martes, 14 de febrero de 2017

FUTURO: CAPITULO 7





—¿Reunión familiar?


Pedro pudo sentir la palabra «no» formándose en su boca casi al mismo tiempo que repetía lo que su madre acababa de decirle. Pero las negativas directas no solían tener mucho éxito con Malena Alfonso, así que intentó dar unos cuantos rodeos.


—Creo que no voy a poder.


Sosteniendo el teléfono entre la oreja y el hombro, se inclinó por debajo de la mesa de la cocina para agarrar a Hernan, que no dejaba de moverse, antes de que fuera a meter los dedos en un enchufe.


—Por eso te llamo pronto, para darte más tiempo. Así puedes asegurarte de tener el fin de semana libre —su madre sonaba entusiasta y feliz, pero su voz también albergaba ese tono de advertencia que todos sus hijos podían reconocer fácilmente. Pedro, sin embargo, no se había pasado media vida esquivando sus trampas para dejarse atrapar a esas alturas. No era que no disfrutara de la compañía de su familia. Sí que lo hacía, pero de forma individual. No le gustaban las multitudes. Y toda su familia junta era precisamente eso, una multitud.


—¿Cuándo es?


Después de un intento frustrado de electrocución, Hernan estaba intentando meterle los dedos en los ojos a Pedro


Este trató de quitárselo de encima, pero Hernan se reía.


—El fin de semana del Día de la Madre. ¿Qué es ese ruido?


—Es el lavavajillas.


—Suena como un niño. Un bebé, balbuceando —su voz se alegró al instante—. ¿Pedro? ¿Hay algo que quieras decirme?


—Sí. Que no sé si puedo ir ese fin de semana.


Malena dejó escapar un gruñido de protesta.


—Escogí ese día precisamente porque tu padre va a estar aquí.


Socrates había tenido un ataque al corazón antes de Navidad, pero había vuelto a su ajetreada rutina poco después, sin perder ni un momento. Pedro sabía que su madre no estaba muy contenta con ello, pero no le había quedado más remedio que acostumbrarse.


—Y… Además, si venís todos a la reunión, será una forma de demostrarle a vuestra madre lo mucho que la queréis.


—Bueno, ya empezamos con esas.


Su madre suspiró afectadamente.


—Si prefieres verlo así…


—Te quiero.


—Sí, lo sé. Y no te gustan las aglomeraciones —dijo las palabras en un tono cantarín que le dejaba muy claro que ya lo había oído antes y que no aceptaba un «no» por respuesta—. No es una aglomeración. Son tu familia.


La aglomeración de la que no se podía librar por mucho que lo intentara.


—Y solo quieren…


—Lo mejor para mí —dijo Pedro, terminando la frase de siempre. También podría haber puesto el mismo tono de voz. 


Era casi un refrán.


—Sí.


—A lo mejor. Pero también quieren mi casa para las vacaciones de primavera. Quieren traer a amigos y pasarse todo el verano en la playa. Quieren que sea el padrino de sus hijos.


—Deberías sentirte halagado.


—Estoy encantado —le dijo él entre dientes.


Hernan le metió los dedos en la boca y entonces soltó una risotada cuando Pedro se los mordisqueó.


—¡Es un bebé! ¿De quién?


—Mío no. Nadie va a hacerte abuela. Tengo que irme. Tengo una llamada en espera.


No era una mentira. Estaba entrando otra llamada.


—Estás tratando de librarte de mí.


—Estoy tratando de hacer negocios.


—¿Con el bebé?


—Tengo que dejarte, mamá. Hablamos pronto —colgó antes de darle oportunidad de decir la última palabra.


Pero mientras atendía la llamada de un fabricante de muebles de Colorado, supo que las cosas no se iban a quedar así con su madre. Malena Alfonso quería ver a todos sus hijos casados, dándole nietos. Y con Jorge y Sofia juntos de nuevo, y esperando un bebé, él era la única asignatura pendiente.


—No es por mí, Pedro, cariño —le había dicho en Navidad, cuando había ido a casa—. Es por ti. ¡Te hará muy feliz! Serás el hombre que siempre quisiste ser.


—¿Sí? ¿Y tú eres la mujer más feliz del mundo por haberte casado con papá?


Todos los hijos de los Alfonso sabían que estar casada con Socrates Alfonso no era fácil, como tampoco lo era ser su hijo. 


Él era un hombre trabajador, pero también era exigente, inflexible.


