viernes, 30 de diciembre de 2016

CHANTAJE: CAPITULO 10





Paula lo sintió antes de verlo.


Las miradas de todas las mujeres presentes se habían concentrado en alguien que estaba a sus espaldas y Paula sabía muy bien de quién se trataba.


Se preguntó hasta dónde sería capaz de llegar si se levantara y saliera corriendo. Se tensó y se preparó para la confrontación, pero no se giró.


La había encontrado más rápidamente de lo que había imaginado, pero él era así. No había persona a la que no pudiera encontrar ni contrato que se le resistiera.


Encontrarla debía de haber sido un juego de niños, pero eso no quería decir que fuera a acceder a hacer lo que él quisiera.


Pedro se sentó frente a ella, ignorando las miradas de las féminas que había a su alrededor.


A Paula le entraron ganas de reírse. A ella le había pasado lo mismo cuando lo había conocido. Se había sentido atraída por él como si fuera un imán.


Le entraron ganas de gritarles que se lo quedaran, pero que tuvieran cuidado porque era un hombre muy peligroso que no tenía escrúpulos.


Por supuesto, no lo hizo.


Lo miró a los ojos con ganas de pelea. Era la única manera de tratar con aquel hombre porque, si percibía el más leve signo de debilidad, te machacaba.


-¿Mezclándote con la plebe, Pedro?


Miró su alrededor y se encogió de hombros.


-Has sido tú la que ha elegido el campo de batalla.


¿Campo de batalla? 


Sí, así era su relación.


Pedro le hizo una señal a un camarero que obviamente lo había reconocido porque corrió a atenderlo con una prisa patética.


Paula apretó los dientes. ¿Qué tenía aquel hombre que hacía que todo el mundo se rindiera a sus pies?


Se había cambiado de ropa. Ya no llevaba traje sino unos pantalones de pinzas y una camisa de lino, pero aun así seguía teniéndolo todo bajo control, era el magnate griego en todo su esplendor.


«El jefe de la manada», pensó Paula.


Pedro pidió un café y observó satisfecho que la bebida de Paula estaba casi intacta. Ella le dedicó una mirada glacial.


-Has hecho que me siguieran, ¿verdad? -lo acusó.


-¿Creías que no lo iba a hacer? -sonrió él.


-Estás perdiendo el tiempo, Pedro, porque no tengo nada que decirte a menos que quieras que hablemos del divorcio.


-Ah, sí... el divorcio -dijo Pedro cruzando una pierna sobre la otra.


Contra su voluntad, Paula se encontró rememorando aquel glorioso cuerpo. De repente, se dio cuenta de que se le había secado la boca.


Horrorizada, desvió la mirada y dio un trago a su bebida.


-Me preguntó por qué no has hablado con tu abogado antes -comentó Pedro.


-Porque nunca pienso en ti -mintió Paula dejando el vaso sobre la mesa con manos temblorosas-. Nuestro matrimonio fue tan breve que ya lo he olvidado.


-¿De verdad?


-Sí.


-¿Y también te has olvidado del sexo, Paula?


-Sí -contestó Paula apretando los puños.


-Entonces, ¿por qué tiemblas? -observó Pedro enarcando una ceja-. ¿No te parece casi indecente que, a pesar de todo lo que ha pasado entre nosotros, nos sigamos deseando desesperadamente?


Mortificada porque había adivinado con facilidad lo que le ocurría, Paula volvió a tomar el vaso entre las manos, pero le temblaban tanto que lo único que consiguió fue que el contenido se le cayera por los dedos.


-Lo único que deseo desesperadamente es que te vayas.


-Te aseguro que, vaya donde vaya, te voy llevar conmigo -le dijo Pedro muy seguro de sí mismo.


-A menos que me secuestres a plena luz del día, te aseguro que eso no va a ser así -contestó Paula mirándole enfadada-. Te advierto que grito muy alto.


-Recuerdo muy bien cómo gritas, Pau-contestó Pedro con voz ronca-. Y recuerdo también perfectamente qué es lo que te hace gritar.


Pau.


Paula cerró los ojos. No estaba jugando limpio.


Sólo él la llamaba así en los momentos más íntimos.


