viernes, 3 de septiembre de 2021

NUESTRO CONTRATO: CAPÍTULO 2

 

Golpeó el bolígrafo sobre el papel y la recepcionista le dirigió una mirada recriminadora.


–Tardará un rato en completar los papeles. Voy al despacho a archivar unos documentos. Llame al timbre cuando acabe y uno de nuestros agentes saldrá a hacerle la entrevista.


Ni el más mínimo rastro de una sonrisa. La mujer salió y Paula tuvo que reprimir el impulso de sacarle la lengua.


Volvió a mirar el papel y decidió intentar que la identificaran con una personalidad tipo A, la correspondiente a los agresivos, arrogantes y ambiciosos; en opinión de Paula, personas obsesionadas por el control, para los que lo más importante en la vida era alcanzar el éxito de acuerdo a resultados tangibles.


Paula vivía en una categoría propia, el tipo X, definido por la diversión, la frivolidad, la libertad y, ocasionalmente, la insensatez.


Empezó a tararear a medida que marcaba algunos síes y algunos noes y poco a poco su sonrisa se fue ampliando. Era mucho más entretenido hacerse pasar por quien no era.


Oyó un suave carraspeo y, cuando alzó la cabeza, vio al prototipo A delante de ella. Alto, con traje oscuro y camisa blanca; cabello moreno con un perfecto corte; ojos que la observaban distantes y ceño fruncido en un rostro de facciones marcadas.


Era una pena que un rostro como aquél se viera estropeado por un gesto de malhumor.


Paula sintió que se le erizaba el vello, y no sólo por los dos dardos dorados que se clavaban en ella. El aura de aquel hombre estampaba su sello sobre lo que lo rodeaba, incluida ella: tenía la altura y el aspecto de un campeón. No cabía duda de que era un hombre que sabía lo que quería y que estaba acostumbrado a conseguirlo. Tenía un aire indiscutible de autoridad. La pesadilla de Paula.


Entornando los ojos, ella le devolvió la mirada en actitud desafiante, pero eso no anuló la fuerte atracción que le había despertado. Paula jamás le cedía el control a nadie, pero por una fracción de segundo se planteó qué se sentiría dejándole llevar las riendas, aunque fuera por una hora, con su cuerpo. Tenía el aspecto de saber qué hacer. Y Paula no pudo evitar sonreír.


Él frunció el ceño más profundamente a la vez que su mirada experimentaba un cambio sutil. Ni perdió intensidad, ni se hizo más amistosa, pero sus ojos brillaron con una claridad distinta. El hombre miró hacia el asiento vacío tras el escritorio de recepción y volvió a mirar a Paula como si esperara que le diera una explicación.


Paula pensó que le gustaría darle unas cuantas y al instante se indignó consigo misma por estar mirando a un hombre con aspecto arrogante como si fuera un apetitoso objeto sexual. Tragó saliva y se obligó a concentrarse. Le resultaba extraño que un hombre así estuviera buscando trabajo. No tenía pinta ni de camarero ni de oficinista.


Finalmente, decidió contestar a su muda interrogación.


–La recepcionista ha ido a archivar unos papeles, pero los formularios están sobre el escritorio. Se tarda un montón en rellenarlos.


El hombre enarcó las cejas al tiempo que tomaba un documento como el que Paula sostenía en las rodillas.


–Empieza con el test de personalidad. 


Él se sentó en una silla enfrente de ella y ojeó las páginas. Volvió a fruncir el ceño. Su silencio estaba poniendo nerviosa a Paula.


¿Dónde estaba la solidaridad entre trabajadores? El hombre repasó rápidamente la lista de afirmaciones del test y por fin habló. Directo, con aspereza, deprisa.


–Deja que adivine. Has contestado que sí a «tiendes a basarte más en la improvisación que en la planificación cuidadosa». Y no a «por naturaleza, asumes responsabilidades».


El hombre la miró retándola.


Paula sintió que se le erizaba de nuevo el vello.


–Y yo apostaría cualquier cosa a que tú responderías afirmativamente a «tu escritorio está siempre recogido y en orden».


La sonrisa que iluminó el rostro del desconocido le hizo pensar que había dado en el clavo, pero de inmediato, él le lanzó otro dardo envenenado.


–Debería haber aclarado que no vengo a buscar trabajo, sino un empleado.


–Ah.


