Dos días más tarde Paula seguía evitando hablar de Pedro con nadie. Y eso incluía a Abby, que la había llamado varias veces. Todavía no estaba preparada para hablar, así que volvió a colgarle el teléfono. Un segundo después llamaban a la puerta y allí estaba Abby, con el teléfono en la mano.
—No puedo creerme que no quieras responder a mis llamadas —le dijo.
Paula notó calor en la cara.
—Estoy…
—Evitándome —terminó Abby en su lugar.
—Entra, cierra la puerta y te lo contaré —le dijo Paula.
Abby cerró la puerta, pero en vez de sentarse en una silla, se apoyó en el escritorio.
—De acuerdo, escupe, qué es eso tan importante que hace que ya no tengas tiempo para una buena amiga.
—Estoy saliendo con Pedro Alfonso.
—¿El promotor inmobiliario?
—Sí.
—Vaya. Ojalá lo hubiese sabido. He traído a otro promotor para que todo el mundo sepa que lo de presentarme a presidenta del club va en serio.
—Ah, supongo que la competencia es buena.
—Por supuesto que lo es, pero estoy decidida a ganar, y eso significa que tal vez Pedro no se quede en la ciudad todo el tiempo que a ti te gustaría.
A Paula no le preocupaba el tema del club.
—Pedro y yo ya tenemos antecedentes. La verdad es que necesitaba hablar con alguien del tema, pero no sabía cómo hacerlo.
—En ese caso, es una suerte que haya decidido pasarme a verte —comentó Abby—. Vamos a dar un paseo.
Paula guardó el documento en el que estaba trabajando en el ordenador y salió del despacho con su amiga. Dieron un paseo por el parque que había cerca de la sede central de Alfonso Construction y estuvieron charlando.
—¿Qué te pasa? —le preguntó Abby.
—Pedro y yo salimos un tiempo en el instituto, pero mi padre pensó que no era lo suficientemente bueno para mí y me presionó para que rompiese con él. Y yo lo hice.
—De algo me acuerdo del instituto, pero no me lo habías contado nunca.
—Últimamente he tenido temas más importantes en lo que pensar.
—Sí. Y quiero decirte otra vez que me alegro mucho de que no tengas que volver a operarte —le dijo Abby.
—Gracias.
—¿Tu padre sigue oponiéndose a que salgas con Pedro? No tendría sentido. Me he estado informando por Internet y he visto que tiene mucho éxito en los negocios.
—No tengo ni idea de lo que piensa mi padre —admitió Paula, que estaba empezando a sudar con el calor de aquella mañana de agosto—. No le he dicho nada.
—¿Por qué no? ¿Te da miedo contárselo? —le preguntó Abby.
—No lo sé. Tal vez. La verdad es que no estamos saliendo de manera oficial. Hemos empezado a hacer cosas juntos, cada vez más y… creo que me estoy enamorando de él —admitió—, pero me parece demasiado pronto. Acabo de salir de la última operación. ¿Y si lo que siento es una especie de espejismo?
Abby le puso un brazo alrededor de los hombros y la apretó con fuerza un momento.
—Eres una adulta, así que lo que diga tu padre siempre será discutible, pero si estás teniendo que hacer las cosas a escondidas, pienso que lo mejor es que le cuentes que estás saliendo con Pedro y que pretendes seguir haciéndolo. Y con respecto a lo otro, lo del amor, el tiempo lo dirá.
—Pero es que yo estoy acostumbrada a encontrar respuestas y a planearlo todo, Abby.
Esta volvió a abrazarla.
—Lo sé, pero la vida real no es así.
Paula era consciente de que su amiga tenía razón. No podía olvidar que, por mucho que planease las cosas a su antojo, siempre había imprevistos. Podía seguir como estaba con Pedro o dejar de verlo para evitar que le hiciesen daño otra vez.
—Me da miedo sufrir —confesó—. Siempre me he dicho a mí misma que había pasado página con respecto a Benjamín, pero a veces me sigue afectando.
