lunes, 7 de noviembre de 2016

SOMBRAS DEL PASADO: CAPITULO 12




Paula estaba en la proa, sintiendo el aire fresco y salino en la cara. El barco rebotaba sobre las olas, dirigiéndose hacia la isla que se adivinaba en la distancia.


Pedro se había colocado tras el timón, con los ojos ocultos tras un par de gafas oscuras. A pesar de que no sonreía, se le veía más relajado.


–Esto es divertido. Creo que me gusta más que tu Ferrari.


Él esbozó una sonrisa y Paula sintió la fuerza de la atracción. Aunque no compartía los mismos valores familiares que tan importantes eran para ella, eso no disminuía la atracción sexual.


Durante todo el viaje en coche, había estado muy pendiente de él. Cada vez que había cambiado de marcha, su mano había rozado su muslo desnudo. Había descubierto que estar con él resultaba una experiencia estimulante.


Había habido un momento al detenerse en el aparcamiento en que había pensado que iba a besarla. Había mirado sus labios de la misma manera que un felino a punto de saltar sobre su presa. Pero justo cuando había estado a punto de cerrar los ojos, él había salido del coche, haciendo que se cuestionara si se lo había imaginado todo.


Lo había seguido hasta el embarcadero, observando fascinada cómo llamaba la atención de un grupo de personas. Si necesitaba alguna prueba de la autoridad que transmitía, tan solo tenía que fijarse en el modo en que la gente lo miraba.


Por suerte, no poseía ninguna de las cualidades que buscaba en un hombre, ya que sino estaría en apuros.


Sus ojos se clavaron en la piel bronceada que se veía bajo el cuello abierto de su camisa. Dirigía el barco con la misma seguridad que demostraba en todo lo demás.


–Las playas son preciosas –dijo Paula, gritando para hacerse escuchar por encima del sonido del viento–. ¿La gente no puede bañarse aquí?


–Tú sí. Eres mi invitada.


Al llegar a la isla, disminuyó la velocidad del barco y lo aproximó al muelle. Dos hombres abordaron para ayudar y Pedro saltó del barco y le tendió su mano.


–Necesito mi maleta.


–Luego llevarán el equipaje a la casa.


–Tengo un regalo para tu padre y solo tengo una maleta –murmuró–. Yo misma puedo llevarla.


–¿Has comprado un regalo?


–Por supuesto. Es una boda. No podía venir sin un detalle.


Saltó del barco y se sujetó a su mano más tiempo del necesario para no perder el equilibrio. Sintió una corriente cálida por sus dedos y tuvo que contener la tentación de estrecharse contra él.


–¿Cuántas habitaciones tiene tu padre? ¿Estás seguro de que hay sitio para que me quede?


–Habrá sitio, theé mou, no te preocupes. Además de la mansión principal, hay varias casas dispersas por la isla. Nos quedaremos en una de ellas.


Mientras avanzaban por un camino de arena, Paula percibió el olor a enebro y a tomillo.


–Una de las cosas que más me gustan de Creta es la miel de tomillo. Belen y yo la tomamos para desayunar.


–Mi padre tiene abejas, así que le gustará oírlo.


El camino se bifurcaba en lo alto y Pedro tomó la senda de la derecha, que llevaba a otra playa de arena dorada. Allí, enclavada ante una bahía y con el agua casi rozando sus muros, se levantaba una preciosa villa moderna.


–¿Esa es la casa de tu padre? –preguntó Paula deteniéndose.


El paisaje era idílico, pero aquel parecía más bien el escondite de unos recién casados que un lugar para acomodar a un gran número de invitados.


–No, es Villa Camomile. La casa principal está a quince minutos andando en esa dirección. Pensaba que podíamos deshacer las maletas y dar un paseo antes de encontrarnos con los invitados.


Paula sintió compasión al darse cuenta de lo tenso que estaba.


Pedro–dijo haciéndole girar el rostro hacia ella con la mano–. Esto es una boda, no la guerra de Troya. Tu cometido es sonreír y disfrutar.


Al sentir su mirada clavada en la de ella, deseó no haberlo tocado. Su barba incipiente bajo los dedos, le hizo recordar al detalle la noche que habían compartido. Aturdida, hizo amago de retirar la mano, pero él la sujetó por la muñeca para que la dejara donde estaba.


–Eres una mujer muy peculiar.


–No voy a preguntar qué quieres decir con eso. Me lo tomaré como un cumplido.


–Por supuesto. Eres muy positiva en todo, ¿verdad?


