sábado, 17 de septiembre de 2016

EL ANONIMATO: CAPITULO 30





En media hora, realizó todas las llamadas. Gina prepararía lasaña y Carla llevaría un pastel de chocolate que había preparado Stella.


—Quiero que estés aquí dentro de una hora —le dijo a Emma—. Ni un minuto más.


—Tengo que reunirme con un cliente dentro de una hora.


—¿Se está muriendo?


—No.


—¿Está a punto de ser acusado de asesinato?


—No, pero…


—En ese caso, puede esperar. Ven pronto y compra unos globos por el camino. Y helado de chocolate —añadió, antes de colgar.


Satisfecha sobre cómo había organizado la improvisada celebración, Paula puso la mesa y luego fue al porche para esperar a que llegaran sus amigas.


Emma fue la primera en llegar. Salió del coche con un montón de globos, una bolsa con una barra de helado y una expresión decidida en el rostro.


—¿A qué se debe todo esto? —preguntó mientras entraban en la cocina y metía el helado en el congelador.


—Ya lo verás.


—Dímelo ahora o muérete.


—¿Es esa manera de que hable una abogada?


—Lo es cuando una amiga me está guardando un secreto.


—Calla y ayúdame a colocar los globos para que todo esté más festivo.


—¿Quién va a venir?


—Las de siempre.


—¿Has conseguido que Carla y Gina dejen sus trabajos a mediodía? ¿Cómo lo conseguiste? ¿Con un chantaje?


—Nada de eso. ¿Cuándo has visto que ninguna de nosotras pudiera resistirse a una fiesta?


—¿Es la fiesta en honor de Karen?


—Tal vez.


—¿Qué estamos celebrando? ¿Un niño? —exclamó, abriendo mucho los ojos—. Es eso, ¿verdad? ¿Karen va a tener un niño?


—Mis labios están sellados.


—¿Seguirán estando sellados si empiezo a hacerte cosquillas? Antes no podías resistirte.


—Pues ahora sí —replicó, aunque empezó a andar hacia atrás por si acaso.


—En ese caso, no te importará si pruebo.


Paula empezó a gritar mientras Emma trataba de agarrarla. 


Salió corriendo del comedor y estaba corriendo por toda la casa cuando Gina entró y se detuvo justo a tiempo para evitar que la lasaña terminara sobre la alfombra del salón.


—¡Ayúdame! —suplicó Paula, riéndose como una loca—. Tengo una loca persiguiéndome.


—¿Por qué te persigue Emma? —quiso saber Gina, también riendo.


—Porque no quiere decirme qué estamos haciendo todas aquí hoy —respondió la abogada.


—Es un buen incentivo. Creo que dejaré esto en la cocina y me uniré a la caza.


—¡Un momento! —gritó Karen —. Quietas antes de que me tiréis todos los muebles. Yo os lo diré.


—Hasta que Carla llegue, no —dijo Paula—. No es justo dejarla fuera.


—¿Dejarme fuera de qué? —preguntó Carla, entrando por la puerta con una enorme caja.


—Adelante —dijo Paula.


—Como si fuera a ser una sorpresa —comentó Karen—. De acuerdo. Un redobla de tambor, por favor. Voy a tener un niño.


Los gritos de felicidad llenaron la casa. Sin embargo, antes de que las demás pudieran abrazarla, Karen lanzó una picara mirada a Paula y añadió:
—Y Paula está enamorada.


Después de eso, se produjeron tantas preguntas y tantos abrazos que Paula se sintió mareada. Entonces, agarró a Karen y la alejó del bullicio.


—Esto no puede ser bueno para el bebe Venga, siéntate. Yo terminaré de prepararlo todo —dijo—. Y me encargaré de devolverte la jugarreta.


—Estoy segura de ello —comentó Karen, riendo.


Pedro se pasó el día entero recordando su conversación con Esteban. Aquella noche, cuando se reunió con Paula en su casa para cenar, no la había olvidado.


Tal vez porque ella estaba de muy buen humor, llegó a la conclusión de que había llegado el momento de hablar del futuro, al menos en términos abstractos.


