sábado, 17 de junio de 2017

ROJO: CAPITULO 16




El resto del día fue como un borrón para Paula. Mientras seguía trabajando de manera más o menos normal, en realidad era como si alguien le hubiese arrancado el corazón. Y cuando por fin llegó a casa estaba completamente destrozada.


Paula entró en la casa que había sido su santuario en los peores momentos de su vida, la casa que estaban a punto de perder y, angustiada, se apoyó en la pared, dejando que su bolso se deslizara hasta el suelo.


¿Qué iban a hacer? Había llamado a Lee al móvil para decirle que no podría ir al casino esa noche ni ninguna otra y él le recordó en términos bien claros cuáles serían las consecuencias.


Deslizándose hasta el suelo, Paula apoyó la cabeza en las rodillas y empezó a llorar.


‐Paula, cariño. ¿Qué ocurre?


Ella intentó hablar, asegurarle que estaba bien, pero las palabras no salían de su garganta.


Y cuando, su abuelo la abrazó, las lágrimas se convirtieron en sollozos de angustia.


‐¿Qué te ha hecho ese jefe tuyo? Seguro que te hizo pensar que te quería para luego dejarte plantada. Sabía que nada bueno podría salir de esto...


‐Pero yo lo quiero, abuelo. Lo quiero mucho.


‐Lo sé, hija, lo sé ‐intentó consolarla él, acariciando su pelo. Aunque sus caricias sólo lograban que llorase más.


¿Cómo iba a decirle que había aceptado dinero de su jefe para pagar la deuda que tenía con Ling? Saber que la había reducido a eso aunque ella lo hubiera hecho por gusto al descubrir que estaba enamorada de Pedro, le rompería el corazón.


Cuando por fin pudo dejar de sollozar, le echó los brazos al cuello y se agarró a él con fuerza. Siempre había sido su ancla y ella le había fallado cuando más la necesitaba. Había intentado solucionarlo, encontrar una solución para el problema, pero al final había fracasado.


‐Ven ‐dijo Hugo, ayudándola a levantarse‐. Vamos a tomar una taza de té.


Entraron juntos en la cocina, donde su abuelo se dispuso a calentar agua.


Y Paula lo observaba, cada gesto tan querido para ella...


Tenía que hablarle de la amenaza de Ling. No era justo ocultarle la verdad.


Intentó pensar cómo podía decírselo... al fin y al cabo, su abuelo tenía setenta y tres años. Lo bastante mayor como para saber que no debería haberse jugado el dinero en el casino, desde luego. Pero lo mirase como lo mirase, no había una manera fácil de hacerlo.


‐Abuelo.


‐¿Sí?


‐Lee Ling va a vender la casa. Intenté detenerlo, pero mi jefe se enteró de que estaba trabajando para él y me ha advertido que perderé mi trabajo si vuelvo a verlo. Y si no lo hago, Ling venderá nuestra casa.


‐Cariño, te preocupas demasiado. Lee no venderá esta casa, él sabe que le devolveré el dinero.


‐Pero abuelo, ¿es que no te das cuenta? No podemos pagar siquiera los intereses de la deuda. Nunca podremos pagar la deuda completa. Ni siquiera podemos pedir un préstamo en el banco porque la escritura de la casa ahora está a nombre de Ling. ¡Vamos a perderlo todo!


La desesperación que había en su voz por fin lo hizo reaccionar.


‐¿Tú crees que sería capaz de hacer eso?


‐Si me dejaras contarle a mi jefe por qué trabajo para Ling, a lo mejor él...


‐¡No! ‐la interrumpió su abuelo‐. Nadie debe saberlo, Paula. Me prometiste no contárselo a nadie y no debes hacerlo. Si algún periodista se enterase, y tú sabes que lo harían, todo lo que he hecho durante más de treinta años se vendría abajo. Perdería el programa de televisión, la gente me trataría de otra forma... mi legado, mi reputación, el respeto del público... eso es todo lo que tengo, hija.


‐Pero abuelo... ‐Paula quería ponerse gritar, preguntarle si ella no era más importante que esa reputación de la que tanto hablaba y la mayoría del público ya había olvidado.


Pero casi le daba miedo la repuesta.


‐Ven, vamos a tomar el té. Ya se nos ocurrirá algo. Ling es una persona razonable.


