sábado, 18 de marzo de 2017

PROBLEMAS: CAPITULO 7




Paula se movió inquieta en la cama. Tenía un dolor de cabeza que no podrían calmar ni media docena de aspirinas. 


¿Qué lo había causado? ¿El estrés? ¿La tensión?
¿La preocupación por el juicio? ¿Pedro Alfonso?


Retiró la sábana y la manta que la cubría y salió de la cama. Solomon, que estaba tumbado sobre su alfombra junto a la puerta, alzó la cabeza, la miró un momento y volvió a su relajada postura anterior. Sheba, el gatito que Paula había
adoptado del refugio, dormía acurrucado sobre el baúl de madera que se hallaba a los pies de la cama.


Paula cogió su bata y se la puso. Lo que necesitaba era beber algo caliente. Un té. No, chocolate. Fue a la cocina v encendió la luz.


Al día siguiente era el juicio. Su juicio. Había mantenido su promesa a Pedro de no meterse en líos y no molestarle, pero había echado de menos verle y no podía evitar preguntarse si habría estado saliendo con Donna aquellas noches.


Aunque Patricia le hubiera asegurado que Paula no era competencia para ella, Paula no estaba segura. El hecho de que Donna y Pedro no estuvieran enamorados no significaba que no fueran a casarse. La gente se casaba por toda clase de razones y no siempre por amor.


Paula sacó la caja de chocolate del armario, llenó una taza con agua y la metió en el microondas. Que ella y Pepe no estuvieran hechos el uno para el otro no significaba que no quisiera que él fuera feliz, que amara y fuera amado.


Paula sintió que se le hacía un nudo en el estómago al pensar en Pedro enamorado de otra mujer. Sabía que había habido otras mujeres en su vida, pero nunca se había enamorado de ninguna de ellas. Paula supuso que, en el fondo, siempre había esperado que algún día él la mirara y se diera cuenta de que la amaba tanto como ella a él.


Seguro, Paula, se dijo. Cuando los cerdos vuelen. Además, estás mejor sin Pepe.


Es un controlador y un sabelotodo. Siendo sólo un amigo ya trata de controlar tu vida, así que imagínate lo que sería como marido. Piensa que pierdes el tiempo trabajando con Mike en el garaje en lugar de volver a la universidad a sacarte un título.


-Pero no comprende que la universidad me aburría, que me encantan los coches y las grúas y ser la dueña de un garaje y mi propia jefa -dijo en voz alta en la quietud de la cocina.


El microondas hizo sonar su timbre de aviso. Paula sacó la taza, le echó el chocolate y lo removió hasta que quedó bien mezclado. Apartó una silla de la mesa y se sentó en ella. Tras dar un sorbo, suspiró.


Pedro Alfonso... Paula recordó cómo había hecho el idiota a los dieciséis años confesándole su amor. Él fue increíblemente amable cuando la rechazó, asegurándole
que algún día se enamoraría de verdad y que el hombre al que amara sería el más afortunado de la tierra.


Paula rió. Los ojos se le llenaron de lágrimas. Para ya, se reprendió. Tenía cosas más importantes por las que preocuparse que el hecho de que Pedro Alfonso no estuviera enamorado de ella. Mañana iba a juicio por haber disparado contra Cliff Nolan.


Paula no sabía bien qué le preocupaba más, si la posibilidad de ir a la cárcel o que Pedro cumpliera su amenaza y aquella fuera la última vez que se ocupara de ella.


Estaba a punto de llevarse otra vez la taza a los labios cuando sonó el teléfono.


Miró el reloj de la cocina. Las once y cuarto. ¿Quién podría llamar a esa hora de la noche? Mike estaba a cargo del servicio de grúa aquella semana.


El teléfono siguió sonando mientras Paula se dirigía al cuarto de estar. Descolgó el auricular.


-¿Hola?


-Paula, soy Loretta Nolan -la voz de la mujer temblaba-. Por favor... ayúdame.


-¿Qué sucede, Loretta? ¿Te ha vuelto a hacer daño Cliff?


-Estoy... estoy dispuesta a dejarle, Paula. Por favor... oh, Dios mío, por favor...


Paula aferró el teléfono con tal fuerza que los nudillos se le pusieron blancos.


-¿Está Cliff ahí? ¿Sabe que me estás llamando? ¿Estáis a salvo los niños y tú?


-Ha estado aquí y... y se ha ido. Los niños están bien. Sólo están asustados - Paula pudo percibir el llanto en la voz de Loretta-. A mí me ha puesto un ojo morado y me ha herido el labio, pero estoy bien.


-Recoge rápidamente lo imprescindible y yo pasaré a recogerte lo antes posible.


-No pienso volver nunca con él, Paula. Ha amenazado con... tengo miedo por los niños -la voz de Loretta se rompió en un sollozo.


-Procura tranquilizarte, Loretta. Enseguida estoy allí.

Paula colgó el auricular y corrió a su habitación. Se quitó el camisón y se puso unos vaqueros y una camisa. Mientras se estaba poniendo las zapatillas de deportes recordó repentinamente su promesa a Pedro. Le había prometido mantenerse alejada de cualquier problema.


Pero aquel no era un problema suyo, sino de Loretta. ¿Lo comprendería Pedro? ¿Le disgustaría que la noche anterior a su juicio por haber disparado contra Cliff Nolan ayudara a la esposa y a los hijos de éste a escapar de él? Pedro
comprendería la situación, sin duda. No querría que Loretta siguiera viviendo con un hombre que había convertido su vida en una pesadilla.


Ya vestida, Paula volvió al cuarto de estar, descolgó el auricular del teléfono, marcó un número de memoria y esperó.


-¿Diga? -respondió Pedro.


-Pepe, soy Paula. Siento molestarte tan tarde, pero... bueno... tengo un pequeño problema.