—A nadie le resulta fácil confiar en los demás —le dijo Abby.
—Y yo que pensaba que tú tenías todas las respuestas —comentó Paula—. No me digas que también tienes dudas, como el resto de los mortales.
Abby negó con la cabeza.
—No quiero manchar mi imagen.
—No lo has hecho —le aseguró Paula—. Gracias por obligarme a hablar contigo.
—De nada.
—¿Te gustaría echarme una mano en la unidad infantil de quemados el sábado?
—Por supuesto, ¿qué vamos a hacer? —quiso saber Abby.
—Una jornada de belleza para mis pequeños amigos. La madre de Pedro les está haciendo ropa y he quedado con el instituto de belleza para que vayan a pintarles las uñas a las niñas, pero me vendría bien algo de ayuda para vestirlas.
—Suena divertido. ¿A qué hora?
Paula le dio todos los detalles mientras volvían a su despacho. Antes de que Abby se marchase, pensó que no le había dado las gracias como se merecía por haber estado a su lado en los peores momentos de su vida.
—Gracias, Abby.
—De nada, pero ¿por qué?
—Por asegurarte de que nunca estoy sola, incluso cuando he querido estarlo. Creo que no eres consciente de lo mucho que me has ayudado.
—Tú también me has ayudado a mí, Paula, me has dado un motivo para no pensar solo en mí —le respondió Abby.
—Bien —dijo Paula, dándole un fuerte abrazo antes de marcharse.
Entró en el edificio y al pasar por delante del despacho de su padre, lo vio sentado al teléfono, como de costumbre, y dudó un instante. Al final decidió no hablar con él de lo de Pedro.
Todavía no.
****
El sábado por la mañana, de camino al aeropuerto a recoger a Samuel, Pedro se dio cuenta de que llevaba casi tres días sin ver a Paula. ¿Lo estaría evitando?
¿O había estado tan ocupada como él?
Recogió a Samuel, que nada más verlo le dijo:
—Estoy muerto de hambre.
—Bien. Iremos a comer al Royal Dinner, una cafetería, y así conocerás mi ciudad.
—¿A una cafetería?
—En unos minutos, sabrás más de los vecinos de Royal que si hubieses estado viviendo aquí toda la vida —le dijo Pedro.
Samuel se echó a reír. Charlaron acerca de la conferencia a la que había asistido en Fort Worth y, una vez sentados en la cafetería, Samuel le contó a Pedro lo que habían estado haciendo con Georgia ese verano. Estaban construyendo una piscina.
—¿Por qué no me has pedido ayuda?
—Porque tú tienes tu negocio en Texas. Dudo que hubieses podido encontrar obreros en Connecticut.
—Tienes razón.
Ambos pidieron un desayuno con un alto porcentaje de grasas y luego Samuel le preguntó:
—¿Por qué te marchaste de aquí?
Pedro no había hablado mucho de Royal en la universidad.
—Porque una chica me rompió el corazón.
—¿A ti? Si nunca dejas que ninguna se acerque lo suficiente para hacer eso — comentó Samuel.
—Intento no cometer el mismo error dos veces —dijo él.
Y luego se preguntó en silencio qué era lo que estaba haciendo con Paula. Nadie podía garantizarle que no fuese a hacerle daño otra vez.
—¿Qué ocurrió? —le preguntó Samuel.
—Que a su padre yo no le parecía bien, así que rompió conmigo. El instituto terminó y me marché a la universidad. Sin mirar atrás.
—Ojalá fuese tan sencillo.
—Ojalá. Nunca lo es.
—Entonces, ¿qué ocurrió en realidad?
—Todo lo que te he contado es verdad, menos lo de que pasé página tan pronto. En realidad, nunca he dejado que nadie se me acerque por ella y su padre. Desde que ocurrió aquello, he soñado con volver a Royal y demostrar a todo el mundo lo que he conseguido, con que ella me rogaría que volviese a su lado y yo le diría que no.
