sábado, 17 de junio de 2017

ROJO: CAPITULO 16




El resto del día fue como un borrón para Paula. Mientras seguía trabajando de manera más o menos normal, en realidad era como si alguien le hubiese arrancado el corazón. Y cuando por fin llegó a casa estaba completamente destrozada.


Paula entró en la casa que había sido su santuario en los peores momentos de su vida, la casa que estaban a punto de perder y, angustiada, se apoyó en la pared, dejando que su bolso se deslizara hasta el suelo.


¿Qué iban a hacer? Había llamado a Lee al móvil para decirle que no podría ir al casino esa noche ni ninguna otra y él le recordó en términos bien claros cuáles serían las consecuencias.


Deslizándose hasta el suelo, Paula apoyó la cabeza en las rodillas y empezó a llorar.


‐Paula, cariño. ¿Qué ocurre?


Ella intentó hablar, asegurarle que estaba bien, pero las palabras no salían de su garganta.


Y cuando, su abuelo la abrazó, las lágrimas se convirtieron en sollozos de angustia.


‐¿Qué te ha hecho ese jefe tuyo? Seguro que te hizo pensar que te quería para luego dejarte plantada. Sabía que nada bueno podría salir de esto...


‐Pero yo lo quiero, abuelo. Lo quiero mucho.


‐Lo sé, hija, lo sé ‐intentó consolarla él, acariciando su pelo. Aunque sus caricias sólo lograban que llorase más.


¿Cómo iba a decirle que había aceptado dinero de su jefe para pagar la deuda que tenía con Ling? Saber que la había reducido a eso aunque ella lo hubiera hecho por gusto al descubrir que estaba enamorada de Pedro, le rompería el corazón.


Cuando por fin pudo dejar de sollozar, le echó los brazos al cuello y se agarró a él con fuerza. Siempre había sido su ancla y ella le había fallado cuando más la necesitaba. Había intentado solucionarlo, encontrar una solución para el problema, pero al final había fracasado.


‐Ven ‐dijo Hugo, ayudándola a levantarse‐. Vamos a tomar una taza de té.


Entraron juntos en la cocina, donde su abuelo se dispuso a calentar agua.


Y Paula lo observaba, cada gesto tan querido para ella...


Tenía que hablarle de la amenaza de Ling. No era justo ocultarle la verdad.


Intentó pensar cómo podía decírselo... al fin y al cabo, su abuelo tenía setenta y tres años. Lo bastante mayor como para saber que no debería haberse jugado el dinero en el casino, desde luego. Pero lo mirase como lo mirase, no había una manera fácil de hacerlo.


‐Abuelo.


‐¿Sí?


‐Lee Ling va a vender la casa. Intenté detenerlo, pero mi jefe se enteró de que estaba trabajando para él y me ha advertido que perderé mi trabajo si vuelvo a verlo. Y si no lo hago, Ling venderá nuestra casa.


‐Cariño, te preocupas demasiado. Lee no venderá esta casa, él sabe que le devolveré el dinero.


‐Pero abuelo, ¿es que no te das cuenta? No podemos pagar siquiera los intereses de la deuda. Nunca podremos pagar la deuda completa. Ni siquiera podemos pedir un préstamo en el banco porque la escritura de la casa ahora está a nombre de Ling. ¡Vamos a perderlo todo!


La desesperación que había en su voz por fin lo hizo reaccionar.


‐¿Tú crees que sería capaz de hacer eso?


‐Si me dejaras contarle a mi jefe por qué trabajo para Ling, a lo mejor él...


‐¡No! ‐la interrumpió su abuelo‐. Nadie debe saberlo, Paula. Me prometiste no contárselo a nadie y no debes hacerlo. Si algún periodista se enterase, y tú sabes que lo harían, todo lo que he hecho durante más de treinta años se vendría abajo. Perdería el programa de televisión, la gente me trataría de otra forma... mi legado, mi reputación, el respeto del público... eso es todo lo que tengo, hija.


‐Pero abuelo... ‐Paula quería ponerse gritar, preguntarle si ella no era más importante que esa reputación de la que tanto hablaba y la mayoría del público ya había olvidado.


Pero casi le daba miedo la repuesta.


‐Ven, vamos a tomar el té. Ya se nos ocurrirá algo. Ling es una persona razonable.


