jueves, 27 de abril de 2017
EL VAGABUNDO: CAPITULO 28
La limusina avanzaba rápidamente en dirección este. Pedro y Julian habían permanecido en silencio la mayor parte del trayecto.
—¿Qué dijo Pato cuando llamaste? —preguntó Pedro.
—No mucho. Ha dicho que Paula te sigue queriendo, pero que la situación ha cambiado.
—¿Qué ha podido cambiar? ¿Y por qué tanto secreto? Lo mismo le pasaba a Tomas cuando hable con él ayer. ¿Te ha insinuado Pato algo?
—Sí —respondió Julian—. Sin embargo, no me ha dicho nada a las claras, aunque tengo la sospecha de que sé lo que le pasa a Paula, así que será mejor que esperes hasta que la veas.
—Pues si no se trata de otro hombre y todavía me quiere, ¿cuál es el terrible secreto?
—Si es lo que yo creo, hermanito, vas a tener la oportunidad de demostrarle a Paula cuánto la quieres.
Pedro se dio cuenta de que Julian no iba a decir nada más.
EL VAGABUNDO: CAPITULO 27
Julian cerró dando un portazo, se acercó al escritorio de Pedro y cogió el teléfono.
Luego, le dio el auricular a su hermano.
—Llama a Tomas.
—¿Qué demonios te pasa? —preguntó Pedro colgando el teléfono.
—Que ya estoy harto, no aguanto más —dijo Julian mesándose los cabellos—. Y no soy yo solo, sino también todos los que estamos a tu alrededor. Desde tu vuelta a Alfonso Incorporated ya has perdido a cuatro secretarias.
—¿Es culpa mía que sean unas ineptas?
—Son unas profesionales perfectamente preparadas y la culpa es tuya, no de ellas. Estás destrozado y todo porque no puedes vivir sin Paula Chaves, pero no tienes las agallas para comprometerte realmente con ella.
—Creo que ya hemos discutido este asunto antes, la última vez fue la semana pasada si no recuerdo mal. Paula sabe cómo ponerse en contacto conmigo si quiere. Es evidente que ha podido vivir sin mí durante los seis últimos meses.
Pedro sabía que Paula no se había casado con Sergio Woolton y que tampoco salía con otro hombre. Pedro lo sabía porque llamaba a Tomas casi todas las semanas.
A través de Tomas sabía que Paula se encontraba bien, aunque sola y bastante desgraciada. ¿Por qué no le llamaba si era desgraciada sin él? Paula sabía que él quería casarse con ella.
—Supongo que está esperando a que recobres el sentido —dijo Julian dando un puñetazo en la mesa—. Paula quiere tener un hijo, ¿o es que se te ha olvidado ese pequeño detalle?
—No quiero…
—¡No quieres, no quieres! ¿Por qué no te escuchas a ti mismo? Después de casi cuatro años de sentirte culpable y desgraciado, sigues siendo el mismo egocéntrico que eras —dijo Julian mirando a su hermano fijamente—. Aunque sólo sea por una vez en la vida, piensa en alguien más que no seas tú.
Julian se dio media vuelta y se marchó del despacho sin añadir palabra.
Pedro apoyó los codos en el escritorio y se cubrió el rostro con las manos. A veces la verdad era dolorosa, y sabía que Julian le quería, le quería lo suficiente para ser honesto con él.
Sí, era un egoísta y un egocéntrico y siempre lo había sido.
Lo había heredado de su padre, un auténtico experto. Por suerte, Julian era más listo y no había seguido los pasos de su padre.
Diez años atrás, Carolina Cochran le había deseado y Pedro había encontrado el cuerpo de aquella mujer y el negocio de su padre una combinación irresistible. Se casó con Carolina sin estar enamorado de ella y sin importarle si ella le amaba o no.
De su matrimonio había nacido un niño, un niño puro e inocente al que ambos querían pero ninguno de los dos había tenido tiempo para estar con él y protegerle.