-Faltan menos de doce horas para que empiece el juicio, Paula -dijo Pedro-. ¿No podrías resolver este problema por tu cuenta sin involucrarme a mí?


-Por supuesto que podría.


-¿Entonces por qué me llamas?


-Porque te prometí que me mantendría alejada de líos y me ha parecido correcto llamarte para advertirte que lo que planeo hacer esta noche podría crearme más problemas con Cliff Nolan.


Pedro tardó unos segundos en hablar.


-¿Qué planeas hacer esta noche?


-Voy a recoger a Loretta Nolan y a sus hijos de su casa. La última paliza la ha hecho razonar finalmente. Va a dejar a Cliff y me ha pedido ayuda.


-¡Dios santo!


-Nada de lo que digas podrá detenerme, Pepe, así que no malgastes saliva.


-¿Esta Cliff Nolan en su casa? -preguntó Pedro, haciendo caso omiso del comentario de Paula-. ¿Vas a encontrártelo cuando vayas?


-Loretta me ha dicho que se había ido.


-Entonces vete a recogerla a ella y a los niños ahora mismo. Llévalos a tu casa. Yo iré lo antes posible.


-¿Estás diciendo que apruebas lo que voy a hacer?


-Mantén las puertas cerradas. Ten a Solomon alerta y la escopeta cargada. ¿Me has oído, Paula? Esto va a enfurecer a Nolan.


-No tienes por qué conducir desde Jackson esta noche...


-Voy a hacer unas llamadas, Paula. Loretta necesita una casa segura, algún lugar en el que Nolan no pueda encontrarla.


Paula pensó unos segundos antes de contestar.


-Hay un lugar adecuado en Marshallton.


-Tú vete a por Loretta y los niños. Yo haré los arreglos desde el teléfono de mi coche mientras voy para allá.


Paula pensó que si tuviera a Pedro a mano lo abrazaría y le besaría sin cesar.


-Gracias. Eres único entre un millón. Lo sabes, ¿no?


-Tu también, Paula. Tu también.








PROBLEMAS: CAPITULO 6





A solas en su apartamento de Jackson, cómodamente sentado en el sillón azul, Pedro sostenía en una mano un vaso de whisky y en la otra un puro. Hacía una hora que había dejado a Donna en casa después de haber hecho el tonto insinuándose a ella como un adolescente. Con amabilidad, pero también con firmeza, Donna le había
dicho que no iban a acostarse. Suponía que debía estarle agradecido por tener más sentido común al respecto que ella, pero le costaba mucho, sobre todo teniendo en cuenta su grado de excitación. Hacía bastante tiempo que no estaba con una mujer.


En el pasado, sus relaciones eventuales con algunas mujeres le habían proporcionado sexo seguro y sin complicaciones. Pero con Donna era distinto. Ella le había dicho con toda claridad que no estaba dispuesta a hacer de suplente de ninguna otra mujer.


Cuando Pedro le dijo que no había otra mujer, Donna se rió en su cara.


Donna era una mujer muy lista. Demasiado lista. Había deducido de inmediato que su interés por Paula Chaves no era sólo el de una especie de hermano mayor protector. Por supuesto, el había negado que desear a Paula y saber que no podía tenerla le mantuviera en un estado de frustración sexual casi todo el tiempo.


Durante los pasados diez años había sido capaz de mantener su deseo por Paula bajo control, primero diciéndose que sólo era una niña y luego asegurándose
de tener siempre a mano una compañera de cama. Pero las cosas habían cambiado en los últimos años.


Paula ya no era una niña, y, por decisión propia, sus compañeras de cama se habían vuelto más y más escasas.


El problema era que deseaba a Paula pero no podía permitirse amarla. Aunque sería una buena esposa para cualquier hombre, Pedro no veía Paula como primera
dama del estado. No era la clase de mujer adecuada para un político. No. Paula Chaves podía ser la mujer más bonita, dulce y deseable que había conocido, pero no encajaba con la clase de vida que había elegido para sí mismo.


Y él era tan poco adecuado para la clase de vida de Paula como ella para la de él. Nunca podría ser la clase de hombre que Paula necesitaba. Estaba demasiado hecho a sus costumbres, demasiado sumergido en sus tradiciones familiares como para liberarse de ellas. Él no era el rebelde que su hermano siempre había sido. No, Pedro Mariano Alfonso jugaba el juego siguiendo las normas del mundo. Era experto en el combate no emocional. Sabía lo que hacía falta para ganar y estaba dispuesto a pagar el precio. Por eso nunca perdía.


Controlada por sus emociones, Paula Chaves vivía según los deseos de su corazón, luchando siempre por los desvalidos, tratando de arreglar todos los desperfectos de la vida. Entraba de lleno en las situaciones sin considerar nunca los resultados.


Si Paula no se hubiera creído enamorada de él una vez, probablemente ya se la habría llevado a la cama. Pero no podía correr el riesgo de romperle el corazón si se enamoraba verdaderamente de él. Paula merecía algo mejor que una breve aventura.


Pedro dio un sorbo a su whisky, saboreándolo. Imágenes de Paula llenaban su mente. Sus ojos color chocolate, llenos de anhelo cuando lo miraba, sus suaves labios rosas, húmedos y tentadores...


¡Maldición! Tenía que dejar de pensar en ella. Debía haber alguna forma de sacársela de la cabeza. Si al menos Donna... pero no, eso no funcionaría. Y tampoco sería justo para Donna ni para sí mismo.


De todas las mujeres del mundo, ¿por qué tenía que ser Paula la que despertara en él aquellos sentimientos? 


Lograba enfadarle, lograba hacerle reír... y le excitaba terriblemente. La deseaba cada vez que la veía. Cada vez que la tocaba sentía un poderoso impulso de llevársela a la cama. Paula hacía que surgiera en él un intenso instinto de posesión y protección. Y, para empeorar las cosas, Pedro sabía que ella le deseaba tanto como él.


