viernes, 7 de octubre de 2016

LA PROXIMA VEZ... : CAPITULO 16




Cuando Paula despertó por la mañana, el lugar de Pedro en la cama estaba frío y vacío. Miró el reloj que se encontraba junto al lecho; todavía no eran las siete y media. Por un momento sintió pánico, y se preguntó si él se habría ido, si no la habría perdonado por la tensión de la noche anterior. 


En seguida, hasta ella, llegó el aroma del café recién hecho, y escuchó el ruido que producía el tostador de pan. Después de unos minutos se levantó y alcanzó su bata y descalza se dirigió hacia la cocina.


Encontró a Pedro sentado a la mesa de la cocina, con papeles extendidos por todas partes, y una taza y un plato con una tostada a medio comer a su lado. Solamente llevaba puestos unos pantalones vaqueros. Tenía una apariencia muy sexy, pero parecía tan cansado como la noche anterior.


Paula deseó gritarle, decirle que se estaba matando, sin embargo, la noche anterior había aprendido una lección. Se mordió la lengua y depositó un beso en su frente al pasar junto a él para ir a buscar la cafetera.


—Buenos días —murmuró Pedro, distraído—. Te has levantado temprano.


—Te echaba de menos. ¿A qué hora te levantaste tú?—preguntó Paula.


—Supongo que a las seis —respondió él—. Me desperté pensando en todo el trabajo que tengo que hacer, así que decidí empezar de una vez.


—Creí que este fin de semana era festivo —comentó Paula.


—Lo es. No estoy en la oficina —respondió Pedro.


—Esa no es una buena definición de un día festivo —señaló ella—. ¿Quieres desayunar?


—Ya he tomado café y tostadas —indicó él.


—¿No quieres, huevos, tocino o pan francés? —preguntó Paula.


—Nada. No podré relajarme hasta que termine con esto —explicó él y sonrió a modo de disculpa, pero su mirada seguía distraída.


—Entonces, te dejaré para que trabajes —anunció Paula.


—Gracias —murmuró Pedro, absorto.


Paula tomó una ducha y se puso unos pantalones cortos y una camiseta. De pie junto a la puerta de la cocina, anunció:
—Voy a dar un paseo. ¿Quieres que te traiga algo?


El levantó la mirada y la fijó en sus piernas desnudas.


—Me gustaría ir contigo —comentó.


—Entonces, ven. Tal vez eso te relaje. Podrás avanzar más cuando vuelvas —sugirió ella.


Durante un instante, él pareció tentado ante la idea, pero de pronto su característica mirada decidida apareció en sus ojos y negó con la cabeza.


—Lo siento, cariño, ahora no. Tal vez después de la cena.


—Bien —asintió Paula, sin expresar su preocupación.


Se preguntó durante cuánto tiempo continuaría él sometiéndose a ese ritmo tan fuerte de trabajo. Durante sus anteriores encuentros, había descubierto que, aunque trabajaba de forma obsesiva, Pedro se permitía algunos momentos de descanso. Paula se preguntó si sus encuentros anteriores en realidad habrían sido un descanso para él. Durante la mayor parte del tiempo, siempre habían andado con prisas, sólo en Los Ángeles, Pedro parecía haberse relajado, una vez que terminó su cita con Rubén Prunelli. Se preguntó si tal vez su propia habilidad para distraerlo habría empezado a fallar, o si simplemente era tan obsesivo en su trabajo. Paula comprendió por qué aquello le había costado a Pedro su matrimonio.


De pronto, la joven se sintió tan sola como en las semanas en que Pedro estaba en Nueva York, y paseó hasta bien pasada la hora de la comida. Cuando sintió que casi se moría de hambre, volvió al apartamento. Los papeles de Pedro todavía se encontraban sobre la mesa, pero él estaba en el sofá con una grabadora en una mano y un grueso informe descansando sobre el estómago. Estaba completamente dormido, roncaba con suavidad, y las arrugas de cansancio de su rostro al fin habían desaparecido.