Cuando terminaron de fregar y se sentaron en el porche, él la miró fijamente. A la suave luz del atardecer, tenía una piel radiante. Al contrario de muchas pelirrojas, no tenía pecas en el rostro. Era pálido como la crema, sin duda debido a la crema de protección solar que ella se aplicaba  constantemente cuando estaban fuera. Llevaba el cabello recogido en una coleta, de la que se le escapaban ligeros mechones que parecían acariciarle las mejillas y la nuca. Sin duda, era la mujer más hermosa que había visto nunca.


De repente, se dio cuenta de que ella lo estaba observando con una sonrisa en los labios.


—¿Qué pasa?


—Eso es lo que yo debería preguntarte a ti. Me estabas mirando como si yo fuera un espécimen exótico sobre el que tuvieras que hacer un estudio.


—Sabes que es así. Eres la criatura más exótica que he conocido nunca. Sensual y misteriosa. Algunas veces tengo que preguntarme si te conozco.


—Claro que me conoces —dijo ella mientras se le reflejaba un gesto de alarma en el rostro que duró solo un segundo y que pasó desapercibido para Pedro—. De hecho, podríamos hablar de cada centímetro de mi cuerpo.


—Estoy hablando de algo más que de sexo.


—De acuerdo. ¿Qué es lo que querías saber?


—Comencemos con algo sencillo —respondió Pedro—, ¿te das cuenta de que en todas estas semanas nunca me has dicho tu apellido?


Aquella vez, el pánico se apoderó de ella. Una vez más, fue pasajero. Pedro observó y esperó, viendo cómo ella no parecía encontrar las palabras. ¿Qué le pasaba al apellido? 


La mayoría de la gente lo sabía desde la primera cita.


—Chaves. Me llamo Paula Chaves.


—Lo has dicho como si hubiera una especie de secreto al respecto —dijo él, asombrado por su reacción.


—No, no, claro que no. Supongo que no me había dado cuenta de que nunca te lo había dicho. Resulta extraño cómo una se puede olvidar de algo como eso si no se dice desde el principio, ¿verdad? ¡Qué vergüenza que nos hayamos acostado juntos sin que tú supieras quién era yo…!


Pedro nunca la había visto tan nerviosa. Solo le había preguntado el apellido. Estaba seguro de que se le estaba pasando algo por alto, algo importante, pero decidió esperar a que ella estuviera menos nerviosa.


—Venga aquí, señorita Paula Chaves. Conozcámonos —bromeó.


La sonrisa que ella le dedicó valió que sacrificara el resto de las preguntas. Paula se le sentó en el regazo y apoyó la cabeza en el hombro con un suspiro de felicidad.


—Esto es maravilloso —susurró.


Así era. De hecho, a Pedro le parecía que era mucho más que maravilloso. En realidad, era perfecto. Al menos lo sería si no tuviera aquella extraña sensación en el estómago de que, tarde o temprano, todo le iba a estallar en plena cara.


Durante unos minutos, Paula había creído que el corazón iba a saltarle del pecho. Cuando Pedro la presionó para que le dijera su apellido, el temor se había apoderado de ella. 


Había necesitado todo el valor que poseía para decirlo en voz alta.


Cuando se hizo evidente que el nombre no significaba nada para él, pudo volver a respirar. Evidentemente, Pedro no seguía las películas de moda ni los cotilleos sobre famosos. 


Se había olvidado de que aún existían personas así en el mundo.


Entonces, ¿por qué no le había contado el resto? Tal vez no hubiera comprendido lo que significaba ser actriz. Era tan ajeno a aquel mundo que tal vez hubiera aceptado su pasado tan fácilmente como si le hubiera dicho que también había sido contable.


El pánico le había impedido reaccionar y el instante había pasado. En aquellos momentos, entre sus brazos, casi podía convencerse de que eso no importaba, de que todo iba a salir bien.


—Bueno —comenzó él, acariciándole suavemente la mejilla—, ¿dónde ves que va esto?


—¿Esto?


—Tú y yo.


