lunes, 7 de noviembre de 2016

SOMBRAS DEL PASADO: CAPITULO 12




Paula estaba en la proa, sintiendo el aire fresco y salino en la cara. El barco rebotaba sobre las olas, dirigiéndose hacia la isla que se adivinaba en la distancia.


Pedro se había colocado tras el timón, con los ojos ocultos tras un par de gafas oscuras. A pesar de que no sonreía, se le veía más relajado.


–Esto es divertido. Creo que me gusta más que tu Ferrari.


Él esbozó una sonrisa y Paula sintió la fuerza de la atracción. Aunque no compartía los mismos valores familiares que tan importantes eran para ella, eso no disminuía la atracción sexual.


Durante todo el viaje en coche, había estado muy pendiente de él. Cada vez que había cambiado de marcha, su mano había rozado su muslo desnudo. Había descubierto que estar con él resultaba una experiencia estimulante.


Había habido un momento al detenerse en el aparcamiento en que había pensado que iba a besarla. Había mirado sus labios de la misma manera que un felino a punto de saltar sobre su presa. Pero justo cuando había estado a punto de cerrar los ojos, él había salido del coche, haciendo que se cuestionara si se lo había imaginado todo.


Lo había seguido hasta el embarcadero, observando fascinada cómo llamaba la atención de un grupo de personas. Si necesitaba alguna prueba de la autoridad que transmitía, tan solo tenía que fijarse en el modo en que la gente lo miraba.


Por suerte, no poseía ninguna de las cualidades que buscaba en un hombre, ya que sino estaría en apuros.


Sus ojos se clavaron en la piel bronceada que se veía bajo el cuello abierto de su camisa. Dirigía el barco con la misma seguridad que demostraba en todo lo demás.


–Las playas son preciosas –dijo Paula, gritando para hacerse escuchar por encima del sonido del viento–. ¿La gente no puede bañarse aquí?


–Tú sí. Eres mi invitada.


Al llegar a la isla, disminuyó la velocidad del barco y lo aproximó al muelle. Dos hombres abordaron para ayudar y Pedro saltó del barco y le tendió su mano.


–Necesito mi maleta.


–Luego llevarán el equipaje a la casa.


–Tengo un regalo para tu padre y solo tengo una maleta –murmuró–. Yo misma puedo llevarla.


–¿Has comprado un regalo?


–Por supuesto. Es una boda. No podía venir sin un detalle.


Saltó del barco y se sujetó a su mano más tiempo del necesario para no perder el equilibrio. Sintió una corriente cálida por sus dedos y tuvo que contener la tentación de estrecharse contra él.


–¿Cuántas habitaciones tiene tu padre? ¿Estás seguro de que hay sitio para que me quede?


–Habrá sitio, theé mou, no te preocupes. Además de la mansión principal, hay varias casas dispersas por la isla. Nos quedaremos en una de ellas.


Mientras avanzaban por un camino de arena, Paula percibió el olor a enebro y a tomillo.


–Una de las cosas que más me gustan de Creta es la miel de tomillo. Belen y yo la tomamos para desayunar.


–Mi padre tiene abejas, así que le gustará oírlo.


El camino se bifurcaba en lo alto y Pedro tomó la senda de la derecha, que llevaba a otra playa de arena dorada. Allí, enclavada ante una bahía y con el agua casi rozando sus muros, se levantaba una preciosa villa moderna.


–¿Esa es la casa de tu padre? –preguntó Paula deteniéndose.


El paisaje era idílico, pero aquel parecía más bien el escondite de unos recién casados que un lugar para acomodar a un gran número de invitados.


–No, es Villa Camomile. La casa principal está a quince minutos andando en esa dirección. Pensaba que podíamos deshacer las maletas y dar un paseo antes de encontrarnos con los invitados.


Paula sintió compasión al darse cuenta de lo tenso que estaba.


Pedro–dijo haciéndole girar el rostro hacia ella con la mano–. Esto es una boda, no la guerra de Troya. Tu cometido es sonreír y disfrutar.


Al sentir su mirada clavada en la de ella, deseó no haberlo tocado. Su barba incipiente bajo los dedos, le hizo recordar al detalle la noche que habían compartido. Aturdida, hizo amago de retirar la mano, pero él la sujetó por la muñeca para que la dejara donde estaba.