Utilizar ahora aquel nombre era un recuerdo de sus encuentros sexuales más preciados.


-Eres asqueroso -le dijo.


-¿Preferirías que tuviéramos esta conversación en un lugar más íntimo?


-Preferiría que me dejaras en paz. No pienso ir a ningún sitio contigo, Pedro.


-Claro que sí, Paula. Me alegro de que nos hayamos vuelto a ver. Me gusta hablar contigo. Había olvidado lo que es estar con alguien que no accede automáticamente a todo lo que quiero.


-¡Pero si no te gusta nada que la gente te lleve la contraria!


-Eso no es cierto.


-Si no fueras tan gallito, a la gente no le daría miedo decirte la verdad.


-¿Crees que les doy miedo? -preguntó Pedro divertido.


-Les tienes aterrorizados. No tienes medida y siempre, absolutamente siempre, te tienes que salir con la tuya. De pequeño debías de ser insoportable.


Si no lo hubiera conocido tan bien, no se habría dado cuenta del sutil cambio que se operó durante dos segundos en su rostro al oír aquellas palabras.


-Me alegro de que lo tengas tan claro porque, así, nos ahorraremos discusiones innecesarias.


-Todas las discusiones que ha habido entre nosotros han sido innecesarias.


-Yo no lo recuerdo así.


-Será porque tienes memoria selectiva -se burló Paula.


-Tengo una memoria perfecta, sobre todo en lo que se refiere a ti. Recuerdo todas nuestras discusiones, todas las acusaciones que vertiste sobre mí y todas las palabras que ahogaste cuando hacíamos el amor.


-Debe de ser que tienes una memoria increíble porque nuestra relación fue una gran discusión sin fin.


-Porque tú no querías hacer nada sin pelear. Incluso el sexo entre nosotros era una pelea.


Paula sintió que el calor se apoderaba de ella cuando recordó cómo había sido el sexo entre ellos.


Salvaje, frenético, descontrolado.


No había habido nada tranquilo en su relación. Había sido apasionada y antagonista desde el primer día.


-Sabías que estábamos hechos el uno para el otro y, sin embargo, te empeñaste en jugar.


-No eran juegos, Pedro. Simplemente, somos diferentes. Venimos de diferentes culturas. Tú crees en doncellas vírgenes y en ... amantes -le explicó- y yo creo que para que funcione una relación el hombre y la mujer tienen que ser iguales.


-¿Entonces qué haces con Farrer? Lo digo porque no te llega, ni de lejos, a la suela de los zapatos.


-Fuiste tú el que insistió en que no habláramos de Tomas -dijo Paula poniéndose en pie-. Estás rompiendo tus propias normas.


-Siéntate -le ordenó Pedro.


-No. No me está gustando esta conversación


-Podemos seguir hablando aquí o en mi hotel, donde tú prefieras.


Paula no quería volver a quedarse a solas con él después de lo que había ocurrido aquella tarde, así que volvió a sentarse.


El camarero les llevó dos cafés.


-Este café esta asqueroso -comentó Pedro al probarlo-. No hay ninguno como el que hacemos en Grecia.


-Pues vuélvete para allá cuanto antes -sonrió Paula.


-Eso es lo que quiero, pero antes tengo que hacer un trabajo y tú también.


-Ya te dicho que no me interesa -contestó Paula.


-¿Tú crees? -dijo Pedro sacando unos papeles de alguna parte-. Una lista de tus clientes. Es increíble que la mayoría de ellos tengan cuentas en mis bancos.


Paula había olvidado la cantidad de negocios que tenía aquel hombre.


-No te atreverías...


-Claro que sí, agape mou -sonrió Pedro.


Paula sintió que el corazón se le aceleraba y que le sudaban las palmas de las manos. Decirle que no a aquel hombre era como intentar parar un tsunami.


-¿Por qué quieres que trabaje para ti?


-Porque necesito cambiar mi imagen pública cuanto antes.


-¿La gente se ha dado cuenta de cómo eres en realidad y no te gusta? -rió Paula.


Pedro la miró con desprecio.