—Sinceramente, he sido tan feliz con lo que somos, que no he pensado adonde nos podía llevar. ¿Y tú?


—Hasta hoy, no.


—¿Qué ha ocurrido hoy?


—Esteban me preguntó si tenía intención de casarme contigo.


—¿Y qué le respondiste tú? —preguntó Paula, con el corazón en la garganta.


—Lo mismo que has dicho tú, que no había pensado en algo a tan largo plazo. Bueno, ¿qué te parece? ¿Deberíamos pensar en ello?


—Solo si tú quieres. Yo no tengo prisa.


—Mentirosa —susurró él—. Sospecho que eres la clase de mujer que nació ya con prisas.


—Eso no es cierto. Bueno, tal vez sí —musitó, recordando su vida en los últimos años— pero ya no. He aprendido a vivir al día, a vivir los placeres de la vida y saborearlos. Como por ejemplo eso —añadió señalando una espectacular puesta de sol— ¿has visto alguna vez algo más hermoso?


—Sí… Tú.


—Me dices unas cosas maravillosas. ¿Cómo es posible que tenga tanta suerte?


—¿Crees que eres tú la que tiene suerte? —preguntó Pedro, sorprendido.


—Sé que sí. Regresé aquí esperando, no, más bien rezando encontrar lo que siempre me había faltado en la vida y aquí estás tú. Así de fácil.


—Así de fácil, ¿eh?


—Bueno, tal vez no tan fácil. Tuvimos que superar una cierta animosidad, desconfianza… y tu orgullo.


—¿Mi orgullo?


—Bueno, aquel día que me encontraste con Medianoche te mostraste algo arrogante.


—¿Y tú no?


—¿Yo? Fui dócil como un cordero.


—¡Vaya, vaya! Veo que tienes memoria selectiva, pero no me importa mientras recuerdes una cosa.


—¿De qué se trata?


—Que me perteneces.


—¿Qué te pertenezco? —repitió ella, entornando la mirada.


—Vale. He elegido mal las palabras. No quería decirlo en un sentido posesivo, sino de compromiso.


—¿Quieres que firmemos un compromiso?


—Sí, creo que sí.


—¡Vaya respuesta tan firme! —protestó ella, en tono de broma—. ¿Quieres o no?


—Sí, tesoro. Claro que quiero.


—¿Se trata de la clase de compromiso en el que acordamos no ver a nadie más en el futuro próximo o se trata del de «vivieron felices y comieron perdices»?


—Empecemos con el futuro próximo y ya veremos después. ¿Te parece bien?


A Paula le parecía estupendamente. Se podía imaginar un futuro próximo que durara toda una eternidad. Estaba segura de que, sin mucho esfuerzo, podría hacer que Pedro lo comprendiera también… si su pasado no salía a la superficie y lo estropeaba todo.






viernes, 16 de septiembre de 2016

EL ANONIMATO: CAPITULO 29




—Entonces, ¿arreglasteis Paula y tú las cosas anoche? —preguntó Esteban, cuando Pedro y él salieron a la mañana siguiente para inspeccionar las vallas.


—Se podría decir eso —respondió él, pensando en la pasión que los había mantenido despiertos casi toda la noche.


—Supongo que eso será después de que tú accedieras a no vender a Medianoche.


—Sí, ella me convenció de que era una mala idea.


—Ya me lo imaginaba.


—En realidad, me hizo un par de concesiones —protestó él—. Solo trabajará con ese caballo cuando yo esté delante y si algo parece peligroso, se detendrá cuando yo se lo pida.


—¿De verdad accedió a eso?


—Sí, aunque me imagino que no tardará más de un par de días en olvidarse de su promesa.


—Ya veo que conoces bien a Paula. ¿Hablabas en serio cuando dijiste que estabas enamorado de ella? —quiso saber Esteban, mirándolo muy fijamente—. Si estabas de broma, Karen va a hacerte pedacitos.


—No era un juego. Ninguna mujer me ha llegado al corazón del modo en que lo ha hecho Paula.


—¿Estás pensando en el matrimonio?


—¿En el matrimonio? —repitió.


