jueves, 25 de mayo de 2017

EXITO Y VENGANZA: SINOPSIS




Su lema era conseguir el éxito y rechazar el fracaso…


Desde que su hermano gemelo le había arrebatado la empresa familiar, Pedro Alfonso se había dedicado a dos cosas: tener éxito y vengarse. Fue entonces cuando apareció la prometida de su hermano, Paula Chaves, y le ofreció la oportunidad de lograr ambas cosas al mismo tiempo.


Un caso de confusión de identidades había hecho que Paula creyera que Pedro era en realidad su hermano. Lo que Pedro no esperaba era acabar deseando a Paula hasta el punto de no querer renunciar a ella por nada del mundo…




miércoles, 24 de mayo de 2017

IRRESISTIBLE: CAPITULO FINAL




Volvía por el pasillo con un vaso de agua en la mano, cuando vio a Juana sentada en la sala de espera.


—¡Juana! ¿Qué haces aquí, cariño?


—¡Mamá! —exclamó la niña, levantándose—. ¿Cómo está Pedro?


—Acaba de despertarse. ¿Cuánto tiempo llevas aquí?


—Un par de horas. Gabriel Simms llamó al colegio para contarme lo que había pasado, y pensé que a lo mejor te vendría bien tener compañía. Pero te vi dormida y no quise despertarte. ¿Cómo estás?


—¿Yo?


—Sí, tú. No creo que esto sea fácil para ti, mamá. Después de lo que le pasó a papá…


Paula se pasó una mano por los ojos. ¿Cuántas veces iba a llorar aquel día?


—¿Cuándo te has hecho mayor, cariño?


—No lo sé —sonrió Juana—. Pero sí sé una cosa: Estás enamorada de Pedro. Y no me digas que no, porque sé que es así. Cuando volví a casa te noté… Diferente. Y a él también. Vi cómo te miraba… Como en las películas de amor.


El corazón de Paula latía con fuerza mientras miraba los ojos de Juana, tan parecidos a los de su padre.


—¿Y qué te parecería eso?


—Genial. Llevas demasiado tiempo sola. Y me gusta Pedro. Además, ha detenido a Carlos Harding, ¿no?


—Sí, sí, lo ha hecho.


—Pues si lo dejas escapar, es que eres tonta…


Paula no pudo evitar una sonrisa.


—¿Ah, sí?


—¿Crees que podría entrar a saludarlo antes de volver al colegio? Tengo una clase a las ocho de la mañana.


—Sí, creo que estaría bien.


Entraron juntas en la habitación, Paula sujetando el vaso de plástico y Juana con las manos en los bolsillos de los vaqueros.


—Hola, Pedro. ¿Cómo estás?


—No estoy mal —contestó él.


Juana se acercó a la cama, e inclinó la cabeza para darle un beso en la mejilla.


—Sólo quería entrar un momento antes de volver al colegio. Pero volveré mañana. ¿Quieres que te traiga algo? Lo único peor que la comida del colegio es la comida del hospital, pero puedo comprarte unos pasteles o algo…


Paula tragó saliva. Parecían una familia. Pero ella había rechazado a Pedro unas horas antes… ¿La creería ahora que estaba dispuesta a decirle la verdad?


—Tráeme unas natillas de chocolate —dijo él—. Me encanta el chocolate.


—Cuenta con ello —asintió Juana.



****


Cuando su hija se marchó, Pedro le hizo un gesto para que se acercase.


—¿Por qué no me cuentas que has querido decir antes, con eso de para siempre? Porque esta mañana estabas dispuesta a no volver a verme nunca más…


—Sí, lo sé, pero cuando Gabriel fue a casa a decirme que te habían disparado…


—Siento que hayas tenido que pasar por esto, de verdad. Sé que te estaba pidiendo demasiado.


—¿Estás diciendo que ya no quieres casarte conmigo?


Sus ojos se encontraron entonces.