¿Cómo podía ser tan estúpida? Nadie que buscara trabajo entraba en una agencia de empleo con un traje hecho a medida y el aire de seguridad de un dios griego. Paula reaccionó al instante diciéndose que no podía dejar escapar la oportunidad.


–¿Qué necesitas?


–Un encargado para un bar de copas –dijo él, entornando los ojos.


–Pues ya lo tienes.


–¿Conoces al candidato perfecto?


–Soy yo.


Paula vio que él deslizaba la mirada por sus viejos vaqueros y su camiseta de tirantes, y se dio cuenta de que le parecía no presentaba la imagen adecuada.


–Ni siquiera sabes en qué consiste el trabajo –dijo él con sorna.


–Acabas de decírmelo: necesitas a alguien que se encargue de un bar.


Él sonrió con malicia.


–¿Puedes llevar un bar de striptease?


Paula lo miró boquiabierta. Jamás hubiera imaginado que aquel hombre de aspecto convencional se moviera en ese tipo de ambientes.


Él se inclinó hacia adelante y dijo:

–No hablaba en serio. Necesito alguien con experiencia y que sea capaz de asumir responsabilidades.


–Yo misma.


–Acabas de decir que has contestado que no.


–No, eso es lo que tú has asumido.


Se miraron fijamente como si se tratara de un duelo.


–Dame tu currículum.


–Dame los detalles del trabajo.


Aunque él tuviera el poder, ella estaba dispuesta a tirarse un farol. De hecho, era una especialista.




NUESTRO CONTRATO: CAPÍTULO 1

 

Siempre planeas tus actividades.


Te gusta tener las cosas ordenadas.


Piensas que un análisis racional es la mejor forma de resolver cualquier problema.


Siempre haces un seguimiento de la evolución de las medidas que adoptas.


Consideras imprescindible tener una experiencia directa de las cosas.


Consideras relevantes las opiniones de tus colaboradores.


Te gusta trabajar en un ambiente dinámico.


Sabes controlar tus deseos y evitar las tentaciones. Te cuesta desconectar del trabajo.


Crees que la justicia es más importante que la clemencia.


Te gusta el reto que conlleva la competitividad. Te fías más de la razón que de la intuición. Tomas decisiones espontáneamente.


Te gusta decir la última palabra.


Las emociones intensas te influyen poderosamente. Te cuesta hablar de tus sentimientos.


Paula se quedó mirando la lista de afirmaciones preguntándose qué perfil de su personalidad saldría si contestaba a todas que «sí». Podía alternar los síes y los noes. O incluso seguir una pauta matemática. ¡Pero si sólo estaba solicitando un trabajo temporal como organizadora de eventos! ¿De verdad era necesario que contestara un test de personalidad? ¡Cómo si no hubiera rellenado ya bastantes formularios! Unos relacionados con la salud, otros sobre su pasado, documentos demostrando su formación… Cualquiera diría que pretendía entrar en el servicio secreto en lugar de que la incluyeran en la bolsa de trabajo de una agencia de contratación temporal.


Necesitaba dinero y aquella era la tercera agencia que visitaba aquel día. Habría ido a más si no le hubiera llevado tanto tiempo rellenar papeles en cada una de ellas. Ya eran las cuatro y media, la agencia estaba a punto de cerrar, y dudaba que le diera a tiempo a completar el cuestionario a tiempo de pasar a la entrevista.




NUESTRO CONTRATO: SINOPSIS

 


Pedro Alfonso contrató a Paula Chaves como encargada de su local sin esperar demasiado de ella. Era completamente opuesta a él: inconstante y despreocupada. Por eso no comprendía por qué se sentía tan atraído por ella.


Lo único que tenían en común era su rechazo a mantener una relación estable. Así que tras una noche apasionada que le resultó insuficiente, Pedro le ofreció un acuerdo temporal como amantes que ella aceptó a pesar de saber que estaba enamorándose del único hombre que nunca llegaría a ser suyo.



jueves, 2 de septiembre de 2021

QUIERO TU CORAZÓN: CAPÍTULO FINAL

 

Sacó las manos de los bolsillos, pero se obligó a mantener los brazos a los costados.


—¿Y qué hay en el paquete? —preguntó; el corazón le martilleaba en el pecho.


Con ojos serenos, ella le tocó el brazo.