—Tu padre es… un desafío —le había dicho su madre, reconociéndole algo de razón—. Pero hace que la vida sea más emocionante. No habría tenido la vida que he tenido sin él.


—Es verdad —le había dicho Pedro con acritud.


Al oír aquellas palabras, ella le había dado un manotazo.


—Quiero a tu padre, Pedro, y aunque no siempre es un hombre fácil, es el hombre al que siempre he querido. No cambiaría mi vida por nada en el mundo.


—Eso no es por papá. Es por esos nietos que ya empiezas a ver.


Ella se había echado a reír.


—Sí, eso también. Los nietos son una bendición, Pedro. Y los deseo para ti también.


—No, gracias. No los quiero.


—Pero los querrás.


Él había sacudido la cabeza enfáticamente.


—No tengo intención.


—Ya sabemos adónde llevan las buenas intenciones.


—¿Crees que no se puede vivir sin estar casado? —Pedro se había reído.


—Creo que aún no has encontrado a la mujer adecuada —le había dicho ella con firmeza.


Pedro recordaba haber tenido una súbita visión de cierta pelirroja de ojos verdes al oír esas palabras de su madre. Ironías de la vida… Pau era la única mujer que se había atrevido a mencionarle la palabra «matrimonio ».


—La mujer adecuada no existe…


De vuelta al presente, Pedro se sentó en el suelo, miró a los ojos a Hernan.


—No, gracias. Estoy soltero, soy feliz y quiero seguir así.


Hernan sonrió de oreja a oreja y se lanzó a los brazos de Pedro. Que su madre pensara que el mundo sería un sitio mucho mejor si todo el mundo pasaba por el altar no significaba que tuviera razón. No iba a casarse para complacerla, ni a ella ni a nadie. Le gustaba su vida tal y como era en ese momento y no quería poner en peligro su libertad. Algunas personas, como Teresa, le llamaban egoísta. 


A lo mejor lo era. Pero una familia siempre implicaba un compromiso, una exigencia que él no deseaba.


«Se llevaron tus cromos de béisbol, te robaron tu tabla de surf, se comieron tu huevo de Pascua de chocolate, te mancharon de vino el abrigo…», pensó, enumerando todos los estragos que le había causado su familia a lo largo del tiempo.


Una reunión familiar en el Día de la Madre. Las cosas no podían empeorar mucho.


—No te cases —le dijo a Hernan con contundencia—. No importa lo que te digan.


Hernan le metió un dedo en el ojo.



lunes, 13 de febrero de 2017

FUTURO: CAPITULO 6




Cuando Pau llegó al hospital cuarenta y cinco minutos más tarde, ya habían trasladado a su abuela de la cama a la camilla. Al ver entrar a su nieta, Maggie sonrió.


—Me siento como si hubiera salido de la Edad de Piedra —murmuró, levantando la mano un momento y dejándola caer al instante.


Pau se rio, pero no pudo evitar preocuparse. Su abuela, siempre tan energética y vital, estaba pálida, exhausta. 


Probablemente estaba sedada y por lo menos había sonreído un poco, pero Pau no estaba muy positiva. No obstante, decidió poner una buena banda sonora a la situación para animarse un poco. Whistle a Happy Tune empezó a sonar en su cabeza.


—La próxima vez que haya un musical, puedes presentarte al casting —le dijo Pau, gastándole una broma con los musicales que tanto le gustaban.


Le agarró la mano. Estaba mucho más fría que de costumbre y su piel parecía de papel de cebolla.


La anciana sonrió y le tocó la mejilla con suavidad. Después sacudió la cabeza.


—Creo que este año no voy a poder cantar el número principal —dijo con tristeza. Miró hacia la puerta—. ¿Dónde está Adrian?


—¿Adrian? —Pau parpadeó, sorprendida y miró por encima del hombro como si fuera a verlo en cualquier momento.


Adrian no le caía especialmente bien a la abuela… Pero Pau no sabía por qué.


—En el trabajo, supongo.


—¿No vino?


—¿Querías que viniera? —le preguntó, sorprendida.


—Claro que no —contestó Maggie—. Pero pensé que tú sí querrías que viniera.


—Yo… Bueno, por supuesto. Me hubiera gustado mucho que hubiera venido, pero no puede irse así como así.


El trabajo de Adrian era muy exigente y su jornada era muy larga.


—Además, no sabía cuándo volvería. Le dije que llamaría y que le mantendría informado, lo cual me recuerda… —dijo, mirando fijamente a su abuela—. Cuando hablamos ayer, no mencionaste a Hernan.