—No es eso… —suspiró Pedro—. Pero la verdad es que debería haber sido un poco más sensible. Sabía lo que pensabas sobre mi profesión, y aun así, seguí insistiendo.


—A lo mejor me hacía falta que insistieras —lo interrumpió ella—. Porque te quiero, Pedro.


Decir esas palabras, decirlas por fin, la hacía experimentar una sensación tan sorprendente, que no podía ponerle nombre. Era como si todo en ella se expandiera, se despertara.


—Es verdad, te quiero… Y siento haber dejado que mis miedos me dijeran cómo actuar. Perder a Tomas fue lo más duro que me ha pasado en la vida, Pedro. Tomas no sólo murió de un disparo, sino que mató al hombre que le disparó. La prensa lo convirtió a la vez en héroe y villano, y para mí fue una tortura porque siempre había sido un hombre bueno.


—Lo siento mucho, de verdad.


Paula sacudió la cabeza.


—Como me ocurrió con mis padres, yo contaba con él, y de repente, me dejó. Juré entonces que no volvería a pasar por eso. Es lo que quería decirte esta mañana, que para mí es muy difícil ponerme en esa situación otra vez. No porque no te quiera, sino porque la necesidad de protegerme a mí misma era demasiado fuerte.


—¿Y ya no lo es?


—No, ya no lo es. Te quiero, Pedro. Y quiero vivir. No me daba cuenta de que no estaba viva hasta que… Apareciste tú. Tú lo has cambiado todo.


—Pero sigo siendo un policía. Mírame, me han disparado esta mañana. Ese es mi trabajo, y no sé si sería feliz haciendo otra cosa.


—Yo no te pediría que lo hicieras —reconoció ella—. Gabriel me ha dicho algo hoy… Que la familia es lo que os mantiene vivos. Y yo quiero ser eso para ti.


Pedro apretó su mano.


—Te quiero, Paula. Y daría lo que fuera por estar contigo ahora mismo.


Ella se tumbó a su lado, con mucho cuidado para no hacerle daño, y apoyó la mejilla sobre su hombro.


—¿Esto te vale?


—Por el momento… —sonrió Pedro—. Pero no llores, por favor…


Paula negó con la cabeza.


—Tenía tanto miedo de que fuera demasiado tarde…


—No es demasiado tarde.


—No, no lo es.


Pedro alargó una mano para tocar su cuello.


—Llevas mi medalla de San Cristóbal.


—Sí, la encontré en tu habitación y decidí ponérmela… Por si así te protegía.


—Cuánto me alegro de que lo hicieras… —musitó él—. ¿Es un buen momento para pedírtelo otra vez?


El corazón de Paula empezó a palpitar como loco. A palpitar de felicidad.


—Sí.


—¿Quieres casarte conmigo? Los detalles podemos hablarlos más adelante. Sólo dime que sí.


—Sí —contestó ella, incorporándose un poco para darle un beso en los labios—. ¿Tu casa es lo bastante grande para dos mujeres?


—¿En Florida? ¿Te irías allí conmigo?


Paula sonrió.


—Creo que podría acostumbrarme a las palmeras.


—¿De verdad dejarías tu casa en Mountain Haven?


—Sí, la dejaría.


—¿Y Juana?


—Juana se está haciendo adulta y toma sus propias decisiones. Dentro de nada se irá a la universidad. Supongo que hará lo que quiera, venir con nosotros o quedarse. Lo decidirá ella.


Pedro cerró los ojos entonces y Paula se asustó.


—¿Qué te pasa? ¿Quieres que llame al médico?


—No, no… Es que esta mañana, cuando Harding me disparó, pensé que iba a morirme. Y ahora tú estás aquí… Y vas a casarte conmigo. Me parece un sueño.


—Pero no lo es, cariño.


—Hay cosas que puedo prometerte y cosas que no, pero haré todo lo posible por volver a casa cada noche —le prometió Pedro—. Pondré todo de mi parte para quererte y protegerte. Eso no cambiará nunca.