—Ser socios —afirmó—. En el ámbito que los dos decidamos, ya sea como jefe y asistente o… lo que sea.


La sonrisa de él le proporcionó valor. Era hora de exponerlo todo, de no guardarse nada. Él le tomó la mano antes de que Pau pudiera apartarla. Despacio, se apoyó sobre una rodilla en el suelo de cemento.


—¿Qué… qué estás haciendo? —jadeó ella, apretándole con fuerza los dedos—. No tienes que…


—Quiero que te cases conmigo —anunció, en la vida tan seguro de algo como en ese momento de las palabras que pronunciaba—. Te compraré la piedra más grande que podamos encontrar si dices que sí. Puedes organizar la boda más maravillosa que jamás ha visto esta ciudad, gastar lo que quieras, tener cien damas de honor… si eso te hace feliz.


La expresión de ella era inescrutable, de modo que continuó, desesperado por convencerla.


—Si así lo deseas, llevaré un esmoquin rosa. Lo que tú decidas estará bien.


Ella frunció levemente el ceño. El corazón de Pedro casi se detuvo al verla negar con la cabeza.


—Lo siento.


Él supuso que el dolor que sintió en el pecho era por el corazón al partírsele.


—Quiero casarme por amor —repuso ella—, no por una boda de fantasía con un vestido caro y una hilera de damas de honor. Eso no es importante.


Pedro se preguntó si un hombre podía morir de desesperación.


—Me casaré contigo en el ayuntamiento, o en Las Vegas, o en la cima de una montaña si es lo que tú quieres, porque te amo —afirmó.


¿Había oído bien? ¿Pau acababa de aceptar su proposición?


La cara de ella se tornó borrosa y tuvo que parpadear varias veces, aferrándose a su mano como si fuera un ancla mientras se ponía de pie.


—Lo único que deseo —le dijo al tiempo que la abrazaba—, es hacerte tan feliz como tú me has hecho a mí —clavó la vista en su cara alzada hacia él—. Eres hermosa —musitó—, por dentro y por fuera.


Y entonces la besó. Cuando tuvo que separarse para respirar, ella sonreía.


—Dime una cosa —pidió Pau—. ¿Por qué llevas puesto un uniforme de fútbol?


—Halloween —respondió con una sonrisa—. Y porque acabo de dar el pase de la victoria.


Pau le tocó la mejilla.


—Tradúcelo, por favor.


—Yo también te amo —repuso Pedro—. Para siempre.




QUIERO TU CORAZÓN: CAPÍTULO 68

 

A medida que los últimos coletazos de adrenalina que había experimentado desde su enfrentamiento con Gastón comenzaban a evaporarse, dejándolo extenuado, apagó la carretilla elevadora con la que había estado moviendo las cargas.


Lo único que había conseguido había sido provocar un caos que uno de los hombres debería limpiar al día siguiente. Antes de tener que marcharse al hotel, había llamado a Mauricio para excusarse a pesar de las protestas de su hermano, pero volver a casa y caminar por las habitaciones vacías mientras imaginaba a Pau allí había sido más que lo que había sido capaz de contemplar. Por eso había ido allí, en busca de cierto solaz en el lugar que él había creado. A agotarse para poder ir a casa y desplomarse en la cama sin verse hostigado por preguntas que no tenían respuesta.


Al oír el sonido de la puerta de atrás cerrándose, seguido de pisadas que cruzaban el almacén vacío, salió de detrás de una serie de contenedores y se frenó en seco.


Parpadeó con fuerza para aclararse la vista, pero siguió viendo la imagen de Pau ir hacia él bajo el resplandor de la iluminación del techo.


Pedro —lo llamo—. ¿Podemos hablar?


Lo que le faltaba. Al parecer su visión había llegado equipada con audio.


Sabía que no podría esquivarla por completo en una ciudad tan pequeña, pero aún no estaba preparado para verla.


Pau se detuvo cuando todavía los separaba más de un metro. Notó que su cara, aunque tan bonita como siempre, mostraba signos de tensión.


—¿Cómo estás? —Pedro metió las manos en los bolsillos para no caer en la tentación de abrazarla.


Ella se encogió de hombros.


—Bien. ¿Y tú?


—He hablado con Gaston—dijo—. Me contó lo que ha pasado —carraspeó—. Lo siento.


Por un momento, ella no habló, mientras Pedro se preguntaba en qué podría estar pensando.