Pero serían un desastre como pareja. Pedro Alfonso y Paula Chaves no estaban hechos el uno para el otro.







PROBLEMAS: CAPITULO 5





Pedro colocó los asientos del estadio en las gradas metálicas y ayudó a Donna a sentarse a su derecha mientras su hermano Octavio se sentaba a su izquierda. Desde
que su hermano se había casado con Patricia Cornell, convirtiéndose en el padre instantáneo de dos adolescentes, Pedro se había tomado su papel de tío con bastante seriedad. J.J., el hijastro de Octavio, jugaba en el equipo universitario de béisbol de Marshallton, y Pedro trataba de ir a todos los partidos que podía, pero aquella era la primera vez que le había pedido a Donna que lo acompañara.


Durante los últimos diez años Pedro se había dedicado a ejercer su profesión con gran éxito, renunciando más y más a su tiempo libre y a una vida personal.


Había salido con varias mujeres, pero su relación con ellas nunca llegaba a ser seria.


Entre su trabajo y sus deberes como ángel guardián de Paula no había encontrado a una mujer dispuesta a aceptar el limitado tiempo del que disponía para ofrecer a una relación.


Varios meses atrás había conocido a Donna en una reunión. 
Se gustaron de inmediato y cuando Pedro le pidió una cita ella aceptó. A Donna no parecía importarle que estuviera tan dedicado a su carrera. Ella enseñaba historia en la universidad local y estaba plenamente dedicada a sus estudiantes. Aunque medio estado de Tennessee daba ya por supuesto que estaban comprometidos, ellos sólo se
consideraban buenos amigos y ninguno de los dos tenía prisa por comprometerse a nada más.


-Espero que no estés haciendo esto sólo por complacerme -le dijo Pedro a Donna-. Sé que asistir a un partido de béisbol universitario no es precisamente la cita ideal.


-No seas tonto -Donna sonrió y sus ojos castaños destellaron cálidamente-. Me gusta tu hermano y su familia. Y estoy muy emocionada. Nunca había asistido a un partido de béisbol.


-¿En el seminario Sweetbriar para jóvenes señoritas no había equipo de béisbol?


-Teníamos un equipo de voleibol, pero yo no jugaba y casi nunca iba a los partidos. Vivía con la nariz pegada a los libros. Y en la universidad estaba demasiado ocupada en mantener una buena media como para perder el tiempo con los deportes.


Pedro rió, tratando de imaginar a Donna como una joven estudiante. A los treinta años era una mujer tan seriamente intelectual que le costaba imaginarla de otra forma.


Octavio dio un suave codazo a su hermano en las costillas.


-¿Estáis listos para ir a por algo de comer a los puestos? Os toca a vosotros, ya que nosotros os hemos invitado al partido.


Patricia Alfonso se inclinó sobre su marido para tocar el brazo de Pedro.


-¿Por qué no vais tú y Octavio mientras Donna y yo charlamos para conocernos mejor?


Aunque Pedro sabía que Patricia sometería a Donna al tercer grado mientras Octavio y él iban a los puestos, aceptó de mala gana. Las colas en los puestos eran muy largas. No había duda de que la mayoría de los aficionados al béisbol habían decidido cenar en el campo aquella noche. El aroma de las hamburguesas y las patatas fritas se mezclaba con el de los perritos calientes y el algodón de azúcar en el aire de la tarde.


Pedro contempló la multitud de canchas que comprendía aquella sección del parque, el enorme aparcamiento, las pistas de tenis, la piscina olímpica y el recién construido centro recreativo.


-No está mal, ¿verdad? No había nada parecido por aquí cuando éramos niños y jugábamos a la pelota -Octavio apoyó las manos en los hombros de su hermano-. Creo que hicimos bien donando la mayor parte del dinero del viejo para que construyeran este lugar.


-Sí.


Pedro sabía lo mucho que le había costado a su hermano Octavio aceptar que bautizaran el complejo con el nombre de Mariano Alfonso Memorial Park. Octavio había odiado a su padre y no se había llevado bien con Pedro durante muchos años porque lo consideraba una especie de fotocopia de su padre.


-¿Sigues pensando en presentarte a gobernador? -preguntó Octavio.


-Crees que sería una equivocación, ¿no? -replicó Pedro, avanzando al ver que la cola se movía finalmente.


-Creo que correrías el riesgo de seguir los pasos del viejo -Octavio miró la lista de encargos que le había dado su mujer.


-Yo no sería la misma clase de político que el senador -Pedro miró a su alrededor para asegurarse de que nadie los escuchaba. Bajando la voz, añadió-: Me gustaría hacer algo por la gente de este estado. Creo sinceramente que podría llevar adelante bastantes proyectos.


-Eres un hombre listo, Pepe, y creo que bastante honrado... para ser abogado - Octavio sonrió.


-Alto, hermanito. No me ha gustado esa calumnia.


-La política puede cambiar a un hombre. Puede empezar a preocuparse más por su imagen que por la gente que le eligió. Mariano Alfonso nunca hizo nada que no fuera en beneficio de Mariano Alfonso -Octavio siguió a Pedro unos pasos mientras la cola se movía-. Eres mejor persona que papá, pero te pareces mucho a él. Tienes el mismo físico, hablas como él... incluso cogiste su mala costumbre de fumar puros.


-He reducido mucho el consumo. Ahora sólo suelo fumar uno después de comer y otro después de cenar, así que no empieces a darme la lata. Con Paula tengo bastante.


-Esa sí que es una mujer que sabría mantener a un político a raya -dijo Octavio-. ¿Se sabe ya cuándo va a ser su juicio por haber disparado a Cliff Nolan?


-Ese disparo parece ser el único tema de charla del condado en estos tres últimos días. Clayburn ha buscado un hueco en su agenda para la próxima semana. Está balanceándose entre ser justo con Paula y mantenerse dentro de la norma legal.


