miércoles, 7 de junio de 2017

LA BUSQUEDA DEL MILLONARIO: CAPITULO 17





Lo primero que Paula hizo a la mañana siguiente fue prometerse firmemente que se tomaría su relación con Pedro más lenta y más decorosamente. Que ocultaría sus sentimientos hasta que él hubiera tenido tiempo de asimilar o analizar algo que debería ser tan sencillo y evidente como el amor.


Por supuesto, aquella promesa duró hasta que él volvió a tomarla entre sus brazos a la noche siguiente. Aquella vez, la llevó al dormitorio de ella. Una vez allí, los verdaderos sentimientos de Paula se escaparon plenamente a su control mientras que los de Pedro permanecían sumidos en las sombras. A lo largo de las noches posteriores que pasaron en la cama, Paula siguió esperando que él terminara por rendirse a sus sentimientos en vez de ocultarse tras la racionalidad, la lógica y el oscuro recuerdo de acontecimientos pasados. Sin embargo, él se marchaba de su cama cada mañana, para regresar a su dormitorio en el sótano antes de los primeros rayos del sol.


Mientras tanto, Paula se ocupó de la limpieza. Contrató a un grupo para que limpiara la casa de arriba abajo. Como prometió, Pedro le pidió a su tío que realizara un diagnóstico completo del disco duro del sistema informático de la casa, pero la treta no salió como esperaban. En cuanto se marcharon los de la limpieza, Pascual se hizo sentir en los altavoces.


Pedro… ¡Pedro! Alerta roja. Una de las unidades ha detectado algo extraño. Necesito contar a los presentes inmediatamente.


—Todo está bajo control, Pascual —dijo Pedro tratando de calmarlo—. Estoy en la cocina con Angie, Paula y Noelia.


—Pues falta una —le espetó Pascual—. ¿O acaso no sabes contar?


—¿Le gustaría tomarse una taza de té? —le preguntó Angie con dulce voz—. Parece muy disgustado.


—No, no quiero té —replicó Pascual—. Quiero saber dónde está la otra. La problemática.


—No falto. Estoy aquí.


Pascual se levantó de su silla y se dio la vuelta. Julia estaba frente a él. El pánico le aceleró el corazón y le dificultó la respiración. Se tiró del cuello de la camiseta sintiendo un sudor frío por la espalda.


—¿Qué diablos estás haciendo aquí? —le preguntó.


Pedro y tú sudáis mucho —comentó sencillamente Julia, de un modo tan natural que Pascual sintió que el pánico remitía un poco.


—No has respondido a mi pregunta, muchachita. ¿Qué estás haciendo aquí?


—En primer lugar, no soy ninguna muchachita. He decidido venir a visitarte para verte. Dado que tú siempre nos estás observando, me parece lo justo.


—¿Te ha dicho Pedro que no vinieras aquí? ¿Que no me gusta la gente de verdad y que deberías mantenerte alejada de mí?


—Sí, pero no me pareció que a mí se me considerara gente de verdad.


—¿Por qué no?


—Porque es lo que me dice todo el mundo. Que yo no soy gente de verdad.


—¿Sí? Pues te aseguro que sí lo eres. Yo lo sé muy bien. No puedo soportar a la gente de verdad y, dado que no te puedo soportar a ti, debes de ser de verdad.


Aquel comentario tan grosero no arredró a Julia. Simplemente asintió. Por alguna razón, el hecho de que ella aceptara tan estoicamente sus palabras molestó a Pascual.


—Estaba pensando que, dado que te molesto mucho, podrías fingir que yo soy uno de los robots de Pedro o algo así. También me suelen decir que soy un robot porque a veces parece que no tengo sentimientos.


—¿De verdad te dijeron eso?


—Sí, pero no me importa. Por eso, tal vez, si me consideraras así, como un robot, podría bajar algunas veces para ver cómo trabajas. Aprender de ti.


—Pues no puedes. No me gusta la gente. Me pone nervioso.