A la muerte de Santiago, Pedro, con su acostumbrado egoísmo, sólo pensó en sí mismo y el dolor y la culpa casi le destrozaron. Por fin, encontró la felicidad que pensaba no existía al enamorarse de Paula, pero ella quería más de lo que él estaba dispuesta a dar. Y como siempre, no había sido capaz de anteponer las necesidades y los deseos de Paula a los suyos.
De repente, Pedro se dio cuenta de lo que su hermano le había llamado, un egocéntrico. No se merecía a Paula y tampoco se merecía otro hijo. Pero la quería y también la oportunidad de demostrar que era capaz de amar de verdad, sin egoísmo, dándole la clase de amor que ella necesitaba.
Y aunque tenía miedo de tener un hijo ante la posibilidad de perderlo, quería un hijo. Quería el hijo de Paula.
Pedro cogió el auricular del teléfono y marcó el número del Southland Inn de Marshallton. Sonrió al reconocer la voz de Tomas.
—Tomas, soy Pedro. ¿Cómo estás?
—Muy bien, ¿y tú?
—He conocido tiempos mejores. Julian dice que no hay quien me aguante por aquí y que no puedo vivir sin Paula. ¿Pregunta por mí?
—Cada vez que llamas le digo cómo estás.
—¿Crees que… todavía le importo?
Tomas lanzó un gruñido.
—Mirta Maria dice que has sido la gran pasión de Paula. A ninguna mujer se le olvida su gran pasión.
—¿Qué dice Paula?
—¿Por qué no se lo preguntas tú?
—He sido un idiota, ¿verdad? He desperdiciado seis meses esperando a que viniese a mí aceptando mis condiciones cuando lo único que tenía que hacer era ir a verla y pedirle perdón.
—No es demasiado tarde —dijo Tomas—. Te quedan dos meses para poner las cosas en orden.
—¿Qué va a pasar dentro de dos meses?
¿Acaso había encontrado Paula a otro hombre? ¿Habría aceptado casarse con Sergio Woolton?
—¿Por qué no vienes a Marshallton y lo descubres por ti mismo?
—De acuerdo, iré a Marshallton. Estaré allí mañana.
miércoles, 26 de abril de 2017
EL VAGABUNDO: CAPITULO 26
Paula entró en la oficina del comisario Rayburn seguida de Patricia, Tomas y la tía Mirta.
—Pedro Alfonso no ha robado anoche en la tienda de Gibson a pesar de lo que Segio Woolton diga —anunció Paula.
—Paula… —dijo Hink Rayburn tratando de responder.
—Pedro Alfonso estaba conmigo anoche. Pasamos juntos toda la noche —declaró Paula dando un puñetazo en el escritorio del comisario—. ¿Me ha oído? Estábamos en el ático que hay encima de la tienda.
—Paula, no es necesario que me cuente todo esto —dijo el comisario Rayburn—. Todo está…
—Yo soy su coartada. Pedro Alfonso estuvo toda la noche haciendo el amor conmigo, no robando ninguna tienda.
—Por favor, por favor, no es necesario que siga. El abogado del señor Alfonso se ha encargado de todo.
—¿Su abogado? —preguntó Paula.
—Peyton Rand —respondió el comisario.
—¿Cómo demonios puede Pedro contratar a Peyton Rand? —preguntó Pato sacudiendo la cabeza con expresión perpleja.
—Mi hermano ha contratado al señor Rand —dijo Pedro entrando en la oficina del comisario.
Al instante, Paula se volvió y sus labios esbozaron una resplandeciente sonrisa.
—¿No te han detenido?
—Al parecer, el comisario Rayburn tenía los ojos puestos en otro sospechoso desde hace algún tiempo, y cuando dicho sospechoso se presentó como testigo, las sospechas del comisario aumentaron —dijo Pedro—. Me parece que Sergio Woolton y sus amigos van a tener problemas.