Samuel sacudió la cabeza.
—Bonito sueño.
—No tienes ni idea, pero la realidad es otra. Estoy saliendo con ella.
—¿De verdad? ¿Y su padre?
—No lo sabe. ¿No te parece una locura? Tengo treinta y dos años y sigo sin estar cómodo con su padre.
—Es complicado —le dijo Samuel—. Lo mío con Georgia fue mucho más fácil. Le dije que estábamos enamorados y que íbamos a ser felices durante el resto de nuestras vidas y ella me contestó que estaba de acuerdo.
—Mentiroso. Metiste la pata y tuviste que volver a rogarle que volviese contigo. Que no se te olvide que yo estuve todo el tiempo a tu lado.
Samuel volvió a reír.
—He empezado a recordar la historia de otra manera. Quería verte para contarte que Georgia está embarazada. Voy a ser padre.
Pedro se sintió feliz por su amigo.
—Enhorabuena. No puedo creerlo.
—Nosotros tampoco. Ya íbamos a desistir de tener hijos cuando ha ocurrido. Georgia dice que es un milagro y yo le he pedido que deje de decir que tuve que rogarle que se casase conmigo. Quiero que mi hijo piense que su padre ha sido siempre un tipo estupendo.
—Y eres un tipo estupendo, Samuel —le aseguró Pedro—. Vas a ser muy buen padre. ¿Cuándo nacerá el bebé? —preguntó Pedro, compartiendo la felicidad de su amigo y deseando estar igual que él.
—En febrero. Nos gustaría que tú fueses el padrino.
—Será un honor. Lo apuntaré en la agenda para poder ir a veros en cuanto nazca. No puedo creer que vayas a ser padre.
—Yo tampoco, pero hacía mucho tiempo que lo intentábamos. Georgia siempre ha dicho que teníamos mucha suerte de habernos encontrado, y yo también lo pienso, pero el hecho de ir a tener un hijo aporta algo nuevo a nuestra relación. No sé cómo explicarlo.
—No tienes que hacerlo —le dijo Pedro.
Pasaron el resto del día en el Club de Ganaderos de Texas, charlando y jugando al póker en uno de los salones. Pedro mandó un mensaje a Brad y a Zeke, que se
acercaron a pasar la tarde con ellos para recordar los viejos tiempos de la universidad.
En esa ocasión, Pedro se sintió más cómodo en el club, con sus amigos del fútbol y de la universidad. La vuelta a Royal le había despertado viejos miedos.
Tal vez con Paula le ocurriese lo mismo y no tuviese motivos para preocuparse en realidad. Sabía que esta tenía muy buena relación con su padre, pero eran adultos, cosa que se le olvidaba a veces cuando estaba en casa.
Al final de la noche se dio cuenta de que había bebido demasiado, lo mismo que sus amigos. Samuel y él llamaron un taxi que los llevó de vuelta a casa de su madre.
Entraron en silencio y se fueron a la cama. El día había sido divertido, pero mientras Pedro intentaba dormirse, solo podía pensar en Paula y en lo mucho que deseaba tenerla entre sus brazos.
Paula disfrutó mucho de la comida, pero su padre los interrumpió con una llamada cuando llevaban más o menos una hora juntos, y tuvo que pedirle a Pedro que la llevase de vuelta a Royal, cosa que este hizo a regañadientes.
—Lo siento.
—No pasa nada. Sé que tienes que atender a tu padre cuando te llama.
—No siempre, pero hoy me necesita —le contestó ella.
Aunque, en el fondo, no estaba segura de que la necesitase en ese instante, esa mañana le había dicho que no tenían que presentar la oferta en la que estaban trabajando hasta el viernes.
—¿Estás libre esta noche? —le preguntó Pedro.
—Sí. ¿Quieres que salgamos?
—Sí. Quiero ir a algún lugar donde podamos bailar para tenerte abrazada toda la noche.
—De acuerdo, aunque ya no puedo ponerme tacones como antes.