Paula se inclinó sobre él y le acarició la frente, al tiempo que le preguntaba con un murmullo:
—¿Cómo va a funcionar esto, Pedro? Ni siquiera estamos juntos cuando nos encontramos en la misma habitación.


El suspiró al oír la voz de Paula y se movió un poco, acomodándose mejor en el sofá. Paula lo dejó dormir, mientras comía. Después empezó a preparar la cena. 


Escogió una de sus recetas favoritas, una complicada, para distraerse con ella. Los pensamientos que pasaban por su mente no eran muy optimistas.


Cuando Pedro despertó, Paula sabía que tendrían que hablar acerca de la manera en que él se mataba trabajando, y de qué forma el trabajo lo apartaba de ella. Al ver que él entraba en la cocina, con ojos adormilados, las dudas y críticas de Paula desaparecieron.



****


Eso fue el modelo para el resto del fin de semana: noches encantadoras, se amaban apasionadamente, y después, largas horas de separación. Era su última mañana juntos y, al fin, Paula encontró el valor para enfrentarse a él. Le preguntó:
—¿Qué piensas sobre este fin de semana?


—Ha sido maravilloso. Me ha encantado estar a tu lado—respondió él.


—No has estado conmigo. Para todo el tiempo que en realidad hemos estado juntos, era como si estuvieras en tu oficina de Nueva York.


—Pero no estaba allí, sino aquí, aunque tal vez habría sido más sensato seguir en la oficina. He venido porque te echaba de menos, porqué quería estar a tu lado. ¿Por qué me dices esto ahora? Has tenido todo el fin de semana para hacerlo, y no te has quejado ni una sola vez. Creí que comprendías. Ahora, cuando estoy listo para irme al aeropuerto, me dices que no has sido feliz.


—Lo sé —respondió Paula—. Tenía que habértelo dicho con anterioridad. Intenté comprender, pero la verdad es que no comprendo, o quizá sí. Tal vez te parezcas más a Mateo de lo que pensaba. Es probable que te guste tener a una mujer cerca por interés, sin hacer el esfuerzo necesario para mantener la relación viva.


La mandíbula de Pedro se tensó cuando ella mencionó a Mateo.


—No soy tu ex marido, y no estoy contigo por interés —apuntó él con rudeza—. Te quiero —dijo con enfado y levantó el teléfono.


—¿Qué haces? —preguntó Paula.


—Voy a llamar un taxi.


—Yo te llevaré al aeropuerto —indicó ella.


—Creo que no —respondió Pedro—. Creo que será mejor que te quedes aquí, y pienses en lo que es una verdadera relación.


—¿Y tú? —preguntó ella, furiosa—. ¿En qué vas a pensar tú? ¿En el trabajo?


—Sí, pensaré en el trabajo. Eso me permite tener suficiente dinero para ir a donde quiero con la mujer que amo, con la mujer que creí que había empezado a quererme —salió por la puerta principal. Paula se quedó estupefacta y temblorosa, observándolo.


Cuando la ira de Paula se esfumó, y la soledad la hizo sentirse peor que nunca, empezó a pensar en lo que él el había dicho. Ni una sola vez, durante el fin de semana, ella le había preguntado sobre su trabajo. Ni una vez se había preguntado si habría algún problema serio que exigiera de toda su energía. Se había preocupado demasiado en concentrarse en su propia sensación de soledad, en convencerse de que una vez más se había relacionado con un hombre que la ponía en un segundo lugar.


Pasaron tres o cuatro interminables horas, una eternidad, antes que pudiera llamar a Pedro a Nueva York, antes de intentar hablar sin ira ni recriminaciones. Encendió el televisor para ver los noticiarios, en que mencionaban varias actividades del Día del Trabajo, y levantó su copa de vino para brindar por aquella ocasión.


El teléfono sonó cuando estaba pensando irónicamente en cómo había celebrado Pedro aquella festividad. Su corazón dio un vuelco, pues sólo él conocía ese número.