—¿Qué? —dijo Paula sin estar segura de haber comprendido.
—No me sorprende en lo más mínimo —anunció Mirta Maria.
—¡Vaya, vaya! —exclamó Tomas dando a Judd una palmadita en el hombro.
—Sí, habíamos conseguido ya permiso para registrar la casa de Woolton mientras Mac arrestaba al señor Alfonso. Sergio no tenía ni idea de que él y sus amigos estaban bajo vigilancia. En fin, hemos encontrado varios objetos robados en la habitación de Sergio y también en el ático y en el garaje de Woolton.
En esos momentos, un hombre alto y robusto entró en el despacho. Llevaba un traje muy elegante y un portafolios de piel. Llevaba el cabello muy corto y sus ojos azules examinaron la habitación.
—Ya está todo arreglado, señor Alfonso. Puede marcharse cuando lo desee — dijo Peyton Rand—. Su hermano está fuera, esperándole en la limusina.
—¿Cómo es que ha llegado tan pronto? —preguntó Pedro.
—Julian ha alquilado un helicóptero y luego la limusina —respondió Payton Rand estrechando la mano de su cliente—. Supongo que querrá marcharse cuanto antes. Han traído ya a Sergio Woolton y su abuela está aquí, gritándole a todo el mundo.
—Déjeme a mí a Cora Woolton —dijo Mirta Maria frotándose las manos y saliendo de la oficina precipitadamente.
—Vamos, Paula, marchémonos ya de este manicomio —dijo Pedro y luego miró a Hink Rayburn—. ¿Hay una salida trasera?
—Gire a la izquierda y luego siga el pasillo.
—Gracias.
De camino, Pedro dijo a Paula.
—Tenemos que hablar largo y tendido.
Completamente confusa, Paula siguió a Pedro sin hacer preguntas. Cuando vieron a Julian junto a una limusina negra, Paula aminoró el paso.
—¡Pedro, gracias a Dios! —exclamó Julian cogiendo el brazo de su hermano—. Peyton Rand me ha dicho que todo se ha arreglado. ¿Te encuentras bien?
—Mejor que bien —respondió Pedro abriendo la puerta del coche—. Julian, vete a comer algo o a dar un paseo. Paula y yo vamos a dar una vuelta y a tomar unas decisiones concernientes a nuestro futuro.
Paula y Pedro se acoplaron en el asiento trasero del automóvil. Después de dar unas instrucciones al conductor, Pedro se volvió a Paula y la estrechó en sus brazos.
—Bueno, ¿vas por fin a decirme qué…?
Pedro la besó en la punta de la nariz.
—Vamos a casarnos —anunció él.
—¡Vaya!
Pedro sacó una cajita de su bolsillo, la abrió y sacó un exquisito anillo de brillantes y zafiros. A continuación, cogió la mano de Paula y le deslizó el anillo en el dedo anular.
—Pedro, no entiendo nada de lo que ha pasado hoy. Estoy completamente confusa.
—Me quieres y vamos a casarnos lo antes posible, eso es lo que importa. ¿Qué tiene de raro?
—Me gustaría responder que sí.
—Pues entonces, dilo y empezaremos a hacer planes ahora mismo —dijo él.
Paula se miró el anillo. Era precioso y… muy caro.
—Pedro, quiero ser tu mujer. Quiero pasar el resto de la vida contigo, pero… pero necesito saber qué ha pasado hoy y cómo demonios puedes permitirte con tratar a un abogado como Peyton Rand, comprar un anillo como éste y… ¿Y cómo es que estamos dando un paseo en limusina?
—De acuerdo, ahí va. Cuando Mac empezó a hacer acusaciones contra mí, llamé a Julian para que contratase a Peyton Rand, quien se puso en contacto con el
comisario Rayburn. El comisario a estaba buscando otros sospechosos, no es un idiota como el bueno de Mac.
