miércoles, 4 de agosto de 2021

UNA GRAN NEGOCIACIÓN: CAPÍTULO 38

 


La boda tuvo lugar menos de una semana después de que Pedro se lo pidiera a Paula.


Al contrario que la de Sonia y Miguel, se trató de una ceremonia civil discreta, en un juzgado impersonal. Después, acompañados del hermano de Pedro y de Ana, que habían actuado de testigos, fueron a un encantador restaurante en el parque de Auckland. Sentados en una mesa en la terraza, desde la que se divisaba un estanque surcado por cisnes y rodeado de sauces llorones, Paula miró de reojo a Dante, que estaba sentado en una sillita alta, atendido por Ana, y finalmente se relajó.


Estaba casada. Había conseguido asegurarse un lugar en la vida del niño.


—Enhorabuena —dijo Brian, alzando una copa de champán—. Bienvenida a la familia.


Paula sonrió y alzó su copa en respuesta. La personalidad de Brian le había sorprendido. Era más joven que Pedro y tenía un estilo coqueto de relacionarse que le resultaba divertido.


Pedro necesita estar casado —añadió Brian, mientras Pedro organizaba el menú con el dueño del restaurante.


—¿Cómo que necesita estar casado? —preguntó ella con una sonrisa de escepticismo.


—Desde luego. Le encanta la vida doméstica.


—¿A Pedro? —Paula miró hacia el hombre que con un solo gesto había atraído la atención del dueño y de tres camareros. Su hermano pequeño debía de estar equivocado. A Pedro le gustaba la vida doméstica tanto como a un tigre de Bengala.


Brian asintió enfáticamente.


—Sufre el síndrome del nido vacío —Paula lo miró desconcertada, así que Brian explicó—: Desde que me fui de casa. ¿No te ha dicho que me crió?


—No.


Paula se dio cuenta de que no sabía nada del hombre con el que se había casado.


—Hasta hace unos días ni siquiera sabía que tuviera un hermano.


—¿Qué maldades le estás contando a la novia? —preguntó Pedro nada más acabar la conversación con el dueño.


—Ninguna… todavía. Por ahora quiero darle una buena impresión. Ya llegaremos a los detalles escabrosos.


Pedro sonrió con malicia.


—Esos sólo te corresponden a ti, hermano.


El almuerzo se desarrolló en un ambiente divertido y ruidoso al que Dante contribuyó con sus gorjeos. La comida era exquisita y la luz dorada del atardecer contribuyó a la relajada atmósfera. Las bromas entre los hermanos hicieron reír a carcajadas a Ana y a Paula.


En cierto momento Dante pareció cansarse de estar sentado.


—Le llevaré a ver a los cisnes —dijo Ana, poniéndose en pie y tomando al niño—. Probablemente necesite que le cambie los pañales.


—Voy a por una manta al coche para que puedas echarlo —sugirió Pedro.


—Habrás notado que Pedro apenas habla de sí mismo —comentó Brian a Paula cuando su hermano se fue. Paula le sonrió con complicidad—. ¿Sabías que nuestros padres fallecieron? —preguntó él.


—Sí, pero no sé nada de los detalles.


—Murieron en un accidente de tren —tras una pausa, Brian siguió—. Por eso la muerte de Miguel resultó aún más dolorosa. Creo que le hizo revivir el pasado.


Paula comprendió que Pedro hubiera intentado ocultar su dolor bajo una forzada frialdad.


Brian se inclinó hacia ella con aire conspiratorio.


—¿Te ha hablado de Dana?


—¿Su ex?


—La víbora.


—¡Brian! —dijo Paula sin poder contener la risa.


—Tengo que reconocer que fue un alivio. Estaba aterrorizado de que se casara con ella.


—¿Crees que su nueva mujer debe tener ese tipo de información?


—Es esencial que lo sepas —bajó la voz—. Dana era puro veneno. Le dijo a Pedro que quería tener un hijo, pero él no la creyó.