—¿Diga? —preguntó ella con voz temblorosa.


—Soy Pedro.


—¿En dónde estás?


—En algún lugar sobre Virginia, según creo. Hay un teléfono en él avión. Te llamo para decirte que lo siento.


—No, yo soy quien debe pedirte disculpas—insistió Paula—. No debí aumentar tu tensión.


—Y yo no debí apartarme de ti —confesó Pedro—. ¿Quieres intentarlo de nuevo, dentro de un par de semanas, y ver si puede resultar bien?



—Por supuesto—respondió ella.


—Me alegro. Te llamaré de nuevo al llegar a casa.


Paula sintió un gran alivio.








jueves, 6 de octubre de 2016

LA PROXIMA VEZ... : CAPITULO 15





Pedro se convenció de que al fin Paula estaba en su elemento, al observarla trabajar en la cocina. Exquisitos aromas salían del horno, mientras ella canturreaba. Aunque el apartamento estaba amueblado al azar, la decoración era magnífica. Un florero lleno de rosas se encontraba sobre la mesa del comedor. Al ver que ella había intentado crear un ambiente hogareño con tanta rapidez, Pedro se preguntó si se habría equivocado al presionarla para que volviera a estudiar. Sin embargo, ella parecía feliz con su decisión.


Pedro se acercó sigiloso por detrás de Paula y la abrazó por la cintura.


—Preferiría tenerte a ti que a la cena —murmuró él y le mordisqueó la oreja. Ella olía a perfume. Se movió, con la intención de alejarse, pero su movimiento resultó locamente provocativo.


—¿Cuándo fue la última vez que tuviste una cena adecuada? —preguntó Paula.


—Hace tanto tiempo como la última vez que te tuve en mis brazos —respondió él.


—La comida primero —indicó Paula, aunque por la manera en que se estremeció, él adivinó que ella estaba tan ansiosa como él por experimentar el placer que habían compartido en Los Ángeles. Cuando la comida estuvo servida, Paula se quedó mirando cómo comía Pedro. Aquella atención tan insistente empezó a molestarlo—. ¿Más ensalada?


—No —contestó Pedro.


—¿Quieres más pollo?


—Si como más pollo, empezaré a cacarear—respondió él y le tomó la mano—. Cariño, no necesitas cuidarme de esa manera, ya soy mayor.


Ella lo miró como si la hubiera abofeteado y él se sintió mal, al advertir su mirada compungida.


Pedro añadió de inmediato.


—Paula, no he querido decir que no aprecio lo que has hecho. La cena ha estado maravillosa.


—¿Qué hay de malo en que haya querido prepararte una buena cena? —quiso saber Paula.


—Nada. Sólo que no estoy acostumbrado a que alguien se preocupe por mí. La verdad es que estoy de mal humor. Todos en el trabajo están dispuestos a renunciar, mientras no vuelva de mejor humor. No me presiones tú también.


—No he querido hacerlo —le aseguró Paula—. Pedro, lo último que deseo es abrumarte.


—No me estás abrumando —respondió él—. En realidad te pido disculpas si te he dado a entender que lo hacías. Ahora, ven aquí. Ya he terminado y me gustaría atacar el postre.


—He preparado una tarta de manzana —anunció Paula.


—Eso puede esperar, pues estoy pensando en algo más saludable —indicó él.


Paula se sentó sobre sus piernas y, aunque colocó los brazos en sus hombros, estaba tan rígida que él adivinó de inmediato que todavía estaba herida por su crítica. Pedro había esperado semanas ese momento, y lo anhelaba. A pesar de que había trabajado más que nunca durante su separación, por primera vez su trabajo no había absorbido todos sus pensamientos. Siempre había estado presente en él el recuerdo de Paula, y en ese momento había estropeado su encuentro por causa de su mal humor.