Ella lo siguió hasta al salón, pero no pudo tomarse el té porque tenía el estómago revuelto y temía acabar vomitando. Hugo no entendía que los hombres como Ling no hablaban en broma... pero no tardaron mucho en descubrirlo.


Estaba en el cuarto de baño a la mañana siguiente cuando su abuelo llamó a la puerta. Dejando el secador, y poniéndose el albornoz Paula asomó la cabeza en el pasillo.


‐Ling esta aquí ‐anunció su abuelo, pálido‐, con un agente inmobiliario. Han venido a hacer una tasación. Va a poner la casa en el mercado... hoy mismo.


Paula y su abuelo se sentaron en el sofá del salón mientras Lee Ling y el agente inmobiliario terminaban la inspección de la casa.


‐Está en una buena zona y, con el jardín cuidado por el famoso Hugo Chaves, estoy seguro de que venderla no será un problema ‐estaba diciendo el agente inmobiliario mientras salía con Ling de la propiedad.


Paula se sentía enferma. Iba a hacerlo, iba a vender su casa y a dejarlos en la calle. Sin dinero en el banco, no había ninguna esperanza para ellos.


Su trabajo era lo único que les quedaba... si Pedro no la despedía.


Paula miró a su abuelo, que parecía más viejo que nunca. 


No podía dejarlo solo aquel día, pensó. Parecía enfermo. Por fin había entendido cuáles eran las consecuencias del juego, pero aquello ya no era un juego para ninguno de los dos.



***


Pedro colgó el teléfono, exasperado. De modo que Recursos Humanos estaba buscando una secretaria temporal para él porque Paula había llamado diciendo que se encontraba enferma. Qué conveniente.


¿Cómo se atrevía a esconderse así de él? ¿No se daba cuenta de que eso la hacía parecer más culpable?


Su informador le había dicho que no había aparecido por el casino la noche anterior... ¿habría salido huyendo? De una manera o de otra tenía que enterarse y tenía que hacerlo rápidamente.


De modo que llamó a la firma de investigadores privados que su primo Brent usaba cuando lo necesitaba. Eran discretos y, sobre todo, eran rápidos. Y, a la hora del almuerzo, estaba mirando la información que le había llegado por mensajero.


Le había costado una pequeña fortuna, pero merecía la pena. Las pruebas estaban delante de sus ojos: los pagos que Paula Chaves había hecho a Lee Ling desde su cuenta corriente. Una cuenta en la que ya prácticamente no quedaba nada...


Pedro se enfureció al ver una copia del último cheque que le había dado. y, por si eso no fuera suficiente, hasta su casa, la casa en la había crecido, le pertenecía ahora a aquel hombre.


Indignado, golpeó el escritorio con el puño, soltando una palabrota. Le había confiado todo en la oficina...


¿Cuántos secretos le habría vendido a Ling?, se preguntó. Pedro intentaba concentrarse, lo que podría haberle hecho a las industrias Alfonso porque era mucho más fácil que reconocer aquella sensación de vacío en el pecho o los sentimientos que había luchado mantener escondidos, intentando convencerse a sí mismo de que su relación con Paula fuera del trabajo era estrictamente una relación carnal.


‐¿Señor Alfonso? ‐lo llamó la ayudante temporal desde la puerta‐. ¿Le ocurre algo?


‐¡Fuera! ‐gritó él.


Pero luego cerró los ojos y, después de contar hasta diez muy lentamente, se levantó de la silla y asomó la cabeza en el despacho, donde la secretaria estaba sentada, preguntándose que había hecho para merecer tan grosero tratamiento.


‐Perdona. No iba contra ti.


‐Sí, claro.


Pedro volvió a su despacho y recogió los papeles que habían caído al suelo cuando golpeó el escritorio. La rabia que sentía era como un río de lava. Aunque él no estaba acostumbrado a esos ataques de furia...


¡Maldita fuera Paula por reducirlo a eso! Pero, al tomar una copia de la escritura de su casa, vio algo que le pareció extraño. Pedro estudió el documento, intentando olvidarse del nombre de Lee Ling, que ahora aparecía en la escritura como propietario. Algo en las fechas no cuadraba... el cambio de nombre había tenido lugar un día después de que volvieran de Russell.


Cuando Paula volvió a la oficina, después de haberse despedido el día anterior.


¿Qué habría pasado para que cambiase de opinión?