-Paula nos contó lo que pasó. Patricia y yo nos la encontramos aquí la noche que salió de la cárcel -Octavio miró a su alrededor-. Es probable que esté aquí esta noche.
Suele venir con Sheila Vance a todos los partidos de los pequeños de Sheila.


Pedro gruñó.


-¡Eso es lo que necesito! Esa mujer no me concede un minuto de paz.


-No siento ninguna lástima por ti. Cuando se mete en problemas y te llama, solicitando ayuda, todo lo que tienes que hacer es negarte.


-Sabes que prometí a sus hermanos mantenerla vigilada. La conocían bien. Te juro que nunca he conocido a una mujer que pudiera dar tantos quebraderos de cabeza a un hombre. Creí que las cosas mejorarían cuando se hiciera mayor, pero me temo que han empeorado.


-Supongo que sabes que hay un montón de hombres a los que les gustaría estar en tu lugar -dijo Octavio.


-¿De qué diablos estás hablando?


-Hablo del hecho de que bajo esos vaqueros y esa grasa de automóvil hay toda una mujer. Lista, cariñosa, sensible y bonita. Tú pareces ser uno de los pocos hombres que no lo ha notado. Y me pregunto por qué.


Pedro no quiso responder a la pregunta de su hermano. 


Encontrar la respuesta implicaría un análisis de su relación con Paula en el que no le apetecía entrar.


Aquella irritante mujer le provocaba una confusa mezcla de emociones. Por una parte deseaba que desapareciera de la faz de la tierra, pero otra no podía imaginar su vida sin ella, sin pensar en ella, sin preocuparse por ella, sin cuidarla...


El cliente que había delante de Pedro y Octavio pagó su cuenta, dejándolos los primeros en la cola. Octavio hizo el pedido y luego saludó con el brazo a alguien que se hallaba en otra cola. Pedro siguió la mirada de su hermano. Sintió que el estómago se le encogía. Paula Chaves caminaba hacia ellos con una bandeja llena de comida y bebidas y una cálida sonrisa en el rostro. Solomon estaba junto a ella y
también los acompañaba Mike Hanley, su musculoso socio en el garaje.


-Hola -saludó Paula animadamente-. ¿Habéis venido a ver jugar a J.J.?


-Sí, Donna y yo hemos venido con Octavio y Patricia -Pedro no estaba seguro de por qué quería que Paula supiera que Donna estaba con él. Tal vez era por lo cerca que estaba Mike de ella, como proclamando su posesión.


-El partido de Danny está a punto de acabar, así que puede que luego me acerque a ver el resto del de J.J. -cuando Pedro estaba a punto de hacer un comentario, Paula se volvió hacia Octavio-. Eric Miller está aquí y ha estado bebiendo. He pensado en llamar a Lorenzo para ver si envía a un agente, pero me dirá que no puede arrestar a Eric a menos que cause problemas.


-Ese hombre debería quedarse a beber en su casa. Hace que Tony se sienta avergonzado -Octavio sacó la cartera de su bolsillo y pagó la cuenta-. Avísame si te crea algún problema, Paula.


-Yo puedo manejar a Miller si empieza a molestar a Paula -dijo Mike, pasándole un brazo protector por los hombros.


-¿Quién es Eric Miller y de qué va todo esto? -Pedro cogió una de las bandejas de cartón sin apartar la mirada de Paula.


-Tony, el hijo de Eric, juega en el equipo de J.J. La mitad de las veces Eric se presenta en la cancha con unas copas de más -dijo Paula-. Hostiga al árbitro, maldice a los jugadores y crea problemas a su hijo. En el primer partido de la temporada provocó tal escándalo que acabó pasando la noche en la cárcel.


-Sí, e incluso después de averiguar que fue Paula la que llamó al sheriff, no la deja en paz -dijo Mike.


-¿Qué quieres decir con que no la deja en paz? -preguntó Pedro.


-Al parecer, Miller se ha encaprichado de Paula. Últimamente le ha estado dando la lata -dijo Octavio-. No quiere aceptar un no por respuesta.


-¿Por qué no me hablaste de Miller? -Pedro miró a Paula.


-No había motivo para molestarte. Solomon es muy eficaz como fuerza disuasoria -Paula acarició la cabeza de su perro-. Además, en ese primer partido en el que se puso realmente pesado llamé a Lorenzo y éste se hizo cargo del asunto.


-¿No podrías evitar a ese hombre? -preguntó Pedro-. No tienes por qué asistir a estos partidos. A fin de cuentas no eres madre.


-¡Ni tú padre! Además, no pienso permitir que un tipo como Eric Miller me impida hacer lo que quiera e ir a donde quiera.


-En ese primer partido en el que llamaste a Lorenzo podías haber permanecido al margen del asunto y haber dejado que los otros padres se hicieran cargo de todo, incluyendo llamar al sheriff.


-Estaban demasiado ocupados arrastrando a Eric fuera del campo -dijo Paula en tono desafiante-. Y te aseguro que no les resultó fácil, porque Eric mide cerca de uno noventa y pesa más de cien kilos.


Pedro suspiró.


-Esta comida va a enfriarse si no volvemos pronto con Donna y Patricia -le dijo a Octavio, preguntándose por qué se molestaba en tratar de inculcar algo de sentido común en la cabeza de Paula. Siempre tenía alguna explicación racional para todo lo que hacía, fueran las que fueran las consecuencias.


-Sí, tienes razón -Octavio se volvió hacia Paula-. Estaré atento por si veo a Miller. Ven a vernos cuando termine la liga de los pequeños. Te presentaremos a la amiga de Pepe.


-De acuerdo -Paula adelantó la barbilla y le dedicó a Pedro una sonrisa de indiferencia.


Pedro gruñó entre dientes mientras él y Octavio volvían al campo de juego.


