jueves, 7 de mayo de 2015

EXOTICA COMPAÑIA: CAPITULO 2




—Vaquero testarudo —musitó Paula mientras se quitaba el traje de negocios y se ponía unos vaqueros y una camiseta.


Lo último que necesitaba, después de tratar con un cliente exigente y poco razonable en su despacho de contable, era enfrentarse a un molesto vecino. Llevaba casi seis meses viviendo en esa comunidad, y ni una sola vez Pedro Alfonso se había presentado para darle la bienvenida.


Tampoco había ayudado que se presentara inmediatamente después de abrir el extracto de la tarjeta de crédito, para descubrir que su infiel exnovio había cargado a su cuenta un viaje al Caribe para dos. «Malditos sean los hombres en general», pensó con amargura.


—Ha sido un día duro, Pau —se dijo mientras salía del dormitorio y bajaba las escaleras. Había una única manera de mejorar el estado de ánimo, y esa era ir a visitar a los animales exóticos que habían quedado a su cargo.


Sonrió con cariño cuando su ganso guardián la saludó en el porche trasero y realizó su ritual de bajar la cabeza. La siguió por el césped para ir a recoger comida al granero. Con cada paso que daba en dirección a las jaulas y corrales, la tensión del día se evaporaba un poco más. A pesar de lo que suponía Pedro Alfonso, esos animales no podían ser devueltos a su entorno natural debido a sus minusvalías y necesidades especiales.


El amor que siempre había sentido por los animales y su tendencia a recoger a los que encontraba abandonados se había convertido en una cruzada durante los años posteriores a acabar la universidad en su estancia en Tulsa, donde había adquirido experiencia en su carrera de contable. Su alto sueldo le había permitido comprar tierras para cobijar a sus animales, pero la generosa oferta de una corporación industrial la había convencido de vender la propiedad y trasladarse a otro sitio. Había cuadruplicado su inversión y decidido establecerse en ese rincón perdido que era Buzzard’s Grove para abrir su propio despacho de contabilidad.


La decisión no había sido difícil, ya que carecía de lazos familiares, solo unos pocos amigos de la empresa, que tenían sus propias familias y vidas personales.


Luego, por supuesto, estaba su exnovio, Raul, la famosa estrella del béisbol universitario, cuya idea de un viaje por carretera incluía compartir su cama con diferentes mujeres de diferentes ciudades. Fue por accidente que Paula descubrió sus infidelidades, lo que la impulsó a cancelar de inmediato su compromiso. Humillada e indignada, había recogido sus cosas, incluidos los animales, y se había trasladado al campo. Por desgracia, Raul había reído el último al pasar cargos a su tarjeta de crédito.


Lo primero que haría por la mañana sería cancelar su MasterCard y ponerse en contacto con American Express. 


No pensaba volver a pagar las escapadas de Raul.


Respiró hondo y se dijo que Raul era historia. Ya había desempeñado el papel de ingenua tonta en una ocasión, lo que no repetiría jamás. Se juró evitar a los hombres chovinistas y con exceso de hormonas masculinas, como su desagradable vecino. El hecho de que Pedro Alfonso le resultara físicamente atractivo con su pelo negro, sus ojos de color medianoche, sus hombros anchos, sus músculos sólidos como una roca y sus muslos de jinete no significaba que tuviera el más mínimo interés en relacionarse con él. 


Además, necesitaba canalizar su tiempo y energía en conseguir que su despacho fuera un éxito, reparar la casa y brindarle cuidados a sus animales.


Había dedicado toda la vida a dejar atrás lugares en los que tardaba una eternidad en sentirse cómoda y a gusto. Pero instintivamente había sabido que no le costaría nada echar raíces allí.


Dominada por una sensación de paz, fue de un corral a otro, saludando y alimentando a sus animales. Después de realizar su ritual de oscilar, el oso pardo al que llamaba Teddy avanzó con su pata lisiada para devorar la comida que Paula puso en el depósito. Cada animal tenía su propia manera de saludarla, sus propias características.


«Sí», pensó, «la vida en el campo es para mí». Esos animales eran como ella, unos proscritos sociales que no encajaban en ninguna parte. «Está bien», se consoló. Ya había aceptado el hecho de que era una inadaptada. Pero la vida en esos espacios abiertos era buena para ella y sus amigos.


Cuando regresó a la casa para prepararse una cena congelada en el microondas, se sentía mucho más animada. 


Se preguntó si su hosco vecino se habría calmado después del encuentro acalorado. Aunque no le importaba si aún seguía furioso. Lo único que quería era que no regresara más.