–No siempre. Por cierto, ¿cómo sabes que tenemos que quedarnos en Villa Camomile? Quizá tu padre tenga decidido dejársela a otros invitados. ¿No deberías asegurarte?


–Villa Camomile es mía.


–Así que tienes cinco casas y no cuatro.


–Este sitio no cuenta.


–¿De verdad? Si esta casa fuera mía pasaría aquí todo mi tiempo libre.


La senda pasaba junto a unos olivos antes de atravesar un jardín de vivos colores. Unas buganvillas rosas y moradas crecían mezcladas, en contraste con el muro blanco y el intenso azul del cielo.


Pedro abrió la puerta y Paula lo siguió al interior. Las paredes blancas y el suelo de piedra daban al interior un aspecto fresco y elegante.


–No me importaría vivir en un sitio como este –comentó Paula–. Me gusta Creta, pero nunca tengo la oportunidad de disfrutarla como turista. Siempre estoy trabajando.


Nunca en su vida había conocido aquel nivel de lujo. Belen y ella siempre se estaban quejando de los mosquitos y de la falta de aire acondicionado en su apartamento.


–Eres la mujer más peculiar que he conocido nunca. Disfrutas con las cosas más pequeñas.


–Esto no es algo pequeño. Tú eres el peculiar –dijo tomando su maleta–. No sabes valorar lo que tienes.


–Eso no es cierto. Sé lo afortunado que soy.


–Creo que no lo sabes y por eso voy a pasar cada minuto de los próximos días recordándotelo –dijo mirando a su alrededor y luego a él expectante–. ¿Mi habitación?


Por un instante, pensó que iba a decirle que solo había un dormitorio, pero señaló hacia una puerta que daba al amplio salón.


–La suite de invitados está ahí. Ponte cómoda.


Así que no pretendía compartir habitación. Para Pedro, había sido solo la aventura de una noche.


Convencida de que eso era lo mejor, siguió sus indicaciones y, al cruzar la puerta, se encontró con una luminosa habitación. En uno de los rincones había un esbelto y elegante jarrón en azules degradados.


–Es una pieza de Skylar –dijo Paula reconociéndola al instante.


–¿Conoces a la artista? –preguntó él con curiosidad.


–Skylar Tempest. Belen y ella compartieron piso en la universidad. Son íntimas amigas. Reconocería su trabajo en cualquier parte. Su estilo, el uso de los colores y la composición es única, y conozco ese jarrón porque me habló de él. Ha incorporado algunos motivos minoicos en su obra, modernizándolos, claro –dijo, y se arrodilló para acariciar la pieza de cristal–. Esta es de su colección Cielo mediterráneo. Expuso en Nueva York, no solo escultura y cerámica, también joyería y un par de pinturas. Tiene un talento increíble.


–¿Fuiste a esa exposición?


–Por desgracia no. No me muevo en esos círculos ni pretendo llevarme ningún mérito por sus creaciones, pero le enseñé algunas formas y estilos. Claro que los minoicos empleaban arcilla. Fue idea de Sky reproducirlo en cristal. No puedo creer que sea tuyo. ¿Dónde lo encontraste?


–Vi unas piezas suyas en una pequeña joyería de Greenwich Village y compré un collar. Pedí que me enseñaran más cosas de ella y me hablaron de la exposición, así que me las arreglé para que me invitaran.


–Nunca me dijo que te conociera –comentó Paula.


–No nos conocimos. No me presenté. Fui a la inauguración y estuvo todo el tiempo rodeada de admiradores, así que compré unas cuantas piezas y me marché. De eso hace dos años.


–¿Así que no sabe que Pedro Alfonso le compró un par de piezas?


–Alguien de mi equipo se encargó de la transacción.


–Se pondría muy contenta si supiera que tienes una pieza suya en tu casa. ¿Puedo contárselo?


–Si crees que le interesaría, sí.


–Por supuesto que le interesará –dijo Paula y sacó el teléfono del bolso e hizo una foto–. Tengo que reconocer que el jarrón queda perfecto aquí, en una habitación tan amplia y con tanta luz. ¿Sabes que va a exponer otra vez? –añadió guardando el teléfono de nuevo en el bolso–. Será en Londres, en diciembre. Una galería en Knightsbridge exhibirá su obra. Está muy emocionada. Su nueva colección se llama Océano azul. Belen me ha enseñado algunas fotos.


–¿Irás?


–¿A una exposición en Knightsbridge? Claro. Pensaba tomar mi avión privado, pasar la noche en la suite real del Savoy y luego pedirle a mi chófer que me acercara a la exposición. Porque eso es exactamente lo que vas a hacer, ¿no?