Pedro miró de nuevo la escritura y reconoció el nombre de Hugo Chaves. Hugo Chaves había sido un personaje famoso de televisión durante muchos años y lo había visto frecuentemente en el casino, pero no se le ocurrió pensar que tuviera alguna relación con Paula.


Chaves era un jugador que apostaba mucho dinero... y no tardaría mucho en averiguar si ganaba o perdía.


¿Se habría equivocado sobre Paula?, se preguntó 
entonces. ¿Podría ser inocente, manipulada por el evidente cariño que sentía por su abuelo y las nada escrupulosas maquinaciones de un hombre como Ling?


¿Podría empezar a creer que había estado diciendo la verdad sobre todo... incluso sobre sus sentimientos por él?


Lo único que haría falta sería una llamada de teléfono.


Pedro guardó los papeles en el sobre e que habían llegado antes de sentarse tras su escritorio para buscar en su agenda el número de teléfono de Paula.


Y después de marcar, esperó, tamborileando con los dedos sobre la mesa.


‐¿Dígame?


Al escuchar su voz sintió una ola de deseo, pero intentó controlarse.


‐Paula, tenemos que hablar.


‐No puedo hablar ahora, Pedro. De verdad, no puedo.


‐¿Ni siquiera sobre tu trabajo?


Entonces notó que contenía el aliento


‐¿Qué ocurre? ‐le preguntó después, con voz estrangulada‐. ¿Es que no he hecho ya suficiente? Por favor, déjame en paz.


Paula colgó y Pedro se quedó con el teléfono en la mano, perplejo.


Pero su tono de voz la había delatado, estaba destrozada. 


Con la presión que había puesto sobre ella, por no hablar de las demandas que hubiera hecho un hombre como Ling, era absolutamente lógico.


Tomando las llaves del coche, Pedro salió de la oficina. De una manera o de otra iba a solucionar aquello de una vez por todas.


‐¿Señor Alfonso? ‐lo llamó la secretaria.


‐Más tarde. Volveré más tarde.


‐Pero...


Fuera lo que fuera lo que iba a decir, Pedro no lo oyó porque las puertas del ascensor se habían cerrado.


El viaje hasta la casa de Paula le dio una oportunidad para pensar en lo que iba a hacer. Pero lo primero era lo primero; tenía que averiguar por qué era tan importante para él saber que Paula estaba bien. Sí, había sido su ayudante durante dos años y medio, pero era mucho más que eso.


Muchísimo más.


Por fin, estaba dispuesto a admitir por qué la idea de compartir a Paula con otro hombre le resultaba insoportable. La quería sólo para sí mismo y era mucho más que deseo. De alguna forma, en algún momento y a pesar de sus intenciones, se había enamorado de ella. Ahora lo único que tenía que hacer era convencerla de que hablaba en serio... pero tal y como la había tratado, seguramente iba a ser la pelea más difícil de toda su vida.


Pedro detuvo el BMW detrás de un coche aparcado en la puerta de la casa. En el jardín, un agente inmobiliario estaba colocando el cartel de Se Vende.


De modo que ése era el juego de Ling. Iba a vender la casa...


Pedro apretó el volante con tal fuerza que sus nudillos se volvieron blancos. Lee Ling era un canalla, no había la menor duda.


Aunque él no se había portado mejor que ese canalla.


Era lógico que Paula estuviera tan angustiada cuando llamó por teléfono. Todo su mundo se iba hundiendo poco a poco y ella no podía hacer nada.


De repente, Pedro cambió de plan. Durante todo el camino había ido preguntándose cómo podría hacer que Paula le diese otra oportunidad.


Y ahora, allí, delante de sus ojos, tenía esa oportunidad.


De modo que salió del coche y se acercó al agente inmobiliario para hablar con él. Y sólo tardó unos minutos en volver al BMW para dirigirse a la oficina con una sonrisa en los labios.


Sus abogados se subirían por las paredes cuando supieran lo que había hecho, pero Pedro Alfonso no tenía que darle explicaciones a nadie... salvo a la mujer de la que estaba enamorado.






viernes, 16 de junio de 2017

ROJO: CAPITULO 15




Su propia felicidad, su oportunidad de conseguir que Pedro y ella tuvieran una verdadera relación dependía de ello.


Si seguía aceptando su dinero sólo por acostarse con él ¿cómo iba a esperar algo más sobre todo? Y, sobre todo ¿cómo iba a convencerlo de que estaba con él porque lo quería y no por su dinero?