Aquel tema no había salido la noche anterior. Si lo hubiera hecho, habría descartado la idea. De eso estaba seguro.


—Bueno, ese suele ser el siguiente paso, a menos que, después de todo, estuvieras jugando.


—No. Es que nunca he pensado tan adelante. ¿Qué puedo yo ofrecerle a una mujer?


—Tienes un buen trabajo, un lugar para vivir… Tienes planes para el futuro, y por lo que acabas de decir, tienes lo más importante de todo: amas a Paula.


—¿Y basta con eso?


Pensó en sus planes para el futuro. Gracias a los ánimos de Esteban, había empezado a soñar con tener su propio negocio de cría de caballos. No podía creer que aquello pudiera estar a su alcance. Hasta llegar al rancho Blackhawk, había ido a la deriva de un lugar para otro.


—Supongo que la única persona que puede responderte si es suficiente o no, es Paula. Hace unos meses, tal vez nunca lo hubiera creído, pero he visto muchos cambios en ella. Estar aquí, estar contigo, la ha ayudado a poner los pies en el suelo. Algo me dice que pensará que es más que suficiente.


Casarse con Paula. Se la imaginó vestida de raso blanco y un velo de encaje y el corazón empezó a latirle a toda velocidad. ¿Saber que ella sería suya para siempre? 


Deseaba que así fuera. Lo deseaba más que nada.


¿De verdad estaría a su alcance? Hacía unas pocas semanas ni siquiera se habría imaginado diciéndole a una mujer que la amaba y oír que ella le dedicaba las mismas palabras… Se lo habían dicho mutuamente y se lo habían demostrado, pero el matrimonio era algo permanente. Para siempre cuando él casi nunca pensaba en el futuro. Nunca había visto un buen ejemplo de matrimonio. Su madre no se había casado nunca después de lo ocurrido con el padre de Pedro y se había conformado con aventuras pasajeras. 


Su padre sí se había estado casado, aunque no con su madre, y se pasaba la vida persiguiendo faldas. Con aquellos dos ejemplos, ¿cómo podía resultar extraño que fuera escéptico con respecto a aquel vínculo? Sin embargo, de una cosa estaba seguro. Si se casaba, quería el matrimonio que Karen y Esteban tenían. Incluso él se daba cuenta de que lo de ellos era duradero…


—¿Sabes la suerte que tienes? —le preguntó a Esteban—. Es evidente que Karen y tú estabais destinados a estar juntos.


—¿Es eso lo que te parece?


—Claro. ¿Me equivoco?


—Espero que no, pero no fue siempre así. No pasa ni un solo día en el que no le de las gracias a Dios por lo que hemos encontrado. ¿Sabías que Karen era viuda cuando nos conocimos?


—No.


—Pues así era. Y yo había sido el peor enemigo de su marido. Tuvimos que solucionar muchos temas antes de que ella comenzara a confiar en mí. Te aseguro que cualquier cosa que surja entre Paula y tú será algo sin importancia en comparación. Sin embargo, tienes razón en una cosa. Mereció la pena y no pienso dejar que Karen se lamente de la decisión que tomó. Nunca.


Cuando llegara el momento, Pedro quería tener el mismo compromiso con Paula. Le quitaría la vida saber que ella lamentara haberse relacionado con él.


A pesar de las protestas de Esteban, Karen insistió en realizar sus tareas en el rancho.


—Le dije que si trataba de convertirme en una inválida durante nueve meses, terminaría estrangulándolo —le explicó a Paula, mientras tomaban una taza de café.


—Bueno, pues entonces es mejor que empieces a trabajar —replicó Paula ansiosa por que su amiga se marchara de la casa para poder empezar a llamar a las demás.


Necesitaba poder estar sola si iba a tratar de organizar un almuerzo sorpresa para celebrar la noticia del bebé.


—Pero me gustaría hacerte unas preguntas —protestó Karen, negándose a levantarse de la mesa—. Quiero saber lo que ocurrió entre vosotros cuando os marchasteis de aquí anoche.