—Pues a mí no me parece que ahora estés nervioso. Tal vez si me dejaras bajar de vez en cuando, no te pondrías tan nervioso. Tal vez incluso yo podría llegar a caerte bien.


Pascual se había pasado la vida observando a la gente, escuchando desde la distancia. No le interesaba. Abrió la boca para decir que se marchara, pero no pudo hacerlo. 


Sentía que aquella chica había sido rechazada en muchas ocasiones y no quería ser uno más. Además, por alguna razón, ella no le ponía tan nervioso como la mayoría de la gente.


—Está bien. Te puedes quedar un rato, pero en cuanto yo me ponga nervioso, te vas.


—Gracias, tío P —dijo la muchacha con una sonrisa—. Me sentaré aquí y no te molestaré en nada. Ni siquiera sabrás que estoy aquí.


—¿Sentarte? Ni hablar. Si has bajado aquí, tienes que trabajar.


—¿De verdad?


—Sí —replicó Pascual. Entonces, le lanzó la silla que tenía libre—. ¿A qué estás esperando? Ven aquí y enséñame lo que sabes hacer…


Julia se sentó a su lado inmediatamente.


—De acuerdo.



LA BUSQUEDA DEL MILLONARIO: CAPITULO 16





¿Qué había hecho?


Paula cerró los ojos y se apretó contra Pedro para que él no viera su rostro. Demasiado tarde.


En aquella ocasión, había esperado que su relación se desarrollara a un ritmo más pausado. Había esperado permitir que los sentimientos maduraran más lentamente, que llegaran al punto en el que el compromiso sería posible en todos los aspectos y no solo en el plano sexual.


Contuvo una carcajada de desesperación. Lo había estropeado todo. No había tardado ni veinticuatro horas en meterse en la cama de Pedro.


—Paula… ¿Te encuentras bien?


—En realidad, no —respondió. Forzó una sonrisa y habló en tono de sorna—. Estoy algo confusa sobre una de las subcláusulas de tu tercera condición. Tal vez podrías explicármela con más detalle.


Él se echó a reír. Parecía más relajado de lo que ella lo había visto nunca.


—¿Cuál es la que no has comprendido? —preguntó mientras deslizaba las manos por la pierna de ella y entraba en territorio bendecido por la húmeda calidez femenina—. ¿Esta?


—Esa justamente —replicó ella. Le devolvió el favor acariciándole a él el miembro—. Y creo que esta es otra.


—Ah, bueno. Esa cláusula en particular te la puedo explicar con todo detalle…


Paula sonrió a pesar de que sus sentimientos estaban más desbocados que nunca y se negaban a que ella los contuviera.


—Me gustaría… Me gustaría mucho…




LA BUSQUEDA DEL MILLONARIO: CAPITULO 15





Paula no debía sorprenderse de que no pudiera dormir. 


Había sido un día muy largo y lleno de emociones. Había vuelto a ver a Pedro después de lo que le había parecido una separación interminable. Y él había conocido por fin a su hija. Era aún demasiado pronto para determinar si Pedro y la pequeña podrían vivir juntos, aunque esperaba que así fuera. De lo que no le quedaba ninguna duda era de que él haría todo lo estuviera en su mano para ser un buen padre.


Kit, la gatita, acudió a su cama para acomodarse junto a ella. 


Paula comenzó a acariciarle la cabeza, a lo que el animalito correspondió con un ronroneo. De repente, la gatita corrió hacia la puerta con las orejas erguidas. Paula se levantó de la cama y se dirigió hacia la puerta. Sin pensárselo, abrió la puerta y siguió a la gata escaleras abajo, tratando de hacer el menor ruido posible. Tenía los pies helados, pero no tenía frío gracias al camisón de algodón que le llegaba casi hasta el suelo.


No tardaron en llegar a la planta baja. Entonces, Kit desapareció en dirección a territorio prohibido.


¿Se aplicaba también la primera condición de Pedro a la gata?