–Eres una mujer muy peculiar.


–No voy a preguntar qué quieres decir con eso. Me lo tomaré como un cumplido.


–Por supuesto. Eres muy positiva en todo, ¿verdad?


–No siempre. Por cierto, ¿cómo sabes que tenemos que quedarnos en Villa Camomile? Quizá tu padre tenga decidido dejársela a otros invitados. ¿No deberías asegurarte?


–Villa Camomile es mía.


–Así que tienes cinco casas y no cuatro.


–Este sitio no cuenta.


–¿De verdad? Si esta casa fuera mía pasaría aquí todo mi tiempo libre.


La senda pasaba junto a unos olivos antes de atravesar un jardín de vivos colores. Unas buganvillas rosas y moradas crecían mezcladas, en contraste con el muro blanco y el intenso azul del cielo.


Pedro abrió la puerta y Paula lo siguió al interior. Las paredes blancas y el suelo de piedra daban al interior un aspecto fresco y elegante.


–No me importaría vivir en un sitio como este –comentó Paula–. Me gusta Creta, pero nunca tengo la oportunidad de disfrutarla como turista. Siempre estoy trabajando.


Nunca en su vida había conocido aquel nivel de lujo. Belen y ella siempre se estaban quejando de los mosquitos y de la falta de aire acondicionado en su apartamento.


–Eres la mujer más peculiar que he conocido nunca. Disfrutas con las cosas más pequeñas.


–Esto no es algo pequeño. Tú eres el peculiar –dijo tomando su maleta–. No sabes valorar lo que tienes.


–Eso no es cierto. Sé lo afortunado que soy.


–Creo que no lo sabes y por eso voy a pasar cada minuto de los próximos días recordándotelo –dijo mirando a su alrededor y luego a él expectante–. ¿Mi habitación?


Por un instante, pensó que iba a decirle que solo había un dormitorio, pero señaló hacia una puerta que daba al amplio salón.


–La suite de invitados está ahí. Ponte cómoda.


Así que no pretendía compartir habitación. Para Pedro, había sido solo la aventura de una noche.


Convencida de que eso era lo mejor, siguió sus indicaciones y, al cruzar la puerta, se encontró con una luminosa habitación. En uno de los rincones había un esbelto y elegante jarrón en azules degradados.


–Es una pieza de Skylar –dijo Paula reconociéndola al instante.


–¿Conoces a la artista? –preguntó él con curiosidad.


–Skylar Tempest. Belen y ella compartieron piso en la universidad. Son íntimas amigas. Reconocería su trabajo en cualquier parte. Su estilo, el uso de los colores y la composición es única, y conozco ese jarrón porque me habló de él. Ha incorporado algunos motivos minoicos en su obra, modernizándolos, claro –dijo, y se arrodilló para acariciar la pieza de cristal–. Esta es de su colección Cielo mediterráneo. Expuso en Nueva York, no solo escultura y cerámica, también joyería y un par de pinturas. Tiene un talento increíble.


–¿Fuiste a esa exposición?


–Por desgracia no. No me muevo en esos círculos ni pretendo llevarme ningún mérito por sus creaciones, pero le enseñé algunas formas y estilos. Claro que los minoicos empleaban arcilla. Fue idea de Sky reproducirlo en cristal. No puedo creer que sea tuyo. ¿Dónde lo encontraste?


–Vi unas piezas suyas en una pequeña joyería de Greenwich Village y compré un collar. Pedí que me enseñaran más cosas de ella y me hablaron de la exposición, así que me las arreglé para que me invitaran.


–Nunca me dijo que te conociera –comentó Paula.


–No nos conocimos. No me presenté. Fui a la inauguración y estuvo todo el tiempo rodeada de admiradores, así que compré unas cuantas piezas y me marché. De eso hace dos años.


–¿Así que no sabe que Pedro Alfonso le compró un par de piezas?


–Alguien de mi equipo se encargó de la transacción.


–Se pondría muy contenta si supiera que tienes una pieza suya en tu casa. ¿Puedo contárselo?


–Si crees que le interesaría, sí.