Cuando abrió la puerta de su casa, esperó el saludo de su abuelo... pero la recibió el silencio. Tampoco estaba en el salón y, como estaba lloviendo, no podía estar en el jardín.


Se preguntó entonces, angustiada, si habría cumplido su promesa de no volver al casino. Estaban a punto de grabar la nueva serie y ella sabía lo importante que era eso para su abuelo, de modo que sólo podía esperar que fuera suficiente para alejarlo del juego.


Paula empezó a hacer la cena para los y sólo cuando estaba metiendo en el horno unos filetes de pescado congelado se dio cuenta de que la lucecita del contestador estaba encendida.


Sólo había un mensaje pero, por alguna razón, tal vez un sexto sentido, no se atrevía a pulsar el botón. En lugar de eso, puso la mesa para dos y se dispuso a hacer una ensalada.


Y; sin embargo, la lucecita roja del contestador seguía centelleando...


Dejando escapar un suspiro de frustración, Paula soltó los utensilios sobre la encimera y, por fin, pulsó el botón del contestador... y se le heló la sangre en las venas al escuchar la voz de Lee Ling.


‐«Este es un mensaje para la señorita Chaves. En vista de que no ha cumplido su promesa de pagar el dinero que me debe y ya que tampoco ha amortizado los intereses de su préstamo, he llegado a la única conclusión posible: si no puede pagarme el dinero que me debe en su totalidad para final de mes me veré obligado a recuperarlo vendiendo la casa de su abuelo».


El mensaje terminaba allí, el pitido del teléfono haciendo eco en la habitación.


¿Por qué no habría usado su abuelo el adelanto que le habían dado en la cadena de televisión para pagar su deuda con Lee?


Sólo había una conclusión posible: debía habérselo jugado.


Paula se dejó caer sobre el sofá, enterrando la cara entre las manos.


Sabía que debería haberlo vigilado más. ¿Por qué había pensado que iba a cambiar? Pensó entonces en el cheque que aún tenía en el bolso, el cheque de Pedro. Un cheque que no quería aceptar y que simbolizaba la diferencia entre lo que quería y lo que ya nunca podría tener.


Cuando sonó el timbre del horno se levantó. Sólo podía hacer una cosa para salvar su hogar: tenía que pedirle a Ling más tiempo... y luego, de alguna forma, tenía que encontrar los fondos necesarios para pagar esa deuda, empezando por el dinero de Pedro.


Un dinero que había pensado devolver al día siguiente, en la oficina.


Cuando oyó llegar el coche de su abuelo por el camino se levantó a toda prisa para borrar el mensaje del contestador. Después de cenar, iría al casino a ver a Ling y resolver asunto. Si podía convencerlo para que reconsiderase su amenaza de vender la casa, por fin podría respirar tranquila.


Paula pasó la mano por el vestido rojo, el que se había puesto la última vez que fue con Ling al casino, antes de acercarse a él para poner una mano sobre su hombro. Y; al verla, sus ojos se iluminaron con un brillo de satisfacción.


Ling tomó su mano para ponerla sobre su brazo, dándole una palmadita mientras terminaba su conversación con un grupo de empresarios chinos. Ella no entendía el idioma, no hacía falta que lo entendiera; las sonrisas de complicidad de los hombres dejaban claro para qué pensaban que estaba allí.


Paula se obligó a sí misma a sonreír; tarea muy difícil cuando algo le decía que estaba cometiendo un terrible error, que debería haberle hablado a su abuelo de la llamada de Ling y exigido saber qué había hecho con el dinero que le había adelantado la cadena de televisión.


Pero era demasiado tarde, ya estaba comprometida.


‐Me alegro de volver a verte, querida ‐sonrió el prestamista cuando se quedaron solos, lanzando una mirada libidinosa hacia su escote.


Paula dio un respingo, casi como si la hubiera tocado, pero intentó disimular un gesto de asco mientras sacaba del bolso el cheque de Pedro.


‐Imagino que con esto será suficiente por el momento... y que no volverás a amenazar con vender la casa de mi abuelo.


Ling miró el cheque y sonrió, avaricioso.


‐Por el momento‐asintió‐. Pero aceptaré este cheque con una condición.


‐¿Cuál?


‐Que volvamos al acuerdo original y me acompañes cada noche esta semana. Estoy esperando a una gente muy importante y seguro que apreciarán tu compañía.


