miércoles, 26 de abril de 2017

EL VAGABUNDO: CAPITULO 26





Paula entró en la oficina del comisario Rayburn seguida de Patricia, Tomas y la tía Mirta.


Pedro Alfonso no ha robado anoche en la tienda de Gibson a pesar de lo que Segio Woolton diga —anunció Paula.


—Paula… —dijo Hink Rayburn tratando de responder.


Pedro Alfonso estaba conmigo anoche. Pasamos juntos toda la noche —declaró Paula dando un puñetazo en el escritorio del comisario—. ¿Me ha oído? Estábamos en el ático que hay encima de la tienda.


—Paula, no es necesario que me cuente todo esto —dijo el comisario Rayburn—. Todo está…


—Yo soy su coartada. Pedro Alfonso estuvo toda la noche haciendo el amor conmigo, no robando ninguna tienda.


—Por favor, por favor, no es necesario que siga. El abogado del señor Alfonso se ha encargado de todo.


—¿Su abogado? —preguntó Paula.


—Peyton Rand —respondió el comisario.


—¿Cómo demonios puede Pedro contratar a Peyton Rand? —preguntó Pato sacudiendo la cabeza con expresión perpleja.


—Mi hermano ha contratado al señor Rand —dijo Pedro entrando en la oficina del comisario.


Al instante, Paula se volvió y sus labios esbozaron una resplandeciente sonrisa.


—¿No te han detenido?


—Al parecer, el comisario Rayburn tenía los ojos puestos en otro sospechoso desde hace algún tiempo, y cuando dicho sospechoso se presentó como testigo, las sospechas del comisario aumentaron —dijo Pedro—. Me parece que Sergio Woolton y sus amigos van a tener problemas.


—¿Qué? —dijo Paula sin estar segura de haber comprendido.


—No me sorprende en lo más mínimo —anunció Mirta Maria.


—¡Vaya, vaya! —exclamó Tomas dando a Judd una palmadita en el hombro.


—Sí, habíamos conseguido ya permiso para registrar la casa de Woolton mientras Mac arrestaba al señor Alfonso. Sergio no tenía ni idea de que él y sus amigos estaban bajo vigilancia. En fin, hemos encontrado varios objetos robados en la habitación de Sergio y también en el ático y en el garaje de Woolton.


En esos momentos, un hombre alto y robusto entró en el despacho. Llevaba un traje muy elegante y un portafolios de piel. Llevaba el cabello muy corto y sus ojos azules examinaron la habitación.


—Ya está todo arreglado, señor Alfonso. Puede marcharse cuando lo desee — dijo Peyton Rand—. Su hermano está fuera, esperándole en la limusina.


—¿Cómo es que ha llegado tan pronto? —preguntó Pedro.


—Julian ha alquilado un helicóptero y luego la limusina —respondió Payton Rand estrechando la mano de su cliente—. Supongo que querrá marcharse cuanto antes. Han traído ya a Sergio Woolton y su abuela está aquí, gritándole a todo el mundo.


—Déjeme a mí a Cora Woolton —dijo Mirta Maria frotándose las manos y saliendo de la oficina precipitadamente.


—Vamos, Paula, marchémonos ya de este manicomio —dijo Pedro y luego miró a Hink Rayburn—. ¿Hay una salida trasera?


—Gire a la izquierda y luego siga el pasillo.


—Gracias.


De camino, Pedro dijo a Paula.


—Tenemos que hablar largo y tendido.


Completamente confusa, Paula siguió a Pedro sin hacer preguntas. Cuando vieron a Julian junto a una limusina negra, Paula aminoró el paso.


—¡Pedro, gracias a Dios! —exclamó Julian cogiendo el brazo de su hermano—. Peyton Rand me ha dicho que todo se ha arreglado. ¿Te encuentras bien?


—Mejor que bien —respondió Pedro abriendo la puerta del coche—. Julian, vete a comer algo o a dar un paseo. Paula y yo vamos a dar una vuelta y a tomar unas decisiones concernientes a nuestro futuro.


Paula y Pedro se acoplaron en el asiento trasero del automóvil. Después de dar unas instrucciones al conductor, Pedro se volvió a Paula y la estrechó en sus brazos.


