá? —preguntó Pedro desde la puerta.
En la mano tenía un enorme perchero lleno de ropa.
A Paula le sorprendió verlo. No había imaginado que quisiese pasar el domingo en el hospital.
—No lo sé… Aquí manda Paula —le respondió su madre—. Yo voy a ir a por el resto de las cosas.
Paula tomó el montón de ropa que tenía Margarita y se giró hacia Pedro.
—Ponlo ahí.
Él obedeció y ella se acercó a colgar la ropa que tenía en las manos en el perchero. La principal diferencia entre la ropa normal y la que Margarita había confeccionado para las niñas era que esta no tenía costuras interiores ni cremalleras que pudiesen hacerles daño en la piel.
Pedro le hizo levantar la barbilla y luego le susurró al oído:
—Te he echado de menos.
Ella también lo había echado de menos. Y verlo hizo que todos los sentimientos que había intentado controlar volviesen a surgir.
—Yo también. ¿Lo pasaste bien con tu amigo ayer?
—Sí. Luego lo conocerás, vendrá cuando se levante.
—Muy bien.
—Ven a ayudarme con esto, Pedro —le pidió su madre.
Pedro obedeció y Paula no tuvo más tiempo para pensar en él ni en si estaba enamorada. Empezó a ayudar a las niñas a vestirse.
El día pasó muy deprisa y a Paula le sorprendió que Pedro se quedase allí todo el tiempo.
Pensó que todo en la vida ocurría por un motivo, aunque en la suya hubiese sido aquel horrible accidente. Antes, nunca había tenido tiempo para hacer ese tipo de cosas, pero el tiempo que pasaba en el hospital le parecía más valioso y gratificante de lo que había esperado.
Abby apareció a media mañana.
—Tenemos que hablar.
—¿No puedes esperar un rato? Tengo que vestir a otra niña y luego nos van a hacer un desfile —le dijo Paula.
—Puedo esperar, pero me he enterado de algo importante y… tenemos que hablar —insistió su amiga.
—De acuerdo. Hablaremos en cuanto se haya terminado esto.
—De acuerdo.
A Paula le preocupó la actitud de su amiga, pero no permitió que eso le aguase la fiesta. Los padres de los niños estaban sentados cerca de la alfombra roja que habían puesto en el suelo para el desfile. Y Pedro había desaparecido.
—Yo creo que ya podemos empezar —dijo ella.
—Un momento —contestó Margarita—. Antes tenemos una sorpresa para ti.
—¿El qué?
—Chicos. Las niñas van a necesitar que las acompañéis.
Todos los niños aparecieron vestidos con enormes chaquetas de esmoquin.
Muchos se habían dejado el pijama del hospital debajo, pero aun así estaban estupendos.
—¿Cómo lo has hecho? —preguntó Paula a Margarita.
—Ha sido cosa de Pedro.
Ella sonrió y le dio las gracias en silencio cuando volvió a entrar en el salón. Él se limitó a asentir y fue a ponerse detrás de los padres, que estaban sentados en sillas.
Paula se puso detrás de la cortina que tapaba a las niñas.
—¿Todo el mundo preparado? —preguntó.
Un coro de síes llenó el aire.
Paula salió de detrás de la cortina y miró a los padres, que esperaban ansiosos a ver sus hijos.
—Gracias a todos por venir al desfile de agosto del hospital de Royal.
Luego miró a Margarita, que también estaba detrás de la cortina, y esta puso la música. Paula presentó a cada una de las niñas y a su acompañante según fueron saliendo. La tarde fue un éxito y, cuando todo terminó, muchos padres se acercaron a darle las gracias.
A Paula le conmovió ver lo felices que estaban las niñas.
Abby la estaba esperando en el pasillo, así que tenía que ir a hablar con ella.
—¿Qué pasa?
—Que he oído rumores estaba mañana en la cafetería.
—¿Acerca de mí?
—Más o menos. No sé si serán verdad, así que ni siquiera sé si debo contártelos.
—Suéltalo. Yo decidiré si debo creérmelos o no.
—He oído que Pedro ha vuelto para vengarse. Que tiene planeado que te enamores de él para después dejarte como lo dejaste tú.
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