La decepción hizo estallar la burbuja de fantasía en que se hallaba sumida Paula. Bajó la mirada hacia sus piernas y el dolor, del que prácticamente se había olvidado, volvió a aflorar con fuerza. El color rojo se estaba intensificando y la inflamación se extendía.
–Creo que la reacción está empeorando –murmuró, y tuvo que morderse el labio inferior a causa del picor.
–Desde luego –contestó Pedro con brusquedad a la vez que volvía a acercarse a ella sin mirarla a los ojos. Abrió el tubo de crema que había tomado del armario y puso un poco de crema en la punta de sus dedos–. También te daré un par de antihistamínicos. Tómalos cuando llegues a casa. Puede que te adormezcan un poco.
Paula asintió, ya incapaz de hablar. Pedro le había hecho separar las piernas de nuevo y le estaba extendiendo la crema en el muslo. Al parecer había olvidado que pensaba dejar que se la aplicara ella. Lo observó mientras le aplicaba la crema. Ahora entendía exactamente por qué todas aquellas bailarinas simulaban alguna lesión para que Pedro las atendiera; porque era divertido. Pedro era realmente guapo, y muy masculino, y tenerlo tan cerca, acariciándola de aquel modo… Sabía que no debería estar sintiéndolo de un modo tan sensual, pero así era. No debería imaginar aquellos dedos deslizándose más y más arriba entre sus muslos, no debería estar sintiendo aquel calor, aquel deseo que la derretía… pero lo estaba sintiendo, y fue incapaz de contener un sensual estremecimiento.
Pedro la miró a los ojos. La diversión había desaparecido de su mirada para dar paso a un incendio.
–Creo que será mejor que sigas tú –murmuró.
Paula sintió que algo le atenazaba la garganta, enmudeciéndola. De manera que asintió. El corazón le latía con tal fuerza que lo sentía por todo el cuerpo. Pedro había dejado las manos apoyadas en sus muslos. En cualquier momento podía volver a separárselos…
Si quería hacerlo.
Sabía que él estaba pensando en lo mismo. Que quería lo mismo que ella. Tuvo que hacer verdaderos esfuerzos para no humedecerse los labios con la lengua. De pronto notó que Pedro se inclinaba más hacia ella…
–¿Cómo va la nueva chica, Pedro?
Pedro se apartó tan rápido que Paula apenas tuvo tiempo de parpadear antes de verlo junto al fregadero, lavándose las manos.
–¿Te refieres a mí? –Paula miró a la vivaz rubia que acababa de entrar. Era Carolina, la líder del grupo de animadoras.
–Sí. ¿Estás bien? –Carolina se acercó a mirar la pierna de Paula–. ¡Vaya picadura!
–No es nada –Paula había olvidado por completo la picadura en aquellos últimos e intensos instantes–. Estoy bien.
–Magnífico, porque te queremos en el grupo. Lo has hecho muy bien hasta que te ha picado esa abeja.
–¿En serio? ¿Lo dices en serio? –Paula creía haber perdido cualquier posibilidad tras la picadura de la abeja.
–Sí. Has hecho ballet clásico, ¿verdad?
Paula asintió, aunque no asistía a una clase de ballet clásico desde los dieciséis años.
–Se te notaba en la técnica. Pero tu estilo libre me ha encantado y quiero aprender tus movimientos. Nunca había visto a una chica bailar brake dance como tú. Necesitamos un poco de chispa, y tú la tienes.