viernes, 16 de junio de 2017

ROJO: CAPITULO 15




Su propia felicidad, su oportunidad de conseguir que Pedro y ella tuvieran una verdadera relación dependía de ello.


Si seguía aceptando su dinero sólo por acostarse con él ¿cómo iba a esperar algo más sobre todo? Y, sobre todo ¿cómo iba a convencerlo de que estaba con él porque lo quería y no por su dinero?


Cuando abrió la puerta de su casa, esperó el saludo de su abuelo... pero la recibió el silencio. Tampoco estaba en el salón y, como estaba lloviendo, no podía estar en el jardín.


Se preguntó entonces, angustiada, si habría cumplido su promesa de no volver al casino. Estaban a punto de grabar la nueva serie y ella sabía lo importante que era eso para su abuelo, de modo que sólo podía esperar que fuera suficiente para alejarlo del juego.


Paula empezó a hacer la cena para los y sólo cuando estaba metiendo en el horno unos filetes de pescado congelado se dio cuenta de que la lucecita del contestador estaba encendida.


Sólo había un mensaje pero, por alguna razón, tal vez un sexto sentido, no se atrevía a pulsar el botón. En lugar de eso, puso la mesa para dos y se dispuso a hacer una ensalada.


Y; sin embargo, la lucecita roja del contestador seguía centelleando...


Dejando escapar un suspiro de frustración, Paula soltó los utensilios sobre la encimera y, por fin, pulsó el botón del contestador... y se le heló la sangre en las venas al escuchar la voz de Lee Ling.


‐«Este es un mensaje para la señorita Chaves. En vista de que no ha cumplido su promesa de pagar el dinero que me debe y ya que tampoco ha amortizado los intereses de su préstamo, he llegado a la única conclusión posible: si no puede pagarme el dinero que me debe en su totalidad para final de mes me veré obligado a recuperarlo vendiendo la casa de su abuelo».


El mensaje terminaba allí, el pitido del teléfono haciendo eco en la habitación.


¿Por qué no habría usado su abuelo el adelanto que le habían dado en la cadena de televisión para pagar su deuda con Lee?


Sólo había una conclusión posible: debía habérselo jugado.


Paula se dejó caer sobre el sofá, enterrando la cara entre las manos.


Sabía que debería haberlo vigilado más. ¿Por qué había pensado que iba a cambiar? Pensó entonces en el cheque que aún tenía en el bolso, el cheque de Pedro. Un cheque que no quería aceptar y que simbolizaba la diferencia entre lo que quería y lo que ya nunca podría tener.


Cuando sonó el timbre del horno se levantó. Sólo podía hacer una cosa para salvar su hogar: tenía que pedirle a Ling más tiempo... y luego, de alguna forma, tenía que encontrar los fondos necesarios para pagar esa deuda, empezando por el dinero de Pedro.


Un dinero que había pensado devolver al día siguiente, en la oficina.


Cuando oyó llegar el coche de su abuelo por el camino se levantó a toda prisa para borrar el mensaje del contestador. Después de cenar, iría al casino a ver a Ling y resolver asunto. Si podía convencerlo para que reconsiderase su amenaza de vender la casa, por fin podría respirar tranquila.


Paula pasó la mano por el vestido rojo, el que se había puesto la última vez que fue con Ling al casino, antes de acercarse a él para poner una mano sobre su hombro. Y; al verla, sus ojos se iluminaron con un brillo de satisfacción.


Ling tomó su mano para ponerla sobre su brazo, dándole una palmadita mientras terminaba su conversación con un grupo de empresarios chinos. Ella no entendía el idioma, no hacía falta que lo entendiera; las sonrisas de complicidad de los hombres dejaban claro para qué pensaban que estaba allí.


Paula se obligó a sí misma a sonreír; tarea muy difícil cuando algo le decía que estaba cometiendo un terrible error, que debería haberle hablado a su abuelo de la llamada de Ling y exigido saber qué había hecho con el dinero que le había adelantado la cadena de televisión.


Pero era demasiado tarde, ya estaba comprometida.


‐Me alegro de volver a verte, querida ‐sonrió el prestamista cuando se quedaron solos, lanzando una mirada libidinosa hacia su escote.


Paula dio un respingo, casi como si la hubiera tocado, pero intentó disimular un gesto de asco mientras sacaba del bolso el cheque de Pedro.


‐Imagino que con esto será suficiente por el momento... y que no volverás a amenazar con vender la casa de mi abuelo.


Ling miró el cheque y sonrió, avaricioso.