—Ah —dijo la abuela, cerrando los ojos—. Hernan —una sonrisa se asomó en sus labios.


Al ver esa sonrisa, Pau no pudo mantener la boca cerrada.


—¡No puedo creer que dejaras que Mariana te lo dejara aquí!


La abuela no abrió los ojos.


—Va a hablar con Dario.


—Eso he oído. Pero no es excusa.


—¿En serio? —exclamó Maggie, arqueando las cejas sin abrir los ojos—. Yo pensaba que era bastante buena.


Pau apretó los dientes. Sabía que su abuela dejaba que Mariana se saliera con la suya, pero no podía creer que aprobara su comportamiento en el fondo.


—Se aprovecha.


—Bueno, sí, pero es que…


—Ella es así —dijo Pau, terminándole la frase, todavía molesta.


Eso le decía siempre su abuela.


—Pero no significa que esté bien.


—Espero que no la pagues con Hernan.


—Claro que no.


—O con Pedro —Maggie abrió los ojos, claros, azules y penetrantes.


Pedro está bien. Hernan y él son uña y carne.


La abuela sonrió.


—Lo sabía —cruzó las manos justo por debajo del pecho y cerró los ojos.


—Para —dijo Pau—. Pareces un cadáver.


Maggie se echó a reír.


—Todavía no he llegado a eso.


—Bien —Pau tomó las dos manos de su abuela y las apretó con fuerza—. Tienes que ponerte bien. Eres todo lo que tengo —las emociones que intentaba suprimir, afloraban de repente con toda su fuerza.


—Pensaba que habías pillado bien a Arian —dijo la abuela de repente—. ¿Dónde está Hernan ahora? —añadió, sin darle tiempo a replicar.


—Con Pedro —dijo Pau en un tono tenso.


—Ah —Maggie cerró los ojos. Su voz se volvió suave y adormilada de nuevo. Sonrió, satisfecha y serena—. Deberías casarte con un hombre como él.


Pedro no está interesado en casarse con nadie —dijo Pau con contundencia.


La abuela abrió los ojos de golpe.


—¿Habéis hablado de ello?


Pau se encogió de hombros.


—Me lo mencionó de pasada.


La abuela sabía que habían salido un par de veces, pero ella nunca había compartido sus esperanzas y sueños con ella. 


Además, después de llevar años viviendo en el apartamento del garaje, debería haber sabido que él había salido un par de veces prácticamente con todas las mujeres del sur de California y que no estaba interesado en una relación seria.


—A lo mejor deberíais volver a hablar de ello.


O a lo mejor no…


—Te veo en la sala de recuperación —le dijo, inclinándose para darle un beso—. Te quiero. Y cantaré una canción alegre para ti.


Pero no iba a hablar de matrimonio con Pedro. Había ciertas conversaciones que no podían ir mejor la segunda vez.






FUTURO: CAPITULO 5




PARA cuando se abrió la puerta, apenas unas horas más tarde, Pau ya se había levantado, se había vestido y, sobre todo, se había puesto su máscara protectora. Se había quedado despierta hasta un buen rato después de haber oído la canción de cuna, tratando de pensar en las imágenes que la misma evocaba, recordándose que Pedro seguía siendo el mismo hombre y ella la misma mujer. Habían pasado casi cuatro años, pero ambos seguían queriendo cosas diferentes. Que fuera capaz de darle el biberón a un bebé y cantarle una canción no significaba que quisiera uno propio. Adrian, en cambio, sí que lo quería. Se lo había dicho. 


Tenía que recordarlo.


Se había dado una ducha y se había puesto ropa adecuada para ir al hospital, unos pantalones color crudo y un top sencillo con un estampado en tonos naranjas y dorados que llamaba la atención más que su pelo. Era una especie de camuflaje. En otra época a Pedro le encantaba acariciarle el cabello… Pero en ese momento lo llevaba sujeto con un coletero, tan apretado que casi le dolía el cuero cabelludo. 


Así recordaría bien que no podía volver a flaquear con él… 


De repente se abrió la puerta. Con una sonrisa en los labios, y completamente vestido esa vez, Pedro salió. El bebé estaba en sus brazos. Llevaba una barba de unas horas… 


Pau no pudo evitar recordar aquellas mañanas deliciosas cuando estaba en la cama con él.


—Buenos días —le dijo, armándose de valor y poniendo un escudo ante esos pensamientos.


