sábado, 17 de septiembre de 2016

EL ANONIMATO: CAPITULO 30





En media hora, realizó todas las llamadas. Gina prepararía lasaña y Carla llevaría un pastel de chocolate que había preparado Stella.


—Quiero que estés aquí dentro de una hora —le dijo a Emma—. Ni un minuto más.


—Tengo que reunirme con un cliente dentro de una hora.


—¿Se está muriendo?


—No.


—¿Está a punto de ser acusado de asesinato?


—No, pero…


—En ese caso, puede esperar. Ven pronto y compra unos globos por el camino. Y helado de chocolate —añadió, antes de colgar.


Satisfecha sobre cómo había organizado la improvisada celebración, Paula puso la mesa y luego fue al porche para esperar a que llegaran sus amigas.


Emma fue la primera en llegar. Salió del coche con un montón de globos, una bolsa con una barra de helado y una expresión decidida en el rostro.


—¿A qué se debe todo esto? —preguntó mientras entraban en la cocina y metía el helado en el congelador.


—Ya lo verás.


—Dímelo ahora o muérete.


—¿Es esa manera de que hable una abogada?


—Lo es cuando una amiga me está guardando un secreto.


—Calla y ayúdame a colocar los globos para que todo esté más festivo.


—¿Quién va a venir?


—Las de siempre.


—¿Has conseguido que Carla y Gina dejen sus trabajos a mediodía? ¿Cómo lo conseguiste? ¿Con un chantaje?


—Nada de eso. ¿Cuándo has visto que ninguna de nosotras pudiera resistirse a una fiesta?


—¿Es la fiesta en honor de Karen?


—Tal vez.


—¿Qué estamos celebrando? ¿Un niño? —exclamó, abriendo mucho los ojos—. Es eso, ¿verdad? ¿Karen va a tener un niño?


—Mis labios están sellados.


—¿Seguirán estando sellados si empiezo a hacerte cosquillas? Antes no podías resistirte.


—Pues ahora sí —replicó, aunque empezó a andar hacia atrás por si acaso.


—En ese caso, no te importará si pruebo.


Paula empezó a gritar mientras Emma trataba de agarrarla. 


Salió corriendo del comedor y estaba corriendo por toda la casa cuando Gina entró y se detuvo justo a tiempo para evitar que la lasaña terminara sobre la alfombra del salón.


—¡Ayúdame! —suplicó Paula, riéndose como una loca—. Tengo una loca persiguiéndome.


—¿Por qué te persigue Emma? —quiso saber Gina, también riendo.


—Porque no quiere decirme qué estamos haciendo todas aquí hoy —respondió la abogada.


—Es un buen incentivo. Creo que dejaré esto en la cocina y me uniré a la caza.


—¡Un momento! —gritó Karen —. Quietas antes de que me tiréis todos los muebles. Yo os lo diré.


—Hasta que Carla llegue, no —dijo Paula—. No es justo dejarla fuera.


—¿Dejarme fuera de qué? —preguntó Carla, entrando por la puerta con una enorme caja.


—Adelante —dijo Paula.


—Como si fuera a ser una sorpresa —comentó Karen—. De acuerdo. Un redobla de tambor, por favor. Voy a tener un niño.


Los gritos de felicidad llenaron la casa. Sin embargo, antes de que las demás pudieran abrazarla, Karen lanzó una picara mirada a Paula y añadió:
—Y Paula está enamorada.


Después de eso, se produjeron tantas preguntas y tantos abrazos que Paula se sintió mareada. Entonces, agarró a Karen y la alejó del bullicio.


—Esto no puede ser bueno para el bebe Venga, siéntate. Yo terminaré de prepararlo todo —dijo—. Y me encargaré de devolverte la jugarreta.


—Estoy segura de ello —comentó Karen, riendo.


Pedro se pasó el día entero recordando su conversación con Esteban. Aquella noche, cuando se reunió con Paula en su casa para cenar, no la había olvidado.


Tal vez porque ella estaba de muy buen humor, llegó a la conclusión de que había llegado el momento de hablar del futuro, al menos en términos abstractos.


Cuando terminaron de fregar y se sentaron en el porche, él la miró fijamente. A la suave luz del atardecer, tenía una piel radiante. Al contrario de muchas pelirrojas, no tenía pecas en el rostro. Era pálido como la crema, sin duda debido a la crema de protección solar que ella se aplicaba  constantemente cuando estaban fuera. Llevaba el cabello recogido en una coleta, de la que se le escapaban ligeros mechones que parecían acariciarle las mejillas y la nuca. Sin duda, era la mujer más hermosa que había visto nunca.


De repente, se dio cuenta de que ella lo estaba observando con una sonrisa en los labios.


—¿Qué pasa?


—Eso es lo que yo debería preguntarte a ti. Me estabas mirando como si yo fuera un espécimen exótico sobre el que tuvieras que hacer un estudio.


—Sabes que es así. Eres la criatura más exótica que he conocido nunca. Sensual y misteriosa. Algunas veces tengo que preguntarme si te conozco.


—Claro que me conoces —dijo ella mientras se le reflejaba un gesto de alarma en el rostro que duró solo un segundo y que pasó desapercibido para Pedro—. De hecho, podríamos hablar de cada centímetro de mi cuerpo.


—Estoy hablando de algo más que de sexo.


—De acuerdo. ¿Qué es lo que querías saber?