Se quedó unos instantes al pie de la escalera, sin saber si debía bajar detrás de la gata. Dudaba que el animalito sufriera daño alguno, pero… ¿quién sabía lo que Pedro guardaba allá abajo?


Por fin, se rindió a lo inevitable sabiendo muy bien que si no bajaba no lograría dormir. Bajó la escalera y llegó a la planta inferior. Aunque sospechaba que aquella zona ocupaba la misma superficie que las plantas superiores, su distribución era muy diferente. Mucho más técnica. Las luces superiores estaban apagadas, pero había otras de bajo voltaje que iluminaban el suelo y reflejaban unas paredes blancas y un pasillo muy limpio, casi estéril. Se asomó hacia la derecha del pasillo y vio misteriosas habitaciones cerradas que se moría de ganas por explorar.


—¿Cómo sabía yo que ibas a infringir la condición número uno antes de que terminara el día?


Paula se sobresaltó y miró hacia su izquierda.


—No he infringido ninguna condición.


Él se le acercó silenciosamente. La tenue luz le llenaba el rostro de sombras y le daba una apariencia imponente.


—¿Qué estás haciendo aquí?


—He venido en misión de rescate. Mi gata ha bajado aquí y no sabía en qué líos podría meterse.


—¿Kit? Si no recuerdo mal, le pusiste Kit. Te la regalé la noche que hicimos…


Se interrumpió, pero Paula sabía perfectamente lo que había estado a punto de decir. La noche que hicieron el amor.


—Me dijiste que la elegiste a ella porque las dos teníamos los ojos verdes y no hacíamos más que meternos en líos.


—No puede ser el mismo gato.


—Por supuesto que sí. ¿Acaso no la reconoces?


—Ni siquiera me había dado cuenta de que habías traído un gato. Supongo que yo centraba mi atención en otra parte.


—Por supuesto. No podías apartar la mirada de tu hija.


—Ni de ti.


Pedro se le acercó. Gracias a que ella aún seguía subida en el escalón, sus rostros quedaban frente a frente.


—¿Y la has tenido todos estos años?


—¿Acaso creías que iba a echarla a la calle? La adoro.


—Pensé que tal vez tus padres se habrían librado de ella, teniendo en cuenta todo lo que había ocurrido.


—¿Quieres decir que porque te echaron a ti también iban a echar a un pobre gato?


—Algo por el estilo.


—Pues no fue así —replicó Paula—. Lleva conmigo diez años y, si tengo suerte, estará conmigo otros diez. ¿Acaso no te has dado cuenta de que la utilizo en mis libros? Y, por si no te has percatado, tú eres Cat.


—¿La pantera? ¿Yo?


—En su momento, me pareció que te pegaba —comentó. Entonces, esbozó una tentadora sonrisa—. Bueno, ¿me vas a permitir que utilice a Kit como excusa para darme una vuelta por lo prohibido?


—Si satisfago tu curiosidad, ¿te mantendrás alejada de aquí en lo sucesivo?


—Lo intentaré.


Pedro suspiró y extendió una mano.


—Vamos.


Paula bajó el escalón. Notó que los azulejos eran aún más fríos que el suelo de madera. Contuvo un escalofrío porque no quería darle a Pedro excusa alguna para que la mandara a su habitación.


—¿Qué hay por ahí? —preguntó señalando a la derecha.


—Ésa es la parte de mi tío. Eso no se puede visitar sin su invitación expresa —le advirtió—. Hablo en serio, Paula. Nada de excusas. ¿Comprendido?


—Te aseguro que no lo haría. A ti a lo mejor, pero a Pascual no.


La sinceridad con la que ella había hablado pareció convencerle. Entonces, asintió y señaló a la izquierda.


—Por aquí tengo varios laboratorios, al igual que mis habitaciones privadas.


—¿Laboratorios, has dicho?


—Sí. Para medida e instrumentación. Para investigación y desarrollo. Un laboratorio de informática, uno de pruebas.


—Quiero ver el laboratorio de robótica.


