domingo, 6 de noviembre de 2016

SOMBRAS DEL PASADO: CAPITULO 11





Pedro apretó el acelerador y llevó el Ferrari al límite por la carretera solitaria que llevaba al extremo noroeste de Creta. 


Pasaba la mayor parte del tiempo en las oficinas que ACo tenía en San Francisco y cuando viajaba a Creta se quedaba en su casa de la playa y no en la isla que había sido su hogar en su infancia. Por razones que no quería recordar, llevaba años evitando aquel lugar y, cuanto más cerca estaban de su destino, peor humor se le ponía.


Paula, por el contrario, estaba visiblemente excitada. La había encontrado esperando en la calle, con la maleta a los pies, y no había parado de hacerle preguntas. En aquel momento, canturreaba una canción en griego y la miró desesperado.


–¿Siempre estás tan animada?


–¿Acaso quieres que esté triste? También tengo mis momentos bajos como todo el mundo.


–Cuéntame el último que has tenido.


–No porque, si me pongo a llorar, me dejarás en mitad de la carretera y los buitres acabarán conmigo –dijo y sonrió–. Ahora es cuando me dices que no me vas a dejar en mitad de la carretera y que no hay buitres en Creta.


–Los hay. Creta tiene una fauna muy variada, pero no es mi intención dejarte en mitad de la carretera.


–Quiero creer que esa decisión se debe a tu naturaleza bondadosa y a tu amor por el prójimo, aunque estoy segura de que es porque no quieres ir a la boda.


–Tienes razón. Casi siempre actúo por interés personal.


–No te entiendo. A mí me encantan las bodas.


–¿Aunque no conozcas a los que se casan?


–Creo en el matrimonio. Pienso que es muy bonito que tu padre quiera casarse otra vez.


–No, no lo es. Es una temeridad. Además, demuestra su falta de capacidad para aprender de sus errores –replicó Pedro y apretó el acelerador al tomar un tramo recto de la carretera.


–Yo no lo veo así. Creo que demuestra optimismo y eso me gusta.


–Paula, ¿cómo vas a sobrevivir en este mundo sin que alguien sin escrúpulos se aproveche de ti?


–Me han hecho daño muchas veces.


–No me sorprende.


–Es parte de la vida, pero no voy a permitir que altere mi confianza en el ser humano. Soy optimista. Además, ¿qué cambiaría? Sería como decir que el amor no existe y eso sería muy deprimente.


Pedro, que estaba convencido de que el amor no existía, no le resultaba deprimente.


–Es evidente que eres la invitada perfecta, siempre con la sonrisa en los labios.


–Tu ironía es deprimente.


–Tu optimismo preocupante.


–Prefiero considerarlo estimulante. No quiero ser una de esas personas que piensan que un pasado difícil implica un futuro complicado.


–¿Tuviste un pasado difícil?


Recordó que había mencionado que había crecido en hogares de acogida y confió en que no le contara toda la historia en aquel momento.


Pero no lo hizo. En su lugar, Paula se encogió de hombros y mantuvo la vista al frente.


–Nadie me consideró ideal, pero fue tan solo mala suerte. No conocí a la familia adecuada. Eso no significa que no crea que hay familias estupendas.


–Lo que te ha pasado, ¿no hace que te cuestiones tus sentimientos? El último hombre con el que has estado te mintió a ti y a su esposa. ¿No te dan miedo las relaciones?


–Eso es lo que me pasó con un hombre. Sé lo suficiente sobre estadística para saber que no puedes sacar una conclusión fiable de una sola muestra –dijo frunciendo el ceño–. Si te soy sincera, espero ampliar mi experiencia puesto que él era la tercera relación que he tenido. No creo que se pueda juzgar al sexo contrario por el comportamiento de unos pocos.


Pedro, que precisamente había hecho eso, permaneció en silencio.


–Pongámoslo de esta manera: si me atacara un tiburón, ¿dejaría de nadar en el mar? Podría, pero me privaría de una de mis actividades favoritas, así que preferiría seguir nadando y estaría más alerta. En la vida, no todo consiste en elegir la opción más segura. Hay que disfrutar de la vida, sopesando los riesgos. Yo lo considero ser receptivo.


–Yo, ser ridículamente ingenuo.


–Estás enfadado porque no te gusta esto, pero no tienes por qué pagarlo conmigo.


–Tienes razón, disculpa.


–Disculpa aceptada. Pero, por el bien de tu padre, tienes que cuidar tu lenguaje corporal. No juzgues tanto y acepta lo que está pasando.


Pedro tomó un desvío a la derecha que llevaba hasta la playa, en donde esperaba una lancha privada.


–Me cuesta aceptar algo que sé que es un error. Es como ver a alguien dirigiéndose a toda velocidad contra un muro de ladrillo y no hacer nada para detenerlo.


–No sabes si es un error –dijo ella tranquilamente–. Y aunque lo fuera, es un hombre adulto y hay que respetar sus propias decisiones. Ahora, sonríe.