—Me parece bien.
Ella sacudió la cabeza.
—Solo estaba pensando en que quería estar guapa, perdona por haberte dicho eso.
—Tú siempre estás guapa. ¿Qué tienen que ver los zapatos con eso?
—Que me hacen las piernas más largas.
—Paula, si tus piernas fuesen más largas, me moriría. De verdad que son preciosas, te pongas los zapatos que te pongas.
Tal vez él pensase eso, pero Paula había empezado a desear cosas en las que hacía mucho tiempo que no pensaba, desde el accidente. Y una de ellas era que quería ponerse un vestido ceñido y unos tacones.
Pensó en la pequeña Sara y se sintió avergonzada.
Ya tenía edad para que no le importase tanto el aspecto físico y la ropa.
—Gracias, Pedro.
—¿Por qué?
—Por las cosas bonitas que me dices, estaba pensando como la Paula de antes del accidente. ¿Era muy superficial?
—De eso nada. Solo estabas acostumbrada a ver el mundo de una manera diferente. Ahora ha cambiado todo. No me malinterpretes, si quieres ponerte guapa, yo encantado. Me gusta verte mucho más segura de ti misma con la ropa de montar a caballo que con la ropa de ir a trabajar —le dijo—. Andas por los establos con la confianza de cien mujeres.
Aquello tenía sentido, como siempre con Pedro. Paula ya se había dado cuenta de que la ropa que llevaba puesta influía en su manera de sentirse. Y la ropa de montar la hacía sentirse segura de sí misma.
Se inclinó y le dio un beso. No fue un beso apasionado, solo un roce de labios contra su mejilla. Pedro era mucho más que un hombre de su pasado. Más que un hombre con el que salía de vez en cuando y que le hacía sentirse otra vez como una mujer. Se estaba enamorando de él otra vez y no sabía si era sensato.
Había pasado una época muy difícil y era el primer hombre con el que salía después de todas las operaciones.
Necesitaba hablar con alguien, necesitaba una segunda opinión, pero no estaba segura de querer confiarle sus sentimientos a nadie.
Pero así era el amor, no era como las matemáticas, no tenía garantías ni implicaba ninguna promesa. El amor hacía que una se sintiese así de bien por dentro y que, al mismo tiempo, tuviese miedo y dudas.
Pedro se quedó mirándola y ella se dio cuenta de que había dejado la conversación a medias. ¿De qué estaban hablando? ¿De montar a caballo?
—Me encanta montar a caballo —comentó.
—Ya me he dado cuenta.
—¿Tienes algún plan para el sábado? Voy a ir a casa de tu madre, a trabajar en unos conjuntos que vamos a hacer para la unidad infantil de quemados. Y no estoy segura de caerle bien a tu madre.
—Tengo planes. Va a venir mi compañero de habitación de la universidad. ¿Por qué tienes dudas con respecto a mi madre?
—Porque sabe que te rompí el corazón hace años. Va a ayudarme con lo de la ropa, pero me trata con frialdad.
—Sé tú misma y verás cómo es más cariñosa —le aconsejó Pedro.
Paula pensó que tal vez fuese buena idea dejar de verse todos los días, así podría volver a ver las cosas de manera objetiva. Tenía que asegurarse de qué era lo que sentía… si era amor. Se maldijo, no había planeado volver a sentirlo nunca.
Benjamín le había roto el corazón al dejarla y ella había creído que no volvería a enamorarse jamás.
Eso era lo que la asustaba. Si permitía que Pedro le importase demasiado y para él lo suyo era solo algo temporal, se moriría.
Y no quería que volviesen a romperle el corazón. Quería ser cauta y protegerse de unas emociones que Pedro despertaba en ella con demasiada facilidad, pero sabía que ya era demasiado tarde. Aquel hombre la tenía hechizada y no solo quería tenerlo en su cama, sino en su vida en general.