-¿Qué sucede, hermanito? -preguntó Octavio-. ¿No crees que ya va siendo hora de que se encuentren las dos mujeres que hay en tu vida?


-Las dos mujeres de mi... Paula Chaves no es una mujer de mi vida. Es una molestia. Un fastidio. Una espina clavada en mi costado. Pero no es una mujer de mi vida.


-Por supuesto. Lo que tú digas -Octavio sonrió de oreja a oreja.


Media hora más tarde, Paula esperaba con Sheila Vance a que el hijo de esta saliera del vestuario después del partido.


-¿Vas a ir al partido de béisbol y a conocer a Donna Fields? -pregunto Sheila-. Creo que Mike esperaba que te fueras con él.


-Desde que Mike se divorció se le ha metido en la cabeza que él y yo formamos un gran equipo. He tratado de explicarle varias veces que nuestra relación no va a llegar más allá de la que mantenemos en el trabajo y de la amistad.


-Dale un poco de tiempo y se hará a la idea -Sheila se abrochó el jerséy. El aire del atardecer había refrescado-. Aunque no sea Mike el que lo haga, me gustaría que conocieras a algún hombre que te hiciera ver que Pedro no es el único hombre en el mundo.


-Ya sé que no es el único hombre en el mundo. Pero él fue el primer hombre del que me enamoré... y no ha habido nadie más.


Sheila movió la cabeza.


-No te comprendo, Paula. Si quieres a Pedro, ¿por qué no vas tras él? Utiliza tus ardides femeninos con él.


-No he dicho que le quisiera -Paula golpeó el suelo con la punta de su zapato-. Además, no creo tener ardides femeninos. No aprendí mucho sobre ser femenina creciendo con mi abuelo y tres hermanos.


-No se aprende a ser femenina. Eso es algo que eres o no eres. Y te aseguro que tú eres muy femenina. Lo que tienes que hacer es demostrarle a Pedro Alfonso que eres más mujer de lo que esa Donna Fields podría ser nunca.


-¿Cómo sugieres que lo haga?


-Primero tienes que admitir que quieres a Pedro Alfonso.


-Pero no le quiero -al ver que Sheila la miraba con gesto escéptico, Paula movió la cabeza-. No puedo quererle. No está hecho para mí, ni yo para él. Sabes tan bien como yo que, si se presenta a gobernador, necesitará una esposa como Donna Fields. Alguien sofisticado y educado. Alguien con los antecedentes personales y familiares adecuados.


-No te vendas tan barato -dijo Sheila.


-No lo estoy haciendo. Sé que soy lista, trabajadora y que tengo más amigos de los que merezco, pero también conozco mis carencias. Pedro y yo no estamos hechos el uno para el otro.


Mike, que estaba esperando a Danny junto a la puerta del vestuario, caminó con él hacia Sheila y Paula.


-¿Listas, señoritas?


-Paula va a quedarse a ver el resto del partido de béisbol -dijo Sheila, cogiendo el guante de béisbol que le dio su hijo y pasándole un brazo por el hombro-. Yo tengo que llevar a Danny a casa para que tome un baño y se acueste. Mañana tiene que levantarse temprano para las actividades del domingo.


-¿Estás segura de que quieres quedarte? -le preguntó Mike a Paula.


-Estoy segura-dijo Paula-. He oído hablar tanto sobre Donna Fields que creo que ha llegado la hora de que la conozca.


Mike se encogió de hombros. Luego se volvió y se alejó junto a Sheila y Danny.


Paula caminó lentamente hacia el campo de béisbol, haciendo acopio de todo su valor. Divisó a Pedro sentado junto a una atractiva pelirroja, que llevaba un abrigo de cuero de un color casi idéntico al de su pelo castaño rojizo.


Observó a Pedro, que estaba relajadamente sentado contemplando el partido.


Al sentir que los latidos de su corazón se aceleraban, Paula maldijo entre dientes su estúpida debilidad. El sólo hecho de mirar a Pedro Alfonso la excitaba. ¿Por que tenía que sucederle aquello con el hombre más inadecuado para ella que conocía?


Sus respectivos orígenes eran totalmente diferentes. Él provenía de una familia rica, aristocrática y dedicada a la política. Ella de una familia pobre de campesinos sureños. Él era un abogado brillante y sofisticado; ella era una campesina que conducía una grúa. Él era un hombre que se regía por las normas de la sociedad y ella se había pasado la vida rompiendo esas normas, viviendo según sus propias
normas éticas.


¿Y qué si ella y Pedro Alfonso estaban malditos como pareja? Eso no significaba que Donna Fields fuera la mujer adecuada para él. No pasaría nada porque fuera a comprobar cómo era la tal Donna. A fin de cuentas, no podría considerarse una buena amiga de Pedro si dejaba que cualquier mujer llegara y le robara al hombre de sus sueños.


Ajustándose el cuello de la chaqueta, Paula aspiró hondo y expiró lentamente.


Solomon se arrastró bajo las gradas y se tumbó en el suelo mientras Paula subía.


Encontró un sitio libre justo delante de Pedro y Donna. Habló con Octavio y Patricia, intercambiando amabilidades mientras ocupaba su asiento.


Torciendo ligeramente la cabeza, se inclinó hacia Pedro. Al ver que éste no respondía, se sentó erguida y miró el marcador del campo.


-Veo que Marshallton pierde por dos puntos. Lo que necesitamos es que J.J. vuelva a batear como lo hizo el sábado pasado.


-No sé si podremos soportarlo si repite aquella hazaña -dijo Patricia- Se le ha subido tanto a la cabeza estos días que hemos amenazado con desheredarle.


-El chico tiene derecho a sentirse orgulloso. Es un buen jugador. Uno de los mejores de Marshallton -dijo Octavio.