Ella lo siguió hasta al salón, pero no pudo tomarse el té porque tenía el estómago revuelto y temía acabar vomitando. Hugo no entendía que los hombres como Ling no hablaban en broma... pero no tardaron mucho en descubrirlo.


Estaba en el cuarto de baño a la mañana siguiente cuando su abuelo llamó a la puerta. Dejando el secador, y poniéndose el albornoz Paula asomó la cabeza en el pasillo.


‐Ling esta aquí ‐anunció su abuelo, pálido‐, con un agente inmobiliario. Han venido a hacer una tasación. Va a poner la casa en el mercado... hoy mismo.


Paula y su abuelo se sentaron en el sofá del salón mientras Lee Ling y el agente inmobiliario terminaban la inspección de la casa.


‐Está en una buena zona y, con el jardín cuidado por el famoso Hugo Chaves, estoy seguro de que venderla no será un problema ‐estaba diciendo el agente inmobiliario mientras salía con Ling de la propiedad.


Paula se sentía enferma. Iba a hacerlo, iba a vender su casa y a dejarlos en la calle. Sin dinero en el banco, no había ninguna esperanza para ellos.


Su trabajo era lo único que les quedaba... si Pedro no la despedía.


Paula miró a su abuelo, que parecía más viejo que nunca. 


No podía dejarlo solo aquel día, pensó. Parecía enfermo. Por fin había entendido cuáles eran las consecuencias del juego, pero aquello ya no era un juego para ninguno de los dos.



***


Pedro colgó el teléfono, exasperado. De modo que Recursos Humanos estaba buscando una secretaria temporal para él porque Paula había llamado diciendo que se encontraba enferma. Qué conveniente.


¿Cómo se atrevía a esconderse así de él? ¿No se daba cuenta de que eso la hacía parecer más culpable?


Su informador le había dicho que no había aparecido por el casino la noche anterior... ¿habría salido huyendo? De una manera o de otra tenía que enterarse y tenía que hacerlo rápidamente.


De modo que llamó a la firma de investigadores privados que su primo Brent usaba cuando lo necesitaba. Eran discretos y, sobre todo, eran rápidos. Y, a la hora del almuerzo, estaba mirando la información que le había llegado por mensajero.


Le había costado una pequeña fortuna, pero merecía la pena. Las pruebas estaban delante de sus ojos: los pagos que Paula Chaves había hecho a Lee Ling desde su cuenta corriente. Una cuenta en la que ya prácticamente no quedaba nada...


Pedro se enfureció al ver una copia del último cheque que le había dado. y, por si eso no fuera suficiente, hasta su casa, la casa en la había crecido, le pertenecía ahora a aquel hombre.


Indignado, golpeó el escritorio con el puño, soltando una palabrota. Le había confiado todo en la oficina...


¿Cuántos secretos le habría vendido a Ling?, se preguntó. Pedro intentaba concentrarse, lo que podría haberle hecho a las industrias Alfonso porque era mucho más fácil que reconocer aquella sensación de vacío en el pecho o los sentimientos que había luchado mantener escondidos, intentando convencerse a sí mismo de que su relación con Paula fuera del trabajo era estrictamente una relación carnal.


‐¿Señor Alfonso? ‐lo llamó la ayudante temporal desde la puerta‐. ¿Le ocurre algo?


‐¡Fuera! ‐gritó él.


Pero luego cerró los ojos y, después de contar hasta diez muy lentamente, se levantó de la silla y asomó la cabeza en el despacho, donde la secretaria estaba sentada, preguntándose que había hecho para merecer tan grosero tratamiento.


‐Perdona. No iba contra ti.


‐Sí, claro.


Pedro volvió a su despacho y recogió los papeles que habían caído al suelo cuando golpeó el escritorio. La rabia que sentía era como un río de lava. Aunque él no estaba acostumbrado a esos ataques de furia...


¡Maldita fuera Paula por reducirlo a eso! Pero, al tomar una copia de la escritura de su casa, vio algo que le pareció extraño. Pedro estudió el documento, intentando olvidarse del nombre de Lee Ling, que ahora aparecía en la escritura como propietario. Algo en las fechas no cuadraba... el cambio de nombre había tenido lugar un día después de que volvieran de Russell.