—Está bien. Te enseñaré el que no es estéril.


—¿Tienes laboratorios estériles?


—Sí, pero tienes que desnudarte para que te pueda esterilizar antes de entrar.


Una mirada le aseguró que estaba bromeando.


—Pues no creo que esterilice muy bien —replicó ella—. Si lo hiciera, no tendrías una hija.


Pedro colocó la mano sobre una placa que había en el exterior de una de las puertas y luego pidió que se le dejara entrar.


—Tal vez no tengamos que estar esterilizados —admitió él mientras el sistema de seguridad comprobaba sus huellas y su voz.


—Y tal vez tampoco tengamos que estar desnudos.


La puerta del laboratorio se abrió suavemente.


—No. En lo de ir desnudos insisto.


Entraron en una enorme sala que tenía la apariencia de un taller. Había largas mesas contra la pared, herramientas que colgaban de las paredes y cajones en los que se organizaban las diferentes piezas o partes que se utilizaban allí, además de ordenadores por todas partes.


En el centro de la sala, había un banco de trabajo, sobre el que había un Rumi que, una vez más, se había visto transformado en una margarita. Paula iba a realizar un comentario al respecto, pero decidió que era mejor guardar silencio y centrarse en el proyecto que Pedro tenía entre manos en aquellos momentos. Sobre la mesa, había dos extrañas máquinas con ruedas. La primera tenía más o menos la apariencia de una aspiradora y la segunda era prácticamente una copia idéntica de su gemela, aunque parecía más sofisticada.


—¿Qué son? —preguntó ella fascinada.


—Ese es Emo X-14 y el X-15. Es la abreviatura de Emotibot. La X significa la décima generación, con sus versiones 14 y 15. Al menos, eso es lo que se supone que son. En estos momentos, no son casi nada —añadió frunciendo el ceño.


—¿Y en qué esperas que se conviertan?


—Espero que Emo sea la próxima generación de un detector de mentiras. Supongo que será un detector de sentimientos.


—¿Y por qué quieres crear un detector de sentimientos?


—Estoy intentando diseñar un robot que pueda anticipar y responder a las necesidades humanas y que no solo se base en lo que se le pide verbalmente, sino también en la comunicación no verbal. De hecho, me gustaría utilizar los vídeos y las cámaras para fotografiar las respuestas de todo el mundo a ciertos estímulos para ayudar a enseñárselo. Por supuesto, si nadie se opone.


—Bueno, se lo preguntaré a los demás, pero a mí no me importa. A ver si lo entiendo. Utilizando fotos y vídeos nuestros esperan que Emo descubra cuando estamos felices, tristes, hambrientos, sedientos y que pueda reaccionar del modo adecuado.


—Efectivamente.


—Es genial. ¿Y este ya puede hacer algo de eso? —preguntó señalando al menos avanzado de los dos.


—No, esté no. Y ese es el problema. Emo 14 no ha tenido tanto éxito a la hora de interpretar sentimientos como el 15. Tal vez termine desmontándolo para reutilizar las piezas.


—No, no. Es demasiado adorable para desmontarlo —dijo ella mientras observaba al robot, que tenía una especie de sombrero sobre el que descansaban unas piezas de color aguamarina que se semejaban ojos.


Pedro la miró con desaprobación.


—Adorable o no, algunas veces hay que desmontar lo que uno ha montado cuando hay un fallo catastrófico para poder volver a empezar.


—Espero que no hagas eso con el 14. No sé… Es tan mono. Tan pícaro.


—Pícaro… Por Dios, Paula, Emo es una máquina, no un ser humano masculino. Si yo antropomorfizara todas mis creaciones, no conseguiría nunca nada.


—Supongo, pero le has puesto nombre. ¿No te parece que eso también es antropomorfizar a una máquina? Sé que Emo no está vivo, pero es que me recuerda a algo en lo que estabas trabajando hace diez años.


—¿Te acuerdas de eso? —preguntó él muy sorprendido.