—Pobre Sergio. ¡Y Cora! Este escándalo va a destrozarla.
—Criaron a un chico que se creía que estaba por encima de la ley por venir de la familia que viene.
—Sergio no le hizo que te acusara a ti, ¿verdad? —preguntó Paula con cierto temor.
—No, cariño, no lo creo. Me parece que fue idea de su hijo, creía que yo era un pobre vagabundo y que podía hacer lo que quisiese conmigo.
Paula lanzó un suspiro.
—Pedro, ¿acaso eres rico?
Pedro respiró profundamente antes de contestar.
—Soy multimillonario, Paula. Soy el presidente de Alfonso Incorporated, la compañía propietaria de los Southlands Inns.
—¡Dios mío!
—Después de la muerte de Santiago me escapé de todo y me dediqué a deambular por todo el país. Odiaba la compañía y me odiaba a mí mismo. Sé que debería habértelo dicho, pero… por primera vez en la vida supe lo que era que alguien me amase por mí mismo y no por mi dinero.
—Oh, Pedro, no puedo imaginar cómo una mujer podría amarte por otro motivo que por lo que eres tú, personalmente.
—Paula Chaves, eres lo mejor que me ha ocurrido en la vida.
—Pedro, tengo que preguntarte una cosa. Se trata de algo mucho más importante que tus secretos.
—Sé que debes sentirte herida, pero…
—Sí, supongo que así es. Lo compartí todo contigo, te conté todos mis secretos y mis deseos y mis tribulaciones.
—Te prometo que nunca volveré a ocultarte nada, Paula. De ahora en adelante, sólo la verdad… durante el resto de nuestras vidas.
—Pedro, ¿qué hay de tener hijos? ¿Me dejarás tener un hijo tuyo?
Paula le sintió ponerse rígido inmediatamente.
—Paula, puedo darte todo menos eso. No puedo arriesgarme a volver a sufrir así por nadie en el mundo, ni siquiera por ti.
—Entiendo —dijo Paula con los ojos llenos de lágrimas.
Paula quería casarse con Pedro y pasar el resto de la vida en sus brazos. ¿Pero qué pasaría cuando Pedro se enterase de que estaba embarazada? Pedro no quería tener un hijo y, por lo tanto, insistiría en que abortase. No, no podía arriesgarse.
—No puedo casarme contigo. Quiero… quiero tener hijos —dijo Paula entre sollozos.
Inmediatamente, Paula se quitó el anillo y se lo dio a Pedro.
—Paula, no lo hagas, por favor. No destruyas lo que hay entre los dos porque pienses que tienes que tener un hijo —dijo Pedro cogiéndole las manos.
—Te quiero. Recuérdalo siempre. Y si alguna vez cambiases de idea… te estaré esperando.
«Los dos, yo y tu hijo», añadió Paula en silencio. «Te esperaremos siempre».
EL VAGABUNDO: CAPITULO 25
Paula terminó de maquillarse y luego recogió sus largos y oscuros cabellos en un moño. Se ajustó el cuello del jersey azul y se volvió de cara a Pato.
—¿Cómo podré agradecértelo? —dijo Paula abrazando a su amiga—. Ya es bastante embarazoso que la tía Mirta y Tomas sepan que he pasado la noche aquí con Pedro, pero si alguien me viera salir de aquí con la ropa que llevaba ayer toda arrugada la ciudad entera lo sabría.
—No tienes que darme las gracias, dáselas a tu tía. Es ella quien ha llamado para pedirme que te trajera ropa limpia.
—¿Se te puede ver ya? —preguntó Pedro asomando la cabeza por la puerta de la trastienda.
—Las dos estamos vestidas —dijo Pato—. Vamos, entra. ¿Has traído las empanadillas de salchichas?
Pedro levantó una bolsa de papel.
—Aquí están. Y tú, ¿has hecho el café?