Paula tuvo que contener una ola de bilis que subió a su garganta mientras asentía con la cabeza. No quería pensar en lo que podría pasar si Pedro se enteraba de que había vuelto con Ling. Había dejado bien claro que la quería a su servicio exclusivamente y se pondría pálido si supiera lo que estaba haciendo, aunque sólo fuera actuar como cebo para la clientela del prestamista.


Odiaba animar a la gente para que hiciera precisamente lo que intentaba que su abuelo dejase de hacer. Era terrible, pero no veía otra salida.


Angustiada, deseó haberle contado a Pedro la verdad desde el principio, la razón por la que estaba en el casino, vestida de esa manera, acompañando a Ling para que sus clientes apostasen más... un dinero que luego perdían y tenían que pedirle prestado a él.


Pero no podía contárselo por mucho que afectase a su vida y ya no habría oportunidad de convencerlo de que era algo más que su secretaria durante la semana y su amante a partir del viernes por la tarde.


A la mañana siguiente, Paula intentó disimular un bostezo mientras guardaba el bolso en el armario de la oficina.


Le había costado un mundo levantarse de la cama y había tardado más de lo que esperaba en ocultar las ojeras con maquillaje.


Suspirando, se dedicó a su rutina matinal: abrir la correspondencia de Pedro y descargar sus correos electrónicos antes de llevar todo lo que pudiera ser interesante a su despacho


Su corazón dio un saltito al verlo tras su escritorio, como le pasaba siempre. Pero cuando Pedro levantó la mirada del ordenador, Paula se detuvo al ver su expresión.


Ya no era el amante del fin de semana ni el profesional con el que trabajaba cada día.


En lugar de eso estaba mirando a un hombre poseído por una furia de la que no lo creía capaz.


‐¿Ocurre algo? ‐le preguntó, dejando la correspondencia sobre su mesa.


‐¿Si ocurre algo? ‐replicó Pedro, clavando en ella sus ojos‐. Dímelo tú, Paula.


‐No sé de qué estás hablando ‐murmuró ella, conteniendo el deseo de ir a su despacho, tomar el bolso y volver a casa para empezar otra vez.


‐Tal vez te gustaría explicarme esto.


Pedro giró su ordenador portátil para que pudiera ver la pantalla y Paula vio una imagen tomada por una cámara de seguridad. Y no tenía que seguir mirando porque enseguida reconoció la sala VIP de jugadores del casino y a la pareja que había en el centro...


Le encantaría explicar por qué estaba allí con Ling, pero no podía hacerlo. No podía traicionar el secreto de su abuelo porque le había dado su palabra. Y al menos uno de los dos tenía que cumplirla.


La noche anterior, antes de irse de casa, le había dicho a su abuelo que iba a hacerle un pago a Ling y él había jurado que le devolvería el dinero. Naturalmente, Paula no lo había creído pero no podía hacer nada. ¿Qué iba a hacer? Sólo se tenían el uno al otro.


Entonces miró a Pedro, esperando encontrar comprensión en sus ojos, que de alguna forma supiera que no hacía aquello porque quisiera hacerlo.


‐¿Y bien? ‐dijo él, levantándose.


‐Fui al casino anoche. ¿Eso es un crimen?


‐¿Un crimen? Una pregunta muy interesante, Paula.


‐¿Cómo has conseguido esa fotografía?


Pedro la fulminó con la mirada. ¿Podía ser aquél el mismo hombre que había gritado nombre mientras hacían el amor menos veinticuatro horas antes? Ahora la miraba como si fuese una extraña y no la persona con la que compartía todo tipo de intimidades.


‐Cómo haya conseguido la fotografía no es lo importante. Lo importante es qué estabas haciendo tú con Ling. Dime la verdad, Paula ¿qué hacías anoche con ese hombre cuando te pedí expresamente que no volvieras a verlo?


‐Es algo personal.


‐¿Algo personal? ‐repitió él‐.¿Y lo que hay entre nosotros no es personal? ¿O estás diciendo que nos colocas a Ling y a mí en la misma categoría?


‐¡No es eso!


‐Entonces dímelo, ¿qué es?


‐¿Cómo puedes preguntarme eso cuando durante la semana no soy para ti más que una empleada mientras que los fines de semana es todo lo contrario? Ya no sé ni dónde estoy...


‐¿Quieres que me deje llevar por mis deseos durante la semana, en la oficina, cuando sé que con sólo alargar la mano te tengo ahí, dispuesta, sumisa, suplicándome que haga esto... ?


