lunes, 24 de julio de 2017

NUEVO ROSTRO: CAPITULO 20




Dos días más tarde Paula seguía evitando hablar de Pedro con nadie. Y eso incluía a Abby, que la había llamado varias veces. Todavía no estaba preparada para hablar, así que volvió a colgarle el teléfono. Un segundo después llamaban a la puerta y allí estaba Abby, con el teléfono en la mano.


—No puedo creerme que no quieras responder a mis llamadas —le dijo.


Paula notó calor en la cara.


—Estoy…


—Evitándome —terminó Abby en su lugar.


—Entra, cierra la puerta y te lo contaré —le dijo Paula.


Abby cerró la puerta, pero en vez de sentarse en una silla, se apoyó en el escritorio.


—De acuerdo, escupe, qué es eso tan importante que hace que ya no tengas tiempo para una buena amiga.


—Estoy saliendo con Pedro Alfonso.


—¿El promotor inmobiliario?


—Sí.


—Vaya. Ojalá lo hubiese sabido. He traído a otro promotor para que todo el mundo sepa que lo de presentarme a presidenta del club va en serio.


—Ah, supongo que la competencia es buena.


—Por supuesto que lo es, pero estoy decidida a ganar, y eso significa que tal vez Pedro no se quede en la ciudad todo el tiempo que a ti te gustaría.


A Paula no le preocupaba el tema del club.


Pedro y yo ya tenemos antecedentes. La verdad es que necesitaba hablar con alguien del tema, pero no sabía cómo hacerlo.


—En ese caso, es una suerte que haya decidido pasarme a verte —comentó Abby—. Vamos a dar un paseo.


Paula guardó el documento en el que estaba trabajando en el ordenador y salió del despacho con su amiga. Dieron un paseo por el parque que había cerca de la sede central de Alfonso Construction y estuvieron charlando.


—¿Qué te pasa? —le preguntó Abby.


Pedro y yo salimos un tiempo en el instituto, pero mi padre pensó que no era lo suficientemente bueno para mí y me presionó para que rompiese con él. Y yo lo hice.


—De algo me acuerdo del instituto, pero no me lo habías contado nunca.


—Últimamente he tenido temas más importantes en lo que pensar.


—Sí. Y quiero decirte otra vez que me alegro mucho de que no tengas que volver a operarte —le dijo Abby.


—Gracias.


—¿Tu padre sigue oponiéndose a que salgas con Pedro? No tendría sentido. Me he estado informando por Internet y he visto que tiene mucho éxito en los negocios.


—No tengo ni idea de lo que piensa mi padre —admitió Paula, que estaba empezando a sudar con el calor de aquella mañana de agosto—. No le he dicho nada.


—¿Por qué no? ¿Te da miedo contárselo? —le preguntó Abby.


—No lo sé. Tal vez. La verdad es que no estamos saliendo de manera oficial. Hemos empezado a hacer cosas juntos, cada vez más y… creo que me estoy enamorando de él —admitió—, pero me parece demasiado pronto. Acabo de salir de la última operación. ¿Y si lo que siento es una especie de espejismo?


Abby le puso un brazo alrededor de los hombros y la apretó con fuerza un momento.


—Eres una adulta, así que lo que diga tu padre siempre será discutible, pero si estás teniendo que hacer las cosas a escondidas, pienso que lo mejor es que le cuentes que estás saliendo con Pedro y que pretendes seguir haciéndolo. Y con respecto a lo otro, lo del amor, el tiempo lo dirá.


—Pero es que yo estoy acostumbrada a encontrar respuestas y a planearlo todo, Abby.


Esta volvió a abrazarla.


—Lo sé, pero la vida real no es así.


Paula era consciente de que su amiga tenía razón. No podía olvidar que, por mucho que planease las cosas a su antojo, siempre había imprevistos. Podía seguir como estaba con Pedro o dejar de verlo para evitar que le hiciesen daño otra vez.


—Me da miedo sufrir —confesó—. Siempre me he dicho a mí misma que había pasado página con respecto a Benjamín, pero a veces me sigue afectando.


—A nadie le resulta fácil confiar en los demás —le dijo Abby.


—Y yo que pensaba que tú tenías todas las respuestas —comentó Paula—. No me digas que también tienes dudas, como el resto de los mortales.


Abby negó con la cabeza.


—No quiero manchar mi imagen.


—No lo has hecho —le aseguró Paula—. Gracias por obligarme a hablar contigo.


—De nada.


—¿Te gustaría echarme una mano en la unidad infantil de quemados el sábado?


—Por supuesto, ¿qué vamos a hacer? —quiso saber Abby.


—Una jornada de belleza para mis pequeños amigos. La madre de Pedro les está haciendo ropa y he quedado con el instituto de belleza para que vayan a pintarles las uñas a las niñas, pero me vendría bien algo de ayuda para vestirlas.


—Suena divertido. ¿A qué hora?


Paula le dio todos los detalles mientras volvían a su despacho. Antes de que Abby se marchase, pensó que no le había dado las gracias como se merecía por haber estado a su lado en los peores momentos de su vida.


—Gracias, Abby.


—De nada, pero ¿por qué?


—Por asegurarte de que nunca estoy sola, incluso cuando he querido estarlo. Creo que no eres consciente de lo mucho que me has ayudado.


—Tú también me has ayudado a mí, Paula, me has dado un motivo para no pensar solo en mí —le respondió Abby.


—Bien —dijo Paula, dándole un fuerte abrazo antes de marcharse.