El hecho era que la aparición de Pedro Alfonso había activado los amargos recuerdos de la época en que se había enamorado de una cara atractiva y un cuerpo musculoso. No cometería el mismo error dos veces. Hasta que no conociera a un hombre dispuesto a dar tanto como tomara, alguien que no estuviera interesado en el dinero que había ganado al vender su anterior propiedad a las afueras de Tulsa, pensaba evitar a los hombres.


Aún no podía creer que el muy idiota intentara achacarle a ella la culpa de su problema con su asustadizo ganado, y que encima esperara que le pagara por su tiempo y sus gastos. «¡Qué descaro», reflexionó.


Negándose a dedicarle otro pensamiento, metió la cena en el microondas y se sirvió un vaso de té helado.






EXOTICA COMPAÑIA: CAPITULO 1




«¡Esta es la gota que colma el vaso!», rumió Pedro Alfonso al acelerar la furgoneta por el camino de grava, dejando una estela de polvo a su espalda. ¡No tenía por qué soportar esas tonterías! Pensaba enfrentarse cara a cara con su problema, aunque ello representara encarar a la excéntrica que había comprado los cuarenta acres que bordeaban con el linde oeste del Rancho Rocking C.


El zoo, como denominaba al grupo de animales exóticos próximos a sus vacas y ovejas, era una molestia constante. 


¡Ya se había hartado! Su hermano y él habían pasado todo el maldito día a caballo, agrupando al ganado asustado y reparando las vallas rotas.


Pedro no conocía a su nueva vecina, pero sin haberla visto ya le caía mal. Sin duda llenaba el vacío de su vida sin sentido rodeándose de animales exóticos que no tenían nada que hacer en territorio de ganado vacuno y ovino.


Aminoró la marcha cuando apareció a la vista la vieja granja de dos plantas. Necesitaba una mano de pintura y el patio una buena limpieza. A regañadientes reconoció que las coloridas flores que circundaban el porche daban vida al lugar, aunque era evidente que la vieja casona necesitaba muchas reparaciones para recuperar su antiguo esplendor.


Desde luego, la loca que había comprado el terreno sin duda no podría dedicarle tiempo, porque se hallaba demasiado ocupada hablando con los animales salvajes enjaulados detrás de la casa.


Por enésima vez se arrepintió de no haber comprado la propiedad cuando ocho meses atrás salió a la venta. En esa época, su hermano y él consideraron que el precio era demasiado elevado. Pero la señorita Paula Chaves, que no debía tener ni idea del precio de la tierra en Oklahoma, la había adquirido para establecerse allí. Y en ese momento Paula tenía una vecina chalada con animales que rugían, aullaban y graznaban y enloquecían a su ganado.


Bajó de la furgoneta y se dirigió al porche. Vio el coche deportivo aparcado en el camino particular. Pensó que era típico de una habitante de ciudad. En esas tierras agrestes no iba a durarle ni un año. Cualquiera con dos dedos de frente lo sabía.


Aporreó la puerta con el puño y esperó hasta que se le agotó la paciencia, unos dos segundos, luego llamó con los dos puños.


—¡Chaves! ¡Abra! ¡Sé que está ahí! —gritó—. ¡Tenemos que hablar! ¡Ahora!


Su voz atronadora provocó el sonido agudo de un pavo. Un alce bramó en la distancia y un ganso se unió al coro. Pedro puso los ojos en blanco y soltó un juramento.


Pasaron unos segundos más mientras unos graznidos y rugidos no identificados sonaron cerca. Alzó los dos puños para aporrear otra vez la puerta… y por accidente golpeó la frente de Paula cuando esta la abrió de manera inesperada.


La imagen que tenía de una solterona frustrada de mediana edad, con nariz aguileña, ojos saltones y mentón afilado se desvaneció al encontrarse con una mujer de un atractivo tan sorprendente que se preguntó si no estaría sufriendo una ilusión óptica.


Unos ojos del color de un bosque tropical se clavaron en él y un cabello del color de los rayos del sol brilló en torno a la cara hermosa. Pedro bajó la vista para contemplar una figura tan tentadora que hasta Hugh Hefner mataría por fotografiarla.


Conocer a Paula Chaves en persona fue equivalente a recibir el impacto de una bala de goma. ¿Esa era su vecina excéntrica? ¿Esa era la guardiana del zoo? No podía ser. 


Debía de haber algún error.


—¿Chaves? —preguntó con serias dudas.


—Sí. ¿Era usted quien pegaba esos gritos?


El tono seco y la mirada furiosa le indicaron que ese bombón no se dejaba amilanar. Lo miró directamente a los ojos y adoptó una postura combativa. Evaluó su camiseta sucia, sus vaqueros polvorientos y sus botas embarradas y frunció el ceño con abierta desaprobación.