—Buenos días —masculló él, todavía adormilado.


—¿Has dormido bien? —le dijo ella, intentando mantener un tono entusiasta, quizá demasiado.


Él la miró como si quisiera fulminarla en el sitio.


—Oh, sí, claro.


Pau decidió no seguirle el juego. No iba a contestar a su provocación. No era el momento ni el lugar.


—Buenos días, Hernan —dijo, concentrándose en el pequeño—. ¿Has dormido bien?


Hernan sin duda sabía que le estaba hablando a él. Se volvió y escondió el rostro contra el pecho de Pedro. Pau le hubiera hecho cosquillas en los pies, pero no quería acercarse tanto a Pedro.


—He hecho café —se limitó a decir—. Si quieres.


Pedro le encantaba el café por la mañana y le había hecho una cafetera completa. Tenía que restarle importancia al asunto de alguna forma, probarse a sí misma que podía estar a su lado sin que le afectara tanto.


La sonrisa que él le lanzó, sin embargo, causó tantos estragos en los latidos de su corazón que Pau casi deseó no haber preparado el café.


—Me has caído del cielo —le dijo él. Cambió al niño de lado para poder echar el café en una taza—. Gracias —le dijo con sinceridad al tiempo que se llevaba la taza a los labios.


Hernan quiso agarrarla de forma automática, pero Pedro cambió de postura sin esfuerzo alguno y logró mantenerle lejos del café caliente. Pau arqueó las cejas.


—Se te da muy bien.


—¿Se me da muy bien servir café? —le preguntó él, perplejo.


—Manejar bebés.


—Tengo mucha práctica.


—¿Con todos esos niños que tienes por ahí?


—Con todos esos sobrinos, primos… —le dijo, haciendo una mueca sarcástica.


—¿En serio? —Pau sintió una punzada de envidia.


De repente se le ocurrió pensar que mientras ella estaba tan ocupada construyendo sus fantasías con él, nunca habían hablado de verdad de su familia.


—Muchos.


—Suerte que tienes.


Él dejó escapar una especie de gruñido.


—Siempre y cuando sean de otra persona.


No. Definitivamente no había cambiado nada. Pero, le gustaran o no los niños, sí tenía muy buena mano con ellos.


Se movía con facilidad por la cocina. Buscó un biberón para Hernan, lo llenó de agua y destapó con destreza una lata de leche en polvo. No tuvo problemas con Hernan hasta que empezó a echar cucharadas del polvo dentro del biberón, momento en el que el niño empezó a retorcerse. Pau se alegró de ver que su pericia sí conocía límites al fin y al cabo.


—Déjame a mí —le dijo, levantándose y echando las cucharadas.


Sus dedos se rozaron momentáneamente. Pau sintió un cosquilleo de inmediato. La reacción era tan instantánea que el momento parecía sacado de una novela romántica. Sin el héroe de la historia… evidentemente. Se puso un poco nerviosa y la cuchara se le escurrió de entre las manos, aterrizando sobre la encimera con un pequeño estruendo. Él volvió a dársela.


Sintiéndose como una completa idiota, Pau volvió a meterla en la lata.


—¿Cuántas más?


—Tres.


Él la observó mientras echaba las cucharadas en el biberón. 


Estaba tan cerca que podía sentir el calor que manaba de su cuerpo varonil, de su piel.


—Ve a sentarte —le dijo ella al terminar.


Sacudió el biberón con fuerza, dándole la espalda todavía. 


De repente una mano se coló por un lado para abrir un cajón que estaba delante de ella. Pau se sobresaltó.


—¿Qué ha…?


—Solo quiero buscar una cuchara —le dijo él en un tono tranquilo, paciente; un tono que resultaba de lo más irritante—. Tengo que darle de comer.


—El biberón.


—Eso también.


Sacó la cuchara. Esa vez Pau se las arregló para no dar un salto, pero sí sintió un gran alivio cuando él agarró un tarro de melocotones y fue a sentarse frente a la mesa.


—Creo que hay una especie de silla alta en el armario —le dijo Pau—. Se ancla a la mesa. La he visto antes. Por lo visto, Mariana la dejó aquí para no tener que subir y bajar una silla constantemente. Imagino que trae mucho al niño a casa de la abuela.


Cruzó la habitación y abrió el armario de los utensilios de limpieza.


—Aquí está —sacó una especie de silla plegable de lona y metal. Sabía que no podía ser difícil averiguar el mecanismo de apertura, pero tampoco parecía muy obvio.