-No te puedo ayudar -le dijo Paula mirándolo a los ojos-. Mi trabajo consiste en descubrir y potenciar el lado más humano de las personas, pero los dos sabemos que tú careces de ese lado, Pedro. Tienes fama de ser duro y frío y yo no puedo hacer nada por cambiar eso.


-Entonces, ¿no te importa que Tomas pierda la empresa?


Paula tragó saliva.


-Serías capaz de hacerlo, ¿verdad?


-Quiero que trabajes para mí, Paula -contestó Pedro encogiéndose de hombros-. Si para conseguirlo, tengo que hacerlo...


-¿Quieres que convenza a la gente de que eres tierno y amable? -se rió Paula con incredulidad.


-Soy un hombre de negocios y a los hombres de negocios no nos sirve de nada ser tiernos y amables, pero quiero que los convenzas de que tengo mi lado humano. Si lo que te molesta es el pasado, estoy dispuesto a olvidarlo.


A Paula le entraron ganas de abofetearlo. Por lo visto, el muy canalla se creía que estaba siendo generoso.


-Eres increíble, Pedro. Me echaste a la calle, me arruinaste la vida profesional y ¿ahora quieres que hagamos como que no ocurrido nada?


-Yo ya lo he olvidado.


A Paula le gustaría haberlo olvidado también.


-¿Por qué yo? -le preguntó.


-Porque he visto lo que has hecho con otros clientes.


-¿Y por qué quieres cambiar la imagen que la gente tiene de ti? Nunca te ha importado.


-Porque tengo un negocio muy importante entre manos -contestó Pedro-. El propietario de lo que quiero comprar es ridículamente sentimental y cree que no soy capaz de entender los valores familiares.


-Evidentemente, es un hombre muy observador -sonrió Paula-. No se deja impresionar por tu falta de principios. A ti te gustan las cosas rápidas.


-Menos en un aspecto de mi vida y tú deberías saberlo.


Y lo sabía.


Paula sintió que un intenso calor se apoderaba de su cuerpo.


-Bueno, ha sido fascinante hablar contigo, Pedro, pero me tengo que ir.


-No hemos terminado.


-Yo, sí -insistió Paula poniéndose en pie.


Pedro la agarró de la muñeca y tiró de ella, haciéndola caer en su regazo. A Paula no le dio tiempo de protestar. Sintió sus labios en la boca e, instintivamente, lo besó.


Cuando abrió los ojos comprobó horrorizada que Pedro estaba excitado.


-No te muevas -le dijo con voz ronca.


La erección amenazaba con atravesar la tela de los pantalones.


Paula cerró los ojos.


Ella también estaba muy excitada.


-Pedro. .. ¿Qué te propones?


-Recordarte el pasado. Me has dicho que lo has olvidado ya mí me han dicho que lo mejor para la amnesia es un buen shock.


-¿Qué quieres de mí?


-Que me ayudes a cerrar esa compraventa. Quiero que hagas lo que sea necesario para convencer a Kouropoulos de que soy un hombre sensible que entiende perfectamente cómo se lleva un complejo de veraneo familiar.


Paula lo miró con los ojos muy abiertos.


-Soy asesora de imagen, no maga. Los dos sabemos que tú no tienes nada de sensible.


-Hay partes de mi anatomía que son increíblemente sensibles -le aseguró con una gran sonrisa.


Paula se sonrojó y lo miró con cara de asco.


-No lo voy a hacer.


-Sí, sí lo vas a hacer -insistió Pedro apartándole un mechón de pelo de la cara-. Lo vas a hacer porque es la única manera de que te dé el divorcio y porque, si no lo haces, te arruino por segunda vez y, en esta ocasión, me llevo por delante también a Tomas.





jueves, 29 de diciembre de 2016

CHANTAJE: CAPITULO 9




-Sí, jefe, se ha intentado escapar. Ha tomado un taxi hasta el río y ha dado un paseo. Ha estado andando un buen rato. Hemos estado a punto de perderla porque, la verdad, no se parece en nada a la fotografía que nos dio.


Pedro miró a su guardaespaldas y se rió. Aquello era típico de Paula. Sabía perfectamente que la iba a encontrar y, aun así, se empeñaba en huir.


Mientras se subía en el coche y le daba instrucciones al conductor, pensó que por eso siempre chocaban.