Paula no pudo reprimir la curiosidad.


—¿Por qué?


—Pensaba que su trabajo era demasiado importante para ella como para que le dedicara tiempo a un hijo.


Eso explicaba sus suspicacias respecto a ella y Dante.


—¿Cómo sabes todo eso? —preguntó Paula.


Brian se reclinó en el respaldo de la silla y tomó un palillo.


—Soy muy observador. Además, cuando rompieron, Pedro vino a Londres y lo llevé a tomar unas copas —al ver que Paula fruncía el ceño, añadió—: Fue terapéutico. Sólo así conseguí que me lo contara.


—Eres astuto.


—Mucho —dijo Brian con satisfacción—. Y será mejor que no lo olvides, porque cuento contigo para hacer feliz a mi hermano.


Paula rió, pero su risa quedó congelada cuando sintió una mano en la cintura y la grave voz de Pedro susurrándole al oído:

—Ten cuidado con mi hermano pequeño.


—Me estaba advirtiendo que podía ser muy peligroso —bromeó ella, mirándolo de reojo.


Pedro apoyó el brazo en el respaldo de su silla e, inclinándose aún más sobre ella, añadió:

—Lo peor es que no miente.


Paula se estremeció al sentirse envuelta en el calor y la fragancia de su cuerpo.


—¿Ves? Quedas advertida —dijo Brian con expresión inocente—. Ahora me voy a contarle unas cuantas cosas a Dante.


—Mejor dirás, a flirtear con Ana —dijo Pedro. Y ocupó el asiento que su hermano dejó vacío.


Paula sintió que el nudo que tenía en el estómago se apretaba y la sonrisa abandonó sus labios.


—Brian me ha dicho que lo criaste.


—Exagera un poco.


—¿Cuántos años tenía cuando vuestros padres murieron?


—Veo que te lo ha contado todo —dijo él con expresión distante.


—No ha tenido suficiente tiempo. Pero creía que era su obligación. Recuerda que ahora soy tu mujer.


—Sólo en teoría.


La fría respuesta fue como una bofetada para Paula. Bajó la mirada para ocultar su dolor.




UNA GRAN NEGOCIACIÓN: CAPÍTULO 37

 


Durante los días que siguieron, Pedro se dio cuenta de que no se casaba con Paula sólo por Dante. Aquella mujer le volvía loco. Tanto, que no recordaba haber cometido un mayor error en su vida que prohibir el sexo en su relación. Más tarde o más temprano, tendría que romper ese acuerdo, y confiaba en conseguir convencerla.


Entre tanto, tendría que conformarse con mirar, lo cual era una tortura.


Con la excusa de hablar de Dante la llamaba al trabajo varias veces al día y contaba los minutos para oír su voz ronca y, a ser posible, arrancarle una carcajada.


El deseo lo había convertido en una marioneta.


La demostración de que su vida se había transformado se la proporcionó Iris al entrar en el despacho y anunciarle que Jeremias y Dana iban a casarse. Pedro ni siquiera se inmutó.


—¿Estás bien? —preguntó Iris.


—Perfectamente —dijo él, sonriendo de oreja a oreja—. Mucho mejor de lo que jamás hubiera pensado.


De hecho, se sentía inmensamente aliviado de haber dejado de sentir rencor y de haberse librado del deseo de venganza. Su nueva vida era mucho mejor.


Iris ordenó unos papeles sobre el escritorio.


—Se dice que Dana está embarazada.


Tampoco eso lo alteró lo más mínimo. Volvió a sonreír.


—Debería haberlo imaginado. Pobre Jeremias.


—Te has librado de una buena.


Pedro miró a Iris con curiosidad.


—No sabía que Dana le cayera tan mal.


—No pediste mi opinión, y parecías contento con ella —dijo ella, frunciendo los labios.

—A Michael tampoco le gustaba. Ni a Brett —su hermano había

expresado abiertamente sus reservas desde el primer momento.