Pedro le murmuró al oído:
—Perdóname —ella se estremeció y al fin asintió. Lo abrazó con fuerza—. Ahora, demuéstramelo —suplicó—. Te he echado mucho de menos. No he podido concentrarme en nada. Por la noche, después de hablar contigo, me quedaba acostado, despierto durante horas, deseando que estuvieras a mi lado, para poder acariciarte. Aquí... —sus dedos acariciaron los labios de Paula—, y aquí —le acarició un seno y se estremeció al ver que ella respondía a su caricia—. ¿Tú también me has echado de menos?


—Creí que me moriría de soledad —confesó Paula, y empezó a desabrocharle la camisa. Lo besó en el cuello y saboreó su piel con la lengua. La excitación de Pedro fue inmediata. Su respiración se entrecortó cuando las manos de ella empezaron a acariciarle los hombros y la espalda.


—Paula, cariño —empezó a decir Pedro y gimió de placer—. ¡Paula!


—¿Hmmm?


—Qué aburrido... —la pasión se reflejaba en sus ojos azules—, pero si insistes...


El la levantó en brazos.


—Me temo que sí —admitió Pedro—. Si hacemos el amor en el suelo del comedor, es probable que pasemos allí la noche. Mañana me dolerán unos músculos que había olvidado que existían.


—Yo sería feliz dándoles un masaje —indicó Paula, generosa.


—Estoy tentado —admitió él, al advertir el brillo de los ojos de Paula—, pero tomando todo en consideración, opto por la cama. Te prometo que no te va a resultar aburrido...



****


—¿En dónde has aprendido eso? —preguntó Paula, unos minutos después, sin aliento. Pedro sonrió.


—No estoy seguro de que sea una buena idea preguntarle a un hombre dónde ha aprendido a hacer el amor... a menos que desees descubrir su pasada historia sexual. ¿Quieres referencias de eso? —preguntó Pedro, mientras la acariciaba de una manera que la hacía retorcerse bajo su cuerpo.


—No —respondió Paula con voz entrecortada—, no te detengas.


—¿Ni siquiera para esto... o esto?


Paula volvió a gemir y se arqueó para recibir sus caricias.


Murmuró su nombre, con ojos sorprendidos, y tembló debajo de él.


Pedro observó cómo el cuerpo de Paula empezaba a relajarse lentamente. Una lágrima rodó por la mejilla de la joven, cuando le acarició la cara.


—¿Por qué?—preguntó ella.


—Un regalo —respondió Pedro—. Quería que supieras lo mucho que te quiero.


Una segunda lágrima asomó entre sus oscuras pestañas, y después rodó por la mejilla.


—Oh, Pedro—murmuró Paula, mientras sus manos jugueteaban con el vello del pecho de su amante—. Yo también te quiero. Ya me has dado demasiado. Y me has hecho recuperarla confianza en mí misma. Nunca lo olvidaré.


Paula se desplazó, hasta colocarse encima de Pedro. Su pasión se encendía cada vez más. Paula deseaba intensificar la excitación de su pareja. Preguntó con ojos ansiosos, y después se entregó, remontándose a unas alturas que no había conocido con anterioridad, y gritaron juntos al alcanzar el éxtasis. Era un grito de alegría y de amor.





LA PROXIMA VEZ... : CAPITULO 14




Fin de semana del Día del Trabajo.


Paula se sentía asediada. Pedro y su madre, las dos personas menos razonables que conocía, la acosaban desde direcciones opuestas. Su madre insistía en que pasara, junto con el resto de la familia, el fin de semana festivo en Carolina del Norte. Pedro se empeñaba en que fueran a Hilton Head. Parecía más tenso y malhumorado que nunca.


—¿Qué te parecería que cambiáramos nuestros planes para este fin de semana? —preguntó Paula


—¡No puedes hablar en serio! No te veo desde julio. He cambiado citas para conseguirlo, ya he hecho las reservaciones en Hilton Head, y ya tengo el boleto de avión. Salgo de Nueva York dentro de unas horas. No es el momento adecuado para hablar de cambios.


—Tienes razón —admitió Paula—. Yo también esperaba con ansiedad este fin de semana. Dejemos las cosas como estaban planeadas.