Paula era la persona más parecida a él, cabezota y decidida, que conocía.


Las mujeres babeaban ante él, pero Paula, no. Ella lo había ignorado, lo que le había forzado a perseguir a una mujer por primera vez en su vida y, mientras las demás se reían ante sus comentarios, ella discutía y lo volvía loco.


Era la antítesis de la mujer que le habían enseñado que debía buscar. No era una mujer sumisa y ése era parte de su atractivo.


Paula era vivaracha, terca y difícil de convencer, la mujer perfecta para un hombre al que le gustaran los retos.
Pedro sonrió ante la posibilidad de volver a luchar con ella. 


Su relación siempre había sido apasionada y aquella mañana le había quedado claro que seguía deseándola.


Le había costado un esfuerzo sobrehumano no poseerla allí mismo, sobre la mesa de cristal.


Ahí era dónde se había equivocado. Tendría que haber seguido acostándose con ella hasta que hubieran estado los dos tan exhaustos que no hubieran tenido fuerzas para discutir.


Pero había sentido la imperiosa necesidad de casarse con ella.


Seguía sin entender por qué lo había hecho.


Al darse cuenta de que el coche se había parado, se fijó en un café que tenía una terraza con varias mesas.


Por detrás parecía un chico, pero Pedro reconoció la curva de su cuello y el mentón levantado.


Estaba lista para entrar en batalla.


Era obvio que estaba esperando que la encontrara.


Pedro bajó del coche y fue hacia ella.





CHANTAJE: CAPITULO 8







Paula miró el reloj y se dio cuenta de que, si quería seguir el consejo de Tomas de perderse por Londres, tenía que ponerse en movimiento


Se metió en el baño que tenía al lado de la oficina y se miró en el espejo. En lugar de ver el rostro de una mujer de negocios madura, vio la cara de la chica que era hacía cinco años.


Cerró los ojos y se dijo que, por mucho que hubiera luchado para cambiar su imagen externa, no había conseguido cambiar por dentro.


Por fuera, no quedaba nada de la chica inocente que se había enamorado perdidamente de Pedro Alfonso, pero por dentro... por dentro, aquella chica apasionada y alegre seguía existiendo.


Paula se tocó los labios y recordó...


Había sido increíble. Dos meses con Pedro. En aquel tiempo, había descubierto una parte de sí misma que no conocía y que se había negado desde entonces.


Sintió una punzada de deseo en la pelvis con sólo pensar en él. Le parecía imposible que una mujer pudiera sentir lo que Pedro le había hecho sentir a ella.


No se reconocía a sí misma. Con él, todo era mucho más intenso. Sobre todo, el dolor de la despedida.


Paula se agarró al lavabo.


Si se concentraba en eso, el deseo desaparecería.


Ya no tenía veintiún años y, desde luego, no era una ingenua.


Estar con Pedro no sólo le había enseñado sexo.


Todo lo que sabía sobre el dolor, el sufrimiento y la pérdida lo había aprendido con él. Era toda una experta.


Por eso, precisamente, iba a huir de él.


No quería que Pedro Alfonso volviera a formar parte de su vida y estaba decidida a hablar cuanto antes con un abogado para iniciar los trámites del divorcio.


Se puso unos vaqueros, una camiseta blanca, una gorra y unas zapatillas de deporte. Satisfecha con su cambio de imagen, se colgó el bolso del hombro y se fue.


Aunque la viera, Pedro no se fijaría en ella vestida así. Él sólo se fijaba en mujeres elegantes.


Las calles estaban llenas de gente que volvía del trabajo. 


Paula se mezcló con ellos y paró un taxi. Una vez dentro, le dijo al conductor que fuera hacia el río.


Un paseo le iría bien para aclarar las ideas y podría tomarse un café y algo de comer en uno de los muchos locales que había en las orillas.


El taxi la dejó cerca del Parlamento. Paula se quedó mirando el ocaso sobre el Támesis. Estaban en pleno verano y hacía mucho calor. Todo el mundo tenía prisa por llegar a casa.


Nadie se fijó en ella.


Se sintió anónima entre tanta gente y comenzó a relajarse. 