–Todavía no he confirmado mis planes.


–Pero sí tienes avión privado.


–ACo tiene un Gulfstream y un par de Learjet –dijo como si fuera lo más normal del mundo.


Paula asintió con la cabeza, tratando de no mostrarse intimidada. Para ella, la riqueza estaba en la familia y las personas, no en el dinero, pero aun así…


–En serio, Pedro, ¿qué estoy haciendo aquí? Mi vida no incluye tomar un avión privado para atravesar Europa e ir a la exposición de una amiga. Ni siquiera sé dónde estaré en diciembre. Estoy buscando trabajo.


–Estés donde estés, te llevaré en mi avión. Y yo que tú, no me quedaría en la suite real.


–Porque ya tienes un apartamento por el que muchos millonarios matarían –dijo Paula y, al ver que no contestaba, puso los ojos en blanco–. Pedro, hemos tenido una interesante conversación en la que has reconocido que piensas que a tu nueva madrastra solo le interesa el dinero de tu padre. Es evidente que el dinero es algo muy importante para ti, así que no creo que acepte tu ofrecimiento de llevarme en tu avión privado.


–Eso es diferente. Te estoy muy agradecido de que hayas accedido a venir aquí conmigo. Llevarte a la exposición de Skylar sería mi manera de darte las gracias.


–No necesito que me las des. Si te soy sincera, estoy aquí por la conversación que tuve con tu padre. Mi decisión no tuvo nada que ver contigo. Pasamos una noche juntos y eso es todo. Quiero decir que el sexo estuvo muy bien, pero que no me costó irme al día siguiente. No hay sentimientos de por medio. Soy fría como el acero.


–No había conocido a nadie que representara peor ese metal.


–Hasta hace una semana, habría estado de acuerdo contigo, pero he cambiado. En serio, disfruto estando contigo. Eres muy atractivo y sorprendentemente divertido a pesar de tu manera de entender las relaciones, pero te quiero tanto como a esa ducha supersónica. Y no me debes nada por traerte aquí, de hecho, soy yo la que está en deuda contigo –dijo mirando hacia la terraza–. Esto es lo más parecido a unas vacaciones que he tenido en mucho tiempo. Voy a tumbarme al sol ahí fuera como un lagarto.


–Todavía no has conocido a mi familia –comentó con la mirada fija en ella–. Piénsalo. Si cambias de opinión y quieres ir a la exposición de Skylar en Londres, dímelo. La invitación sigue en pie.


Vivía en un mundo diferente. ¿Qué se sentiría sin tener que pensar en un presupuesto, sin tener que elegir entre comprar una cosa u otra?


A tan corta distancia, podía distinguir las motas doradas de sus ojos oscuros, la sombra de su barba y las líneas casi perfectas de su estructura ósea. No podía mirar sus labios sin recordar cómo los había usado sobre su cuerpo y deseó volver a sentirlos de nuevo. Quería acariciarle el pelo y unir su boca a la suya. Esta vez quería hacerlo sin la venda.


Consciente de que su mente estaba entrando en territorio prohibido, dio un paso atrás.


–¿Qué vamos a hacer ahora?


–Vamos a comer con mi padre y Daniela.


–Me parece una buena idea.


Por la expresión de su cara se adivinaba que no compartía su opinión.


–Necesito hacer unas llamadas. Ponte cómoda. Date un baño en la piscina si te apetece. Si necesitas algo, dímelo. Estaré en el despacho, al otro lado del salón.


¿Qué más podía necesitar?


Paula miró a su alrededor. Era, de lejos, la casa más lujosa y exclusiva en la que había estado. Lo único que iba a necesitar era volver a la realidad.








domingo, 6 de noviembre de 2016

SOMBRAS DEL PASADO: CAPITULO 11





Pedro apretó el acelerador y llevó el Ferrari al límite por la carretera solitaria que llevaba al extremo noroeste de Creta. 


Pasaba la mayor parte del tiempo en las oficinas que ACo tenía en San Francisco y cuando viajaba a Creta se quedaba en su casa de la playa y no en la isla que había sido su hogar en su infancia. Por razones que no quería recordar, llevaba años evitando aquel lugar y, cuanto más cerca estaban de su destino, peor humor se le ponía.


Paula, por el contrario, estaba visiblemente excitada. La había encontrado esperando en la calle, con la maleta a los pies, y no había parado de hacerle preguntas. En aquel momento, canturreaba una canción en griego y la miró desesperado.


–¿Siempre estás tan animada?