«No es más que una esnob sofisticada», pensó mientras contemplaba su traje de seda rojo que gritaba a los cuatro vientos que era caro. Sospechó que un solo vistazo a sus ropas de trabajo habían bastado para que decidiera que era demasiado buena para él. «Perfecto», concluyó. A ella no le gustaban los vaqueros trabajadores y a él no le gustaban las jovencitas remilgadas. Estaban empatados.


—Me llamo Pedro Alfonso, soy su vecino más próximo —explicó con brusquedad.


—¿Es mi vecino más próximo? Qué mala suerte —soltó con sarcasmo.


—Lo mismo opino, rubita —replicó—. Estoy aquí porque sus animales del zoo han asustado a mi ganado por cuarta vez en dos meses. Va a tener que llevárselos a un entorno más adecuado. Como bien puede ver, este es territorio de ranchos.


Ella alzó el mentón y aunque medía por lo menos veinte centímetros menos que Pedro, que alcanzaba el metro noventa de estatura con sus botas de montar, consiguió mirarlo con desdén.


—Para su información, Alonso…


—Alfonso —corrigió él con sequedad.


—Lo que sea —descartó como si lo considerara igual que unas coles de Bruselas—. Para su información, tengo licencia para dar refugio y cuidar a mis animales exóticos. Cada uno posee una personalidad única. Puedo comunicarme con ellos. Los entiendo.


—¿Habla con ellos? —preguntó—. ¿Por qué será que eso no me sorprende?


—Estoy segura de que si recorriera mi refugio, hasta un hombre como usted vería que están bien guardados y no representan ninguna amenaza.


¿Un hombre como él? Pedro no supo muy bien a qué se refería, pero el tono de voz empleado lo alertó de que había recibido un insulto.


—Señora, me importa un bledo si sus animales tienen anillas en la nariz y campanillas en las patas. Asustan a mi ganado y quiero que desaparezcan. ¡Y usted con ellos!


Eso debió de irritarla, porque plantó los puños en sus maravillosas caderas, abrió bien los pies y adelantó el rostro.


—Si no aprueba vivir junto a mi santuario para fauna silvestre, entonces usted puede hacer las maletas y largarse. Yo no tengo intención de moverme de aquí, porque me gusta el lugar y también a mis animales. Además, si tiene futuras quejas, vaya a ver al sheriff de Buzzard’s Grove, para lo que le servirá.


—Mire, señora…


—Paula Chaves. Señorita Chaves para usted, Alfonso —manifestó con ese tono arrogante que hizo que Pedro apretara los dientes.


—Esta es la situación, «señora». Mi hermano y yo llevamos un rancho de ganado vacuno y ovino…


—¿Y se supone que debo estar impresionada? —le lanzó una mirada condescendiente—. Lamento desilusionarlo, Alfonso. Los vaqueros salen de debajo de las piedras por aquí.


—Me importa un cuerno que esté impresionada —repuso. ¡Cómo lo irritaba!—. La cuestión es que ese zoo puede ser divertido para usted, puede que llene las interminables horas de su vida solitaria y triste, pero nosotros vivimos de nuestro ganado. Sus animales exóticos rugen, ululan, aúllan y gruñen a todas horas del día y de la noche y provocan estampidas. He pasado todo el maldito día reuniendo a mi ganado por culpa de su zoo. El problema se solucionaría si se deshiciera de esas amenazas.


Ella lo miró con ojos centelleantes.


—¿Qué culpa tengo yo de que sus vacas timoratas y sus ovejas pusilánimes se espanten por un ruido poco familiar? No verá a mis animales saltar las vallas porque unas vacas y ovejas estúpidas mujan o balen. Mis vallas y corrales están perfectos. Es evidente que a usted le falta la habilidad para construir vallas sólidas.


Pedro comprendió que no iba a ninguna parte. Esa altanera no quería ver su perspectiva de la situación.


—Perfecto —musitó exasperado—. Si paga mi tiempo y mis gastos, no me quejaré… mucho.


Ella volvió a mirarlo con desdén.


—¿Su ganado se desboca y quiere que yo pague las reparaciones de las vallas? Mis animales están encerrados en corrales y jaulas robustas, rodeados de vallas metálicas de tres metros de alto. Me da la impresión de que no soy yo quien tiene un problema, Alfonso.


—¡No, usted es el problema! —espetó, perdida la paciencia—. ¡Vuelva a la ciudad, que es el lugar al que pertenece, y llévese su zoo con usted!


—Este es mi lugar, el único lugar al que pertenezco —echó los hombros para atrás y cerró los puños—. He venido aquí a quedarme, así que será mejor que se acostumbre a la idea.


Intercambiaron miradas furiosas y Pedro se preparó para darle una contestación terrible cuando ella le cerró la puerta en las narices.