—Ésa es toda la garantía que necesito… —susurró ella, inclinándose para buscar sus labios—. Es más que suficiente.






IRRESISTIBLE: CAPITULO 24





Pedro hizo un esfuerzo por abrir los ojos, pero sólo podía ver una neblina gris y luego, poco a poco, unas sombras a su alrededor.


Estaba mareado, pero enseguida se dio cuenta de que el zumbido que escuchaba era el de un monitor. Estaba en un hospital.


En ese momento recordó todo lo que había pasado: El disparo de Harding, el terrible dolor en la pierna… Cuando intentó moverse se dio cuenta de que había una melena oscura apoyada en la cama.


Paula.


Intentó pronunciar su nombre, pero de su boca no salió sonido alguno. Suspirando, volvió a apoyar la cabeza en la almohada, maravillándose de que estuviera allí.


Nunca en su vida se había sentido tan conectado con otro ser humano. La quería, y esa emoción era diferente a cualquier otra que hubiese experimentado antes. Diferente y real.


¿Por qué no podía verlo ella?


Claro que después de lo que había pasado, no podía negar que tenía razón: Su trabajo era arriesgado. Y sabiendo lo que le había ocurrido a su marido, podía entender que Paula no quisiera saber nada de él.


Haciendo un esfuerzo, movió una mano hasta que pudo tocar el sedoso pelo oscuro. Esa mañana le había dicho que nunca querría a nadie como había querido a su marido, pero no fue eso lo que lo hizo marcharse sin protestar.


Había sentido su desesperación, su pánico, y sabía que no podía presionarla. No era justo después de todo lo que había tenido que pasar.


Pero allí estaba, a su lado. Y podía imaginar lo difícil que había sido para ella ir al hospital.


—Paula… —consiguió decir.


Ella levantó la cabeza, con una mejilla roja por la presión de la sábana.


Pedro.


En cuanto pronunció su nombre sus ojos se llenaron de lágrimas. Para Pedro, nunca había estado más preciosa. Su voz era suave, musical. La había oído mil veces en su cabeza, como si fuera su canción favorita, una de la que no se cansaba nunca.


—¿Qué estás haciendo aquí?


Paula apretó su mano.


—Me ha traído Gabriel. Estás en el hospital de Edmonton. Te han disparado.


—¿Y Harding?


—Está en la comisaría de Mountain Haven. Gabriel ha estado aquí, pero se marchó hace unas horas. Volverá por la mañana.


—Siento mucho haberte dado un disgusto, pero me voy a poner bien. No tienes que quedarte.


—Intenta librarte de mí, y ya verás lo que pasa…


Paula sonrió al ver que se quedaba boquiabierto, y esa sonrisa le dio esperanzas.


—No pienso librarme de ti mientras tú quieras estar conmigo… El tiempo que desees.


—¿Qué tal te suena «para siempre»?


Tuvo que reírse al ver su expresión. Pero había tenido mucho tiempo para pensar, para llorar, para preocuparse, para hacerse preguntas… Y cada vez aparecía la misma respuesta: Estar con Pedro, aunque sólo fuese una hora, era mejor que no estar con él.


Él hizo entonces una mueca de dolor, y Paula se levantó asustada.


—Voy a llamar a la enfermera para decirle que estás despierto.


—No, espera… Si llamas a la enfermera volverán a dormirme, y quiero verte.


Paula apretó los labios, emocionada. Quería besarlo, pero no sabía si debía hacerlo.


—Deja que te traiga un poco de agua, al menos. Necesitas líquidos, me lo ha dicho el médico.


—Muy bien. Pero vuelve pronto.


martes, 23 de mayo de 2017

IRRESISTIBLE: CAPITULO 23





Cuando oyó el coche acercándose a la casa salió corriendo, pero no era Pedro. Era el coche patrulla de Gabriel que se acercaba solo, hasta el porche.


—No… —murmuró Paula, llevándose una mano al corazón.


No, otra vez no.