–¿Acaso quieres que esté triste? También tengo mis momentos bajos como todo el mundo.


–Cuéntame el último que has tenido.


–No porque, si me pongo a llorar, me dejarás en mitad de la carretera y los buitres acabarán conmigo –dijo y sonrió–. Ahora es cuando me dices que no me vas a dejar en mitad de la carretera y que no hay buitres en Creta.


–Los hay. Creta tiene una fauna muy variada, pero no es mi intención dejarte en mitad de la carretera.


–Quiero creer que esa decisión se debe a tu naturaleza bondadosa y a tu amor por el prójimo, aunque estoy segura de que es porque no quieres ir a la boda.


–Tienes razón. Casi siempre actúo por interés personal.


–No te entiendo. A mí me encantan las bodas.


–¿Aunque no conozcas a los que se casan?


–Creo en el matrimonio. Pienso que es muy bonito que tu padre quiera casarse otra vez.


–No, no lo es. Es una temeridad. Además, demuestra su falta de capacidad para aprender de sus errores –replicó Pedro y apretó el acelerador al tomar un tramo recto de la carretera.


–Yo no lo veo así. Creo que demuestra optimismo y eso me gusta.


–Paula, ¿cómo vas a sobrevivir en este mundo sin que alguien sin escrúpulos se aproveche de ti?


–Me han hecho daño muchas veces.


–No me sorprende.


–Es parte de la vida, pero no voy a permitir que altere mi confianza en el ser humano. Soy optimista. Además, ¿qué cambiaría? Sería como decir que el amor no existe y eso sería muy deprimente.


Pedro, que estaba convencido de que el amor no existía, no le resultaba deprimente.


–Es evidente que eres la invitada perfecta, siempre con la sonrisa en los labios.


–Tu ironía es deprimente.


–Tu optimismo preocupante.


–Prefiero considerarlo estimulante. No quiero ser una de esas personas que piensan que un pasado difícil implica un futuro complicado.


–¿Tuviste un pasado difícil?


Recordó que había mencionado que había crecido en hogares de acogida y confió en que no le contara toda la historia en aquel momento.


Pero no lo hizo. En su lugar, Paula se encogió de hombros y mantuvo la vista al frente.


–Nadie me consideró ideal, pero fue tan solo mala suerte. No conocí a la familia adecuada. Eso no significa que no crea que hay familias estupendas.


–Lo que te ha pasado, ¿no hace que te cuestiones tus sentimientos? El último hombre con el que has estado te mintió a ti y a su esposa. ¿No te dan miedo las relaciones?


–Eso es lo que me pasó con un hombre. Sé lo suficiente sobre estadística para saber que no puedes sacar una conclusión fiable de una sola muestra –dijo frunciendo el ceño–. Si te soy sincera, espero ampliar mi experiencia puesto que él era la tercera relación que he tenido. No creo que se pueda juzgar al sexo contrario por el comportamiento de unos pocos.


Pedro, que precisamente había hecho eso, permaneció en silencio.


–Pongámoslo de esta manera: si me atacara un tiburón, ¿dejaría de nadar en el mar? Podría, pero me privaría de una de mis actividades favoritas, así que preferiría seguir nadando y estaría más alerta. En la vida, no todo consiste en elegir la opción más segura. Hay que disfrutar de la vida, sopesando los riesgos. Yo lo considero ser receptivo.


–Yo, ser ridículamente ingenuo.


–Estás enfadado porque no te gusta esto, pero no tienes por qué pagarlo conmigo.


–Tienes razón, disculpa.


–Disculpa aceptada. Pero, por el bien de tu padre, tienes que cuidar tu lenguaje corporal. No juzgues tanto y acepta lo que está pasando.


Pedro tomó un desvío a la derecha que llevaba hasta la playa, en donde esperaba una lancha privada.


–Me cuesta aceptar algo que sé que es un error. Es como ver a alguien dirigiéndose a toda velocidad contra un muro de ladrillo y no hacer nada para detenerlo.


–No sabes si es un error –dijo ella tranquilamente–. Y aunque lo fuera, es un hombre adulto y hay que respetar sus propias decisiones. Ahora, sonríe.


Paró el motor y se giró para mirarla.


–No seré tan hipócrita como para fingir que estoy contento, pero te prometo que no estropearé nada.


–Si no sonríes, lo estropearás todo. Cuando te mire a la cara, la pobre Daniela puede decidir no casarse y, entonces, a tu padre se le romperá el corazón. No puedo creer que vaya a decir esto, pero sé hipócrita si eso es lo que hace falta para que sonrías.