Un ganso apareció por una esquina de la casa y graznó en objeción a su presencia. En la distancia gruñó un oso, acompañado de varios sonidos que él no supo identificar, ninguno de los cuales parecía amistoso. No le sorprendería que hubiera un cocodrilo viviendo en ese enorme estanque.


«El estanque», pensó. Otra cosa que lo irritaba de verdad. 


Esa tigresa había embalsado la corriente alimentada por los manantiales para formar un estanque gigantesco en su terreno. El embalse cortaba el flujo de agua que llegaba a la corriente del Rocking C. Durante los áridos meses de verano, Pedro y su hermano se habían visto obligados a trasladar agua a los pastizales del oeste para llenar los depósitos.


Otro inconveniente importante que había olvidado mencionarle.


Tuvo ganas de volver a aporrear la puerta para insistir en que excavara una zanja en el embalse del estanque. Pero se lo pensó mejor y decidió plantearle el tema al sheriff Osborn. 


Quizá tuviera una licencia para albergar animales exóticos, pero no tenía derecho a alterar la dirección de la corriente y privar al ganado del Rocking C de agua.


Giró en redondo y se marchó. El molesto ganso bajó la cabeza y salió tras él, graznando y mordisqueándole los talones. Sin hacerle caso, se subió a la furgoneta y arrancó. 


Al alejarse a toda velocidad, lanzó grava sobre el automóvil deportivo. No le habría desagradado haber roto accidentalmente el parabrisas. Le estaría bien empleado por ser tan terca.


Su hermano había recomendado emplear la diplomacia al tratar con su vecina. Pedro estaba seguro de que eso no habría funcionado mejor que su enfoque directo. Había notado la mirada de desaprobación cuando lo inspeccionó de arriba abajo. Esa mujer no habría cedido bajo ninguna circunstancia.


Lo que lo desconcertaba de verdad era que, a pesar de su irritación, la encontraba físicamente atractiva. Resultaba humillante para un hombre que por lo general tenía que quitarse a las mujeres de encima, saber que le gustaba lo que veía y que la arrogante señorita Chaves se comportaba como si él no diera la talla.


«¿Y qué importa?», preguntó su orgullo herido. Bajo ningún concepto querría salir con ella, no con el conflicto existente entre ellos. «Además», se aseguró, «no estoy en absoluto interesado». La idea ni siquiera se le había pasado por la cabeza. Bueno, quizá una fracción de segundo… hasta que ella había abierto esa boca petulante para soltar sapos y culebras.


Miró la hora y pisó el acelerador. Era la noche en que le tocaba cocinar a su hermano, y Pablo se ponía furioso cuando Pedro llegaba tarde. El menú de los miércoles por la noche era siempre el mismo: hamburguesas con patatas fritas. Reconoció que habría preferido ganso al horno.


Observó el ganado que pastaba y se preguntó si por la mañana lo despertaría otra estampida. Lo más probable era que los coyotes de Paula Chaves se pusieran a aullarle a la luna, haciendo que el resto del zoo se uniera al coro. Predijo que al amanecer el ganado se habría dispersado.


Suspiró. Sin duda el día siguiente sería otra prueba para su paciencia.



EXOTICA COMPAÑIA: SINOPSIS






El ranchero Pedro Alfonso estaba a punto de decapitar a su vecina. 


Paula Chaves había convertido los cuarenta acres de tierra que tenía en propiedad en un maldito zoo. Los animales exóticos estaban asustando a sus plácidas vacas y espantando a sus ovejas. El plan era deshacerse de ella y de sus alborotadores animales… Hasta que se dio cuenta de que Paula podría cautivar con su sonrisa a cualquier hombre. ¿Cómo podría expulsarla de la ciudad, cuando estaba empezando a beber los vientos por ella?






miércoles, 6 de mayo de 2015

SIN COMPLICACIONES: CAPITULO FINAL




–Es culpa tuya –dejé de comer Nutella del tarro y señalé a mi hermana con la cuchara–. Tú lo invitaste a comer el día de Navidad.


–Sí, en Navidad. No esperaba que te fueras a casa con él y te quedases hasta la primavera. Estaba a punto de llamar a la policía para denunciar tu desaparición. ¿Se puede saber qué habéis hecho estos cinco días?


Yo puse los ojos en blanco. Pero sonriendo.


–¿En serio? Entonces es más apasionado de lo que parece. Bien hecho, hermana.


Yo dejé de comer y me eché hacia atrás en el sofá.


–Me prometí a mí misma que no iba a sufrir más.


–¿El sexo con él te ha hecho sufrir?


–No, ha sido increíble. Pero ahora no puedo dejar de pensar en él, maldita sea.