—De hecho, bastantes cosas, pero puedes esperar a escuchar todos los detalles —replicó—. Por favor, ¿te quieres marchar? —añadió, al ver que su amiga no mostraba intención de marcharse.


—¿Es que estás tratando de librarte de mí?


—Sí.


—De acuerdo —comentó Karen, riendo—. Entonces, me marcho. Pero asegúrate de que alguien traiga chocolate. Tengo un antojo —dijo antes de salir.


—Te garantizo que habrá mucho chocolate.




EL ANONIMATO: CAPITULO 28




Cuando Karen y Paula llegaron media hora más tarde, Pedro oyó que las dos estaban riendo. Cuando salieron del coche las carcajadas eran tan fuertes que él se preguntó qué ocurriría en aquellas reuniones. Entonces, suspiró y se dio cuenta de que eso no importaba.


Las dos se detuvieron cuando se acercaron a la casa y lo vieron.


—Hola Pedro, ¿qué tal estás? —le preguntó Karen.


Paula no dijo nada, pero lo miraba fijamente.


Era como si presintiera que no iba a gustarle la razón por la que se encontraba allí.


—Estoy bien —le dijo a Karen—. ¿Os lo habéis pasado bien?


—Siempre nos lo pasamos muy bien —replicó Paula, con desafío.


No era buena señal.


—¿Cómo estaba la pasta de Gina? —preguntó, esperando aliviar la tensión.


—La comida de Gina fue fabulosa, como siempre. Mira, no creo que hayas estado esperando para hablar de la comida —comentó Paula.


—No.


—Bueno, seguramente no me has estado esperando a mí —dijo Karen —, así que os dejo solos y voy a ver qué está haciendo mi marido, pero entrad cuando hayáis terminado. Tengo noticias que me gustaría compartir con vosotros.


—Muy bien —dijo Paula.


—Bueno, ¿vas a quedarte ahí de pie toda la noche? —le preguntó Pedro, cuando Karen hubo entrado en la casa.


—Eso depende.


—¿De qué?


—De lo que estés haciendo aquí.


—Tenemos que hablar.


—Eso ya lo sé. ¿Sobre qué?


—Sobre Medianoche.


—No hay nada de lo que hablar. Solo estoy haciendo mi trabajo.


—Ya no.


—¿Cómo dices? ¿Es que me estás despidiendo?


—No. Voy a vender a Medianoche.


—¡Eso será sobre mi cadáver! —le espetó ella.


—Ya está pensado. Esteban ha accedido.


—¿Tienes comprador?


—Todavía no.


—En ese caso, yo lo compraré. Dime el precio.


—No puedes permitírtelo.


Paula abrió la boca para protestar, pero la cerró enseguida.
Entonces, subió los escalones del porche y se encaró con Pedro.


—En ese caso, haré que Esteban te compre tu parte. Si yo no puedo convencerlo para que lo haga, estoy segura de que Karen sí podrá.


Pedro no había esperado aquella respuesta. Sabía que tenía razón. Esteban haría lo que su esposa, y no lo que un empleado, le pidiera.


—No me hagas esto, Lauren. Ese caballo ha estado a punto de matarte…


—Pero no lo ha hecho y no fue culpa suya. Está mejorando día a día. Tu instinto estaba en lo cierto cuando le dijiste a Esteban que lo comprara. Es un caballo magnífico.


—Es peligroso.


—Solo porque lo maltrataron en el pasado. Tiene miedo, Pedro, del mismo modo en que lo tienes tú ahora. Estás actuando sin pensar.


—No he pensado en otra cosa en todo el día. No tienes ni idea de lo que se me pasó por la cabeza cuando te vi a su lado…


—Te suplico que no lo vendas, Pedro… Si lo haces, nunca te lo perdonaré. Además, tampoco creo que puedas perdonarte a ti mismo.


—Lo haré. Lo único que tendré que hacer es recordar lo que vi.


—Entonces, ¿no te importa lo que yo sienta?


—Claro, pero…


—No lo hagas, Pedro. Está mal.


—Maldita sea, Payula…


—Sabes que está mal. Dime una cosa —añadió, al ver que dudaba—, si hubieras sido tú el que hubiera estado trabajando con él hoy en el corral, ¿querrías venderlo?