–La pobre Daniela no será pobre por mucho más tiempo, así que no creo que deje que nada se interponga en su boda, especialmente mi presencia intimidatoria.


–¿De eso se trata? –dijo Paula abriendo los ojos como platos–. ¿Crees que va detrás de su dinero?


–No tengo ni idea, pero sería tonto si no lo considerara –respondió Pedro, sincerándose–. Es multimillonario y ella es su cocinera.


–¿Qué tiene que ver cuál sea su ocupación? El amor tiene que ver con las personas, no con las profesiones. Me parece muy ofensivo que pienses así. No puedes juzgar a una persona por su sueldo. Conozco a mucha gente rica que es insoportable. De hecho, si nos fijamos en los estereotipos, para amasar una gran riqueza, tienes que estar dispuesto a ser despiadado.


–¿Me estás llamando insoportable? –preguntó Pedro, sin alterar su expresión.


–Lo que quiero decir es que los ingresos de una persona no son un indicador de su valía.


–¿Lo dices porque no sabes su nivel de gastos?


–¡No! ¿Por qué para ti todo gira en torno al dinero? Me refiero a su valía emocional. Tu padre me habló de Daniela. El invierno pasado, después de que Carla se fuera, pilló una gripe. Estaba tan enfermo, que no podía ni levantarse de la cama. Daniela lo estuvo cuidando todo el tiempo. Fue ella la que llamó al médico y le estuvo preparando la comida. Fue muy atenta, ¿no te parece?


–Más bien oportunista.


–Si sigues pensando así, morirás solo. Me encanta que a tu padre no le importe a qué se dedica.


–Pues debería importarle. Esa mujer va a sacar una buena tajada de esta boda.


–Eso es horrible.


–Claro que es horrible. Por fin algo en lo que estamos de acuerdo.


–¡No estoy de acuerdo contigo! Es tu actitud la que me parece horrible, no la boda. No todo tiene un precio, Pedro. Hay cosas más importantes en la vida que el dinero. Tu padre intenta formar una familia y eso es admirable –dijo y se desabrocho el cinturón–. Voy a salir de este coche antes de que me contamines.


–Si mi padre fuera precavido con sus relaciones, entonces no me preocuparía tanto. Pero comete el mismo error que tú: confunde el sexo con el amor.


–Yo no me confundo. ¿Me he hecho ilusiones después de la noche que hemos pasado juntos? ¿Me he enamorado de ti? No. Sé exactamente lo que era y lo que hicimos. Te tengo en un pequeño compartimento de mi cabeza llamado 
Experiencias únicas en la vida junto a saltar en paracaídas y volar en helicóptero por Nueva York. Fue increíble, por cierto.


–¿Volar en helicóptero fue increíble?


–No, todavía no lo he hecho. Me refería a la noche contigo, aunque hubo momentos que me sentí tan nerviosa como saltando en paracaídas –dijo y esbozó una sonrisa tímida–. Claro que es un poco embarazoso verte a la luz del día después de todo lo que estuvimos haciendo a oscuras, pero estoy intentando no pensar en ello. Deja de ser tan insoportable. De hecho, deja de hablar.


Pedro se contuvo y no le dijo que solo ella había estado a oscuras. Él había tenido una visión perfecta y la había usado en su propio beneficio. No había ni un solo rincón de su cuerpo que no hubiera explorado y el recuerdo de cada una de sus deliciosas curvas estaba impreso en su mente.


Trató de determinar qué era lo que había en ella que le resultaba tan atrayente. La inocencia era una cualidad que solía admirar en las personas, así que supuso que la atracción provenía de la novedad de estar con alguien que tenía una visión tan inmaculada del mundo.


–¿Te arrepientes de la noche que pasamos juntos?


–Me arrepentiría si me parara a pensar en ello, así que evito hacerlo. Disfruto del momento –dijo ella tomando su sombrero del asiento trasero–. Tú deberías hacer lo mismo en esta boda. No has venido a proteger ni a hacer cambiar a nadie. Estás aquí como invitado y tu única obligación es sonreír y mostrarte feliz. ¿Ya está? ¿Ya hemos llegado? Porque yo no veo aquí ninguna isla.


Pedro desvió la mirada de su boca al embarcadero.


–A partir de aquí, vamos en barco.


SOMBRAS DEL PASADO: CAPITULO 10





–No hace falta que te pregunte si has pasado una buena noche porque se te nota en la cara –dijo Belen poniéndose las botas y tomando su bolso–. Bonita camisa, ¿es de seda? Reconozco que ese hombre tiene estilo.