Se produjo una pausa, antes de que Pedro dijera al fin:
—¿Estás segura? ¿No estarás huyendo de mí?


—No —aseguró Paula—. No es nada de eso. Estoy tan ansiosa por volver a verte como siempre.


—Entonces, todo está arreglado —indicó Pedro—. Tienes el número de mi vuelo. Asegúrate de confirmar la hora de llegada, para que no tengas que esperar en el aeropuerto de Savannah todo el día.


—Lo confirmaré —prometió Paula.


—De acuerdo, te veré esta noche, cariño. No puedo esperar —confesó Pedro.


—Hasta la vista, Pedro.


Paula colgó el auricular y se quedó inmóvil durante unos minutos, antes de reunir el valor necesario para volver a enfrentarse con su madre. Respiró profundamente y volvió a la sala, donde Lucinda Chaves estaba tomando el café de la mañana.


Paula le dijo a su madre:
—Lo siento; después de todo, no puedo cambiar mis planes.


Los ojos azules, brillaron con indignación maternal.


—Vamos, querida, no seas terca. Nada puede ser tan importante. Estoy segura de que puedes cambiarlos.


—No quiero hacerlo, mamá. Deseo ir a Hilton Head.


Después de haber estado en los brazos de Pedro, apenas podía esperar para volver asentir su abrazo. Las últimas semanas que había pasado sin él le parecieron
increíblemente vacías. ¿Cómo era posible que la ciudad en la que había vivido durante toda su vida, le pareciera de pronto solitaria? Las llamadas de larga distancia, sin importar su frecuencia, no podrán ocupar el lugar de sus caricias.


—¿Qué hay en Hilton Head que sea tan especial? —preguntó su madre.


Lucinda Chaves no estaba acostumbrada a que le llevaran la contraria, en especial, su hija mayor. Paula siempre había sido muy dócil.


—Un hombre —respondió Paula, antes de poder pensar en las consecuencias de sus palabras—. Voy allí a encontrarme con un hombre.


El rostro todavía hermoso de su madre registró la fuere impresión.


—¿Qué hombre? ¿Qué te está sucediendo, Paula?


—Nada, mamá. He conocido a alguien. Llevo un tiempo saliendo con él. Vamos a pasar el fin de semana en Hilton Head, eso es todo —se sintió orgullosa de su tono de desafío, aunque no esperaba que su madre se diera por vencida.


—¿Lo conocemos nosotros? —preguntó su madre.


—No, no es de Atlanta.


Como podría esperarse, su madre se escandalizó ante aquella noticia.


—Entonces, ¿cómo lo conociste?


—Lo conocí cuando fui a Savannah, el año pasado —explicó Paula.


—Entonces vive en Savannah—indicó su madre, aparentemente aliviada—. Conozco a algunas familias encantadoras en Savannah. Tal vez lo conozca, después de todo.


—No, mamá. El estaba allí por asuntos de trabajo. Vive en Nueva York.


—¡Santo cielo! —exclamó su madre. Se apoyó en el sofá y empezó a abanicarse sacudiendo un pañuelo. Al ver que Paula no respondía, añadió—: Entonces, tienes que llevar a ese hombre a Carolina del Norte. Eso es todo. No permitiré que salgas huyendo para tener un encuentro sórdido con un desconocido.


—El no es un desconocido para mí, y además, no existe nada sórdido —aseguró Paula, con una dignidad que denotaba que era hija de su madre—. No me importa lo que pienses, me niego a pasar el poco tiempo que tenemos para estar juntos, exhibiéndolo para que le pases revista.


La mirada de su madre era penetrante. Un mes antes, Paula habría cedido ante aquella mirada, pero las cosas habían cambiado. Desde que conocía a Pedro era más fuerte, estaba más segura de sus decisiones.


—¿Te avergüenzas de él? —preguntó su madre—. ¿No te parece que sea adecuado para una Chaves?


—¡Ese no es el problema! Es una buena persona —indicó Paula.