—No podría soportar que te ocurriera algo —susurró él, sin contestar.


Veía perfectamente la lógica de aquel razonamiento que tanto había temido que ella le hiciera.


—Ni yo si te ocurriera a ti, pero no podemos hacer que Medianoche pague nuestros miedos. Le falta tan poco, Pedro… Por favor, dale esta oportunidad. Dame a mí esta oportunidad…


—¿Por qué es ese caballo tan importante para ti?


—Necesito demostrarme que esto es algo que puedo hacer. Necesito saber que puedo forjarme una profesión en esto. Si no termino mi trabajo con Medianoche, ¿quién me volverá a confiar un caballo?


Era el mismo argumento que le había indicado Esteban.


—Yo confiaría en ti —dijo él—. Sabes que eres muy buena, Paula. Los dos lo sabemos.


—Entonces, deja que termine este trabajo.


Pedro carecía de argumentos y eso, unido a sus propios temores, fue imposible de soportar. Sin embargo, fue la expresión de los ojos de Paula lo que le hizo cambiar de opinión. Estaba dispuesta a luchar, tal vez incluso dispuesta a abandonarlo a él si no le daba aquella oportunidad.


—Trabajarás con ese caballo solo cuando yo esté presente.


—De acuerdo.


—Y si yo digo que ya está bien por un día, no discutirás conmigo.


—Lo que tú digas.


—En ese caso, de acuerdo. Le diré a Esteban que nos quedamos con el caballo.


Paula se lanzó a sus brazos y le cubrió el rostro de besos. 


Durante un momento Pedro se dejó llevar por el puro placer de aquella sensación, pero entonces, la preocupación supero al placer. Sabía que iba a caer de rodillas cada noche, rezando a Dios para que no hubiera cometido la peor equivocación de su vida.


Paula se sentía triunfante, pero tuvo mucho cuidado de no excederse cuando le recordó a Pedro la promesa que le habían hecho a Karen.


—Dijo que tenía noticias.


—Podríamos esperar para oírlas mañana —sugirió.


Evidentemente, estaba ansioso por volver a su casa donde podrían terminar haciendo las paces en la cama.


—Ni hablar —reiteró ella—. Además, nosotros también tenemos noticias que darles. Tienes que decirle a Esteban lo que has decidido sobre el caballo.


—Muy bien. Vayamos entonces.


Cuando entraron en la cocina, Karen les lanzó una sonrisa mientras que Esteban los miraba atónito.


—Muy bien —dijo Paula—. ¿Cuál es la noticia? 
Evidentemente, ha dejado a Esteban atónito.


—Vamos a tener un niño —anunció Karen, sin preámbulo alguno.


—¡Dios mío! —exclamó Paula, corriendo para abrazar a su amiga—. ¡Eso es maravilloso!


—Enhorabuena —le dijo Pedro a Esteban, mientras le estrechaba la mano.


Esteban mostraba un aspecto completamente perplejo. Paula, por su parte, no paraba de reír y le dio un beso en la mejilla.


—No puede ser una sorpresa tan grande, Esteban —le dijo—. Estoy segura de que sabes cómo se hacen los niños y no es que los dos no hayáis estado practicando.


Esteban siguió con aspecto asombrado. Entonces, miró a su esposa.


—¿Un niño? ¿Estás segura? —le preguntó.


—Sí. El médico me lo confirmó hoy, cuando fui a su consulta. Si no vienes aquí y me das un beso, voy a agarrar el teléfono para llamar a tu abuelo. Sé que él está deseando que le demos esta noticia.


—¿Esperando? Lleva molestándome desde el día de la boda —replicó Esteban Entonces, tomó a Karen en brazos y empezó a dar vueltas con ella, antes de volverla a poner rápidamente en el suelo con expresión preocupada—. Seguramente no debería haber hecho eso. Tal vez deberías sentarte. ¿Necesitas algo? ¿Te traigo algo de beber o de comer? Tal vez deberías irte a descansar…


—Si te vas a comportar así durante los próximos siete meses, me mudo de casa.