Y no era solo el sexo lo que echaba de menos. No dejaba de recordarlo durmiendo, con esas pestañas tan largas que hacían sombra sobre sus pómulos, el pelo oscuro sobre la frente.


Pensé en las horas que habíamos estado hablando, en las cosas que le había contado y que no le había contado a nadie más.


Había descubierto que la intimidad no era solo estar desnuda con un hombre.


Asustada, me levanté de un salto.


–Se suponía que solo era sexo sin complicaciones.


–Ya, claro. Un sexo sin complicaciones que ha durado cinco días.


Empecé a pasear por el salón y luego me volví hacia mi hermana, desesperada.


–¿Qué voy a hacer? Tengo que olvidarlo y seguir adelante.


–¿Eso es lo que quieres?


–Por supuesto, claro que sí. Nada de emociones, nada de relaciones.


No le conté que temía que fuera demasiado tarde para eso, pero seguramente Raquel lo sabía ya porque me miró, suspirando.


–La buena noticia es que aún faltan seis horas para Año Nuevo, así que no te has cargado tu propósito. Puedes empezar de cero en cuanto den las doce. Tengo entradas para el Skyline. Esta noche nos vamos de fiesta.


–¿El Skyline? ¿Cómo has conseguido entradas? Las fiestas de Año Nuevo en el Skyline son legendarias.


–Conozco a mucha gente en el gimnasio –mi hermana me miró con expresión satisfecha–. Lo pasaremos en grande y te olvidarás de él.


Yo sabía que no iba a olvidarme de Pedro ni un segundo y me gustaría preguntarle si ella había olvidado al que no debe ser nombrado, pero no me atreví.


–¿Hemos quedado allí con alguien conocido?


–Con un montón de gente y tú iras con la cabeza bien alta. Y llevarás tu vestido negro favorito porque estás divina con él.


–Genial –dije yo, intentando olvidar que lo que quería era estar en el apartamento de Pedro–. Será mi primera aparición pública desde que me quedé en tetas y debería ponerme algo elegante.


Me encantaba mi vestido negro, con unos cristalitos cosidos a la tela que brillaban con la luz. Lo había encontrado rebajado en una tiendecita de segunda mano en Notting Hill. 


No habría podido comprarlo de otra forma porque era de diseño y estaba nuevo, aún tenía la etiqueta puesta. Según me contaron, la propietaria pensaba adelgazar para poder ponérselo, pero no lo había conseguido. Afortunadamente para mí.


Raquel tenía razón, era el vestido perfecto para esa noche.
Imagino que mi falta de alegría era porque iba a ver a algunos de los que me habían visto medio desnuda.


–Vamos a arreglarnos juntas como hacemos siempre y mientras lo hacemos me lo contarás todo.



Como era mi hermana y eso era lo que hacíamos, se lo conté todo: lo que había sentido, lo que sentía en aquel momento… que era un asco, si quieres que sea sincera.


Arreglarme para salir debería haber sido divertido, pero no lo fue. Raquel abrió una botella de champán que quedaba del almuerzo de Navidad, pero me recordaba tanto a Pedro


–¿Has terminado? –mi hermana se había puesto un vestido de terciopelo con redecilla a los lados y escotado en la espalda que, con su tipazo, le quedaba estupendo. El pelo rubio suelto sobre los hombros un poco despeinado, porque así resultaba más sexy, y unos tacones de vértigo con esas piernazas.


–Madre mía.


–Lo mismo digo –Raquel sonrió–. Imagino que el sexo sin complicaciones empezará cinco segundos después de la medianoche, ¿no? Venga, vamos, el taxi acaba de llegar.


Me habría gustado estar ilusionada por la fiesta y habría sido más fácil si el taxi no hubiese tomado el mismo camino que Pedro cuando me llevó a su apartamento el día de Navidad.


Pedro vive aquí.


–¿En Chelsea? –Raquel miró por la ventanilla–. Ahora sí que estoy impresionada.


Se habría quedado más impresionada si supiera cuánto había trabajado para llegar donde estaba y los sacrificios que había hecho por su hermana, pero no dije nada. No debía hablar de Pedro, ni siquiera debería pensar en él.


Llegamos al Skyline y tomamos el ascensor hasta el último piso. La vista de Londres desde allí era increíble y todo el mundo estaba con ganas de fiesta. Todos menos yo.


Mientras dejábamos los abrigos en el ropero, Raquel frunció el ceño.


–¿Estás bien?


–¡Genial!


Nuestros amigos ya estaban allí, haciéndonos señas. Los que no habían aceptado la invitación a la boda (porque Mauro caía mal a mucha gente) querían saber si los rumores eran ciertos. Naturalmente, al saber que era así todos desearon haber ido para darme apoyo moral. Sí, seguro.