—Por supuesto que me acuerdo. Todas tus creaciones me resultan fascinantes —dijo ella. Sacó un taburete de debajo del banco de trabajo y se sentó para apartar sus gélidos pies del suelo—, pero mi favorito fue siempre el que me recuerda a Emo. Era una nave espacial sobre ruedas.


—No era una nave espacial.


—Sí, lo sé. Me lo dijiste mil veces pero a mí me lo parecía y, de algún modo, se parece a este.


—En realidad, es al revés. Este se parece a la nave espacial, tal y como tú la llamas. En realidad, era el prototipo de Emo. Trabajo en ese proyecto en mi tiempo libre.


—Me sorprende que no lo hayas terminado después de tantos años —comentó ella. La expresión de Pedro cambió y Paula se preguntó qué había dicho para disgustarlo—. Sin embargo, supongo que tienes que ocuparte primero de los proyectos que te reportan dinero.


—Así es.


—¿Qué es lo que pasa, Pedro?


Él se dio la vuelta. ¿Cómo era capaz de hacerlo? ¿Cómo era posible que Paula tuviera la habilidad de colarse entre sus defensas con tanta habilidad?


Desde muy temprana edad, había descubierto que su apariencia y su intelecto intimidaban a la gente, incluso hasta sus propios padres. Más tarde, había descubierto que se parecía a su tío Pascual, lo que era otro punto en su contra, teniendo en cuenta los temas de ansiedad social de su pariente. La muerte de sus padres cuando solo tenía diez años lo había empujado a las casas de acogida y le había enseñado a utilizar su aspecto y su cerebro para mantener a la gente a raya, algo que podía conseguir en ocasiones con una única mirada.


Sin embargo, jamás le había funcionado con Paula. Por muchas miradas que le echara, no conseguía amedrentarla.


Por muchas barreras que él creara, ella las superaba sin dificultad. Incluso sentada en su taller con un camisón casi transparente, conseguía encajar cuando debería haber estado tan fuera de lugar.


Se rindió a lo inevitable y se sentó junto a ella para tocar el panel que había sobre el casco del robot. Inmediatamente, Emo 14 cobró vida.


—Emo, soy Paula.


—Hola, Paula —replicó dulcemente una joven voz masculina.


—Hola, Emo —dijo ella encantada.


—¿Cómo estás hoy?


—Bueno… —respondió ella considerando cuidadosamente su respuesta—, me siento un poco nerviosa y un poco triste ante la posibilidad de que tu creador pueda desmantelarte.


—Tal vez simplemente necesitas que Angie te prepare una buena taza de té —sugirió Pedro.


Ella entornó sus magníficos ojos verdes. No parecía haberle gustado el comentario.


—Tal vez…


Las luces de Emo comenzaron a parpadear y empezó a emitir un sonido parecido al de un ordenador cuando está procesando información.


—Procesando… —le informó Emo.


Entonces, hizo un sonido parecido al hipo.


—Tal vez sea Emo el que necesita una taza de té —comentó Paula—. ¿Por qué tiene hipo?


—Le ocurre a veces cuando él… ello está realizando múltiples funciones.


—¿No puede andar, hablar y procesar al mismo tiempo?


—No muy bien.


Paula le acarició suavemente el casco.


—Aún es muy joven. Dale tiempo. No irás a matarlo porque sea un poco lento, ¿verdad?


Pedro se frotó el rostro.


—Te lo voy a decir una sola vez más, Paula. Te agradecería mucho que prestaras más atención. Emo es una máquina. No se puede matar a una máquina.


Al escuchar su nombre, Emo se animó.


—¿Cómo te sientes?


Paula lanzó a Pedro una mirada de suprema indignación.


—Estoy muy, pero que muy triste, Emo. Tanto que podría tener que despertar a Angie para que me prepare una taza de té. Y es culpa de tu creador.


Pedro levantó las manos como si se estuviera rindiendo.