—No te preocupes, Karen —dijo Paula—. Se tranquilizará. ¿Verdad, Esteban?


—¿Por qué los hombres siempre se ponen tan protectores? No somos unas criaturas tan frágiles —comentó Karen.


—Dímelo a mí —replicó Paula, mirando a Pedro con intención.


—¡Oye! Que no es lo mismo —protestó él—. Tener un hijo es algo completamente natural, no da tanto miedo como ver a la mujer que uno ama bailando delante de los cascos de un caballo furioso.


Aquel comentario terminó en seco con la conversación. 


Paula se quedó boquiabierta. Cuando reaccionó, dijo:
—¿Acabas de decirme que me amas?


—Sí —confirmó Karen—. Yo lo he oído.


—A mí también me ha parecido eso —añadió Esteban, muy divertido por el giro que habían dado los acontecimientos.


—Yo no… Está bien. Lo admito. Te amo.


—Menuda manera de decirlo —protestó Paula—, pero, a pesar de todo, estoy emocionada.


—Ahora puedo negarlo —bromeó él.


—Puedes intentarlo, pero no te creeré. Las palabras están grabadas.


—Por supuesto, todavía no hemos oído lo que tú piensas del asunto, Paula—sugirió Esteban.


—Es verdad —dijo Pedro—. Cuéntanos lo que te parece esto.


—¿Estamos hablando del amor en general…? —preguntó ella, aumentando la frustración de Pedro.


—De lo que sea…


—¿… o te refieres a lo que siento por ti en particular?


—Tal vez os gustaría estar a solas para esto —sugirió Esteban—. Además, hay algo que Karen y yo podríamos celebrar arriba.


—Con tanta celebración es como se quedó embarazada —les recordó Paula—. Además, quiero compartir un brindis con la pareja de futuros papas, una vez que Pedro y yo hayamos resuelto este pequeño asunto de quién ama a quien.


Estaba a punto de decirle a Pedro lo que sentía por él cuando el teléfono empezó a sonar. Los cuatro lo miraron desolados, pero Karen terminó contestando.


—Sí, está aquí —dijo—. Es Guillermo —añadió, entregándole el auricular a Paula.


Pedro se quedó inmóvil al ver que Paula aceptaba la llamada.


Entonces, ella salió al porche para poder hablar.


—Guillermo, ¿de cuántas maneras diferentes te puedo decir que no?


—Es que no puedo soportar ver cómo cometes una equivocación tan grande como esa. No quiero que dentro de unos años, o incluso meses, lamentes esto.


Paula miró a través del cristal de la puerta y vio a Pedro muy tenso, con un gesto completamente pétreo en el rostro. Karen y Esteban estaban tratando de conversar con él, pero Pedro no dejaba de mirar a Paula.


—No me lamentaré de nada —le aseguró a Guillermo—. Si algo cambia en el futuro, me pondré en contacto contigo. Mientras tanto, bórrame de tu lista de clientes.


—Si lo hago, no te puedo prometer que pueda volver a hacer nada por ti. Este negocio va muy rápido, Paula. La gente olvida.


—No será así si es cierto que soy la mitad de buena de lo que tú me dices siempre.


—Entonces, ¿es esa tu decisión final?


—¿No llevo semanas diciéndote lo mismo?


—Muy bien. Aceptaré tu palabra. Si cambias de opinión, llámame.


—No lo haré —reiteró ella.


Entonces, colgó la llamada y volvió a entrar en la cocina, con una sonrisa en el rostro.


Pedro permaneció impasible mientras ella se sentaba a su lado.


—Paula, estabas punto de decirnos… ¡Ay! —exclamó Esteban, mirando a su esposa—, pero si nos lo iba a decir.


—Creo que el momento ha pasado, pero quiero hacer ese brindis que prometiste —dijo Karen.


Paula levantó su taza de té y trató de recuperar el ambiente festivo de hacía unos minutos.


—Por el pequeño Blackhawk. Él o ella va a venir a una casa estupenda. Enhorabuena a los dos.