Gabriel se quitó el sombrero, y lo colocó bajo su brazo antes de llamar al timbre, pero ella no podía abrir. No podía escuchar lo que iba a decirle. Recordaba al oficial de policía diciéndole que Tomas había muerto…


El timbre volvió a sonar.


—¿Paula?


Un sollozo escapó de su garganta. Aquella mañana Pedro le había dicho que la quería, y ella le había contestado que nunca podría amar a nadie como había amado a Tomas. Lo había rechazado cuando estaba a punto de enfrentarse con una situación peligrosa, haciéndole creer que no lo quería en absoluto.


Pero lo quería. Lo quería tanto que se negaba a pensar en un mundo en el que no estuviera Pedro.


—¡Paula, abre la puerta! —el grito de Gabriel hizo que alargase la mano hacia el picaporte, y al abrir, vio que el jefe de policía tenía la camisa manchada de sangre.


—¡No!


—Paula, siéntate, por favor.


Ella negó con la cabeza.


—Dilo, Gabriel… Por favor, dilo y termina con esto de una vez.


—No está muerto si eso es lo que crees.


De nuevo, un sollozo escapó de su garganta, pero consiguió dejarse caer sobre uno de los sillones del porche antes de que se le doblaran las rodillas.


—Gracias a ti y a Juana hemos encontrado drogas, dinero y armas en el granero de Harding —empezó a decir Gabriel—. No quiero que te asustes, pero Pedro recibió un disparo y lo han llevado al hospital.


Ella enterró la cara entre las manos. Lo sabía, lo sabía…


—¿Está muy grave?


—Está vivo, pero no sé nada más.


—Yo… Yo lo rechacé esta mañana. Y no debería haberlo hecho. No debería…


—Puedo llevarte al hospital, si quieres —se ofreció Gabriel.


Paula asintió con la cabeza. Lo único que deseaba era ver a Pedro y decirle que lo quería, antes de que fuese demasiado tarde. Pero una vez en el coche patrulla, Gabriel recibió una llamada por la radio.


—Tienen que llevar a Pedro al hospital de Edmonton. Van a llevarlo en un helicóptero.


Ella volvió a asentir con la cabeza, acongojada. Estaba tan mal, que habían tenido que llevarlo a un hospital más grande, pensó. Pero tenía que aguantar hasta que llegase allí, tenía que hacerlo. Recordó entonces todas las cosas que habría querido decirle a su marido, todas las que no pudo decirle.


Pedro tenía que aguantar.


—Voy a llevarte a Edmonton, no te preocupes. Carlos está en la comisaría, y de allí no va a salir.


—Espero que no… —murmuró ella sin mirarlo.


—Paula, he estado comprobando los informes sobre la muerte de Tomas… —empezó a decir Gabriel entonces—. Sé que llegaste al hospital cuando ya era demasiado tarde, y que la investigación no fue fácil para ti, especialmente después de haberlo perdido de esa forma. Es normal que tengas miedo, y no hay ninguna garantía, pero aunque ya sé que no es asunto mío, creo que sería una locura alejarte de alguien que te quiere tanto como Pedro. Te perderías algo maravilloso, ¿no crees?


Paula tragó saliva para intentar deshacer el nudo que tenía en la garganta. Lo decía como si fuera tan fácil. Pero querer a Pedro Alfonso no era fácil. Lo quería y eso la asustaba. Lo quería tanto, que la idea de perderlo le resultaba intolerable.


—Ser policía puede ser un trabajo muy solitario, y a veces, es la familia lo que nos mantiene vivos. Las mujeres de los policías tienen que soportar mucho, pero… —Gabriel mantenía la mirada fija en la carretera—. A veces tener un ancla es lo que te permite seguir adelante. Piénsatelo.


—Lo haré.


¿Estaría bien? ¿Estaría vivo cuando llegasen al hospital?
¿Y cómo iba a dejarlo solo?



***


Una enfermera los llevó a la Unidad de Cuidados Intensivos, advirtiéndoles que seguía inconsciente.