—Entonces, el problema somos nosotros —comentó su madre. Paula gimió.


—No seas ridícula. No me avergüenzo de nadie —apuntó Paula—. Si mi relación con Pedro se convierte en algo permanente, entonces te aseguro que lo llevaré a casa
para que puedas examinarlo hasta quedar satisfecha. Hasta entonces, llevaré las cosas a mi manera. Que tengas un fin de semana encantador, mamá. Saluda a todos de mi parte.


Paula la besó en la mejilla y salió de la habitación, antes que su sorprendida madre pudiera reaccionar. La joven no estaba segura de haber podido soportar otro ataque. Su madre era excelente para hacer sentir culpable a la gente, y Paula apenas había empezado a ponerle resistencia. 


Sólo la perspectiva de tener a Pedro para ella sola, en una playa apartada, le daba fuerzas. Se preguntó cómo reaccionaría su madre cuando le comunicara que pensaba irse a vivir a Savannah, para asistir a la universidad... y ver a Pedro cada vez que fuera posible que él viajara hasta allí.


Al fin había revisado el folleto del Savannah College of Art & Design, después de volver de Los Ángeles. En los primeros días, después de su vuelta, se sintió como si pudiera conquistar el mundo. Un segundo título universitario, en esa ocasión, en una carrera de su elección, le parecía algo magnífico. Un jueves fue a Savannah, pues tenía planeado encontrarse con Pedro allí por una noche, pero al llegar se enteró de que él había tenido que volar a Chicago. A pesar de su amarga desilusión, aprovechó su estancia allí para ir a la escuela de arte y matricularse.


De inmediato, buscó y encontró un apartamento. Le fascinó lo luminoso que era, y el antiguo mobiliario. Había planeado informar a Pedro de su decisión, cuando hablaran aquella noche, pero decidió guardar el secreto para darle una sorpresa.


Se lo diría cuando llegaran a Hilton Head. Tal vez un día fueran a Savannah, para que él pudiera ver el apartamento. Por si acaso, dejó en la nevera una botella del vino favorito de Pedro, y también algo de comida.


En el aeropuerto de Savannah, Paula paseó de un lado a otro de la sala. Habían anunciado que el vuelo llegaría a tiempo, pero ella estaba demasiado ansiosa por volver a abrazarlo, y los minutos le parecían horas.


Cuando al fin llegó Pedro, ella se quedó impresionada por su apariencia. Parecía muy cansado, y sus ojos no tenían vida, hasta que la miraron; entonces se iluminaron un poco, y sus labios dibujaron una tierna sonrisa.


—Realmente, eres una visión para mis ojos cansados —aseguró Pedro. Dejó su maleta y la abrazó. Paula se apretó contra su pecho y lo abrazó con fuerza.


—En cambio tú no tienes buen aspecto —comentó Paula y lo estudió con preocupación—. ¿Has tenido una mala semana?


—Unas semanas pésimas —respondió él, subrayando el plural. Paula se sorprendió y se sintió un poco herida, porque él no había compartido con ella sus problemas.


—No me comentaste nada cuando hablamos por teléfono —le reprochó Paula.


—Lo último que deseaba era discutir de negocios por teléfono —murmuró él—. Es una sensación adorable volverte a abrazar.


Paula tuvo de pronto una idea. Era tarde y Pedro estaba muy cansado. ¿Por qué ir a Hilton Head, cuando ella tenía ese hermoso apartamento allí?


—Salgamos de aquí y vayamos a algún sitio donde puedas abrazarme de manera apropiada—sugirió ella.


—Había pensado en abrazarte de manera no apropiada —dijo él.


—Yo también —confesó ella con entusiasmo.


En el coche, los ojos de Pedro se cerraron de inmediato. 


Al observarlo, Paula se dio cuenta de cómo luchaba para mantenerlos abiertos. El miró por la ventana y frunció el ceño.


—Este no es el camino —protestó Pedro cuando ella se dirigía hacia el centro de Savannah.