–Eres tremenda, Paula –sonriendo, Rob me pasó un brazo por los hombros y, de repente, agradecí tener amigos. Los amigos eran como parachoques, hacían que los golpes doliesen menos.


Vi a Raquel observándome e intenté poner cara de estar pasándolo bien, pero ella sabía que no era así.


–Lo olvidarás con el tiempo –me dijo en voz baja, ofreciéndome una copa de champán–. Un día despertarás y descubrirás que ya no te duele.


–¿Eso es lo que te pasó a ti con Hernan?


Ay, Dios, había pronunciado su nombre. Llevaba cinco años sin meter la pata y de repente…


Estaba muerta.


Mi hermana iba a matarme allí mismo, en la pista de baile el día de Nochevieja.


Estaba rígida, sin saber cómo disculparme, cuando Raquel me abrazó.


–Si apareciese aquí ahora mismo ni siquiera me daría cuenta –me dijo al oído. Luego se tomó el champán de un trago. Y luego tomó otra copa y también se la bebió de un trago.


Yo estaba a punto de decir que si Hernana apareciese en ese momento ella no se daría ni cuenta porque estaría inconsciente, pero mi hermana dejó la copa vacía sobre la mesa y tomó mi mano.


–Venga, vamos a bailar.


Nos encantaba bailar juntas. Considerando lo que podía hacer con esas piernas, Raquel se mostraba muy contenida. 


La mitad de los hombres estaban pendientes de ella y algunos también me miraban a mí, pero yo me alegraba de estar bailando con mi hermana porque no estaba interesada en ninguno de ellos.


Entonces levanté la mirada y lo vi en la puerta.


Pedro Alfonso.


Él no me había visto porque estaba mirando alrededor, como buscando a alguien. Llevaba un traje de chaqueta, tal vez el Tom Ford de la boda, aunque en esta ocasión la camisa era negra. Como siempre, estaba guapísimo de morirse, más aún ahora que sabía lo que era estar con él.


Al verlo, sentí una explosión de emoción y alegría… seguida de un momento de pánico.


No podría soportar verlo con otra mujer, pero todas las cabezas se habían girado hacia la puerta porque Pedro Alfonso era la clase de hombre que eclipsaba a cualquier otro sin intentarlo siquiera.


Estaba tan alucinada que ni siquiera me di cuenta de que había dejado de bailar… hasta que Raquel me tomó del brazo para sacarme de la pista y esconderme detrás de una columna.


–Tengo que irme de aquí. Siento mucho arruinarte la noche, pero me voy a casa.


La música seguía sonando a todo volumen y mi hermana movía los labios, pero yo no podía descifrar una sola palabra. Poniendo los ojos en blanco, Raquel me llevó a la terraza donde todo el mundo se había reunido para ver los fuegos artificiales que empezarían a medianoche.


–Respira.


–Voy a llamar a un taxi.


–No vas a irte.


–Tengo que hacerlo.


–¿Por qué?


–Porque… porque no podría soportar verlo con otra mujer. No quiero ni imaginarlo siquiera.


–¿Y eso no te dice nada?


–Pues claro que sí. ¡Dice que me he cargado mi propósito para el nuevo año antes de que den las doce!


–Tal vez deberías olvidarte de ese propósito.


Pensé en el dolor y la agonía que iba con todas las relaciones. En la esperanza y la terrible desilusión.


–No pienso volver a pasar por eso.


–¿Por qué? Has estado cinco días en la cama con ese hombre. Cinco días. Lo has pasado en grande, le has contado cosas y él te ha escuchado, algo que no hacía Mauro. Le gustas, Paula.


–Ha venido aquí a ligar.


–Está buscándote –insistió mi hermana–. Ese hombre tan guapo está buscándote por toda la sala y tú no vas a esconderte.


–Meteré la pata. Mira lo que pasó con Mauro.


–Mauro era un imbécil –dijo Raquel–. Salías con él porque… francamente, no sé por qué salías con él. Las dos sabemos que se nos dan fatal las relaciones, pero Mauro no era para ti y Pedro sí. Hay algo entre vosotros dos. No lo tires por la ventana.


–Seguramente no está buscándome a mí. Me marcho y si me quieres me dejarás ir –hice una mueca de dolor cuando mi hermana apretó mi brazo. En serio, si la policía se quedaba algún día sin grilletes podrían utilizar a Raquel.


–Te quiero y por eso no voy a dejar que te marches. No voy a dejar que te cargues esta relación.


–Es que me da miedo.


–Ya lo veo, pero no pasa nada por tener miedo mientras lo hagas de todas formas.