—De todas formas, quiero verlo —insistió Paula.


Una vez en la habitación, se acercó a la cama con miedo. 


Pedro estaba muy pálido, entubado, y con una serie de cables conectados a un monitor.


—Ha perdido mucha sangre —explicó la enfermera—. Es normal que esté inconsciente.


—Gracias… —murmuró ella, sentándose en una silla al lado de la cama—. ¿Puedo quedarme aquí?


—Normalmente, las visitas sólo pueden estar unos minutos…


—Sólo voy a quedarme aquí sentada. No quiero que esté solo cuando despierte.


La enfermera se fijó en la camisa de Gabriel, manchada de sangre, y pareció tomar una decisión.


—Pero no hagan ruido, por favor… Y no intenten despertarlo.


—Voy a traerte un café —dijo Gabriel, cuando la enfermera los dejó solos.


Paula asintió, aunque no sería capaz de tragarlo.


La habitación quedó en silencio, salvo por el zumbido del monitor. Le habían disparado en una pierna, y un millón de preguntas pasaban por su cabeza: Si la herida sería grave, si quedaría imposibilitado de por vida, si habrían sacado la bala, si la bala habría tocado la arteria… Pero todas esas preguntas se convertían en un solo pensamiento: «Por favor, no me dejes…».


Gabriel volvió poco después con el café y se quedó un rato, pero tenía que volver a Mountain Haven para firmar el atestado y solucionar el traslado de Harding a Estados Unidos. Se marchó, con la promesa de volver en cuanto le fuera posible, y Paula volvió a quedarse a solas con Pedro.


—No me dejes, cariño. Por favor, no me dejes…







IRRESISTIBLE: CAPITULO 22




El café estaba hecho, y Paula miraba por la ventana de la cocina sin ver el paisaje. Apenas había pegado ojo esa noche, despertándose cada cinco minutos preocupada, dándole vueltas a todo. Y por fin a las cuatro, había decidido levantarse de la cama. Ya dormiría más adelante. Después, cuando Pedro se hubiera ido, tendría todo el tiempo del mundo para dormir.


Nada tenía sentido. Había estado enfadada con él por las mentiras, pero ya no lo estaba. Al contrario, aunque su arriesgada profesión le daba pánico, se sentía orgullosa de Pedro. Pero quería que se fuera de su casa. Quería que todo aquello terminase de una vez.


Entonces lo oyó moviéndose en el piso de arriba. Cuando se fuera volvería a su vida normal, una vida sin lustre, aburrida… Y lamentaba haberle hablado como lo había hecho la noche anterior.


No podía soportar la idea de quedarse sentada allí, esperando noticias, esperando que volviera a casa… O no volviera. No, sería mejor despedirse ahora.


Cuando estaba preparando el que sería su último desayuno en el hostal, lo oyó bajar la escalera, y al volverse, se quedó helada.


Era magnífico.


No había otra palabra para describirlo, y eso la asustaba tanto como la excitaba. Pedro Alfonso no podía esconder quién era aquella mañana. En el pecho de la camisa llevaba colgada su placa de comisario, y al hombro la funda de la pistola. Tenía un aspecto peligroso, imponente.


Pero Paula no pudo dejar de notar que tenía ojeras. Estaba claro que no había dormido bien, pero tenía que estar alerta, despierto. ¿Y si era culpa suya que no hubiera descansado?


—Te he hecho el desayuno.


Fue lo único que se le ocurrió decir. Cualquier otra cosa abriría una puerta que no quería abrir en ese momento. Los dos sabían que iba a marcharse. No había más que decir sin empezar con los lamentos y las recriminaciones.


—Sólo quiero una taza de café.


—Deberías comer algo… Tienes un día muy largo por delante.


—Sí, tienes razón… —suspiró él—. Paula, lo siento mucho… Siento que hayas tenido que pasar por todo esto, de verdad.


—Déjalo, Pedro, Los dos sabemos que es tu trabajo, Y los dos sabíamos que llegaría este momento.