—Estaba allí —murmuró—. Oí lo que dijiste.


—¿Me oíste?? —repitió él—. No te vi.


Ella decidió contarle que le había oído.


—Me encontraba en el pasillo en el exterior del despacho de Gastón —avanzó unos pasos más hacia él—. Me comporté como una idiota —añadió con voz trémula—. Tú tenías razón y yo estaba equivocada. Debería haberme sentido halagada por todas las molestias que te tomaste por mí. ¿Podrás perdonarme?


—¿Quieres recuperar tu trabajo? —preguntó con voz ronca. ¿Qué iba a hacer si le decía que sí?


Ella dio otro paso, acercándose lo suficiente como para que él pudiera alargar el brazo y tocarla.


—Quiero el paquete completo —respondió, mirándolo con sus ojos castaños.


Llenos con algo que Pedro no había esperado volver a ver.


Amor.





miércoles, 1 de septiembre de 2021

QUIERO TU CORAZÓN: CAPÍTULO 67

 


Al llegar al jeep, se sentó ante el volante sin arrancar mientras pensaba en lo que acababa de oír. Repitió mentalmente los comentarios de Pedro hasta quedar más confusa que nunca.


¿Por qué le importaba tanto que al principio se hubiera sentido atraído por su aspecto? ¿Acaso no era justo lo que ella había notado en él, mucho antes de que le ofreciera el trabajo en Alfonso International? ¿Antes de conocerlo en el trabajo y enamorarse perdidamente de él?


Si la situación hubiera sido a la inversa, ¿ella no habría creado la oportunidad de pasar más tiempo con él? ¿Era culpa de Pedro que ella siempre se sintiera juzgada por su aspecto? ¿Era motivo para negarles a ambos la posibilidad de encontrar juntos la felicidad? De repente, la discusión de la noche anterior careció de sentido.


Con desesperación miró el aparcamiento en busca de alguna señal de Pedro o de su coche. Como sólo había oído su voz, desconocía si iba disfrazado, pero aunque pensara asistir a la fiesta, probablemente iría en coche hasta las instalaciones principales.


Aunque esperó casi media hora, no apareció. De algún modo, no se habían visto.


Fue al hotel, cruzando lentamente el aparcamiento, pero no vio ni el Lexus ni la camioneta de Pedro. Negándose a aceptar la derrota, luego fue a su casa.


No tenía manera de saber si los dos vehículos se encontraban aparcados en el garaje, pero en la casa no brillaba ni una luz. Para estar segura, llamó al timbre, aunque no obtuvo respuesta. Quizá se hallara en la gala, después de todo.


Mordisqueándose el labio inferior, pensó en lo que debía hacer a continuación. No quería llamarlo al móvil, pero si no hablaba con él esa noche, quizá terminara por perder el valor.


Con una renovada dosis de determinación, volvió colina abajo de regreso a la ciudad.


La invadió la decepción cuando finalmente llegó a Alfonso International y vio el aparcamiento vacío y las oficinas a oscuras. Sin saber qué hacer, antes de irse decidió dar la vuelta hasta el almacén, aunque era obvio que todos se habían marchado



QUIERO TU CORAZÓN: CAPÍTULO 66

 


—¿Por qué quieres volver a trabajar al Lounge? —demandó Gaston Clifton mientras Paula se sentaba frente a él al otro lado del escritorio—. ¿Pedro no te paga lo suficiente?


Nada más llamar a la puerta del despacho de Gastón, había parecido complacido de verla. Incluso le había preguntado si iría a la gala benéfica que se celebraría para el hospital. Fue al sacar el tema de recobrar su antiguo trabajo cuando la sonrisa desapareció.


—Ya no trabajo para Alfonso International —admitió ella en ese momento, juntando las manos en su regazo con fuerza para evitar mostrar su nerviosismo.


Los ojos de Gastón mostraron incredulidad.


—No —exclamó, moviendo la cabeza—. Ni por un minuto creo que Pedro te dejara ir. Está loco por ti —de inmediato cerró la boca ante ese desliz—. Al menos es lo que he oído —se apresuró a musitar.


—De hecho, no me dejó ir. Dimití —admitió Paula—. Justo después de que rompiéramos —sabía que tarde o temprano Gastón lo averiguaría.