—Dámela —Pedro se la quitó de las manos y, al mismo tiempo, le entregó al niño.


—¡Qué…!


Hernan era más pesado de lo que pensaba y se retorcía sin cesar. Casi se le cayó al suelo, pero finalmente consiguió sujetarle contra la cintura. Tal y como le había dicho a Pedro la noche anterior, estaba acostumbrada a niños un poco mayores.


Pedro abrió y enganchó la silla a la mesa en un abrir y cerrar de ojos. Pau trató de no dejarse impresionar.


Hernan se movía sin parar y se volvió para ver quién le sujetaba. Empezó a tirarle del pelo, soltándole algunos mechones de la coleta.


—¡Ah!


Pedro levantó la vista y sonrió de oreja a oreja.


—Otro como yo.


Con la cara ardiendo de vergüenza al recordar lo mucho que le había gustado sentir las manos de Pedro en el cabello, Pau trató de quitarse las manitas del niño de la cabeza.


—Déjame.


Antes de que pudiera protestar, unos poderosos dedos masculinos se cernieron sobre la pequeña manita del niño y le hicieron aflojar un poco. Sintió el roce de sus nudillos en la mejilla…


Pau trató de permanecer inmóvil, en calma… Casi lo consiguió… Los ojos de Pedro se encontraron con los suyos. Podía ver deseo en ellos. Solo podía esperar que él no viera nada en los suyos.


—Oh, bien. Tienes una silla, Hernan —le dijo al pequeño y fue a ponerle en la silla, pero Pedro se lo quitó de los brazos y le ancló a la silla que había fijado a la mesa.


Hernan pareció sorprendido y entonces, como si acabara de recordar lo que pasaba cuando se sentaba en la silla, sonrió de oreja a oreja y empezó a aporrear la mesa.


—¿Dónde está mi comida? —dijo Pedro, sonriente.


Le alborotó el pelo, se sentó a su lado y empezó a darle pedacitos de melocotón con la cuchara. Por un momento, Pau no pudo hacer otra cosa que observar, y suspirar con disimulo.


—Yo lo hago —dijo de repente—. Puedes irte.


—No vas a apagar ningún fuego. ¿Qué prisa tienes? Como solía decir mi abuela —Pedro arqueó una ceja y la desafió con una mirada.


—Seguro que estás ocupado. Tendrás muchas cosas que hacer hoy.


—Sí —dijo él, pero no dejó de alimentar a Hernan.


Pau frunció el ceño y cambió el pie de apoyo.


—Y te agradezco mucho que cuidaras de él ayer y… anoche —añadió con vergüenza—. Pero no quiero robarte más tiempo.


—¿No? —Pedro arqueó una ceja. Otro desafío. Uno que no era capaz de entender.


—No.


—¿No vas a ir al hospital?


—Claro que voy a ir. A las nueve operan a la abuela. Tengo que terminar de darle la comida a Hernan, cambiarle y ponerme en marcha —Pau miró el reloj—. Pronto. ¿Hernan tiene pañales?


—Supongo. Tiene muchas cosas —Pedro le dio otra cucharada—. Pero no puede ir contigo.


—¿Qué? ¿Por qué no? ¡Soy perfectamente capaz de cuidar de él! —Pau se puso a la defensiva de inmediato, indignada.


—No pueden entrar niños.


Ella se le quedó mirando.


—¿Qué?


—No pueden entrar niños de menos de catorce años. Por las enfermedades infecciosas. La gripe, esas cosas…


—Tiene que ser una broma —dijo ella, pero mientras lo decía, se dio cuenta de que él hablaba muy en serio—. No me había dado cuenta…


—Yo tampoco hasta que no nos dejaron subir con Maggie ayer.


Pau abrió la boca y la cerró de nuevo. ¿Cómo iba a cuidar de Hernan y acompañar a la abuela en el hospital al mismo tiempo?


—Hernan puede quedarse conmigo.


—Pero tú…


Pedro le lanzó una mirada que la retaba a discutir. Le dio otra cucharada a Hernan. Y otra más.


—No quiero abusar —dijo ella, vacilante.


Él se encogió de hombros.


—Estaremos bien, ¿verdad, colega? —le preguntó a Hernan con una sonrisa. El niño se la devolvió.


—Bueno, gracias —dijo ella.


Pedro ni siquiera la miró.


—Dile que la echamos de menos —dijo y siguió dándole de comer al bebé.


Claramente la estaba echando de allí…