sábado, 18 de marzo de 2017

PROBLEMAS: CAPITULO 7




Paula se movió inquieta en la cama. Tenía un dolor de cabeza que no podrían calmar ni media docena de aspirinas. 


¿Qué lo había causado? ¿El estrés? ¿La tensión?
¿La preocupación por el juicio? ¿Pedro Alfonso?


Retiró la sábana y la manta que la cubría y salió de la cama. Solomon, que estaba tumbado sobre su alfombra junto a la puerta, alzó la cabeza, la miró un momento y volvió a su relajada postura anterior. Sheba, el gatito que Paula había
adoptado del refugio, dormía acurrucado sobre el baúl de madera que se hallaba a los pies de la cama.


Paula cogió su bata y se la puso. Lo que necesitaba era beber algo caliente. Un té. No, chocolate. Fue a la cocina v encendió la luz.


Al día siguiente era el juicio. Su juicio. Había mantenido su promesa a Pedro de no meterse en líos y no molestarle, pero había echado de menos verle y no podía evitar preguntarse si habría estado saliendo con Donna aquellas noches.


Aunque Patricia le hubiera asegurado que Paula no era competencia para ella, Paula no estaba segura. El hecho de que Donna y Pedro no estuvieran enamorados no significaba que no fueran a casarse. La gente se casaba por toda clase de razones y no siempre por amor.


Paula sacó la caja de chocolate del armario, llenó una taza con agua y la metió en el microondas. Que ella y Pepe no estuvieran hechos el uno para el otro no significaba que no quisiera que él fuera feliz, que amara y fuera amado.


Paula sintió que se le hacía un nudo en el estómago al pensar en Pedro enamorado de otra mujer. Sabía que había habido otras mujeres en su vida, pero nunca se había enamorado de ninguna de ellas. Paula supuso que, en el fondo, siempre había esperado que algún día él la mirara y se diera cuenta de que la amaba tanto como ella a él.


Seguro, Paula, se dijo. Cuando los cerdos vuelen. Además, estás mejor sin Pepe.


Es un controlador y un sabelotodo. Siendo sólo un amigo ya trata de controlar tu vida, así que imagínate lo que sería como marido. Piensa que pierdes el tiempo trabajando con Mike en el garaje en lugar de volver a la universidad a sacarte un título.


-Pero no comprende que la universidad me aburría, que me encantan los coches y las grúas y ser la dueña de un garaje y mi propia jefa -dijo en voz alta en la quietud de la cocina.


El microondas hizo sonar su timbre de aviso. Paula sacó la taza, le echó el chocolate y lo removió hasta que quedó bien mezclado. Apartó una silla de la mesa y se sentó en ella. Tras dar un sorbo, suspiró.


Pedro Alfonso... Paula recordó cómo había hecho el idiota a los dieciséis años confesándole su amor. Él fue increíblemente amable cuando la rechazó, asegurándole
que algún día se enamoraría de verdad y que el hombre al que amara sería el más afortunado de la tierra.


Paula rió. Los ojos se le llenaron de lágrimas. Para ya, se reprendió. Tenía cosas más importantes por las que preocuparse que el hecho de que Pedro Alfonso no estuviera enamorado de ella. Mañana iba a juicio por haber disparado contra Cliff Nolan.


Paula no sabía bien qué le preocupaba más, si la posibilidad de ir a la cárcel o que Pedro cumpliera su amenaza y aquella fuera la última vez que se ocupara de ella.


Estaba a punto de llevarse otra vez la taza a los labios cuando sonó el teléfono.


Miró el reloj de la cocina. Las once y cuarto. ¿Quién podría llamar a esa hora de la noche? Mike estaba a cargo del servicio de grúa aquella semana.


El teléfono siguió sonando mientras Paula se dirigía al cuarto de estar. Descolgó el auricular.


-¿Hola?


-Paula, soy Loretta Nolan -la voz de la mujer temblaba-. Por favor... ayúdame.