Pensé en decirle que ella no lo había hecho desde que el que no puede ser nombrado le rompió el corazón, pero decidí que mencionar su nombre dos veces en una noche después de cinco años de silencio era un riesgo demasiado grande. Además, aquel era mi pánico y no quería compartirlo.


–Seguro que me romperá el corazón.


–Puede que no.


Nunca había visto a mi hermana tan seria.


–¿Qué te ha pasado? ¿No dijiste que mi propósito para el nuevo año era buena idea?


–Eso fue antes de verte con él –Raquel sonrió–. Si huyes de Pedro Alfonso es que estás mal de la cabeza, cariño.


Yo acababa de emitir un sonido que era algo entre un sollozo y una risita cuando vi a Pedro en la puerta, con esos ojazos oscuros clavados en mi cara. No miraba a nadie más y eso que había docenas de mujeres esperanzadas.


Raquel soltó mi muñeca y mi sangre hizo un bailecito de alegría, aliviada por fin al poder fluir sin ser interrumpida.


–Perdona, pero esta canción me encanta –murmuró, pasando a mi lado con una sonrisa en los labios.


Pedro la saludó con la cabeza, sin dejar de mirarme.


No podía esconderme en ningún sitio. Estaba atrapada en la terraza y temblando. Había dejado de nevar, pero hacía un frío horrible.



Pedro se quitó la chaqueta y la colocó sobre mis hombros.


–Pensé que te haría falta una chaqueta.


Se me hizo un nudo en el estómago al notar su calor. Me daba pánico que supiera lo que sentía. Solo tenía que ser sexo y yo me había saltado las reglas. Me sentía como un caracol sin su protector caparazón, expuesta y esperando que me aplastase una pesada bota.


–¿Qué haces aquí?


–He venido a buscarte –respondió Pedro, aparentemente seguro de sí mismo–. Hay cosas que necesito decirte. 
Preferiblemente antes de que el reloj dé la medianoche.


–¿Por qué? ¿Tu Ferrari se convierte en una calabaza a medianoche?


Quería hacerlo reír, pero me miraba muy serio.


–Estaba a punto de pedirte que salieras conmigo cuando empezaste a salir con Mauro.


El ruido de la gente y el estruendo de la música desaparecieron como por ensalmo.


–¿En serio?


–Estaba a punto de cruzar la sala para hablar contigo, pero no fui lo bastante rápido. Y por eso tuve que sufrir viéndote con Mauro durante diez largos meses. Y tuve que ver lo mal que lo pasabas cuando Mauro se acostó con tu amiga –Pedro apretó los labios, claramente enfadado–. Verte con él era como ver un accidente de coche a cámara lenta. Yo solo quería empujarte para que no sufrieras el golpe.


Pedro


–Mauro te restaba valor siempre que podía. Esa noche, en el restaurante, cuando te hizo quedar mal delante de todos… –su voz estaba cargada de rabia y me pregunté cómo podía haber pensado que era un hombre frío. Conmigo era todo lo contrario.


–No le gustaba que hablase de mi trabajo. Le parecía aburrido, especialmente si estábamos con gente.


–Mauro te veía como una amenaza. Quería estar con alguien que lo hiciera sentir importante, no con alguien mejor que él. Te hacía quedar mal y, en lugar de protestar, tú se lo permitías. Él hizo que dejaras de ser tú misma.


Era cierto.


–Pero eso fue culpa mía. Estaba intentando que la relación funcionase.


–¿Cómo va a funcionar una relación si dos personas no se gustan tal como son? ¿Qué clase de relación es esa?


También tenía razón en eso.


–Me sorprendió que fueras testigo en su boda.


–¿Por qué crees que lo hice,Paula? Mauro y yo apenas habíamos hablado desde la noche que se emborrachó y yo tuve que llevarte a casa.


–¿Entonces por qué…?


–Acepté porque me dijo que tú serías una de las damas de honor. Al principio no lo creí. No podía creer que te hubieran pedido que fueras dama de honor en la boda y que tú hubieras aceptado.


Yo carraspeé, incómoda.


–¿Temías que metiese la pata?


–No, me preocupaba que lo pasaras mal –respondió él–. Sabía que necesitarías que alguien cuidase de ti. Estaba allí por ti.


–¿Por mí? –logré preguntar, con un nudo en la garganta.


–Me has preguntado por qué acepté ser testigo en la boda de Mauro y fue por eso. Por ti.


–Pero no dejabas de mirarme durante la ceremonia y pensé que te parecía mal que estuviera allí.


–Dio… –Pedro se pasó las manos por el pelo, exasperado–. Te miraba para comprobar que estabas bien. ¿No te diste cuenta? Temía que estuvieras destrozada.


–Lo que acabó destrozado fue mi vestido.