—Está bien. No desguazaré a Emo. En vez de darle sus piezas a un futuro hermano, lo mantendré para la posteridad. ¿Contenta?


—Sí, mucho. Gracias —replicó ella. Entonces, dudó un instante—. Hay algo de lo que me gustaría hablar contigo.


—Y no me va a gustar, ¿verdad?


—Lo dudo. Tenemos que contratar a algunas personas para que vengan a limpiar las dos plantas superiores. No es justo cargarnos a Angie, a Julia y a mí con todo eso. Además, tener la casa en estas condiciones no es saludable para la niña.


—No tengo objeción alguna. Puedes contratar a quien necesites para que venga a echar una mano.


—¿Y tu tío?


—Haré que Pascual escanee por completo el sistema durante la limpieza. Así no estará pendiente de lo que ocurre en el resto de la casa durante al menos medio día y no se dará cuenta de que ha habido más gente en la casa hasta que se hayan marchado.


Una rápida mirada a Paula le dijo a Pedro que ella aún no había terminado.


—¿Algo más?


—Bueno, sí. Es sobre tu casa.


—¿Qué es lo que tiene mi casa de malo aparte de la limpieza?


—Es que no hay donde sentarse.


—Supongo que tienes razón.


—Pues nos gustaría sentarnos y supongo que algunas camas y otros muebles no vendrían mal


—¿Estarías dispuesta a ocuparte tú de encargar lo que haga falta?


—¿No te opones? Considerando el tamaño de esta casa, podría ser bastante costoso.


—Dinero no es lo que me falta.


—Gracias —dijo ella—. Hay algo más que me preocupa.


—¿Aparte de la limpieza y los muebles?


—Sí. ¿De verdad crees que cuando se produce un fallo catastrófico y lo que se está intentando producir no funciona en ningún nivel, lo mejor es tirarlo y volver a empezar?


—Sí.


—Pues podríamos decir que nuestra relación experimentó un fallo catastrófico.


—Yo diría que esa descripción es bastante exacta —admitió él.


—Y yo. Y la mañana siguiente después de que hiciéramos el amor, tú te deshiciste de nuestra relación, al menos del potencial que podría tener como relación.


—Lo intenté, sí.


—Tal vez ahora podríamos volver a empezar. Tal vez podríamos reutilizar las partes buenas y conseguir que esta vez nos salga bien. Porque hay partes buenas. Ocasiones en las que nos hemos comunicado perfectamente.


—Estoy de acuerdo.


—Entonces, ¿qué dices, Pedro?


Él se no se podía resistir a Paula, al igual que le había ocurrido diez años atrás. Por primera vez en su vida, no dudó. No se puso a ponderar y a considerar. Simplemente se aferró a ello con todas sus fuerzas.


—Me gustaría —susurró. La tomó entre sus brazos—. ¿Cómo te sientes? —añadió contra los labios de ella.


—Tengo mucha, mucha hambre.


Pedro la sacó del laboratorio en brazos y la llevó a su dormitorio.


—Luces —ordenó—. Bajo voltaje.


Las lámparas de la mesilla de noche se encendieron, pero con una luz muy tenue, iluminando suavemente los hermosos rasgos de Paula.


Se dio cuenta de que no quería darse prisa. El tiempo ya no tenía ningún significado. Lo único que importaba era que Paula gozara. La colocó en la cama y se tumbó a su lado. 


Entonces, comenzó a besarla. Sin embargo, se contuvo. 


Tenía la intención de que aquella noche fuera completamente memorable. Un tierno suspiro se escapó de los labios de Paula, un suspiro que expresaba un gozo absoluto. En ese momento, él experimentó una felicidad y un sosiego que no había experimentado desde la última vez que la tuvo entre sus brazos y en su cama.


—Si no quieres quedarte, no tienes por qué hacerlo —susurró—. Rescindo mi tercera condición.


—Preferiría que no lo hicieras…


—¿De verdad?


—Por supuesto. De ese modo, no me vería obligada a sacrificar mi virtud y podría sentirme obligada a marcharme.