–Gracias por mandarme el mensaje y preocuparte por mí. ¿Qué tal tu noche?


–No tan apasionante como al parecer fue la tuya. Mientras jugabas a Cenicienta, yo estaba catalogando trozos de cerámica y fragmentos de huesos. Así de emocionante es mi vida.


–Te encanta, no mientas –dijo Paula recogiéndose el pelo en una coleta–. ¿Encontraste algo después de que me marchara ayer?


–Trozos de yeso, vasos cónicos… También encontramos una pierna de bronce que seguramente pertenezca a la figura que apareció la semana pasada. ¿Me estás escuchando?


Paula estaba recordando el momento en el que Pedro le había quitado la venda de los ojos.


–¡Qué emocionante! Más tarde iré al yacimiento.


–Vamos a quitar la parte rocosa del montículo y a excavar en la parte noreste de la muralla –dijo Belen mirándola–. Será mejor que te quites esa camisa de seda blanca. ¿Vas a contarme los detalles?


–¿De qué?


–Venga, por favor…


–Fue divertido. Está bien, fue increíble –admitió Paula sonrojándose.


–¿Así de bien? Me das envidia. No he tenido buen sexo desde… Bueno, digamos que desde hace tiempo. ¿Vas a volver a verlo?


–Claro que no. El sexo por diversión es sexo de una noche, sin compromisos. ¿Tenemos algo en la nevera? Estoy muerta de hambre.


Lo cierto era que, en tan solo una noche, Pedro la había hecho sentirse especial.


–¿Te hace gastar calorías extra y no te invita a tomar algo antes de marcharse?


–No me ha visto irme. Tuvo que contestar una llamada.
Por su expresión cuando le había pasado el teléfono, si por él hubiera sido, no habría contestado. ¿Por qué un hombre no querría hablar con su padre?


Recordó cómo Carlos Alfonso le había contado que hacía mucho que su hijo no iba a casa. Se había sentido incómoda escuchándolo, pero a la vez le había parecido que aquel hombre estaba tan triste que no había tenido la sangre fría para cortarlo. Paula sabía que la familia no era un tema del que le gustara hablar a Pedro.


La conversación le había dejado un mal sabor de boca, una sensación ridícula teniendo en cuenta que no conocía a Carlos y muy poco a su hijo. ¿Por qué debía importarle que tuvieran problemas entre ellos?


Su primera reacción había sido intervenir, pero al instante se había dado cuenta del peligro que ello entrañaba. A Pedro no le gustaban las intromisiones, especialmente en su vida personal.


Había aprovechado que estaba concentrado en la llamada telefónica para marcharse apresuradamente, no sin antes escuchar lo suficiente como para presentir un final feliz.


–¿Cómo dices? –preguntó Paula, al darse cuenta de que Belen le estaba hablando.


–¿No sabe que te has ido?


–A estas horas ya debe saberlo.


–No creo que le haya gustado que no te hayas despedido.


–Estará encantado. Se sentirá aliviado por no tener que mantener una conversación incómoda. Como nos movemos en círculos diferentes, no creo que vuelva a verlo más.


Eso no debería importarle. Aunque para ella era una novedad tener una aventura de una noche, era una experta en relaciones temporales. Nadie había permanecido en su vida lo suficiente. Se sentía como una estación de trenes abandonada por la que pasaban los trenes sin parar.


Belen miró por la ventana y arqueó las cejas.


–Creo que vas a volver a verlo más pronto de lo que piensas.


–¿Por qué dices eso?


–Porque acaba de parar su coche ahí fuera.


Paula sintió que el corazón quería salírsele del pecho.


–¿Estás segura?


–Bueno, hay un Ferrari aparcando que cuesta más de lo que ganaré en toda mi vida, así que, a menos que otra persona que también viva en este edificio haya llamado su
atención, es evidente que quiere hablar contigo.


–Oh, no –exclamó Paula, apoyándose en la puerta del dormitorio–. ¿Puedes verle la cara? ¿Parece enfadado?


–¿Qué razón iba a tener para estar enfadado? ¿Lo dices por la camisa? Seguro que puede comprarse otra.


–No creo que haya venido por la camisa. Supongo que será por lo de esta mañana. Voy a esconderme en el balcón y le dirás que no me has visto.


Oyó su voz en la entrada y luego escuchó a Belen.


–Claro, Pedro, pasa. Está en la habitación, escondida.


La puerta se abrió unos instantes después y apareció Belen, mirándola divertida.


–Eres una traidora –dijo Paula enfadada.