-Has hablado como un orgulloso padrastro -Pedro se preguntó qué se sentiría teniendo hijos, incluso hijastros con los que compartir una relación cercana. En los últimos tiempos había pensado más de una vez en el matrimonio y la paternidad. A fin de cuentas, no se estaba volviendo cada vez más joven y a un político nunca le venía mal tener una familia.


Volviéndose en su asiento, Paula miró a Donna Fields.


-Hola, soy Paula Chaves, una vieja amiga de Octavio y Pepe.


Los ojos castaños de Donna se agrandaron.


-Ah, así que tú eres la pequeña Paula de Pepe.


Paula no supo qué había querido decir la otra mujer con aquel comentario. Era evidente que la señorita Fields sabía más sobre Paula que Paula sobre ella.


-No estoy segura de ser...


-He tenido que cancelar más de una cita con Donna por tu causa -Pedro pasó un brazo por los hombros de Donna-. Ella siempre ha sido encantadoramente comprensiva.


-Qué... amable por su parte -Paula miró a la bella pelirroja, que le lanzó una brillante sonrisa carente de toda animosidad.


-Eres como Pedro te describió -dijo Donna-. Pero olvidó mencionar lo bonita que eres.


¿Por qué le decía aquella mujer algo tan agradable?, se preguntó Paula. Estaba decidida a que no le gustara Donna Fields y allí la tenía, toda amistosa y amable...


Paula quería odiarla, pero supo de inmediato que sería imposible.


-Gracias por el cumplido -dijo-. Me temo que Pedro no me ha hablado mucho de ti, pero había sacado mis propias conclusiones. No eres exactamente lo que esperaba.


-¿Qué era lo que esperabas? -preguntó Donna.


-Paula... -Pedro entrecerró los ojos, advirtiéndola con la mirada.


-Tranquilízate, Pepe. No voy a decir nada que te avergüence. Me gusta -Paula extendió una mano hacia Donna-. Me alegro de conocerte.


Donna estrechó la mano de Paula.


-Yo también. Tengo la sensación de que tú y yo vamos a ser buenas amigas.


-Sí, algo me dice que vamos a serlo -en ese momento, en un instante de brillante intuición femenina, Paula supo que Donna Fields no estaba enamorada de Pedro.


No había amor en sus ojos cuando lo miró, ni en su voz cuando le habló, ni en su caricia cuando apoyó la mano en su brazo.


Pedro no le gustó aquel giro de los acontecimientos. Su instinto le había prevenido de que, una vez que se conocieran, Paula y Donna se gustarían, pero no contaba con que la cosa fuera tan rápido. Ambas mujeres compartían cualidades que atraían a los demás hacia ellas, y tenía que admitir que la cordialidad de Donna, su preocupación por los otros y su naturaleza cariñosa y cálida siempre le habían
recordado a Paula. Pero ahí terminaban las similitudes. 


Donna sería un apoyo y una ventaja para cualquier hombre; Paula haría que un hombre sobrio se diera a la bebida.


Mientras el partido continuaba, Paula y Donna hablaron de varios temas, pero la conversación acababa centrándose siempre en Pedro Alfonso. Él parecía ajeno a todo lo que decían las mujeres. Patricia se unía a la conversación de cuando en cuando, pero casi todo el tiempo estaba concentrada en su hijo, el bateador del equipo.


En el sexto juego, cuando iban empatados cinco a cinco, Tony Miller salió a batear. Cuando el árbitro le pitó la tercera falta, Eric Miller fue hasta la valla del campo y gritó una obscenidad.


-Cuánto me gustaría que ese hombre se quedara en casa -dijo Patricia, disgustada.


Pedro miró al tal Miller. Era más o menos de su misma altura, pero debía pesar cerca de treinta kilos más, la mayoría de los cuales estaban acumulados en su estómago. El mero pensamiento de que aquel desagradable tipo le hiciera proposiciones sexuales a Paula hizo que se sintiera furioso. Si la tocaba alguna vez...


Paula se levantó.


-Tengo que ir al servicio. ¿Necesitáis acompañarme alguna? -preguntó, mirando a Patricia y a Donna.


-Sí -Patricia se levantó, sonriente.


Donna denegó con la cabeza.


Paula y Patricia bajaron las gradas. Cuando Solomon vio a Paula salió de su refugio y siguió a las dos mujeres hacia el centro recreativo.


-Me pregunto por qué me habrá llamado «la pequeña Paula de Pepe».


-¿Qué? -preguntó Patricia.


-Donna se ha referido a mí como «la pequeña Paula de Pepe» -repitió Paula.


-Supongo que se le ha escapado antes de pensar en lo que estaba diciendo. A Pedro no le ha gustado, ¿no crees?


-Lo que más le gustaría a Pedro Alfonso sería perderme de vista para siempre - Paula abrió la puerta del servicio de mujeres y la sostuvo para que pasara Pattie -. Quieto ahí, Solomon.


-Pedro habla de ti todo el tiempo, ya lo sabes.


-Sí, seguro que sí. Probablemente cuenta lo terrible que soy y que siempre está teniendo que sacarme de un lío u otro.


-Creo que Octavio y yo sabemos prácticamente todo sobre Paula Chaves. Desde que eras una niña siguiendo a tus hermanos en sus juegos hasta tu reciente arresto por disparar contra un hombre. Eres el tema de conversación favorito de Pedro. Lo extraño es que él ni siquiera se da cuenta.


-¿No te hartas de oír hablar de mí?


-La pregunta es si no crees que Donna Fields estará harta de oír hablar de ti después de tres meses.


-¿Qué te hace pensar que Pedro le habla de mí? -preguntó Paula.


-Apostaría mi último centavo a que lo hace -Patricia sonrió-. Si Donna pensara que ella y Pedro tienen algún futuro juntos tendría todo el derecho a tener celos de ti, y no los tiene. ¿No lo has notado?


