Paula tragó saliva para intentar hacer desaparecer el nudo que sentía en la garganta. Por lo que ella sabía, Pedro estaba a punto de enfrentarse a tres hombres potencialmente armados solo con sus manos.
«Te quiero», deseaba decirle, pero sabía que nunca podría. En vez de eso, se inclinó hacia delante y le dio un beso en la comisura de los labios.
Después sonrió, miró hacia donde estaba su hijo y comenzó a moverse.
«No mires atrás». Por supuesto, eso no iba a funcionar; pero, cuando lo hizo, cuando miró hacia la linde del claro, Pedro ya había desaparecido. Se arrastró brazo sobre brazo por la tierra hasta encontrarse a la sombra del sedán blanco. Tomó aire y se incorporó lentamente hasta estar en cuclillas y poder ver el interior del vehículo. Su hijo estaba sentado en el asiento, abrazado a su mochila, mirando a los hombres, situados al otro lado.
Paula golpeó suavemente el cristal que los separaba. Lisandro la miró y ella se llevó inmediatamente un dedo a los labios para que no hiciese ningún ruido. El niño asintió y miró nervioso a los tres hombres. Ella hizo lo mismo.
Después levantó dos dedos y los hizo caminar por el borde de la ventanilla para preguntarle si podía correr.
Lisandro negó con la cabeza y levantó los pies. Se los habían atado.
Paula tragó saliva para controlar la rabia y levantó los pulgares para hacerle saber que lo había entendido. Luego buscó a Pedro con la mirada. Era como si hubiera dejado de existir.
Plan B.
Hizo entonces el gesto de girar una llave y Lisandro señaló entusiasmado el asiento delantero. Ella se estiró y vio que del contacto colgaban las llaves del coche.
Le hizo gestos a Lisandro para que se pusiera el cinturón y abrió lentamente la puerta del conductor. Se deslizó tras el volante y giró la llave en el mismo movimiento. El motor hizo un ruido, pero no arrancó a la primera. Al oír el ruido, los hombres se dieron la vuelta y empezaron a correr hacia ella. Le temblaban tanto las manos que casi no pudo girar la llave una segunda vez, pero en el último momento lo consiguió y el coche se puso en marcha.
Cientos de figuras negras salieron volando de los árboles, donde las cacatúas estaban durmiendo. Paula pisó el acelerador justo cuando el primer hombre abría la puerta trasera del coche. Lisandro gritó y comenzó a patalear con los pies atados cuando el hombre lo agarró por los tobillos.
Paula frenó en seco antes de arriesgarse a que Lisandro fuese arrastrado fuera del coche en movimiento.
De la nada surgió una figura familiar que se lanzó contra el desconocido y cayeron los dos al suelo.
Julian.
Por el espejo retrovisor, vio al tercer hombre desaparecer entre los árboles como si le hubiera cortado las piernas un fantasma silencioso.
Pedro.
—Aguanta, cariño —le dijo a Lisandro mientras pisaba el acelerador de nuevo. Dio la vuelta con el coche y se alejó a toda velocidad hacia el centro de administración de WildSprings