martes, 23 de mayo de 2017

IRRESISTIBLE: CAPITULO 23





Cuando oyó el coche acercándose a la casa salió corriendo, pero no era Pedro. Era el coche patrulla de Gabriel que se acercaba solo, hasta el porche.


—No… —murmuró Paula, llevándose una mano al corazón.


No, otra vez no.


Gabriel se quitó el sombrero, y lo colocó bajo su brazo antes de llamar al timbre, pero ella no podía abrir. No podía escuchar lo que iba a decirle. Recordaba al oficial de policía diciéndole que Tomas había muerto…


El timbre volvió a sonar.


—¿Paula?


Un sollozo escapó de su garganta. Aquella mañana Pedro le había dicho que la quería, y ella le había contestado que nunca podría amar a nadie como había amado a Tomas. Lo había rechazado cuando estaba a punto de enfrentarse con una situación peligrosa, haciéndole creer que no lo quería en absoluto.


Pero lo quería. Lo quería tanto que se negaba a pensar en un mundo en el que no estuviera Pedro.


—¡Paula, abre la puerta! —el grito de Gabriel hizo que alargase la mano hacia el picaporte, y al abrir, vio que el jefe de policía tenía la camisa manchada de sangre.


—¡No!


—Paula, siéntate, por favor.


Ella negó con la cabeza.


—Dilo, Gabriel… Por favor, dilo y termina con esto de una vez.


—No está muerto si eso es lo que crees.


De nuevo, un sollozo escapó de su garganta, pero consiguió dejarse caer sobre uno de los sillones del porche antes de que se le doblaran las rodillas.


—Gracias a ti y a Juana hemos encontrado drogas, dinero y armas en el granero de Harding —empezó a decir Gabriel—. No quiero que te asustes, pero Pedro recibió un disparo y lo han llevado al hospital.


Ella enterró la cara entre las manos. Lo sabía, lo sabía…


—¿Está muy grave?


—Está vivo, pero no sé nada más.


—Yo… Yo lo rechacé esta mañana. Y no debería haberlo hecho. No debería…


—Puedo llevarte al hospital, si quieres —se ofreció Gabriel.


Paula asintió con la cabeza. Lo único que deseaba era ver a Pedro y decirle que lo quería, antes de que fuese demasiado tarde. Pero una vez en el coche patrulla, Gabriel recibió una llamada por la radio.


—Tienen que llevar a Pedro al hospital de Edmonton. Van a llevarlo en un helicóptero.


Ella volvió a asentir con la cabeza, acongojada. Estaba tan mal, que habían tenido que llevarlo a un hospital más grande, pensó. Pero tenía que aguantar hasta que llegase allí, tenía que hacerlo. Recordó entonces todas las cosas que habría querido decirle a su marido, todas las que no pudo decirle.


Pedro tenía que aguantar.


—Voy a llevarte a Edmonton, no te preocupes. Carlos está en la comisaría, y de allí no va a salir.


—Espero que no… —murmuró ella sin mirarlo.


—Paula, he estado comprobando los informes sobre la muerte de Tomas… —empezó a decir Gabriel entonces—. Sé que llegaste al hospital cuando ya era demasiado tarde, y que la investigación no fue fácil para ti, especialmente después de haberlo perdido de esa forma. Es normal que tengas miedo, y no hay ninguna garantía, pero aunque ya sé que no es asunto mío, creo que sería una locura alejarte de alguien que te quiere tanto como Pedro. Te perderías algo maravilloso, ¿no crees?


Paula tragó saliva para intentar deshacer el nudo que tenía en la garganta. Lo decía como si fuera tan fácil. Pero querer a Pedro Alfonso no era fácil. Lo quería y eso la asustaba. Lo quería tanto, que la idea de perderlo le resultaba intolerable.


—Ser policía puede ser un trabajo muy solitario, y a veces, es la familia lo que nos mantiene vivos. Las mujeres de los policías tienen que soportar mucho, pero… —Gabriel mantenía la mirada fija en la carretera—. A veces tener un ancla es lo que te permite seguir adelante. Piénsatelo.


—Lo haré.


¿Estaría bien? ¿Estaría vivo cuando llegasen al hospital?
¿Y cómo iba a dejarlo solo?



***


Una enfermera los llevó a la Unidad de Cuidados Intensivos, advirtiéndoles que seguía inconsciente.


—De todas formas, quiero verlo —insistió Paula.


Una vez en la habitación, se acercó a la cama con miedo. 


Pedro estaba muy pálido, entubado, y con una serie de cables conectados a un monitor.


—Ha perdido mucha sangre —explicó la enfermera—. Es normal que esté inconsciente.


—Gracias… —murmuró ella, sentándose en una silla al lado de la cama—. ¿Puedo quedarme aquí?


—Normalmente, las visitas sólo pueden estar unos minutos…


—Sólo voy a quedarme aquí sentada. No quiero que esté solo cuando despierte.


La enfermera se fijó en la camisa de Gabriel, manchada de sangre, y pareció tomar una decisión.


—Pero no hagan ruido, por favor… Y no intenten despertarlo.


—Voy a traerte un café —dijo Gabriel, cuando la enfermera los dejó solos.


Paula asintió, aunque no sería capaz de tragarlo.


La habitación quedó en silencio, salvo por el zumbido del monitor. Le habían disparado en una pierna, y un millón de preguntas pasaban por su cabeza: Si la herida sería grave, si quedaría imposibilitado de por vida, si habrían sacado la bala, si la bala habría tocado la arteria… Pero todas esas preguntas se convertían en un solo pensamiento: «Por favor, no me dejes…».


Gabriel volvió poco después con el café y se quedó un rato, pero tenía que volver a Mountain Haven para firmar el atestado y solucionar el traslado de Harding a Estados Unidos. Se marchó, con la promesa de volver en cuanto le fuera posible, y Paula volvió a quedarse a solas con Pedro.


—No me dejes, cariño. Por favor, no me dejes…







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