–Soy una amiga que te está haciendo un favor –murmuró Belen–. Este hombre es muy guapo –añadió susurrando, y se hizo a un lado–. Adelante. Hay poco espacio, pero no creo que os importe.


–¡No! Belen, no…


Paula forzó una sonrisa mientras Pedro entraba en la habitación. Su imponente físico llenaba la estancia y deseó haber escogido otro lugar para esconderse.


–Si estás enfadado por la camisa, dame dos minutos para cambiarme. No debería habérmela llevado, pero no quería volver con un vestido de noche que ni siquiera era mío.


–Me da igual la camisa. ¿De verdad crees que he venido por la camisa?


–No, supongo que estás enfadado porque contesté tu teléfono. Vi que era tu padre y pensé que no querrías perder la llamada. Si yo tuviera padre, lo llamaría todos los días.


El rostro de Pedro continuó inexpresivo.


–No tenemos esa clase de relación.


–Eso lo sé ahora, pero no lo sabía cuando contesté el teléfono. En cuanto tu padre empezó a hablar, me di cuenta de que estaba tan triste que no quise colgarle. Necesitaba hablar con alguien y allí estaba yo, en el sitio y el momento adecuado.


–¿Eso crees? Porque yo diría que estabas en el sitio y el momento equivocado.


–Depende de cómo te lo tomes. ¿Habéis conseguido calmar los ánimos? –preguntó arriesgándose a mirarlo a la cara–. Supongo que la respuesta es que no. Si empeoré las cosas al contestar la llamada, lo siento.


–¿De veras? –preguntó él arqueando una ceja.


Paula abrió la boca para decir algo, pero volvió a cerrarla.


–Lo cierto es que no. La familia es lo más importante del mundo y no entiendo que haya distanciamientos. Sé que la relación que tengas con tu padre no es asunto mío.


–Para alguien que reconoce que no es asunto suyo, demuestras mucho interés. ¿Por qué te has ido?


–Pensé que la primera regla del sexo sin compromiso era irse enseguida a la mañana siguiente. Además, la idea de desayunar contigo después de todo lo que hicimos anoche no me entusiasmaba. Seguro que, mientras te duchabas, has estado pensando en la manera de deshacerte de mí –dijo Paula y, al ver su expresión, supo que estaba en lo cierto y asintió–. Pensé que era mejor evitar un momento incómodo para los dos y me fui. Me puse una camisa tuya y estaba yéndome cuando tu teléfono sonó.


–¿No se te ocurrió ignorar la llamada?


–Pensé que podía ser importante. ¡Y lo era! Tu padre estaba tan triste… Me contó que te había dejado un montón de mensajes. ¿Por qué hace años que no vas a verlo?


–Una noche en mi cama no te da derecho a hacer ese tipo de preguntas.


–Capto el mensaje, nada de asuntos personales. Anoche fuiste encantador, divertido y seductor. Esta mañana eres frío e intimidante.


–Discúlpame. No era mi intención ser frío ni intimidante, pero no deberías haber contestado el teléfono.


–Lo hecho, hecho está. Y me alegro de haber ayudado a alguien que sufría.


–Mi padre no sufre.


–Sí, claro que sí. Te echa de menos. Este distanciamiento que hay entre vosotros le duele. Quiere que vayas a su boda. Le partirá el corazón si no vas.


–Paula…


–Solo porque no creas en el amor, no quiere decir que debas imponer tu punto de vista a los demás y juzgarlos por sus decisiones. Tu padre es feliz y le estás amargando. Te quiere y quiere que vayas a la boda. Tienes que olvidar lo que te molesta e ir a su boda. Deberías demostrarle que a pesar de todo le quieres y que, si su matrimonio no va bien, estarás ahí para apoyarlo.


–Estoy de acuerdo.


–¿De veras?


–Sí. He intentado decírtelo, pero no parabas de hablar. Creo que debería ir a la boda y por eso estoy aquí. Quiero que vengas conmigo.


–¿Yo? ¿Por qué?


–Estoy dispuesto a asistir porque eso es lo que quiere mi padre, pero no tengo mucha fe en mi capacidad para convencer a los demás de que su boda me hace feliz. Por mucho que me diga que Daniela es la mujer de su vida, no tengo fe en esta unión. Sin embargo, tú pareces ver finales felices donde no los hay. Espero que, yendo contigo, la gente quede cegada por tu optimismo.


–¿De verdad crees que este matrimonio está abocado al fracaso? ¿Cómo puedes decirlo sin ni siquiera conocer a Daniela?