—¿Significa eso que no deseas hacerlo?


—En absoluto.


—¿Estás dispuesta a sacrificar tu virtud?


—Bueno, si insistes… por favor, insiste —susurró ella contra la boca de Pedro.


—En ese caso, rescindo mi rescisión e insisto en que permitas que me aproveche de ti —bromeó mientras le mordisqueaba suavemente el labio inferior.


—Dado que no tengo elección —suspiró ella exagerada y dramáticamente—, soy toda tuya. Pero espero que cumplas tu promesa y te aproveches muy bien de mí. Muy pero que muy bien.


Pedro le acarició la mejilla y luego un poco más abajo. La piel de Paula era tan suave como la seda.


—¿Como yo quiera?


—Si necesitas alguna sugerencia, estaré encantada de proporcionártela.


—Creo que no hará falta, pero si hay algo que haga que tu sacrificio resulte más soportable, no dudes en hacérmelo saber.


—Tal vez otro beso me ayudaría a tolerarlo un poco mejor…


—¿Un beso así…?


Pedro volvió a adueñarse de sus labios, permitiendo que su pasión se le escapara ligeramente a su control. Ella suspiró y agradeció el esfuerzo, separó los labios y se rindió ante él antes devolverle el beso de un modo igualmente apasionado.


—Esta vez es diferente, ¿verdad? —preguntó ella.


—¿Cómo?


—Bueno, la primera vez que hicimos el amor éramos unos niños y yo fingía ser alguien que no era —explicó ella—. La segunda vez, tú pensaste que yo era alguien que no era, pero en esta ocasión…


Pedro lo comprendió.


—Es real. Sincero. Sabes quién soy yo y yo sé quién eres tú.


—A mí me gusta más así —comentó ella.


—A mí también.


Así fue. Aquella vez añadió una nueva dimensión a sus relaciones íntimas. Fortaleció el vínculo que había entre ellos. Sin poder resistirse más, Pedro desabrochó el camisón y descubrió que, debajo de la suave tela de algodón, la piel de Paula era aún más suave. Trazó las curvas de su cuerpo y se familiarizó con los sutiles cambios que la maternidad le había provocado. Este hecho los unió aún más. Habían creado juntos una nueva vida y siempre estarían unidos por su hija. Durante el resto de sus vidas, tendrían eso en común. Si tenían suerte, Noelia sería solo el principio.


Sus bocas se unieron de nuevo. Brazos y piernas se entrelazaron, aferrándose con creciente urgencia. Solo un preludio de lo que estaba a punto de llegar. Ella se puso de rodillas sobre la cama y se quitó el camisón. La suave luz de la mesilla de noche le iluminaba suavemente los senos y la ensombrecida entrepierna. Entonces, muy suave y tiernamente, él la abrazó y la besó con una pasión que la dejó sin aliento. El deseo se apoderó de ambos. Pedro le agarró uno de los senos y se lo metió en la boca para estimular el rosado pezón con la lengua y los dientes. Paula se acercó a él con las piernas separadas, ofreciéndole las caderas y haciendo que se tumbara encima de ella.


—La próxima vez iremos más lentos. Ahora no. Ahora te quiero entero. Y rápido.


Ella le envolvió entre sus piernas. Pedro le acarició los suaves muslos y el sedoso trasero antes de levantarlo ligeramente. Entonces, se hundió en ella con un único y fluido movimiento. Los gemidos de placer se transformaron en sollozos frenéticos y suplicantes, por lo que Pedro comenzó a moverse desesperadamente dentro de ella, ansioso por hacerle alcanzar el placer, por satisfacerla de todas las maneras posibles. Lo vio en sus ojos un instante antes de que ella alcanzara el clímax, segundos antes de él. Brillante deseo. Entonces, vio algo más. Algo que amenazaba con destruirlo. En aquellos maravillosos ojos verdes, vio lo único en lo que no había confiado nunca. En lo que nunca se había atrevido a creer.


Vio amor.