Pedro esperó en la planta de abajo mientras Paula investigaba lo que la suite tenía que ofrecer. ¿Se había dado cuenta de que sólo había reservado un dormitorio? Había sido una decisión consciente por su parte aunque si ella protestaba no tendría ningún problema en reservarla otra habitación para ella. Sin embargo, en su opinión había llegado el momento de que llevaran su relación a un nivel más allá. Ella se sentía cómoda con él física socialmente, aunque si quería que convenciera a sus padres de que verdaderamente era su prometida lo tendría que estar aún más. Pedro había esperado tomarse su tiempo para seducirla, pero había recibido un correo electrónico de su madre aquella semana en el que ella le comentaba que su padre estaba entrevistando a agentes inmobiliarios de Nueva Zelanda que se especializaran en fincas rústicas. Retrasarlo aún más sería correr un riesgo que Pedro no estaba dispuesto a afrontar.
Miró a Paula mientras ella bajaba por la escalera para dirigirse de nuevo al salón.
–¿Champán? –le preguntó él.
Pau dudó. ¿Iba a comentar en aquel instante su oposición a que durmieran juntos? Pedro contuvo el aliento hasta que ella pareció decidirse y se acercó a él.
–¿Por qué no? Sería un modo genial de empezar el fin de semana.
Pedro se relajó. Todo iba saliendo según lo esperado. Con habilidad, abrió la botella de champán y sirvió el líquido dorado en las copas que había sobre la mesa. Entonces, tomó ambas y le ofreció una a Paula.
–Por nosotros –dijo él.
Pau lo miró con seriedad en sus ojos oscuros.
–Por nosotros –replicó antes de chocar suavemente su copa contra la de él.
Sin dejar de mirarla, Pedro se llevó la copa a los labios y bebió. Ella repitió lo que él hacía sin dejar de mirarlo. Pedro sintió que el deseo que llevaba toda la semana conteniendo comenzaba a desenroscarse y a cobrar vida.