–En lo que a mujeres se refiere, mi padre no sabe juzgar. Sigue los dictados de su corazón y no del sentido común. No puedo creer que haya decidido volver a casarse después de tres intentos fallidos. Creo que es una locura.


–A mí me parece tierno.


–Motivo por el que quiero que me acompañes –dijo y tomó una pequeña bandeja azul de la estantería–. Me gusta. ¿Dónde lo has comprado?


–No lo he comprado, lo he hecho yo. Y todavía no he dicho que vaya a acompañarte.


–¿Lo has hecho tú?


–Es una afición que tengo. Hay un horno en el trabajo y a veces lo uso. El padre de uno de los encargados del museo es alfarero y me ayuda. Es interesante comparar las técnicas antiguas y modernas.


–¿No se te ha ocurrido ganarte la vida con esto? –preguntó Pedro, estudiando la bandeja que tenía en la mano–. Podrías montar una exposición.


–Lo que me gustaría hacer y lo que puedo hacer no son la misma cosa. Es económicamente inviable –dijo sin ni siquiera pararse a considerarlo–. Bueno, hablemos de la boda. Es un asunto íntimo, una ocasión especial para compartir con amigos y allegados, y a mí apenas me conoces.


–Sé todo lo que necesito saber, que te gustan las bodas tanto como yo las odio.


–Si voy contigo, la gente empezará a especular. ¿Cómo explicarás nuestra relación a tu padre? ¿Quieres que finjamos que somos pareja o que hace tiempo que nos conocemos?


–No, solo diremos la verdad, que te he invitado a la boda como amiga.


–¿Amiga con derecho a roce?


–Eso queda entre nosotros. Bastante estresante será la boda como para tener que interpretar un papel.


Fue el evidente rechazo de Pedro a las mentiras lo que la ayudó a decidirse.


–¿Cuándo saldremos?


–El próximo sábado. La boda es el martes, pero habrá cuatro días de celebración –contestó sin disimular su desagrado.


–¿No vas para impedir la boda, verdad?


–No, pero reconozco que se me ha pasado por la cabeza.


–Está bien, si de verdad crees que puedo ser de ayuda, iré aunque tan solo sea para asegurarme de que no le estropeas a tu padre su gran día –dijo Paula, y se sentó al borde de la cama–. Tendré que pedir días libres.


–¿Algún problema? Puedo hacer algunas llamadas.


–¡Ni hablar! Puedo arreglármelas yo sola. Me deben días de vacaciones y de todas formas en un par de semanas se me acaba la beca. ¿Adónde vamos exactamente?


–Mi padre posee una isla en la Costa Norte de Creta. Te gustará. La parte oeste de la isla tiene restos minoicos y hay un castillo veneciano en un alto. Las playas son de las mejores de Grecia.


–¿La isla es suya? ¿Los turistas no pueden visitarla?


–Así es, pertenece a mi familia.


–¿Cuántos invitados habrá?


–¿Qué importa?


–Era tan solo curiosidad. Por cierto, necesito ir de compras.


–Teniendo en cuenta que vas a hacerme un favor, insisto en que dejes que me encargue de eso.


–No, dejando a un lado lo de anoche, que fue surrealista, me gusta comprarme la ropa. Pero te lo agradezco.


–¿Lo de anoche no te pareció real?


Se quedó mirándola fijamente y Paula sintió que se ruborizaba al recordar lo que había pasado entre ellos.


–Fue un momento de ensueño de los que sabes que no volverán a pasar –dijo dándose cuenta demasiado tarde de que debería haber permanecido callada–. No te preocupes, me compraré algo o lo pediré prestado. No te pondré en ridículo.


–No tengo ninguna duda. Lo que me preocupa es tu presupuesto.


–Soy muy creativa, no hay problema –dijo y recordó que llevaba su camisa–. Te devolveré esto.


Una sonrisa asomó a los labios de Pedro.


–Te queda mejor a ti. Quédatela.


Sus miradas se encontraron y, de repente, le resultaba difícil respirar. Se palpaba en el ambiente la tensión sexual. Su mirada se nubló hasta que su mundo se redujo a él. 


Deseaba tocarlo, sentir la fuerza de sus músculos, quitarle la ropa y pedirle que le hiciera todo lo que le había hecho la noche anterior. Temblorosa, pensó que solo ella se sentía así, pero al ver el brillo de sus ojos supo que no. Estaba tan excitado como ella, pensando las mismas cosas.


Pedro


–Hasta el sábado. Te recogeré a las ocho de la mañana.



Se quedó mirándolo mientras se marchaba, preguntándose cuáles serían las reglas cuando una noche no había sido suficiente.