Pato señaló la cafetera.
—Ahí está, listo para ser bebido. Estoy muerta de hambre.
Pedro le tiró a Pato su empanadilla y luego dejó la bolsa de papel encima de un mostrador. Avanzó después hacia Paula y le dio un beso.
—¿No es maravilloso el amor? —dijo Pato sirviéndose una taza de café—. Ya veo que queréis estar solos, me iré a la tienda.
Cuando Pedro se apartó de Paula, ésta alzó los ojos justo a tiempo de ver a Pato cerrar la puerta tras sí.
—Es una gran amiga.
Pedro estrechó a Paula en sus brazos.
—Me parece que tenemos que terminar la conversación que iniciamos ayer. Cariño, tengo aún que decirte muchas cosas y espero que comprendas el motivo por el que no te he hablado antes de ello.
—¡Dios mío, pero si parece que hablas en serio! —exclamó Paula riendo—. Vas a decirme que no eres un delincuente a quien busca la policía, ¿es eso?
—No, pero cuando te diga lo que tengo que decirte es posible que lo sientas.
—¿Es que no sabes que nada de lo que puedas decirme va a cambiar mis sentimientos hacia ti?
—Te lo recordaré. No sé por dónde empezar.
Pedro caminó hacia una banqueta de madera, se sentó y sentó a Paula encima.
—Te quiero, Pedro Alfonso.
—Y yo…
—¡Mac, no puedes entrar ahí! —gritó Pato.
El teniente McMillian abrió la puerta de la trastienda y entró precipitadamente.
Patricia corría tras él.
—¿Cuál es el problema, Mac? —preguntó Pedro dejando que Paula se levantase.
—Mi problema es usted, amigo —respondió Mac deteniéndose delante de Pedro—. No debería haber vuelto.
—Mac, no tienes derecho a molestar a Pedro de esta manera —intervino Paula.
—Me temo que sí, Paula —respondió Mac—. He venido para arrestar a tu amigo.
—¿Qué? —dijo Pato.
—¿Qué cargos tienes contra él? —preguntó Paula.
—Después de que el señor Alfonso se marchase de la ciudad, no volvimos a tener ningún robo. Y ahora, la primera noche que pasa aquí, roban en la tienda de Gibson.
Mac sacó unas esposas.
—Eso es una coincidencia —dijo Paula cogiendo de la mano a Pedro—. No tienes ninguna prueba.
—Tengo un testigo que asegura haber visto a Alfonso saliendo de la tienda alrededor de la media noche —dijo Mac acercando las esposas a Pedro.
Pedro lanzó una mirada furiosa al policía.
—¿Quién es su testigo?
—Sergio Woolton Jr—contestó Mac—. Pasaba por allí con su coche cuando le vio.
—Está mintiendo —dijo Paula—. Nadie puede haber visto a Pedro anoche saliendo de la tienda de Gibson.
—¿Por qué no?
—Porque… porque… estaba…
Inmediatamente, Pedro extendió las manos para que el policía le pusiera las esposas e interrumpió a Paula.
—Porque Paula sabe que yo no soy un ladrón. Porque confía en mí. ¿No es eso, Paula?
—Sí, claro que sí, pero…
Paula se dio cuenta de que Pedro trataba de proteger su reputación.
—Vamos, Mac, póngame las esposas. No voy a oponer resistencia.
Mac procedió a colocarle las esposas en las muñecas.
—¿Pedro? —dijo Paula acompañándolos a la puerta. Pedro se detuvo y se volvió hacia ella.
—No te preocupes, cariño. Haré una llamada telefónica a Julian y tendré un abogado antes de que Mac tenga tiempo de sacarme las huellas digitales.
—Por favor, déjame que…
—No es necesario, Paula—dijo Pedro inclinándose para besarla—. Ya es hora de que en esta ciudad se enteren de con quién están hablando.
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