Y eso hizo que se sintiese como una tonta, porque ni siquiera su padre sabía que estaba saliendo con él. Y porque acababa de salir de una época muy oscura de su vida, pero no podía evitar sentir lo que sentía, ni quería hacerlo.
—Buenos días, papá —dijo Paula al entrar en la cocina a la mañana siguiente.
Le dio un beso a su padre en la frente y luego se preparó una taza de té.
—Buenos días. ¿Qué tal anoche?
—Bien —respondió ella, intentando no ruborizarse al pensar en Pedro—. Estuve limpiando un poco mi casa, preparándola para volver.
—No tienes por qué marcharte de aquí —le dijo él—. Me parece bien que te quedes.
—Gracias, papá, pero creo que necesito hacerlo. Me hará sentir que vuelvo a caminar sola.
Él le apretó una mano de forma cariñosa.
—Tu recuperación está siendo asombrosa. Siempre supe que tenías la fuerza de tu madre, y me lo has demostrado con esta prueba.
—Es algo que siempre me has dicho, pero que yo no había sentido. Todo en mi vida era demasiado fácil, no había retos en ella.
Tal vez por eso había salido con Pedro. Había sido la primera cosa por la que había tenido que esforzarse. Le gustaba, por supuesto, había sido un chico muy mono. Y lo seguía siendo, pero también estaba el reto de salir con alguien prohibido.
—No quería que tuvieses que luchar por lo que querías. El abuelo Chaves no me dio nada hecho y me hizo trabajar el doble que al resto en la empresa para demostrar mi valía. Aquello hizo que sintiese rencor por él y no quería que tú sintieses lo mismo por mí.
Paula se levantó y abrazó a su padre.
—Nunca ha sido así. Ni siquiera cuando me decías con quién debía o no debía salir.
Hernan se encogió de hombros.
—Siempre he intentado protegerte.
—Y, aun así, me han hecho daño —le dijo ella—. ¿No te parece gracioso?
Por mucho que su padre hubiese intentado protegerla, ella había cometido errores y le habían hecho daño por tomar decisiones equivocadas, como acceder a casarse con Benjamín. Por supuesto, cuando su padre le había dicho que no le gustaba Benjamin, ella había puesto todavía más interés en que la relación durase.
—Sí. Lo único que podemos hacer es vivir de acuerdo con nuestros principios e intentar no hacer daño a demasiadas personas.
—Pues yo pienso que tú lo estás haciendo muy bien, papá.
—Gracias, hija. Mañana tengo una reunión muy temprano en el club, para hablar de la reforma que van a hacer.
—¿Por qué tienes tanto interés en ese proyecto? No lo necesitamos —comentó Paula.
—Quiero asegurarme de que no me voy a ver afectado por los errores que cometió Sebastian. Era mi amigo y por eso estuve ciego y no vi lo que estaba haciendo.
—Nadie te ha echado la culpa a ti.
—Me la echo yo, por no haberme dado cuenta —admitió Hernan—. El club siempre ha sido mi segundo hogar y quiero que continúe siéndolo.
Paula lo entendía. Su padre era una persona muy leal.
—¿Vas a cenar en casa esta noche?
—No creo, trabajaré hasta tarde y luego pararé en el club antes de venir a casa. ¿Y tú?
—Todavía no lo sé. Me estoy leyendo un libro nuevo.
Su padre se echó a reír y luego sacudió la cabeza antes de decir:
—Niña, qué vida tan emocionante llevas.
Ella le sonrió y lo abrazó suavemente.
—Lo sé. Y pretendo que siga así.
Después de que su padre se marchase, Paula se terminó el té y fue a vestirse para ir a trabajar. Estaba deseando comer con Pedro. Esa noche había soñado con él y estaba deseando hacer realidad sus sueños.
Quería que Pedro fuese suyo. No quería que fuese solo un novio de la adolescencia, ni un ligue.
¿De verdad estaba dispuesta a hacer que su relación avanzase? ¿Podía evitarlo?