‐Por el momento‐asintió‐. Pero aceptaré este cheque con una condición.


‐¿Cuál?


‐Que volvamos al acuerdo original y me acompañes cada noche esta semana. Estoy esperando a una gente muy importante y seguro que apreciarán tu compañía.


Paula tuvo que contener una ola de bilis que subió a su garganta mientras asentía con la cabeza. No quería pensar en lo que podría pasar si Pedro se enteraba de que había vuelto con Ling. Había dejado bien claro que la quería a su servicio exclusivamente y se pondría pálido si supiera lo que estaba haciendo, aunque sólo fuera actuar como cebo para la clientela del prestamista.


Odiaba animar a la gente para que hiciera precisamente lo que intentaba que su abuelo dejase de hacer. Era terrible, pero no veía otra salida.


Angustiada, deseó haberle contado a Pedro la verdad desde el principio, la razón por la que estaba en el casino, vestida de esa manera, acompañando a Ling para que sus clientes apostasen más... un dinero que luego perdían y tenían que pedirle prestado a él.


Pero no podía contárselo por mucho que afectase a su vida y ya no habría oportunidad de convencerlo de que era algo más que su secretaria durante la semana y su amante a partir del viernes por la tarde.


A la mañana siguiente, Paula intentó disimular un bostezo mientras guardaba el bolso en el armario de la oficina.


Le había costado un mundo levantarse de la cama y había tardado más de lo que esperaba en ocultar las ojeras con maquillaje.


Suspirando, se dedicó a su rutina matinal: abrir la correspondencia de Pedro y descargar sus correos electrónicos antes de llevar todo lo que pudiera ser interesante a su despacho


Su corazón dio un saltito al verlo tras su escritorio, como le pasaba siempre. Pero cuando Pedro levantó la mirada del ordenador, Paula se detuvo al ver su expresión.


Ya no era el amante del fin de semana ni el profesional con el que trabajaba cada día.


En lugar de eso estaba mirando a un hombre poseído por una furia de la que no lo creía capaz.


‐¿Ocurre algo? ‐le preguntó, dejando la correspondencia sobre su mesa.


‐¿Si ocurre algo? ‐replicó Pedro, clavando en ella sus ojos‐. Dímelo tú, Paula.


‐No sé de qué estás hablando ‐murmuró ella, conteniendo el deseo de ir a su despacho, tomar el bolso y volver a casa para empezar otra vez.


‐Tal vez te gustaría explicarme esto.


Pedro giró su ordenador portátil para que pudiera ver la pantalla y Paula vio una imagen tomada por una cámara de seguridad. Y no tenía que seguir mirando porque enseguida reconoció la sala VIP de jugadores del casino y a la pareja que había en el centro...


Le encantaría explicar por qué estaba allí con Ling, pero no podía hacerlo. No podía traicionar el secreto de su abuelo porque le había dado su palabra. Y al menos uno de los dos tenía que cumplirla.


La noche anterior, antes de irse de casa, le había dicho a su abuelo que iba a hacerle un pago a Ling y él había jurado que le devolvería el dinero. Naturalmente, Paula no lo había creído pero no podía hacer nada. ¿Qué iba a hacer? Sólo se tenían el uno al otro.


Entonces miró a Pedro, esperando encontrar comprensión en sus ojos, que de alguna forma supiera que no hacía aquello porque quisiera hacerlo.


‐¿Y bien? ‐dijo él, levantándose.


‐Fui al casino anoche. ¿Eso es un crimen?


‐¿Un crimen? Una pregunta muy interesante, Paula.


‐¿Cómo has conseguido esa fotografía?


Pedro la fulminó con la mirada. ¿Podía ser aquél el mismo hombre que había gritado nombre mientras hacían el amor menos veinticuatro horas antes? Ahora la miraba como si fuese una extraña y no la persona con la que compartía todo tipo de intimidades.


‐Cómo haya conseguido la fotografía no es lo importante. Lo importante es qué estabas haciendo tú con Ling. Dime la verdad, Paula ¿qué hacías anoche con ese hombre cuando te pedí expresamente que no volvieras a verlo?


‐Es algo personal.


‐¿Algo personal? ‐repitió él‐.¿Y lo que hay entre nosotros no es personal? ¿O estás diciendo que nos colocas a Ling y a mí en la misma categoría?


‐¡No es eso!


‐Entonces dímelo, ¿qué es?


‐¿Cómo puedes preguntarme eso cuando durante la semana no soy para ti más que una empleada mientras que los fines de semana es todo lo contrario? Ya no sé ni dónde estoy...