-¿Qué sucede, Loretta? ¿Te ha vuelto a hacer daño Cliff?


-Estoy... estoy dispuesta a dejarle, Paula. Por favor... oh, Dios mío, por favor...


Paula aferró el teléfono con tal fuerza que los nudillos se le pusieron blancos.


-¿Está Cliff ahí? ¿Sabe que me estás llamando? ¿Estáis a salvo los niños y tú?


-Ha estado aquí y... y se ha ido. Los niños están bien. Sólo están asustados - Paula pudo percibir el llanto en la voz de Loretta-. A mí me ha puesto un ojo morado y me ha herido el labio, pero estoy bien.


-Recoge rápidamente lo imprescindible y yo pasaré a recogerte lo antes posible.


-No pienso volver nunca con él, Paula. Ha amenazado con... tengo miedo por los niños -la voz de Loretta se rompió en un sollozo.


-Procura tranquilizarte, Loretta. Enseguida estoy allí.

Paula colgó el auricular y corrió a su habitación. Se quitó el camisón y se puso unos vaqueros y una camisa. Mientras se estaba poniendo las zapatillas de deportes recordó repentinamente su promesa a Pedro. Le había prometido mantenerse alejada de cualquier problema.


Pero aquel no era un problema suyo, sino de Loretta. ¿Lo comprendería Pedro? ¿Le disgustaría que la noche anterior a su juicio por haber disparado contra Cliff Nolan ayudara a la esposa y a los hijos de éste a escapar de él? Pedro
comprendería la situación, sin duda. No querría que Loretta siguiera viviendo con un hombre que había convertido su vida en una pesadilla.


Ya vestida, Paula volvió al cuarto de estar, descolgó el auricular del teléfono, marcó un número de memoria y esperó.


-¿Diga? -respondió Pedro.


-Pepe, soy Paula. Siento molestarte tan tarde, pero... bueno... tengo un pequeño problema.


-Faltan menos de doce horas para que empiece el juicio, Paula -dijo Pedro-. ¿No podrías resolver este problema por tu cuenta sin involucrarme a mí?


-Por supuesto que podría.


-¿Entonces por qué me llamas?


-Porque te prometí que me mantendría alejada de líos y me ha parecido correcto llamarte para advertirte que lo que planeo hacer esta noche podría crearme más problemas con Cliff Nolan.


Pedro tardó unos segundos en hablar.


-¿Qué planeas hacer esta noche?


-Voy a recoger a Loretta Nolan y a sus hijos de su casa. La última paliza la ha hecho razonar finalmente. Va a dejar a Cliff y me ha pedido ayuda.


-¡Dios santo!


-Nada de lo que digas podrá detenerme, Pepe, así que no malgastes saliva.


-¿Esta Cliff Nolan en su casa? -preguntó Pedro, haciendo caso omiso del comentario de Paula-. ¿Vas a encontrártelo cuando vayas?


-Loretta me ha dicho que se había ido.


-Entonces vete a recogerla a ella y a los niños ahora mismo. Llévalos a tu casa. Yo iré lo antes posible.


-¿Estás diciendo que apruebas lo que voy a hacer?


-Mantén las puertas cerradas. Ten a Solomon alerta y la escopeta cargada. ¿Me has oído, Paula? Esto va a enfurecer a Nolan.


-No tienes por qué conducir desde Jackson esta noche...


-Voy a hacer unas llamadas, Paula. Loretta necesita una casa segura, algún lugar en el que Nolan no pueda encontrarla.


Paula pensó unos segundos antes de contestar.


-Hay un lugar adecuado en Marshallton.


-Tú vete a por Loretta y los niños. Yo haré los arreglos desde el teléfono de mi coche mientras voy para allá.


Paula pensó que si tuviera a Pedro a mano lo abrazaría y le besaría sin cesar.


-Gracias. Eres único entre un millón. Lo sabes, ¿no?


-Tu también, Paula. Tu también.








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