—Esto no es fácil para mí. Yo no contaba con… Conocerte —Paula apartó la mirada. No podía soportar la idea de que pusiera en peligro su vida—. Dime algo, por favor…


—¿Qué quieres que te diga? Ese hombre podría haberte matado. Y no me digas que no, porque yo sé cómo es la vida de un policía. Tú no eres el único que tiene secretos.


—No sé a qué te refieres. ¿Qué secretos?


—¿Es que no lo sabes? ¿No sabes que mi marido murió porque le dispararon mientras estaba trabajando?


—¿Qué? Te juro que no lo sabía.


—¿Cómo no ibas a saberlo? ¿Gabriel no te lo ha contado?


—No, no me ha dicho nada. Te juro que yo no lo sabía. ¿Cómo ocurrió?


Paula lo miró a los ojos para ver si decía la verdad. Y le parecieron sinceros. Pero hablar de ello seguía doliéndole tanto… Nunca olvidaría los ingratos recuerdos de esa noche.


—Era guardia de seguridad en la refinería de petróleo, y una noche, alguien le disparó. Mi marido intentó defenderse… Pero pagó un precio muy alto por ello. Juana y yo también tuvimos que pagar un precio muy alto… —dijo, suspirando—. Yo tuve que soportar un interrogatorio, como si mi marido hubiera hecho algo malo, y mi hija ha tenido que vivir sin su padre desde entonces.


—Lo siento mucho. De verdad, lo siento…


—No, déjalo. No quiero seguir hablando de ello —Paula dio un paso atrás. Lo último que necesitaba en aquel momento era su compasión—. Será mejor que termines tu desayuno, se está haciendo tarde.


El tono seco puso fin a la conversación, y Pedro siguió comiendo. Paula no entendía cómo podía comer. Pero seguramente aquél era un día normal para él. Quizá fuera simple rutina. Levantarse, vestirse, desayunar, e ir a trabajar… Arriesgando su vida. Para ella, eso nunca sería normal.


Luego se levantó para dejar el plato del desayuno en el fregadero.


—Gracias, Paula.


Ella cerró los ojos, deseando poder decirle adiós por fin pero desesperada por retenerlo allí unos segundos.


—De nada.


Era una tontería, se decía a sí misma, que le importase tanto alguien a quien había conocido sólo unas semanas antes. 


Alguien que le había mentido, además. Pero sin que se diera cuenta, Pedro había atravesado todas las barreras que había levantado desde la muerte de Tomas. Y había empezado a sentir otra vez, a desear, a soñar.


Pedro, yo…


Pero cuando se dio la vuelta, él había salido de la cocina.


Lo encontró en la puerta, poniéndose un chaleco antibalas. 


Nunca en toda su vida se había alegrado tanto de ver una prenda así, y rezaba para que lo mantuviera a salvo


Pedro apoyó un pie en el primer peldaño de la escalera para abrocharse la correa de la pistola en el muslo, con gestos rápidos, eficaces.


—Tienes un aspecto tan diferente… —murmuró.


Era un extraño ahora, y sin embargo, la atracción seguía ahí. Esa sensación de que lo conocía desde siempre, de que era algo suyo.


—Soy un comisario de policía, Paula.


—Eres mucho más que eso, Pedro. No creas que no lo sé.


Cinco minutos más. Eso era todo lo que faltaba.


—Yo…


—Quiero que te lo lleves todo —lo interrumpió ella—. Cuando te marches esta mañana, quiero que sea un adiós definitivo.


Pedro señaló la bolsa de viaje y la mochila, en el suelo, al lado de la puerta. Eso era lo que ella quería, y sin embargo, verlo marchar…


¡Cómo le gustaría ser tan valiente como para decirle lo que significaba para ella! Sentir sus brazos alrededor una vez más, sentir el calor de su cuerpo.


—Tengo que irme, Paula

.
—Lo sé.