–Por supuesto que le interesará –dijo Paula y sacó el teléfono del bolso e hizo una foto–. Tengo que reconocer que el jarrón queda perfecto aquí, en una habitación tan amplia y con tanta luz. ¿Sabes que va a exponer otra vez? –añadió guardando el teléfono de nuevo en el bolso–. Será en Londres, en diciembre. Una galería en Knightsbridge exhibirá su obra. Está muy emocionada. Su nueva colección se llama Océano azul. Belen me ha enseñado algunas fotos.


–¿Irás?


–¿A una exposición en Knightsbridge? Claro. Pensaba tomar mi avión privado, pasar la noche en la suite real del Savoy y luego pedirle a mi chófer que me acercara a la exposición. Porque eso es exactamente lo que vas a hacer, ¿no?


–Todavía no he confirmado mis planes.


–Pero sí tienes avión privado.


–ACo tiene un Gulfstream y un par de Learjet –dijo como si fuera lo más normal del mundo.


Paula asintió con la cabeza, tratando de no mostrarse intimidada. Para ella, la riqueza estaba en la familia y las personas, no en el dinero, pero aun así…


–En serio, Pedro, ¿qué estoy haciendo aquí? Mi vida no incluye tomar un avión privado para atravesar Europa e ir a la exposición de una amiga. Ni siquiera sé dónde estaré en diciembre. Estoy buscando trabajo.


–Estés donde estés, te llevaré en mi avión. Y yo que tú, no me quedaría en la suite real.


–Porque ya tienes un apartamento por el que muchos millonarios matarían –dijo Paula y, al ver que no contestaba, puso los ojos en blanco–. Pedro, hemos tenido una interesante conversación en la que has reconocido que piensas que a tu nueva madrastra solo le interesa el dinero de tu padre. Es evidente que el dinero es algo muy importante para ti, así que no creo que acepte tu ofrecimiento de llevarme en tu avión privado.


–Eso es diferente. Te estoy muy agradecido de que hayas accedido a venir aquí conmigo. Llevarte a la exposición de Skylar sería mi manera de darte las gracias.


–No necesito que me las des. Si te soy sincera, estoy aquí por la conversación que tuve con tu padre. Mi decisión no tuvo nada que ver contigo. Pasamos una noche juntos y eso es todo. Quiero decir que el sexo estuvo muy bien, pero que no me costó irme al día siguiente. No hay sentimientos de por medio. Soy fría como el acero.


–No había conocido a nadie que representara peor ese metal.


–Hasta hace una semana, habría estado de acuerdo contigo, pero he cambiado. En serio, disfruto estando contigo. Eres muy atractivo y sorprendentemente divertido a pesar de tu manera de entender las relaciones, pero te quiero tanto como a esa ducha supersónica. Y no me debes nada por traerte aquí, de hecho, soy yo la que está en deuda contigo –dijo mirando hacia la terraza–. Esto es lo más parecido a unas vacaciones que he tenido en mucho tiempo. Voy a tumbarme al sol ahí fuera como un lagarto.


–Todavía no has conocido a mi familia –comentó con la mirada fija en ella–. Piénsalo. Si cambias de opinión y quieres ir a la exposición de Skylar en Londres, dímelo. La invitación sigue en pie.


Vivía en un mundo diferente. ¿Qué se sentiría sin tener que pensar en un presupuesto, sin tener que elegir entre comprar una cosa u otra?


A tan corta distancia, podía distinguir las motas doradas de sus ojos oscuros, la sombra de su barba y las líneas casi perfectas de su estructura ósea. No podía mirar sus labios sin recordar cómo los había usado sobre su cuerpo y deseó volver a sentirlos de nuevo. Quería acariciarle el pelo y unir su boca a la suya. Esta vez quería hacerlo sin la venda.


Consciente de que su mente estaba entrando en territorio prohibido, dio un paso atrás.


–¿Qué vamos a hacer ahora?


–Vamos a comer con mi padre y Daniela.


–Me parece una buena idea.


Por la expresión de su cara se adivinaba que no compartía su opinión.


–Necesito hacer unas llamadas. Ponte cómoda. Date un baño en la piscina si te apetece. Si necesitas algo, dímelo. Estaré en el despacho, al otro lado del salón.


¿Qué más podía necesitar?


Paula miró a su alrededor. Era, de lejos, la casa más lujosa y exclusiva en la que había estado. Lo único que iba a necesitar era volver a la realidad.








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