Entró en el edificio y al pasar por delante del despacho de su padre, lo vio sentado al teléfono, como de costumbre, y dudó un instante. Al final decidió no hablar con él de lo de Pedro


Todavía no.



****


El sábado por la mañana, de camino al aeropuerto a recoger a Samuel, Pedro se dio cuenta de que llevaba casi tres días sin ver a Paula. ¿Lo estaría evitando?


¿O había estado tan ocupada como él?


Recogió a Samuel, que nada más verlo le dijo:
—Estoy muerto de hambre.


—Bien. Iremos a comer al Royal Dinner, una cafetería, y así conocerás mi ciudad.


—¿A una cafetería?


—En unos minutos, sabrás más de los vecinos de Royal que si hubieses estado viviendo aquí toda la vida —le dijo Pedro.


Samuel se echó a reír. Charlaron acerca de la conferencia a la que había asistido en Fort Worth y, una vez sentados en la cafetería, Samuel le contó a Pedro lo que habían estado haciendo con Georgia ese verano. Estaban construyendo una piscina.


—¿Por qué no me has pedido ayuda?


—Porque tú tienes tu negocio en Texas. Dudo que hubieses podido encontrar obreros en Connecticut.


—Tienes razón.


Ambos pidieron un desayuno con un alto porcentaje de grasas y luego Samuel le preguntó:
—¿Por qué te marchaste de aquí?


Pedro no había hablado mucho de Royal en la universidad.


—Porque una chica me rompió el corazón.


—¿A ti? Si nunca dejas que ninguna se acerque lo suficiente para hacer eso — comentó Samuel.


—Intento no cometer el mismo error dos veces —dijo él.


Y luego se preguntó en silencio qué era lo que estaba haciendo con Paula. Nadie podía garantizarle que no fuese a hacerle daño otra vez.


—¿Qué ocurrió? —le preguntó Samuel.


—Que a su padre yo no le parecía bien, así que rompió conmigo. El instituto terminó y me marché a la universidad. Sin mirar atrás.


—Ojalá fuese tan sencillo.


—Ojalá. Nunca lo es.


—Entonces, ¿qué ocurrió en realidad?


—Todo lo que te he contado es verdad, menos lo de que pasé página tan pronto. En realidad, nunca he dejado que nadie se me acerque por ella y su padre. Desde que ocurrió aquello, he soñado con volver a Royal y demostrar a todo el mundo lo que he conseguido, con que ella me rogaría que volviese a su lado y yo le diría que no.


Samuel sacudió la cabeza.


—Bonito sueño.


—No tienes ni idea, pero la realidad es otra. Estoy saliendo con ella.


—¿De verdad? ¿Y su padre?


—No lo sabe. ¿No te parece una locura? Tengo treinta y dos años y sigo sin estar cómodo con su padre.


—Es complicado —le dijo Samuel—. Lo mío con Georgia fue mucho más fácil. Le dije que estábamos enamorados y que íbamos a ser felices durante el resto de nuestras vidas y ella me contestó que estaba de acuerdo.


—Mentiroso. Metiste la pata y tuviste que volver a rogarle que volviese contigo. Que no se te olvide que yo estuve todo el tiempo a tu lado.


Samuel volvió a reír.


—He empezado a recordar la historia de otra manera. Quería verte para contarte que Georgia está embarazada. Voy a ser padre.


Pedro se sintió feliz por su amigo.


—Enhorabuena. No puedo creerlo.


—Nosotros tampoco. Ya íbamos a desistir de tener hijos cuando ha ocurrido. Georgia dice que es un milagro y yo le he pedido que deje de decir que tuve que rogarle que se casase conmigo. Quiero que mi hijo piense que su padre ha sido siempre un tipo estupendo.


—Y eres un tipo estupendo, Samuel —le aseguró Pedro—. Vas a ser muy buen padre. ¿Cuándo nacerá el bebé? —preguntó Pedro, compartiendo la felicidad de su amigo y deseando estar igual que él.


—En febrero. Nos gustaría que tú fueses el padrino.


—Será un honor. Lo apuntaré en la agenda para poder ir a veros en cuanto nazca. No puedo creer que vayas a ser padre.


—Yo tampoco, pero hacía mucho tiempo que lo intentábamos. Georgia siempre ha dicho que teníamos mucha suerte de habernos encontrado, y yo también lo pienso, pero el hecho de ir a tener un hijo aporta algo nuevo a nuestra relación. No sé cómo explicarlo.


—No tienes que hacerlo —le dijo Pedro.


Pasaron el resto del día en el Club de Ganaderos de Texas, charlando y jugando al póker en uno de los salones. Pedro mandó un mensaje a Brad y a Zeke, que se
acercaron a pasar la tarde con ellos para recordar los viejos tiempos de la universidad.


En esa ocasión, Pedro se sintió más cómodo en el club, con sus amigos del fútbol y de la universidad. La vuelta a Royal le había despertado viejos miedos.


Tal vez con Paula le ocurriese lo mismo y no tuviese motivos para preocuparse en realidad. Sabía que esta tenía muy buena relación con su padre, pero eran adultos, cosa que se le olvidaba a veces cuando estaba en casa.


Al final de la noche se dio cuenta de que había bebido demasiado, lo mismo que sus amigos. Samuel y él llamaron un taxi que los llevó de vuelta a casa de su madre.


Entraron en silencio y se fueron a la cama. El día había sido divertido, pero mientras Pedro intentaba dormirse, solo podía pensar en Paula y en lo mucho que deseaba tenerla entre sus brazos.




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