Paró el motor y se giró para mirarla.


–No seré tan hipócrita como para fingir que estoy contento, pero te prometo que no estropearé nada.


–Si no sonríes, lo estropearás todo. Cuando te mire a la cara, la pobre Daniela puede decidir no casarse y, entonces, a tu padre se le romperá el corazón. No puedo creer que vaya a decir esto, pero sé hipócrita si eso es lo que hace falta para que sonrías.


–La pobre Daniela no será pobre por mucho más tiempo, así que no creo que deje que nada se interponga en su boda, especialmente mi presencia intimidatoria.


–¿De eso se trata? –dijo Paula abriendo los ojos como platos–. ¿Crees que va detrás de su dinero?


–No tengo ni idea, pero sería tonto si no lo considerara –respondió Pedro, sincerándose–. Es multimillonario y ella es su cocinera.


–¿Qué tiene que ver cuál sea su ocupación? El amor tiene que ver con las personas, no con las profesiones. Me parece muy ofensivo que pienses así. No puedes juzgar a una persona por su sueldo. Conozco a mucha gente rica que es insoportable. De hecho, si nos fijamos en los estereotipos, para amasar una gran riqueza, tienes que estar dispuesto a ser despiadado.


–¿Me estás llamando insoportable? –preguntó Pedro, sin alterar su expresión.


–Lo que quiero decir es que los ingresos de una persona no son un indicador de su valía.


–¿Lo dices porque no sabes su nivel de gastos?


–¡No! ¿Por qué para ti todo gira en torno al dinero? Me refiero a su valía emocional. Tu padre me habló de Daniela. El invierno pasado, después de que Carla se fuera, pilló una gripe. Estaba tan enfermo, que no podía ni levantarse de la cama. Daniela lo estuvo cuidando todo el tiempo. Fue ella la que llamó al médico y le estuvo preparando la comida. Fue muy atenta, ¿no te parece?


–Más bien oportunista.


–Si sigues pensando así, morirás solo. Me encanta que a tu padre no le importe a qué se dedica.


–Pues debería importarle. Esa mujer va a sacar una buena tajada de esta boda.


–Eso es horrible.


–Claro que es horrible. Por fin algo en lo que estamos de acuerdo.


–¡No estoy de acuerdo contigo! Es tu actitud la que me parece horrible, no la boda. No todo tiene un precio, Pedro. Hay cosas más importantes en la vida que el dinero. Tu padre intenta formar una familia y eso es admirable –dijo y se desabrocho el cinturón–. Voy a salir de este coche antes de que me contamines.


–Si mi padre fuera precavido con sus relaciones, entonces no me preocuparía tanto. Pero comete el mismo error que tú: confunde el sexo con el amor.


–Yo no me confundo. ¿Me he hecho ilusiones después de la noche que hemos pasado juntos? ¿Me he enamorado de ti? No. Sé exactamente lo que era y lo que hicimos. Te tengo en un pequeño compartimento de mi cabeza llamado 
Experiencias únicas en la vida junto a saltar en paracaídas y volar en helicóptero por Nueva York. Fue increíble, por cierto.


–¿Volar en helicóptero fue increíble?


–No, todavía no lo he hecho. Me refería a la noche contigo, aunque hubo momentos que me sentí tan nerviosa como saltando en paracaídas –dijo y esbozó una sonrisa tímida–. Claro que es un poco embarazoso verte a la luz del día después de todo lo que estuvimos haciendo a oscuras, pero estoy intentando no pensar en ello. Deja de ser tan insoportable. De hecho, deja de hablar.


Pedro se contuvo y no le dijo que solo ella había estado a oscuras. Él había tenido una visión perfecta y la había usado en su propio beneficio. No había ni un solo rincón de su cuerpo que no hubiera explorado y el recuerdo de cada una de sus deliciosas curvas estaba impreso en su mente.


Trató de determinar qué era lo que había en ella que le resultaba tan atrayente. La inocencia era una cualidad que solía admirar en las personas, así que supuso que la atracción provenía de la novedad de estar con alguien que tenía una visión tan inmaculada del mundo.


–¿Te arrepientes de la noche que pasamos juntos?


–Me arrepentiría si me parara a pensar en ello, así que evito hacerlo. Disfruto del momento –dijo ella tomando su sombrero del asiento trasero–. Tú deberías hacer lo mismo en esta boda. No has venido a proteger ni a hacer cambiar a nadie. Estás aquí como invitado y tu única obligación es sonreír y mostrarte feliz. ¿Ya está? ¿Ya hemos llegado? Porque yo no veo aquí ninguna isla.


Pedro desvió la mirada de su boca al embarcadero.


–A partir de aquí, vamos en barco.


2 comentarios:

  1. Ayyyyyyy, qué tierno, la invitó a la boda jajaja. Me fascina el espíritu de Paula.

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  2. Genial!! Me encantan estos dos, muy buena historia

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