miércoles, 26 de abril de 2017

EL VAGABUNDO: CAPITULO 25




Paula terminó de maquillarse y luego recogió sus largos y oscuros cabellos en un moño. Se ajustó el cuello del jersey azul y se volvió de cara a Pato.


—¿Cómo podré agradecértelo? —dijo Paula abrazando a su amiga—. Ya es bastante embarazoso que la tía Mirta y Tomas sepan que he pasado la noche aquí con Pedro, pero si alguien me viera salir de aquí con la ropa que llevaba ayer toda arrugada la ciudad entera lo sabría.


—No tienes que darme las gracias, dáselas a tu tía. Es ella quien ha llamado para pedirme que te trajera ropa limpia.


—¿Se te puede ver ya? —preguntó Pedro asomando la cabeza por la puerta de la trastienda.


—Las dos estamos vestidas —dijo Pato—. Vamos, entra. ¿Has traído las empanadillas de salchichas?


Pedro levantó una bolsa de papel.


—Aquí están. Y tú, ¿has hecho el café?


Pato señaló la cafetera.


—Ahí está, listo para ser bebido. Estoy muerta de hambre.


Pedro le tiró a Pato su empanadilla y luego dejó la bolsa de papel encima de un mostrador. Avanzó después hacia Paula y le dio un beso.


—¿No es maravilloso el amor? —dijo Pato sirviéndose una taza de café—. Ya veo que queréis estar solos, me iré a la tienda.


Cuando Pedro se apartó de Paula, ésta alzó los ojos justo a tiempo de ver a Pato cerrar la puerta tras sí.


—Es una gran amiga.


Pedro estrechó a Paula en sus brazos.


—Me parece que tenemos que terminar la conversación que iniciamos ayer. Cariño, tengo aún que decirte muchas cosas y espero que comprendas el motivo por el que no te he hablado antes de ello.


—¡Dios mío, pero si parece que hablas en serio! —exclamó Paula riendo—. Vas a decirme que no eres un delincuente a quien busca la policía, ¿es eso?


—No, pero cuando te diga lo que tengo que decirte es posible que lo sientas.


—¿Es que no sabes que nada de lo que puedas decirme va a cambiar mis sentimientos hacia ti?


—Te lo recordaré. No sé por dónde empezar.


Pedro caminó hacia una banqueta de madera, se sentó y sentó a Paula encima.


—Te quiero, Pedro Alfonso.


—Y yo…


—¡Mac, no puedes entrar ahí! —gritó Pato.


El teniente McMillian abrió la puerta de la trastienda y entró precipitadamente.


Patricia corría tras él.


—¿Cuál es el problema, Mac? —preguntó Pedro dejando que Paula se levantase.


—Mi problema es usted, amigo —respondió Mac deteniéndose delante de Pedro—. No debería haber vuelto.


—Mac, no tienes derecho a molestar a Pedro de esta manera —intervino Paula.


—Me temo que sí, Paula —respondió Mac—. He venido para arrestar a tu amigo.


—¿Qué? —dijo Pato.


—¿Qué cargos tienes contra él? —preguntó Paula.


—Después de que el señor Alfonso se marchase de la ciudad, no volvimos a tener ningún robo. Y ahora, la primera noche que pasa aquí, roban en la tienda de Gibson.


Mac sacó unas esposas.


—Eso es una coincidencia —dijo Paula cogiendo de la mano a Pedro—. No tienes ninguna prueba.


—Tengo un testigo que asegura haber visto a Alfonso saliendo de la tienda alrededor de la media noche —dijo Mac acercando las esposas a Pedro.


Pedro lanzó una mirada furiosa al policía.


—¿Quién es su testigo?


—Sergio Woolton Jr—contestó Mac—. Pasaba por allí con su coche cuando le vio.


—Está mintiendo —dijo Paula—. Nadie puede haber visto a Pedro anoche saliendo de la tienda de Gibson.


—¿Por qué no?


—Porque… porque… estaba…


Inmediatamente, Pedro extendió las manos para que el policía le pusiera las esposas e interrumpió a Paula.


—Porque Paula sabe que yo no soy un ladrón. Porque confía en mí. ¿No es eso, Paula?


—Sí, claro que sí, pero…


Paula se dio cuenta de que Pedro trataba de proteger su reputación.


—Vamos, Mac, póngame las esposas. No voy a oponer resistencia.


Mac procedió a colocarle las esposas en las muñecas.


—¿Pedro? —dijo Paula acompañándolos a la puerta. Pedro se detuvo y se volvió hacia ella.


—No te preocupes, cariño. Haré una llamada telefónica a Julian y tendré un abogado antes de que Mac tenga tiempo de sacarme las huellas digitales.


—Por favor, déjame que…


—No es necesario, Paula—dijo Pedro inclinándose para besarla—. Ya es hora de que en esta ciudad se enteren de con quién están hablando.






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