—Comencemos con algo sencillo —respondió Pedro—, ¿te das cuenta de que en todas estas semanas nunca me has dicho tu apellido?


Aquella vez, el pánico se apoderó de ella. Una vez más, fue pasajero. Pedro observó y esperó, viendo cómo ella no parecía encontrar las palabras. ¿Qué le pasaba al apellido? 


La mayoría de la gente lo sabía desde la primera cita.


—Chaves. Me llamo Paula Chaves.


—Lo has dicho como si hubiera una especie de secreto al respecto —dijo él, asombrado por su reacción.


—No, no, claro que no. Supongo que no me había dado cuenta de que nunca te lo había dicho. Resulta extraño cómo una se puede olvidar de algo como eso si no se dice desde el principio, ¿verdad? ¡Qué vergüenza que nos hayamos acostado juntos sin que tú supieras quién era yo…!


Pedro nunca la había visto tan nerviosa. Solo le había preguntado el apellido. Estaba seguro de que se le estaba pasando algo por alto, algo importante, pero decidió esperar a que ella estuviera menos nerviosa.


—Venga aquí, señorita Paula Chaves. Conozcámonos —bromeó.


La sonrisa que ella le dedicó valió que sacrificara el resto de las preguntas. Paula se le sentó en el regazo y apoyó la cabeza en el hombro con un suspiro de felicidad.


—Esto es maravilloso —susurró.


Así era. De hecho, a Pedro le parecía que era mucho más que maravilloso. En realidad, era perfecto. Al menos lo sería si no tuviera aquella extraña sensación en el estómago de que, tarde o temprano, todo le iba a estallar en plena cara.


Durante unos minutos, Paula había creído que el corazón iba a saltarle del pecho. Cuando Pedro la presionó para que le dijera su apellido, el temor se había apoderado de ella. 


Había necesitado todo el valor que poseía para decirlo en voz alta.


Cuando se hizo evidente que el nombre no significaba nada para él, pudo volver a respirar. Evidentemente, Pedro no seguía las películas de moda ni los cotilleos sobre famosos. 


Se había olvidado de que aún existían personas así en el mundo.


Entonces, ¿por qué no le había contado el resto? Tal vez no hubiera comprendido lo que significaba ser actriz. Era tan ajeno a aquel mundo que tal vez hubiera aceptado su pasado tan fácilmente como si le hubiera dicho que también había sido contable.


El pánico le había impedido reaccionar y el instante había pasado. En aquellos momentos, entre sus brazos, casi podía convencerse de que eso no importaba, de que todo iba a salir bien.


—Bueno —comenzó él, acariciándole suavemente la mejilla—, ¿dónde ves que va esto?


—¿Esto?


—Tú y yo.


—Sinceramente, he sido tan feliz con lo que somos, que no he pensado adonde nos podía llevar. ¿Y tú?


—Hasta hoy, no.


—¿Qué ha ocurrido hoy?


—Esteban me preguntó si tenía intención de casarme contigo.


—¿Y qué le respondiste tú? —preguntó Paula, con el corazón en la garganta.


—Lo mismo que has dicho tú, que no había pensado en algo a tan largo plazo. Bueno, ¿qué te parece? ¿Deberíamos pensar en ello?


—Solo si tú quieres. Yo no tengo prisa.


—Mentirosa —susurró él—. Sospecho que eres la clase de mujer que nació ya con prisas.


—Eso no es cierto. Bueno, tal vez sí —musitó, recordando su vida en los últimos años— pero ya no. He aprendido a vivir al día, a vivir los placeres de la vida y saborearlos. Como por ejemplo eso —añadió señalando una espectacular puesta de sol— ¿has visto alguna vez algo más hermoso?


—Sí… Tú.


—Me dices unas cosas maravillosas. ¿Cómo es posible que tenga tanta suerte?


—¿Crees que eres tú la que tiene suerte? —preguntó Pedro, sorprendido.


—Sé que sí. Regresé aquí esperando, no, más bien rezando encontrar lo que siempre me había faltado en la vida y aquí estás tú. Así de fácil.


—Así de fácil, ¿eh?


—Bueno, tal vez no tan fácil. Tuvimos que superar una cierta animosidad, desconfianza… y tu orgullo.


—¿Mi orgullo?


—Bueno, aquel día que me encontraste con Medianoche te mostraste algo arrogante.


—¿Y tú no?


—¿Yo? Fui dócil como un cordero.


—¡Vaya, vaya! Veo que tienes memoria selectiva, pero no me importa mientras recuerdes una cosa.


—¿De qué se trata?


—Que me perteneces.


—¿Qué te pertenezco? —repitió ella, entornando la mirada.


—Vale. He elegido mal las palabras. No quería decirlo en un sentido posesivo, sino de compromiso.


—¿Quieres que firmemos un compromiso?


—Sí, creo que sí.


—¡Vaya respuesta tan firme! —protestó ella, en tono de broma—. ¿Quieres o no?


—Sí, tesoro. Claro que quiero.


—¿Se trata de la clase de compromiso en el que acordamos no ver a nadie más en el futuro próximo o se trata del de «vivieron felices y comieron perdices»?


—Empecemos con el futuro próximo y ya veremos después. ¿Te parece bien?


A Paula le parecía estupendamente. Se podía imaginar un futuro próximo que durara toda una eternidad. Estaba segura de que, sin mucho esfuerzo, podría hacer que Pedro lo comprendiera también… si su pasado no salía a la superficie y lo estropeaba todo.






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