Cuando Paula estaba a punto de responder dos mujeres salieron de los compartimentos, dejándolos libres para Paula y Patricia. Para cuando salieron y mientras se lavaban las manos el servicio se había quedado vacío.


-No está enamorada de Pepe, ¿verdad? -Paula se secó las manos en una toalla de papel.


-Donna me dijo que piensa que Pedro es un hombre maravilloso y disfruta de su compañía -dijo Patricia, poniendo las manos bajo el secador-. Pero no creo que esté
enamorada de él. Ya sabes que es viuda, y creo que aún tiene algunos sentimientos que resolver respecto a su marido muerto.


-¿Crees que Pedro está enamorado de ella?


-No.


-Entonces por qué... quiero decir... bueno...


-¿Por qué están juntos? -Patricia suspiró, sonriente-. Pedro tiene treinta y seis años y está pensando en presentarse a gobernador, así que es natural que esté considerando la posibilidad de casarse. Aún no se ha dado cuenta de que aunque él y Donna sean amigos no funcionarían como amantes.


-Entonces Pedro y Donna no son... quiero decir...


-Donna Fields no es competencia para ti, Paula.


-¿Qué quieres decir? Si te he dado la impresión de que estoy interesada en Pedro en ese sentido no...


-A mí no necesitas mentirme -dijo Patricia, abriendo la puerta del servicio.


Paula siguió a Patricia fuera y le hizo una señal a Solomon para que las siguiera.


-Supongo que he querido a Pepe desde que tenía dieciséis años y me di cuenta de que estaba enamorada de él. Pero soy la peor mujer del mundo para él. El mismo me ha dicho que sólo le traigo problemas.


-No estoy segura de eso -dijo Patricia, caminando junto Paula y a Solomon mientras se dirigían al campo de juego-. Teniendo en cuenta lo que Pedro me ha dicho sobre ti admito que tal vez supongas una desventaja para la carrera de un político. Por otro lado eres la campeona de algunas causas muy populares y pareces gustarle a la gente.


-No puedo creer esta conversación -Paula se detuvo abruptamente y se volvió hacia la otra mujer-. Temía conocer a Donna porque sabía que era todo lo que no soy, que era perfecta para Pepe y que la odiaría por su clase. Pero me gusta y además me estás diciendo que no supone una competencia para mí, que ella y Pedro no son amantes, que...


-¿Que eres la mujer adecuada para Pedro?


-Shhh, Patricia. No digas eso en voz alta.


-¿Por qué no?


-Porque no es verdad. Después de conocer a Donna esta noche sé con certeza que es la mujer perfecta para un hombre como Pepe y que yo no.


-Sólo hay un problema. Pedro y Donna no están enamorados. Puede que ella sea perfecta para un hombre como Pedro, pero no para Pedro.


-Pepe y yo somos como aceite y agua -Paula acababa de hablar cuando vio por el rabillo del ojo que el enorme Eric Miller se acercaba a ellas. Caminaba tambaleándose como un bebé que acabara de aprender a andar-. Oh, no -gimió Paula.


-¿Qué sucede? -pregunto Patricia justo cuando Eric llegó hasta ellas, chocando accidentalmente con Paula.


-Hola, muñequita sexy. ¿Te apetece venir a mi coche a beber algo? -Eric se balanceó hacia Paula, desprendiendo un desagradable aliento cargado de alcohol.


-Creo que ya has bebido demasiado -dijo Paula. 


Pasando un brazo tras la cintura de Paula, Eric la atrajo hacia sí.


-No entiendo por qué sigues diciendo que no. A fin de cuentas, ni siquiera tienes hombre.


Luchando contra su poderoso agarrón, Paual alzó el rostro para mirar a Eric a la cara.


-Suéltame, estúpido. Solomon podría desgarrarte la garganta si le ordeno hacerlo.


Solomon gruñó peligrosamente, mostrando sus afilados dientes. El pelo de su lomo se erizó.


-No me asusta ningún maldito perro. Probablemente podría partirle el cuello.


-Voy a por Pedro y Octavio -dijo Patricia, alejándose con rapidez.


-No, no lo hagas -lijo Paula, pero Patricia no contestó-. Eric Miller, eres una amenaza para la sociedad.


-No vas a lanzar a tu perro contra mí y los dos lo sabemos -Eric la apretó con su brazo con tal fuerza que Paula gritó-. Si vas a ser mía, muñequita, será mejor que aprendas a disfrutar con la dureza.


Paula contó hasta diez. Apenas lograba respirar. Si conseguía separarse al menos un poco podría darle un rodillazo en la entrepierna. Eric tenía razón; no quería lanzar a Solomon contra él, pero si no lograba liberarse no le quedaría otra opción.


-Escucha, especie de mandril gigante, si no me sueltas haré que Solomon salte sobre ti.


Eric inclinó la cabeza hasta que su nariz tocó la de Paula.


-Dame un poco de lo que quiero.


Aquello fue suficiente. Paula consideró que ya había aguantado demasiado.


Cuando estaba a punto de abrir la boca para ordenarle a Solomon que atacara sintió que el agarrón de Eric perdía fuerza. Mirando tras Eric vio que Pedro Alfonso lo estaba
sujetando por el hombro con una de sus grandes manos.


-Suelta a la señorita -la voz de Pedro tenía un matiz fríamente amenazador.


Eric se volvió, liberándose de un tirón de la mano de Pedro.


-¿Quién diablos...? Ah, sí, tú eres el abogado finolis del que Paula está tan colgada, ¿no?


-Soy el hombre que te está diciendo que si vuelves a tocar a Paula puede que no vivas lo suficiente como para lamentarlo.


Eric rió entre dientes.


-¿Me estás amenazando? -preguntó, sacando el pecho.


-Estoy exponiendo un hecho. Deja en paz a Paula o, si no puedo meterte entre rejas, me encargaré de ti personalmente.