—Lo sé —respondió Paula, con la vista fija al frente.


Se produjo un largo silencio, antes que él respondiera. Pedro tenía los ojos muy abiertos y la observaba con curiosidad.


—¿Qué tienes en la cabeza, Paula Chaves?


—Ya lo verás—respondió ella, satisfecha de estimular su curiosidad. Cuando detuvo el coche frente a la vieja casa, que daba hacia una de las muchas plazas de Savannah, Pedro estaba sorprendido.


—Paula, por favor, estoy demasiado cansado para ir de visita.


—No vamos de visita —aseguró ella.


—Entonces, ¿qué es? ¿Uno de esos lugares para dormir y desayunar? Los odio. No hay suficiente intimidad.


—Confía en mí—sugirió ella—. Agarra tu maleta y sígueme.


Después de una larga pausa, durante la cual Pedro se dedicó a estudiar el extraño comportamiento de Paula, encogió los hombros con resignación y agarró su maleta. 


Paula le indicó el camino.


—¿Quién vive aquí? —preguntó Pedro, mientras observaba el edificio con ojo crítico.


—¿Te gusta? —preguntó Paula.


—Tiene mucho encanto —respondió Pedro—. ¿A quién pertenece?


—A mí —repuso ella y vio que sus ojos se abrieron sorprendidos—. A nosotros. Esto es, si tú estás de acuerdo... para cuando podamos encontramos aquí. ¿Qué opinas, Pedro? Di algo. 


Una sonrisa apareció en sus labios.


—¿Has comprado esto? —preguntó Pedro


Ella negó con la cabeza.


—Lo alquilé. Es barato. Lo arreglaron un poco, pero todavía hay trabajo por hacer —indicó ella—. Estuvieron de acuerdo en bajarme el alquiler a condición de encargarme de parte de la restauración. Me lo recomendaron en la escuela.


Pedro la abrazó de pronto, y la levantó en volandas.


—¡Te has matriculado! —exclamó él.


Paula asintió riendo. Por primera vez, su decisión parecía real, y se permitió demostrar su excitación.


—Comienzo mis clases este otoño. Es probable que sólo viva aquí durante los días laborables. Necesitaré volver a Atlanta los fines de semana, para asegurarme de que la casa de allí está bien, y para cumplir con la familia. Me gustaría haber acabado con todos mis compromisos, pero con algunos me resultaba imposible. Puedo hacer todo eso también durante los fines de semana. ¿Qué opinas?


—Pienso que eres maravillosa. Estoy orgulloso de ti.


La expresión de los ojos de Pedro borró cualquier duda que pudiera quedar. Paula levantó la mano y tocó las arrugas de cansancio que se marcaban en su rostro, que por cierto casi se habían borrado por su entusiasmo ante la decisión que ella había tomado.


—¿Quieres quedarte aquí conmigo este fin de semana? —preguntó Paula—. Hay comida en casa. Así no tendrías que hacer ese largo trayecto. Sería como si en realidad viviéramos juntos, aunque sólo fuera por unos días. Será la primera casa que nos pertenezca a los dos.


—¿No te has establecido todavía? —preguntó Pedro.


—Todavía no. Te esperaba. Quería compartir contigo mi primera noche aquí.


Los ojos de Pedro se oscurecieron por un sentimiento que ella no pudo identificar.


—No tenías planeado ir a Hilton Head, ¿no es así? —preguntó él.


—Por supuesto que sí —insistió Paula con indignación, pero se preguntó si realmente sería sincera—. Había pensado en detenernos aquí a la vuelta. No se me ocurrió la idea de quedarnos aquí, hasta que vi lo cansado que estabas. ¿Qué estás pensando?


—Creo que nunca vamos a pasar este fin de semana en Hilton Head—respondió Pedro y le tomó la mano—. Entremos para que pueda saludarte como es debido.


Paula sacudió la cabeza y le apretó la mano con fuerza.


—Me prometiste abrazarme como es debido, y haré que cumplas.