Ceñudo de repente, Gastón se reclinó en su sillón y la observó.


—Entonces, ¿qué es Pedro ahora —preguntó con un tono de voz cargado de sarcasmo—, otra marca en tu cama? ¿Quién será el siguiente, Paula? ¿Rodrigo Chilton? ¿Uno de los hermanos menores de Pedro? ¿Queda algún hombre en la ciudad con el que no hayas salido o a quien no hayas perseguido? —su voz había subido de forma gradual, hasta que gritó las dos últimas palabras.


Paula se quedó petrificada.


—Eso no es justo —la voz le tembló y tragó saliva—. Haces que parezca una especie de rompecorazones, pero si no lo has olvidado, Damian rompió conmigo.


Gaston hizo un gesto displicente con la mano.


—Cierto, pero he visto cómo te miraba Pedro cada vez que entraba en el Lounge. ¿Cómo has podido dejar plantado a un hombre bueno como él?


—Es una larga historia —respondió—, sobre la que no me apetece hablar. Lo único que deseo en este momento es volver a trabajar. Necesito un trabajo.


—¿Por abandonar a un buen amigo mío? —replicó Gaston—. ¿Debería contratarte para que le puedas romper el corazón a otro? ¡No lo creo!


Sus palabras eran tan injustas, su expresión tan crítica, que las lágrimas afloraron a los ojos de Pau.


—Sí cambias de parecer…


—Créeme, encanto —le interrumpió Gastón—, mientras yo esté al mando aquí, no habrá trabajo para ti en estas instalaciones —la miró de arriba abajo—. ¿Hemos terminado? Tengo trabajo —abrió una carpeta en su escritorio y procedió a repasar su contenido como si ella no estuviera presente.


Apretando los dientes para contener los sollozos de humillación que querían escapar por su garganta, Pau se puso de pie. Se sentía una completa idiota por haber ido allí, por haber dado por hecho que podría recuperar su antiguo trabajo sin ningún problema. No podría haber estado más equivocada.


Lo único bueno de todo ese episodio humillante fue que la mesa fuera del despacho de Gastón se hallaba vacía, de modo que pudo ir a los aseos sin que la vieran. De la forma más dura había aprendido que en esa ciudad no había secretos, de manera que estaba preparada para escapar sin iniciar un rumor nuevo.


Después de permanecer sentada en un cubículo el tiempo suficiente para recobrar el control, se arriesgó a mirarse en el espejo grande. Tenía la cara hecha un desastre, los ojos hinchados, la nariz roja y las mejillas pálidas como la muerte, salvo por las líneas oscuras del rímel que, evidentemente, no era resistente al agua, después de todo. Necesitó unos minutos para arreglar el daño que le permitiera emprender la huida.


Al salir en silencio al pasillo vacío, lo primero que oyó fue la elevada voz de Gastón que emergía por la puerta abierta de su despacho.


—¿Cómo puedes defenderla después de lo que hizo? —demandó—. ¡Pensé que estarías agradecido de que la echara, no que querrías arrancarme la cabeza!


A pesar de la ansiedad por escabullirse sin que la detectaran, titubeó con la espalda pegada contra la pared. Parecía como si hablara con alguien acerca de ella.


—¡Serías afortunado si la recuperaras! Es la mejor camarera que has tenido jamás.


Al instante reconoció la voz de Pedro y una oleada de melancolía amenazó con destruir su trémula ecuanimidad. Entonces comprendió lo que él había dicho. ¡A pesar de lo que ella le había hecho, la estaba defendiendo!


—Las mujeres atractivas abundan por docenas —respondió Gastón con tono desdeñoso—. Amigo, necesitas comprender que Paula Chaves no es nada especial.


—Ahí es donde te equivocas, amigo. Mi error fue no darme cuenta hasta que fue demasiado tarde de que Pau es mucho más que otra mujer hermosa. Es inteligente, divertida y muy trabajadora.


Reinó un momento de silencio en el que Pau deseó poder ver la cara de Pedro.


—No sólo he perdido a la mejor asistente que podría haber tenido —continuó con más serenidad—, sino que me temo, a pesar de lo melodramático que pueda sonar, que también he perdido a mi alma gemela.


Una puerta se abrió en el otro extremo del pasillo y apareció una chica. Pau no tuvo más alternativa que marcharse antes de que la sorprendieran escuchando a hurtadillas.