Después de echarse las cosas al hombro, Pedro puso la mano en el picaporte. Y esperó.


Ella estaba temblando. ¿Cómo podía ser? ¿Cómo podía marcharse después de un simple adiós?


Entonces, sin decir una palabra, Pedro tiró las bolsas al suelo y la envolvió en sus brazos mientras Paula le echaba los suyos al cuello. El duro metal de la pistola que llevaba en la pierna se clavaba en su muslo, pero le daba igual. Sólo quería decirle cuánto había significado para ella conocerlo.


—Ojalá no te hubieras ido de la habitación anoche…


—Lo siento, Pedro. Ya no estoy enfadada, te lo prometo… —musitó Paula, haciendo un esfuerzo para no llorar.


—Tengo que irme —repitió él, besando su frente—. Pero no quería hacerlo sin decirte… ¡Maldita sea, Paula…! Esto no ha sido sólo un trabajo para mí y los dos lo sabemos. Siento haberte hecho daño, lo siento más de lo que crees.


—¿Cómo voy a estar enfadada contigo? —Paula intentó sonreír para que la despedida fuese más fácil—. Hiciste lo que tenías que hacer, lo entiendo.


—No era sólo un trabajo. Quería protegerte, a ti y a Juana. Veo todos los días lo que hombres como Carlos Harding pueden hacer.


—No quiero pensar en eso —lo interrumpió ella, apartándose—. Márchate, Pedro. Vete, Gabriel estará esperando.


Pedro volvió a tomar las bolsas del suelo y abrió la puerta. 


Pero de repente, volvió a cerrarla.


—Te quiero, Paula.


Esas palabras la dejaron sin aire.


¿La quería? No, no. Ya se habían dicho todo lo que tenían que decirse. No podía ser verdad. Iba a reunirse con Gabriel, se dirían adiós y ella volvería a su vida normal.


Pero en un momento, dos palabras habían cambiado todo eso. Aquello era diferente. El amor era diferente. Y en su vida no había sitio para el amor.


—No puedes quererme, Pedro. Nos hemos conocido hace unas semanas. Sólo lo dices porque… Por la situación, por lo que ha pasado.


—No, no es eso.


Aquello no podía estar pasando. No podía quererla. Tenía que ser una bonita despedida, nada más.


Pedro, no hagas esto… Yo no puedo quererte.


—Lo sé —él dio un paso adelante—. Es complicado, pero eso no cambia mis sentimientos. O que tuviera que decírtelo.
Algo dentro de ella se rompió. Llevaba tanto tiempo diciéndose a sí misma que nadie volvería a quererla… Pero se había equivocado. Pedro la quería. No serviría de nada, claro, pero saberlo la llenaba de una emoción que casi había olvidado.


—¿Qué es lo que quieres?


—Te quiero a ti. No sé cómo vamos a hacerlo, pero no puedo decirte adiós.


—Estás hablando de… De un futuro.


Era tan atractivo, un pilar de fuerza y energía. Era todo lo que una mujer podía desear…


Entonces, ¿por qué estaba tan decidida a correr hacia el otro lado?


Porque Pedro tenía que enfrentarse con el riesgo de la muerte cada día, y ella no podría vivir teniendo que soportar eso otra vez.


—Cásate conmigo, Paula Chaves…


—Pedro… Tú sabes que no puedo.


—¿Por qué no?


—Para empezar, porque tengo un negocio y una hija aquí.


—Yo podría vender mi casa y compraríamos otra, más cerca de la playa.


Paula negó con la cabeza.


—Juana va al colegio aquí.


—También hay colegios en Florida —sonrió Pedro—. O puede seguir estudiando en Edmonton e ir a vernos durante las vacaciones. La mayoría de los adolescentes darían un brazo y una pierna por pasar las vacaciones en Florida.


Paula lo miró asustada. Hablaba en serio. Ella había aprendido a vivir de cierta manera, y ahora… Ahora él le pedía que cambiara todo eso. No, no podía ser. Era una viuda de cuarenta y dos años con una hija adolescente, y Pedro tenía toda la vida por delante. No sería justo para ninguno de los dos.