‐¿Quieres que me deje llevar por mis deseos durante la semana, en la oficina, cuando sé que con sólo alargar la mano te tengo ahí, dispuesta, sumisa, suplicándome que haga esto... ?


Pedro la tomó por la cintura, su rostro a unos milímetros del suyo, mirándola a los ojos mientras, bruscamente, apartaba a un lado la blusa para acariciar sus pechos.


Y entonces, tan rápidamente como había empezado, la soltó, dejándola con el corazón en la garganta.


‐¿Cómo te atreves? ‐le espetó ella, ajustándose la blusa.


‐Me atrevo porque tú me dejas. Tú me deseas tanto como yo a ti. ¿Quieres saber por qué te trato de manera diferente en la oficina? Te trato como si no hubiera nada entre nosotros porque es la única manera de trabajar sin estar obsesionado contigo. Sin querer cerrar la puerta de mi despacho, tirar todo lo que hay en el escritorio y tomarte allí mismo para verte desnuda, loca de deseo por mí. Es lo único que puedo hacer sabiendo que estarás ahí para mí los fines de semana... pero nada de eso, ni el dinero ni yo, es suficiente para ti, ¿verdad? ‐Pedro sacudió la cabeza, disgustado‐. ¿Cuando dijiste en Melbourne que me querías lo decías en serio?


¿La había oído? Paula se llevó una mano al corazón. Había querido convencerse a sí misma de que no la había oído, de que perdido en la pasión del momento, Pedro no se había dado cuenta. No había dicho nada entonces cuando le confesó sus sentimientos sin querer pero ahora había una posibilidad de convencerlo.


‐Pues claro que lo dije en serio ‐Paula respiró profundamente. Todo dependía de que pudiera convencerlo de que estaba diciendo la verdad‐.Nunca hubiera dicho que te quería si no lo sintiera. Ojalá pudiese decirte la verdad sobre Ling, pero no puedo. No tiene nada que ver contigo y conmigo, Pedro...


‐No me mientas, Paula ‐la interrumpió él‐. ¿Quieres saber cómo he conseguido esa fotografía? Yo te lo diré: tengo vigilado a Ling porque ese hombre tiene por costumbre vender información. Información que afecta a mi empresa como tú no puedes imaginar siquiera. Miles de puestos de trabajo están en peligro cada vez que él vende un secreto.
¿Crees que es un simple prestamista? Así es como empieza y cuando la gente no puede pagarle con dinero, les exige otro tipo de pago. Dime, ¿cuánto dinero le debes tú, Paula?


Ella empezó a darse cuenta de que, al no contarle la verdad desde el principio, Pedro había pensado lo peor... pero antes de que pudiera ordenar sus pensamientos Pedro siguió, en el mismo tono:
‐Alguien de la corporación Tremont está consiguiendo información sobre nosotros, antes de que aparezca en los periódicos financieros. Yo me había convencido a mí mismo de que no podías ser tú, no quería creer que lo fueras... pero ahora, al ver esta fotografía, ya no estoy tan seguro. Así que dime, Paula, ¿qué información le estás vendiendo a Ling y a qué precio?


Ella negó con la cabeza, furiosa. No podía creer eso, era imposible. Sus ojos se llenaron de lágrimas, pero intentó contenerlas.


‐¡Yo no le vendo nada! Tienes que creerme, Pedro. Si él está vendiendo información de Industrias Alfonso no consigue esa información a través de mí, te lo aseguro.


‐¿Creerte? ‐repitió él‐. ¿Cómo voy a creerte si no me cuentas nada? Es evidente que te tiene en su poder, de no ser así no estarías con los dos. ¿O es otra cosa? ¿Te gusta vivir peligrosamente? ¿Un hombre no es bastante para ti? Tal vez has estado acostándote con él todo este tiempo...


‐¡No! ‐gritó Paula‐. No hagas esto, Pedro. Por favor, te quiero... de verdad. Pero no puedo explicarte mi relación con Ling. No puedo hacerla.


‐¿No puedes o no quieres? A mí me parece que no tienes alternativa. O me lo dices o nuestra relación ha terminado.


‐Por favor, Pedro, tienes que confiar en mí.


‐No puedo... ya no puedo hacerlo.


‐¿Y mi trabajo? ‐preguntó Paula, con un nudo en la garganta. Sin su trabajo, su abuelo y ella se quedarían en la calle.


‐Por el momento prefiero que sigas aquí, donde yo pueda vigilarte. Pero si descubro vuelves a ver a Ling, puedes ir buscando empleo.






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