Pedro la tomó por la cintura, su rostro a unos milímetros del suyo, mirándola a los ojos mientras, bruscamente, apartaba a un lado la blusa para acariciar sus pechos.


Y entonces, tan rápidamente como había empezado, la soltó, dejándola con el corazón en la garganta.


‐¿Cómo te atreves? ‐le espetó ella, ajustándose la blusa.


‐Me atrevo porque tú me dejas. Tú me deseas tanto como yo a ti. ¿Quieres saber por qué te trato de manera diferente en la oficina? Te trato como si no hubiera nada entre nosotros porque es la única manera de trabajar sin estar obsesionado contigo. Sin querer cerrar la puerta de mi despacho, tirar todo lo que hay en el escritorio y tomarte allí mismo para verte desnuda, loca de deseo por mí. Es lo único que puedo hacer sabiendo que estarás ahí para mí los fines de semana... pero nada de eso, ni el dinero ni yo, es suficiente para ti, ¿verdad? ‐Pedro sacudió la cabeza, disgustado‐. ¿Cuando dijiste en Melbourne que me querías lo decías en serio?


¿La había oído? Paula se llevó una mano al corazón. Había querido convencerse a sí misma de que no la había oído, de que perdido en la pasión del momento, Pedro no se había dado cuenta. No había dicho nada entonces cuando le confesó sus sentimientos sin querer pero ahora había una posibilidad de convencerlo.


‐Pues claro que lo dije en serio ‐Paula respiró profundamente. Todo dependía de que pudiera convencerlo de que estaba diciendo la verdad‐.Nunca hubiera dicho que te quería si no lo sintiera. Ojalá pudiese decirte la verdad sobre Ling, pero no puedo. No tiene nada que ver contigo y conmigo, Pedro...


‐No me mientas, Paula ‐la interrumpió él‐. ¿Quieres saber cómo he conseguido esa fotografía? Yo te lo diré: tengo vigilado a Ling porque ese hombre tiene por costumbre vender información. Información que afecta a mi empresa como tú no puedes imaginar siquiera. Miles de puestos de trabajo están en peligro cada vez que él vende un secreto.
¿Crees que es un simple prestamista? Así es como empieza y cuando la gente no puede pagarle con dinero, les exige otro tipo de pago. Dime, ¿cuánto dinero le debes tú, Paula?


Ella empezó a darse cuenta de que, al no contarle la verdad desde el principio, Pedro había pensado lo peor... pero antes de que pudiera ordenar sus pensamientos Pedro siguió, en el mismo tono:
‐Alguien de la corporación Tremont está consiguiendo información sobre nosotros, antes de que aparezca en los periódicos financieros. Yo me había convencido a mí mismo de que no podías ser tú, no quería creer que lo fueras... pero ahora, al ver esta fotografía, ya no estoy tan seguro. Así que dime, Paula, ¿qué información le estás vendiendo a Ling y a qué precio?


Ella negó con la cabeza, furiosa. No podía creer eso, era imposible. Sus ojos se llenaron de lágrimas, pero intentó contenerlas.


‐¡Yo no le vendo nada! Tienes que creerme, Pedro. Si él está vendiendo información de Industrias Alfonso no consigue esa información a través de mí, te lo aseguro.


‐¿Creerte? ‐repitió él‐. ¿Cómo voy a creerte si no me cuentas nada? Es evidente que te tiene en su poder, de no ser así no estarías con los dos. ¿O es otra cosa? ¿Te gusta vivir peligrosamente? ¿Un hombre no es bastante para ti? Tal vez has estado acostándote con él todo este tiempo...


‐¡No! ‐gritó Paula‐. No hagas esto, Pedro. Por favor, te quiero... de verdad. Pero no puedo explicarte mi relación con Ling. No puedo hacerla.


‐¿No puedes o no quieres? A mí me parece que no tienes alternativa. O me lo dices o nuestra relación ha terminado.


‐Por favor, Pedro, tienes que confiar en mí.


‐No puedo... ya no puedo hacerlo.


‐¿Y mi trabajo? ‐preguntó Paula, con un nudo en la garganta. Sin su trabajo, su abuelo y ella se quedarían en la calle.


‐Por el momento prefiero que sigas aquí, donde yo pueda vigilarte. Pero si descubro vuelves a ver a Ling, puedes ir buscando empleo.