–Debo admitir que no había esperado algo tan literal –dijo Pedro, con los ojos brillantes–. Parecías tan asustada que solo quería sacarte de allí.


–Vi el vídeo en YouTube antes de que desapareciera –le confesé.


–Alguien tenía que grabarlo, por supuesto. Pero nadie va a descargárselo, no te preocupes.


–¿Tú has hecho que desaparezca?


Pedro pasó un dedo por su labio inferior, en plan mafioso.


–Podemos llamarlo intimidación legal.


Se me doblaron las piernas de alivio, francamente.


–Te lo agradezco mucho, pero me dijiste que siempre tomo malas decisiones.


–Salir con Mauro fue una mala decisión. Aceptar ser dama de honor en su boda fue aún peor.


De repente, empecé a verlo todo como lo veía Raquel.


–Siempre estabas ahí cuando necesitaba que alguien me echase una mano. Me ofreciste tu chaqueta, me llevaste a casa cuando Mauro estaba borracho, me diste múltiples orgasmos cuando pensé que me iba a morir de frustración.


–Quiero mucho más que un agradecimiento –cuando Pedro tomó mi cara entre las manos mi corazón latía con tal fuerza que pensé que la gente podría escucharlo por encima de la música.


–¿De verdad?


–Te deseo, Paula. A ti –sus ojos estaban clavados en los míos–. No una versión de ti que haya creado porque es la que me conviene, sino a ti, a la auténtica Paula. A la Paula que vi la primera noche, la inteligente, la que sabe de motores y cohetes y quiere un puesto en la NASA. La Paula que es capaz de hacer sumas imposibles de memoria, la que adora las llamas y haría cualquier cosa por su hermana. La Paula en la que he pensado cada noche durante veinte meses, tres semanas y un día.


Yo no podía respirar.


Pedro


–La Paula que aparece en la boda de su ex porque es demasiado orgullosa como para decirle que es un canalla. La Paula que le hace la cera a un pavo y la que busca el vibrador El Pedro en Internet…


–Bueno, ya está bien –colorada hasta la raíz del pelo miré alrededor, pero la gente estaba demasiado ocupada pasándolo en grande como para fijarse en nosotros. En cualquier caso, ya había tenido suficientes humillaciones públicas por un año, así que tiré de su mano para llevarlo tras la columna–. Mi propósito para el nuevo año era tener sexo sin complicaciones. Solo sexo con hombres guapísimos que no me importasen nada.


–Lo sé, pero aún no estamos en el nuevo año –su boca estaba tan cerca de la mía–. Aún tienes cinco minutos para cambiar de opinión. Hazlo, Paula.


Yo lo miré y lo que vi en sus ojos hizo que me marease.


–¿Qué sugieres? Y no pienso dejar el chocolate ni el alcohol, te lo advierto.


–¿Qué tal dejar las relaciones con hombres que quieren que seas alguien que no eres? –Pedro hablaba en voz baja, mirándome con ternura–. ¿Qué tal si empiezas el nuevo año siendo tú misma? ¿Qué tal si volvemos a mi casa y empezamos el nuevo año como vamos a continuarlo… en la cama, en el jacuzzi, juntos?


Era como si alguien me hubiese dado una patada en las rodillas; estuve a punto de caerme al suelo.


Todo el mundo estaba en la terraza, esperando que el Big Ben diese las doce. Raquel, que estaba esperando el inicio de la cuenta atrás con nuestros amigos, me sonrió. Y yo sabía lo que estaba pensando: que sería una idiota si le diese la espalda a algo tan bueno.


Y yo estaba de acuerdo con ella.


Así que miré a Pedro y le eché los brazos al cuello.


–Estos últimos cinco días han sido los mejores de mi vida.


Empezaron a sonar las campanadas del Big Ben y la gente empezó a contar, pero yo seguía mirándole a los ojos. 


Aquello parecía mucho más que el comienzo de un nuevo año.


–Para mí también –susurró él.


–¿Tendré acceso permanente a tu Tom Ford?


–De todas formas, siempre la llevas puesta.


Después de una última campanada oímos gritos y luego una explosión de fuegos artificiales que iluminó todo el cielo de Londres.


Pedro me besó, lenta y profundamente, provocando más fuegos artificiales dentro de mí hasta que, por fin, levantó la cabeza.


–¿Cuál es tu propósito para el nuevo año?


Por primera vez en mucho tiempo, me sentía yo misma. De verdad. Me di cuenta de que aquella era mi vida y podía vivirla como quisiera. No tenía que ser otra persona. Era la dueña de mis sueños y podía sentirme emocionada por mi futuro. Y quería que Pedro fuese parte de ese futuro.


Así que sonreí de oreja a oreja.


–Vamos a tu apartamento y te lo demostraré.




FIN