—Bueno, ¿vas por fin a decirme qué…?


Pedro la besó en la punta de la nariz.


—Vamos a casarnos —anunció él.


—¡Vaya!


Pedro sacó una cajita de su bolsillo, la abrió y sacó un exquisito anillo de brillantes y zafiros. A continuación, cogió la mano de Paula y le deslizó el anillo en el dedo anular.


—Pedro, no entiendo nada de lo que ha pasado hoy. Estoy completamente confusa.


—Me quieres y vamos a casarnos lo antes posible, eso es lo que importa. ¿Qué tiene de raro?


—Me gustaría responder que sí.


—Pues entonces, dilo y empezaremos a hacer planes ahora mismo —dijo él.


Paula se miró el anillo. Era precioso y… muy caro.


Pedro, quiero ser tu mujer. Quiero pasar el resto de la vida contigo, pero… pero necesito saber qué ha pasado hoy y cómo demonios puedes permitirte con tratar a un abogado como Peyton Rand, comprar un anillo como éste y… ¿Y cómo es que estamos dando un paseo en limusina?


—De acuerdo, ahí va. Cuando Mac empezó a hacer acusaciones contra mí, llamé a Julian para que contratase a Peyton Rand, quien se puso en contacto con el
comisario Rayburn. El comisario a estaba buscando otros sospechosos, no es un idiota como el bueno de Mac.


—Pobre Sergio. ¡Y Cora! Este escándalo va a destrozarla.


—Criaron a un chico que se creía que estaba por encima de la ley por venir de la familia que viene.


—Sergio no le hizo que te acusara a ti, ¿verdad? —preguntó Paula con cierto temor.


—No, cariño, no lo creo. Me parece que fue idea de su hijo, creía que yo era un pobre vagabundo y que podía hacer lo que quisiese conmigo.


Paula lanzó un suspiro.


Pedro, ¿acaso eres rico?


Pedro respiró profundamente antes de contestar.


—Soy multimillonario, Paula. Soy el presidente de Alfonso Incorporated, la compañía propietaria de los Southlands Inns.


—¡Dios mío!


—Después de la muerte de Santiago me escapé de todo y me dediqué a deambular por todo el país. Odiaba la compañía y me odiaba a mí mismo. Sé que debería habértelo dicho, pero… por primera vez en la vida supe lo que era que alguien me amase por mí mismo y no por mi dinero.


—Oh, Pedro, no puedo imaginar cómo una mujer podría amarte por otro motivo que por lo que eres tú, personalmente.


—Paula Chaves, eres lo mejor que me ha ocurrido en la vida.


Pedro, tengo que preguntarte una cosa. Se trata de algo mucho más importante que tus secretos.


—Sé que debes sentirte herida, pero…


—Sí, supongo que así es. Lo compartí todo contigo, te conté todos mis secretos y mis deseos y mis tribulaciones.


—Te prometo que nunca volveré a ocultarte nada, Paula. De ahora en adelante, sólo la verdad… durante el resto de nuestras vidas.


—Pedro, ¿qué hay de tener hijos? ¿Me dejarás tener un hijo tuyo?


Paula le sintió ponerse rígido inmediatamente.


—Paula, puedo darte todo menos eso. No puedo arriesgarme a volver a sufrir así por nadie en el mundo, ni siquiera por ti.


—Entiendo —dijo Paula con los ojos llenos de lágrimas.


Paula quería casarse con Pedro y pasar el resto de la vida en sus brazos. ¿Pero qué pasaría cuando Pedro se enterase de que estaba embarazada? Pedro no quería tener un hijo y, por lo tanto, insistiría en que abortase. No, no podía arriesgarse.


—No puedo casarme contigo. Quiero… quiero tener hijos —dijo Paula entre sollozos.


Inmediatamente, Paula se quitó el anillo y se lo dio a Pedro.


—Paula, no lo hagas, por favor. No destruyas lo que hay entre los dos porque pienses que tienes que tener un hijo —dijo Pedro cogiéndole las manos.


—Te quiero. Recuérdalo siempre. Y si alguna vez cambiases de idea… te estaré esperando.


«Los dos, yo y tu hijo», añadió Paula en silencio. «Te esperaremos siempre».










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