—Enhorabuena —repitió Pedro. Entonces, se tomó rápidamente el té y se puso de pie—. Bueno, tengo que volver a mi casa.


—Yo me iré contigo —anunció Paula. Pedro pareció a punto de protestar, pero no lo hizo. Aliviada, ella lo siguió hasta la puerta—. Buenas noches a los dos. Me alegro mucho por vosotros…


—Gracias. Hasta mañana —dijo Karen.


—Hasta mañana.


Pedro guardó silencio mientras regresaban a su casa. Lo más importante fue que no hizo nada por tocarla. Paula sentía la ira y la tensión irradiando de él.


—Venga, dilo —le pidió ella, por fin.


—¿Qué diga qué?


—Lo que estás pensando.


—Muy bien. Quiero saber por qué ese hombre sigue llamándote.


—No puedo controlar lo que Guillermo haga —replicó ella—. No soy yo quien lo llama. Además, me has oído decirle que no me interesa nada de lo que tenga que decirme.


—Insistes en que no hay nada entre vosotros, pero ¿cómo voy a creérmelo cuando no se rinde?


—Porque te estoy diciendo la verdad. ¿Es que no confías en mí?


—No es eso, pero si sigue acosándote, creo que deberías decírselo al sheriff. Hay leyes para evitar este tipo de cosas.


Pedro, no puedo hacer eso —replicó ella, a punto de echarse a reír.


—¿Por qué no? A menos, claro, que signifique más para ti de lo que estás afirmando.


—No sé cómo decírtelo, sobre todo cuando tú eres tan testarudo como él. Guillermo no significa nada para mí, al menos no personalmente. Es un antiguo asociado de negocios por el que sigo teniendo mucho respeto. Eso es todo.


—¿Qué clase de socio de negocios sigue llamando después de que tú le hayas dicho que no lo haga?


—El que es muy persistente.


—Tú afirmas que no va tras de ti. Entonces, ¿qué demonios quiere?


—Guillermo quiere que regrese al trabajo —respondió, tras sopesar cuidadosamente las palabras—. Eso es todo.


—¿Estás segura de que no te está acosando ni nada por el estilo?


—Por supuesto que no.


—¿Puedes ocuparte sola del tema?


—Puedo ocuparme de los hombres como Guillermo sin problema alguno. Tú eres el que me estás poniendo nerviosa.


—¿Sí? —preguntó él, muy contento—. ¿En qué sentido?


—Me has tenido fuera de tu casa, perdiendo el tiempo mientras hablaba de un hombre que no significa absolutamente nada para mí cuando podría estar dentro, haciendo el amor con un hombre que sí me importa.


—¿Y eso te molesta? —susurró Pedro, deslizándole los dedos entre el cabello.


—Me frustra, más bien.


—¿Crees que un beso te ayudaría?


—Sería un buen comienzo en la dirección adecuada…


Pedro bajó lentamente la cabeza hasta que sus labios estuvieron a punto de rozar los de ella. Paula casi podía sentir el beso que le había prometido, pero él se negaba a concederle el contacto que la joven tanto anhelaba.


—¿Te ha dicho alguien alguna vez que eres un bromista?


—No muy a menudo —susurró él, mientras le cubría la boca con la suya.


El beso estuvo pleno de ansia, de deseo y de necesidad. Las sensaciones envolvieron a Paula y, de repente, se sintió como si estuviera cayendo… cayendo… en un mar de amor. 


Entonces, dio un paso atrás y tomó el rostro de Pedro entre las manos para mirarlo fijamente a los ojos.


—Tenemos un asunto inacabado —dijo.


—Lo sé.


—Ese no —replicó ella, con una picara sonrisa—. El de antes. Te amo, Pedro Alfonso. Para que lo sepas.


—Me alegro. No me gustaría ser el único con esta clase de sentimientos.


—Entonces, ¿hablabas en serio sobre lo que dijiste en la casa? ¿También me amas?


—Me asusta mucho, pero, sí, preciosa, te amo.


El corazón de Paula pareció echar alas. Mientras no pensara en el secreto que podría destruirlos, seguiría volando.