Por primera vez en su vida, quería tener un amante. No un prometido ni un novio, sino un amante. Más o menos. Una sensación extraña la invadió. Se miró en el espejo y vio su cara recién operada, y por fin empezó a aceptar a la mujer que era.
Ya no era una extraña la que la miraba desde el otro lado del espejo, sino una mujer fuerte y segura de sí misma. Una mujer que podía atraer a un hombre como Pedro Alfonso.
Fue a comprar todo lo necesario para la comida y luego, a trabajar. Pasó la mañana entre números y fórmulas. Allí estaba a gusto porque no había emociones de por medio. La relación con Pedro era extraña y, al mismo tiempo, formaba parte de su nuevo ser.
Pensar en él la distraía, pero le daba igual. Había estado demasiado tiempo sufriendo y utilizando el trabajo como válvula de escape, y en esos momentos tenía algo más satisfactorio en su vida. Algo que quería que fuese suyo. Un hombre que tenía que ser para ella.
Apagó el ordenador diez minutos antes de la hora a la que Pedro iba a llegar y tomó la cesta de picnic para ir a esperarlo a la entrada. Su padre no le había dicho nada con respecto a que saliese con Pedro, pero, después de haber interrumpido su cena en el club, debía de imaginar que se estaban viendo.
****
Pedro pasó casi toda la mañana hablando por teléfono con un cliente. Tenía que centrarse en la oferta al Club de Ganaderos de Texas para poder marcharse cuanto antes de Royal y volver a su vida real, pero lo cierto era que no tenía prisa.
Acababa de colgar el teléfono cuando llamaron a la puerta.
—Ha venido a verte tu madre —anunció Tanja.
Su madre entró en el despacho.
—Gracias, Tanja.
—De nada —respondió esta marchándose y cerrando la puerta tras de ella.
—Hola, mamá. ¿Qué puedo hacer por ti esta mañana? —le preguntó Pedro.
—No, qué puedo hacer yo por ti… La hija de Amanda Hasher va a venir a la ciudad este fin de semana y quería invitarla a cenar con nosotros.
—No.
—Pero…
—No. No quiero que me organices citas a ciegas. Además, ya estoy saliendo con alguien.
—¿Con quién?
—Con Paula Chaves.
—No quiero decirte lo que debes hacer, cariño —le dijo su madre—, pero ¿piensas que es lo más inteligente…?
—¿Por qué no iba a serlo? Paula ya no es la misma de antes.
—Eso espero. ¿Estás seguro de que no quieres cenar con la hija de Amanda?
—Estoy seguro.
Margarita suspiró.
—¿Qué pasa?
—Que me gustaría tener nietos. Tal y como tengo el corazón.
—A tu corazón no le pasa nada —le dijo Pedro, porque quería que su madre empezase a creerlo.
Quería que supiese que siempre iba a estar a su lado aunque estuviese sana, pero no podía decírselo así.
—Los médicos no saben qué me pasa —comentó ella en tono lastimero, pero Pedro ya la conocía y no se dejó engañar.
—Tienes razón, no lo saben, pero yo estoy pensando en comprarme una casa aquí para poder venir con más frecuencia… eso seguro que te viene bien —le contestó, dándole un beso en la mejilla.
Luego se abrazaron.
—Seguro que sí. Si no quieres salir con nadie que no sea Paula, ¿por qué no venís los dos a cenar a casa esta noche?
—¿Por qué?
—Porque quiero ver si es sincera. Me pidió que trabajase con ella en un proyecto y me gustaría veros juntos.
Él sacudió la cabeza e hizo un esfuerzo para no poner los ojos en blanco.
—Se lo preguntaré, pero estoy trabajando mucho en el proyecto del club y no sé si podré estar libre a una hora decente.
—Estupendo. Así tendré más tiempo para pensar qué cocinar. ¿Quieres que te haga algo hoy? ¿Qué te lleve algún traje a la tintorería o algo así?
—No, mamá. Acabas de salir del hospital hace solo un par de días, ¿no crees que deberías tomártelo con más tranquilidad? —le preguntó.