—¿No quieres tener hijos, Pedro? Yo tengo cuarenta y dos años, y tú… Tú estás en la flor de la vida. Yo ya tengo a Juana, y no quiero tener más hijos a mi edad.


—¡Ah, claro! Ahora te agarras a eso… —suspiró él—. Pero a mí me da igual la edad que tengas. Nunca me ha importado y lo sabes. Además, no quiero tener hijos.


—Eso lo dices ahora, pero…


—No, Paula, no quiero tener hijos —la interrumpió él—. Tengo un montón de sobrinos a los que adoro, pero nunca he sentido la necesidad de ser padre. Prefiero poner mi energía ayudando a niños que están solos. Y ahora, ¿se te ocurre algún problema más? —Pedro sonrió mientras la tomaba por la cintura—. Porque nada va a cambiar el hecho de que te quiero.


Paula podría acusarlo, de esperar que ella diese un giro de ciento ochenta grados a su vida, mientras él seguía haciendo lo que había hecho siempre, pero sabía que no podía pedirle que dejase de ser quien era. Y tampoco podía casarse con él. Acababa de conocerlo, y la idea de que le pasara algo le partía el corazón. ¿Qué ocurriría después de varios meses o varios años de casados? ¿Cómo iba a esperarlo todos los días en casa, preguntándose si estaba bien, si le habría pasado algo? ¿Cómo iba a soportar que le rompieran el corazón por segunda vez?


Sólo había una salida. Y en su corazón, pidió disculpas antes de decirlo, sabiendo que iba a hacerle daño:
—Yo nunca podría quererte como quise a Tomas. Lo siento, Pedro.


Paula tuvo que contener un sollozo al ver que el brillo desaparecía de sus ojos.


—Claro… No puedo competir con un fantasma.


—¿Qué esperabas que dijera? Por favor, Pedro, no me lo pongas más difícil… Yo no puedo quererte como tú deseas que te quiera.


Él asintió con la cabeza.


—No puedo hacerte sentir algo que no sientes. Lo lamento, me equivoqué… —murmuró, pasándose una mano por el pelo—. En fin, tenemos que decirnos adiós.


—Sí.


—Después de detener a Carlos pasaré la noche en el pueblo —sus ojos, oscurecidos por la decepción, se clavaron en ella de nuevo—. Me iré por la mañana. Sé que no es suficiente, pero gracias, Paula. Gracias por todo.


Luego abrió la puerta y ella lo dejó ir para no prolongar la agonía.


—¿Pedro? —lo llamó desde el porche.


—¿Sí?


—Ten mucho cuidado…


Él se despidió con la mano antes de subir a la camioneta, y Paula volvió a la cocina para guardar su plato y su taza en el lavavajillas por última vez.



***


Había pensado que se pondría a llorar al quedarse sola, pero las lágrimas se negaban a salir. Suspirando, se sentó frente a la mesa de la cocina y cerró los ojos.


Pero después de unos minutos se levantó para hacer las tareas, cualquier cosa que la mantuviera ocupada. Cuando entró en la habitación de Pedro para limpiarla, deseó haber hecho el amor con él esa noche. Al menos tendría ese bonito recuerdo. Pero no había sido capaz de bajar la guardia porque tenía miedo… No miedo de él, sino de sí misma.


Cuando estaba terminando de cambiar las sábanas vio algo en la mesilla; era la medalla de San Cristóbal que Pedro solía llevar al cuello. Aquel día precisamente no había llevado con él su amuleto.


Angustiada, se la puso al cuello. Sabía que era una superstición, pero no podía dejar de preocuparse.


Por primera vez en quince años, estaba enamorada. Y Pedro estaba enamorado de ella.


Pero se había ido. Y aun sabiendo que no iba a volver, no descansaría hasta que supiera que todo había terminado y él estaba a salvo.