Tampoco a ella le gustaba Brett. Por eso le alegró saber que vivía en

Londres.

Iris rompió un sobre.

—Dana hacía bien su trabajo y sabía quedar bien con quien le

interesaba. Pero habría pisado a cualquiera con tal de conseguir lo que

quería.

Nº Páginas 64—99

Tessa Radley – Una negociación millonaria

Connor cruzó las manos por detrás de su cabeza.

—No lo tenía fácil. La gente es muy dura con las mujeres de éxito —

pensó en Victoria—. Yo mismo las juzgo con severidad —se preguntó qué

pensaría Iris de ella.

—No es un problema de éxito, sino de cómo se consigue —dijo Iris sin

disimular su animadversión hacia Dana—. No sé por qué la defiendes —

concluyó, antes de dirigirse a la puerta. Al llegar se volvió—. Recuerda que

tienes una cita a las doce.

Connor asintió. Luego hizo girar su silla para mirar por el ventanal. Su

maternal ayudante pensaba que Dana lo había utilizado, pero lo cierto era

que también se había dado la situación inversa. Empezaba a darse cuenta

de que Dana le había ido bien porque no llegaba a importarle lo suficiente.

Podía estar con ella sin entregar su corazón y sin dejar de dedicarse en

cuerpo y alma al trabajo. No pensaba en ella a lo largo del día, ni ansiaba

hablar con ella como le sucedía con Victoria.

No podía negar que se trataba de un entretenimiento hermoso y que

le enorgullecía las miradas de admiración que recibía de otros hombres,

así como que sexualmente fuera muy activa.

Pero Michael había dado en el clavo al decirle que su traición le había

herido el orgullo y no el corazón.

Por otra parte, encontraba a Victoria todavía más sexy, de una

belleza más sutil… Y sospechaba que podía ser igualmente apasionada en

la cama. De lo que no cabía duda era de que era aún más inteligente que

Dana. De hecho, ésta habría utilizado el sexo para convencerle de

cualquier cosa, mientras que Victoria, después de besarlo hasta hacerle

perder el juicio, le había arrancado la promesa de un matrimonio casto.

La consecuencia era que no recordaba haber deseado nunca tanto a

nadie.

Por respeto a Suzy y Michael, habían decidido celebrar una boda

discreta. Aquella noche, después de que Dylan se durmiera, Connor fue a

la salita de Victoria. Se quedó en el umbral en silencio, observando el

cuadro y las plantas que Victoria había añadido a la decoración. Ella

estaba sentada en el sofá, bebiendo una copa de vino.

—No quiero molestar —dijo él, finalmente.

Victoria se preguntó si era tan inocente como para no saber que,

hiciera lo que hiciera, la perturbaba.

—¿Quieres una copa? —preguntó, dejando la suya sobre una mesa

junto al brazo del sofá y tomando una limpia—. Me lo ha regalado un

cliente y está muy bueno —además de servirle para relajarse y tratar de

olvidar que iba a casarse con él.

Connor pareció desconcertado. Luego asintió.

—Media copa, por favor. Me quedaré poco tiempo.

Cuando Victoria la sirvió, Connor entró y se acercó para tomarla de su

mano.

Nº Páginas 65—99

Tessa Radley – Una negociación millonaria

—Huele bien —dijo, llevándosela a la nariz. A continuación miró a

Victoria—. Venía a preguntarte si hay alguien a quien quieras invitar a la

boda. Mi secretaria puede ocuparse de mandar las invitaciones.

—No.

—¿No estás demasiado ocupada para hacerlo tú misma?

—No quiero invitar a nadie —Victoria dio un sorbo al vino—. Pruébalo.

Está delicioso.

Connor se apoyó en un escritorio clásico que quedaba frente a

Victoria y bebió.

—Muy delicado. ¿Seguro que no quieres que venga ningún amigo?

Victoria negó con la cabeza, consciente de la intensidad con la que

Connor la miraba. Aparte de Suzy, durante los últimos años de su vida

había estado demasiado ocupada como para hacer amigos. A veces salía

con sus compañeros de trabajo, pero nunca había intimado con ellos.