Gracias a Tomas tenía una nueva vida y debía aprovecharla.


Estaba a miles de kilómetros de distancia de Alfonso Industries y no debía volver a mezclarse con ellos jamás.



CHANTAJE: CAPITULO 7





A diez kilómetros de allí, Pedro Alfonso, se paseaba nervioso por su despacho mientras recordaba la conversación que había mantenido con Paula.


Alec lo observaba nervioso.


-Buscaré otra empresa de asesoramiento de Imagen.


-¿Por qué?


-Porque... bueno... es obvio que... os odiáis.


Poco acostumbrado a analizar sus sentimientos, Pedro se sintió incómodo ante la precisión con la que su abogado acababa de describir cómo se sentía.


¿Odio?


Había sentido muchas cosas por Paula Chaves, pero, desde luego, el odio no era una de ellas.


-¿Cuánto tiempo estuvisteis... eh... casados?


-Un mes, tres días y seis horas -contestó Pedro riéndose-. Hasta entonces, mi padre tenía el récord de matrimonio más corto, pero ahora lo ostento yo.


-En teoría sigues casado, ¿no? ¿Por qué no os habéis divorciado nunca?


-Porque uno se divorcia sólo cuando quiere casarse con otra mujer -contestó Pedro sentándose-. Y yo no tengo intención de repetir semejante error.


-Bien. Creo que a eso se refería precisamente Kouropoulos cuando decía que no tienes ningún compromiso familiar.


-Desde luego, un matrimonio de cuatro semanas, tres días y seis horas no es una buena tarjeta de presentación.


-Es una pena que no podamos trabajar con esa empresa porque tu mujer tiene fama de ser la mejor. Si hay alguien capaz de convencer a Kouropoulos de que eres un hombre capaz de amar, es ella. De momento, ni siquiera quiere concertar una cita con nosotros.


-¿Sigue sin querer vemos?


Alec negó con la cabeza, visiblemente frustrado.


-La semana pasada te fotografiaron con una modelo y con una bailarina y eso no nos ha ayudado en absoluto. El problema es que nunca sales con la misma mujer dos veces seguidas.


-¿Para qué?


-Pedro, tenemos que convencer a Kouropoulos de que sales con tantas mujeres porque, en realidad, estás buscando a la perfecta para pasar el resto de tu vida con ella. Claro que, ahora que sé que estás casado, nada de esto va a dar resultado ... me parece que vamos a tener que damos por vencidos. Hacerte parecer un hombre de familia es realmente difícil y, si para colmo, Kouropoulos se entera de que ya estás casado y sigues saliendo con otras mujeres, me temo que no hay nada que hacer. Piensa que él lleva con la misma mujer desde los veinte años.


-Supongo que por eso viven en una isla, para no tener tentaciones.


Pedro no creía en que las mujeres fueran capaces de ser fieles. Si la experiencia de su padre no fuera suficiente, a él le había pasado lo mismo.


-No pienso tirar la toalla, Alec -le dijo a su abogado poniéndose en pie.


No iba a parar hasta que Blue Cave lsland fuera suya.


-A mí no se me ocurre ninguna solución -suspiró Alec.


-Sigue buscando -le ordenó Pedro mirando por la ventana-. Si necesito cambiar de imagen, lo haré. Y mi mujer es la persona ideal para hacerla.


-¿Estás de broma?


-Ya sabes que nunca bromeo cuando hablo de negocios.


-Podría hacerte un daño colosal. Te odia...


-No, no me odia -contestó Pedro recordando el episodio de aquel mismo día.


-Soy tu abogado y te aconsejo que no lo hagas porque es muy arriesgado, Pedro.


-A mí el riesgo no me asusta.


-No te entiendo.


Pedro no contestó. A él también le costaba entenderse a sí mismo. Para ser un hombre que nunca miraba atrás, estaba incómodamente obsesionado con la desastrosa relación que había tenido con Paula.


Se dijo que era solamente porque se había negado a trabajar para él. Su relación se había basado siempre precisamente en eso, en retarse mutuamente.


Era una relación explosiva, pero muy excitante al mismo tiempo. La posibilidad de volver a vérselas con ella lo llenó de una anticipación que no fue capaz de explicar.