-Sí, claro. ¿Tú y cuántos más?


Paula miraba a Pedro como si no lo hubiera visto en su vida. ¿Qué estaba haciendo? ¿Se daba cuenta de las implicaciones de lo que estaba diciendo? No sería bueno que apareciera en la prensa un titular como: Posible candidato a gobernador amenaza la vida de un hombre por una mujer.


-No hacía falta que vinieras a protegerme -dijo Paula, apoyando las manos en las caderas-. Estaba a punto de lanzarle a Solomon.


-Mantente al margen de esto -dijo Pedro.


-¿Que me mantenga al margen? -Paula vio que Octavio llegaba tras su hermano, seguido de Patricia y de Donna.


-¿Necesitas ayuda, Pepe? -preguntó Octavio.


-Creo que puedo arreglármelas solo -dijo Pedro-. ¿Qué te parece, Miller?


-Me parece que no soy lo suficientemente estúpido como para enfrentarme a dos hombres -Eric se volvió y miró a Paula-. La próxima vez esperaré a encontrarte en un lugar más privado.


Paula se interpuso entre los dos hombres al ver que Pedro estaba a punto de lanzarse sobre Eric.


-¡Vete, Eric! ¡Vete de aquí!


-¿No es encantador? Te preocupa que estropee el bonito rostro del muchacho - se burló Eric.


-No, tengo miedo de que Pepe te parta la cabeza y sea arrestado por asesinato - Paula se volvió hacia Pedro-. Déjale que se vaya, por favor.


Miller se alejó hacia el aparcamiento con una sonrisa de desprecio en su abotargado rostro.


Cogiendo a Paula con firmeza por el brazo, Pedro la alejó del pequeño grupo de curiosos que se había formado en torno a ellos, incluyendo a Donna, Octavio y Patricia. Solomon los siguió pacíficamente, husmeando el aire.


-¿Qué crees que estás haciendo? -Paula se liberó del agarrón cuando giraron tras el puesto en el que vendían las bebidas.


Sin apartar la mirada de su rostro, Pedro la colocó de espaldas contra la pared del puesto y apoyó las manos a ambos lados de su cabeza.


-¿Qué diablos se supone que debo hacer contigo? -preguntó, enfadado.


-No ha sido por mi culpa -dijo Paula-. Además, yo no te he pedido que me ayudaras. Fue idea de Patricia ir a decirte lo que sucedía. Solomon y yo teníamos la situación bajo control. No te preocupes; después del juicio no volveré a solicitar tu ayuda nunca más.


-¿De verdad? ¿Serás capaz de no meterte en ningún lío teniendo a tres hombres en el condado dispuestos a agredirte en cuanto se les presente la oportunidad? Cliff
Nolan no dudaría en apalearte, ese gorila de Miller parece un tipo perfectamente capaz de violar y Lobo Smothers no dudaría en matarte a ti o a cualquiera que se interpusiera en su camino.


-Tengo una escopeta y un gran perro. Cuidaré de mí misma.


-¿Eres tonta o qué te pasa? Nolan, Miller y Smothers son hombres peligrosos. Necesitas un guardián. Tus hermanos lo sabían cuando me pidieron que te vigilara.


-¡No necesito ningún guardián!


Cogiéndola por los hombros con firmeza, Pedro la zarandeó. Gotas de sudor cubrían su frente y su labio superior. Quería partirla por la mitad. Quería tumbarla sobre sus rodillas y darle azotes hasta que prometiera comportarse. Pero sobre todo quería estrecharla entre sus brazos y dejarla sin aliento de un beso. El mero pensamiento de que pudiera sucederle algo a Paula le asustaba terriblemente.


-Prométeme que no te acercarás a la familia de Nolan y que no te verás envuelta en ningún plan para atrapar a Lobo Smothers. Y si Eric Miller se acerca a ti llama inmediatamente a Lorenzo Redman.


Paula necesitó toda su fuerza de voluntad para no arrojarse en brazos de Pedro. Sentía su enfado, pero también sentía algo más. Estaba asustado por ella.


-Me portaré mejor que nunca de aquí al juicio. Lo prometo -no soportaba pensar que pudiera ser la causa de alguna publicidad negativa para Pedro. Después de todo, el mero hecho de que la fuera a representar en el juicio probablemente saldría publicado en los periódicos locales. No quería hacer nada que le creara problemas si decidía presentarse a gobernador.


Pedro aflojó las manos en torno a los hombros de Paula. 


Debería soltarla de inmediato, pero no podía. Todavía no. Tocar a Paula era una equivocación. Lo sabía.


Pero no podía permitir que su deseo por ella anulara su sentido común. Paula tenía diez años menos que él. Sus hermanos eran sus amigos. No podía hacerle ver lo que
sentía o sacaría conclusiones equivocadas. No podía aprovecharse de Paula cuando todo lo que deseaba de ella era un escape sexual.


-Trata de mantenerte alejada de cualquier problema, ¿de acuerdo? -Pedro se apartó de ella y dejó caer las manos a los lados. Su estómago se encogió cuando miró sus grandes ojos castaños, su boca llena, su terca y pequeña barbilla. ¿Por qué no podía sentir lo mismo cuando miraba a Donna?


-Nunca he pretendido causarte problemas, Pepe.


-Lo sé, Paula. Lo sé.


-Será mejor que vuelvas para que Octavio y Patricia
-dijo Paula.


-Supongo que tienes razón -Pedro se volvió, dudando antes de alejarse de ella.


-Ah, Pepe.


Él la miró por encima del hombro.


-¿Sí?


-Me gusta Donna. Es una mujer encantadora. Es perfecta para ti.


-Sí, tienes razón. Es perfecta para mí -dijo Pedro. Era todo lo que podría desear, añadió para sí. Sólo había un problema. 


Donna no hacía que la sangre le hirviera como ella.