—De eso nada. Tenerte en casa hace que me sienta descansada y fresca.
Le dio un beso.
—Ahora te dejo trabajar. Estoy tan contenta de tenerte en casa, Pedro. No sabes lo mucho que significa para mí poder pasar por tu despacho a verte siempre que quiera.
Salió por la puerta como un torbellino y Pedro oyó reír a Tanja con algo que su madre debía de haberle dicho al pasar. Recordó las ganas que había tenido de marcharse de Royal, pero, en esos momentos, había cambiado su manera de sentir la ciudad.
Tanja asomó la cabeza por la puerta.
—Pedro, acaban de enviar de Dallas los archivos con las ofertas de Chaves Construction. ¿Qué quieres que haga con ellos?
—Échales un vistazo, averigua quién ganó los concursos a los que se presentaron y los motivos —le pidió.
—De acuerdo. Me va a llevar un rato. Hay ofertas de los últimos cinco años —le contó Tanja.
—Pues céntrate en ello. Necesito poder responder a Hernan Chaves cuanto antes. Me voy a tomar la tarde libre. Me llevaré el teléfono móvil, para que puedas localizarme si es necesario.
—De acuerdo. Yo me quedaré trabajando en esto —le contestó ella.
—Gracias, Tanja —le dijo Pedro mientras esta salía de su despacho.
Llamó al aeropuerto para asegurarse de que Buck, que hacía el mantenimiento de su avión, había comprado champán y alguna cosa más. Quería demostrarle a Paula todas las cosas que podía darle.
Sacudió la cabeza, se levantó y paseó por el despacho. No tenía nada que demostrar, ¿o sí? ¿Por qué necesitaba hacerlo?
Le sonó el teléfono y vio que se trataba de Samuel Winston, su compañero de habitación en la universidad. Ambos habían llegado a Austin con una beca de fútbol y se habían hecho buenos amigos. En esos momentos, hacía un par de semanas que no hablaban.
—Hola, Samuel.
—Eh, Pedro, ¿cómo estás? He venido a Fort Worth a unas conferencias y he llamado a tu despacho, pero me han dicho que no estás en Dallas —le dijo Samuel.
—Estoy en Royal. Mi madre ha estado ingresada en el hospital.
—¿Cómo está? —le preguntó Samuel.
—Bien. Los médicos no saben qué le pasa en el corazón —le contó él, poniéndole al día de la situación.
—¿Cuánto tiempo vas a quedarte allí? Las conferencias duran hasta el viernes y puedo quedarme el fin de semana. Georgia va a pasar el fin de semana con unas amigas.
—¿Y te ha pedido que desaparezcas de casa? —le preguntó Pedro.
Había sido testigo en la boda de Samuel y quería a Georgia como si fuese su hermana. Era la única que sabía cómo llevar a Samuel.
—Más o menos. ¿Me vas a dejar colgado?
—No voy a poder estar en Dallas este fin de semana, pero ¿por qué no te vienes tú a Royal? —le sugirió Pedro.
—Es una idea. ¿Puedo ir en coche?
—Te mandaré mi avión privado. Te acuerdas de Buck, ¿verdad?
—Sí. Estupendo. Estaré allí el sábado por la mañana.
—Bien. Tengo ganas de verte.
Pedro colgó. Quería tener una relación como la que tenían Samuel y Georgia.
Estaban casados, pero no tenían por qué estar pegados el uno al otro todo el tiempo.
Y seguían siendo felices después de cinco años de matrimonio.
Él todavía no había logrado encontrar esa felicidad, por mucho que la hubiese buscado.
Lo cierto era que solo había conocido a una mujer que había hecho que dejase a un lado su trabajo, y esa era Paula.
Así que sabía qué era lo que quería.
Quería a Paula Chaves e iba a hacer todo lo que estuviese en sus manos para conseguirla.
Había estado conteniéndose por miedo a asustarla, pero estaba empezando a pensar que no era ella la que estaba huyendo de él.