Cuando Paula volvió a la oficina, después de haberse despedido el día anterior.


¿Qué habría pasado para que cambiase de opinión?


Pedro miró de nuevo la escritura y reconoció el nombre de Hugo Chaves. Hugo Chaves había sido un personaje famoso de televisión durante muchos años y lo había visto frecuentemente en el casino, pero no se le ocurrió pensar que tuviera alguna relación con Paula.


Chaves era un jugador que apostaba mucho dinero... y no tardaría mucho en averiguar si ganaba o perdía.


¿Se habría equivocado sobre Paula?, se preguntó 
entonces. ¿Podría ser inocente, manipulada por el evidente cariño que sentía por su abuelo y las nada escrupulosas maquinaciones de un hombre como Ling?


¿Podría empezar a creer que había estado diciendo la verdad sobre todo... incluso sobre sus sentimientos por él?


Lo único que haría falta sería una llamada de teléfono.


Pedro guardó los papeles en el sobre e que habían llegado antes de sentarse tras su escritorio para buscar en su agenda el número de teléfono de Paula.


Y después de marcar, esperó, tamborileando con los dedos sobre la mesa.


‐¿Dígame?


Al escuchar su voz sintió una ola de deseo, pero intentó controlarse.


‐Paula, tenemos que hablar.


‐No puedo hablar ahora, Pedro. De verdad, no puedo.


‐¿Ni siquiera sobre tu trabajo?


Entonces notó que contenía el aliento


‐¿Qué ocurre? ‐le preguntó después, con voz estrangulada‐. ¿Es que no he hecho ya suficiente? Por favor, déjame en paz.


Paula colgó y Pedro se quedó con el teléfono en la mano, perplejo.


Pero su tono de voz la había delatado, estaba destrozada. 


Con la presión que había puesto sobre ella, por no hablar de las demandas que hubiera hecho un hombre como Ling, era absolutamente lógico.


Tomando las llaves del coche, Pedro salió de la oficina. De una manera o de otra iba a solucionar aquello de una vez por todas.


‐¿Señor Alfonso? ‐lo llamó la secretaria.


‐Más tarde. Volveré más tarde.


‐Pero...


Fuera lo que fuera lo que iba a decir, Pedro no lo oyó porque las puertas del ascensor se habían cerrado.


El viaje hasta la casa de Paula le dio una oportunidad para pensar en lo que iba a hacer. Pero lo primero era lo primero; tenía que averiguar por qué era tan importante para él saber que Paula estaba bien. Sí, había sido su ayudante durante dos años y medio, pero era mucho más que eso.


Muchísimo más.


Por fin, estaba dispuesto a admitir por qué la idea de compartir a Paula con otro hombre le resultaba insoportable. La quería sólo para sí mismo y era mucho más que deseo. De alguna forma, en algún momento y a pesar de sus intenciones, se había enamorado de ella. Ahora lo único que tenía que hacer era convencerla de que hablaba en serio... pero tal y como la había tratado, seguramente iba a ser la pelea más difícil de toda su vida.


Pedro detuvo el BMW detrás de un coche aparcado en la puerta de la casa. En el jardín, un agente inmobiliario estaba colocando el cartel de Se Vende.


De modo que ése era el juego de Ling. Iba a vender la casa...


Pedro apretó el volante con tal fuerza que sus nudillos se volvieron blancos. Lee Ling era un canalla, no había la menor duda.


Aunque él no se había portado mejor que ese canalla.


Era lógico que Paula estuviera tan angustiada cuando llamó por teléfono. Todo su mundo se iba hundiendo poco a poco y ella no podía hacer nada.


De repente, Pedro cambió de plan. Durante todo el camino había ido preguntándose cómo podría hacer que Paula le diese otra oportunidad.


Y ahora, allí, delante de sus ojos, tenía esa oportunidad.


De modo que salió del coche y se acercó al agente inmobiliario para hablar con él. Y sólo tardó unos minutos en volver al BMW para dirigirse a la oficina con una sonrisa en los labios.


Sus abogados se subirían por las paredes cuando supieran lo que había hecho, pero Pedro Alfonso no tenía que darle explicaciones a nadie... salvo a la mujer de la que estaba enamorado.






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