—¿Y tu familia? —Connor cruzó una pierna delante de la otra—. Mi

hermano va a venir.

—Yo no tengo ningún hermano —Victoria desvió la mirada—. Mi

madre está muerta y hace años que no hablo con mi padre.

—Podrías aprovechar la oportunidad para reconciliarte con él. Yo no

tengo padre ni madre. Tú, en cambio, podrías tener a tu padre a tu lado.

Victoria hizo girar la copa en la mano.

—Pensaba que nos casábamos por Dylan —dijo finalmente.

—No tiene nada de malo aprovechar la oportunidad para

reconciliarse, Victoria.

Que Connor tuviera la arrogancia de asumir que la asistencia de su

padre a la boda podía compensarla por años de abandono e

irresponsabilidad, consiguió irritarla.

—¿Quieres decir que tú piensas invitar a Dana y a Paul?

Tras un tenso silencio, Connor se limitó a decir:

—Está bien, será mejor que nos concentremos en la boda.

—Muy bien —en un esfuerzo por reconciliarse, Victoria comentó en

tono animado—: No sabía que tuvieras un hermano.

Connor acabó el vino y dejó la copa sobre el escritorio.

—Brett vive desde hace años en Londres.

—¿Y va a venir hasta Nueva Zelanda para la boda?

Connor se incorporó y sonrió con sorna.

—¿Cómo no va a venir si sabe que será la única que celebre en mi

vida?

UNA GRAN NEGOCIACIÓN: CAPÍTULO 36

 


Irresistible.


Y el vacío sería ocupado por Pedro y por Dante. Una familia. La oportunidad de tener lo que Sonia había tenido. Lo que jamás había soñado alcanzar.


Sin pensárselo, se inclinó hacia delante y besó a Pedro en los labios.


Él se quedó paralizado.


Paula entreabrió los labios y recorrió los de Pedro delicadamente con la punta de la lengua.


Él apretó su torso contra los senos de ella y su respiración se aceleró.


Paula le mordisqueó los labios, saboreó su boca; él la abrazó por la cintura, estrechándola contra sí, haciéndole sentir la dureza de su sexo contra su vientre. Luego la asió con firmeza por las nalgas y la presionó con fuerza. Ella dejó escapar un gemido. Pedro deslizó la lengua en su boca y ella aceptó la invasión con un escalofrío. Pedro exploró su boca, los lados de sus mejillas, la piel sensible del paladar. Ella dejó escapar un gemido profundo, entrecortado y anhelante.


Perdiendo la noción de dónde estaba o del transcurso del tiempo, Paula sólo era capaz de pensar en el deseo que estallaba en su interior.


Pedro metió un muslo entre sus piernas y ella se restregó contra él.


Hasta que oyeron protestar a Dante y Paula se separó de Pedro de un salto, como si se hubiera quemado.


Pedro se quedó inmóvil, con los ojos desencajados, y Paula reconoció en su mirada la misma expresión de estupor que había visto la noche que había acudido a anunciarle la muerte de Miguel y Sonia.


Paula apretó las manos para evitar alzarlas hacia su rostro y dijo:

—¿Ves lo que me haces hacer? Ha sido un error monumental.


Vio que Pedro enfurecía.


—Me he dejado llevar, eso es todo. Y tú me has provocado —dijo él.


—No quiero hacer el amor con alguien por quien no siento nada —dijo ella tras una pausa.


—No es eso lo que te he pedido —replicó él, recuperando la paciencia —. Sólo que te cases conmigo.


Paula se sintió desilusionada.


—¿Me propones un matrimonio en papel? ¿Sin sexo? —alzó la mirada hacia él con precaución. Su rostro era impenetrable.


—¿Quieres decir que, si eliminamos el sexo, estás dispuesta a considerar la oferta? —preguntó él, suspirando con fuerza.


—Puede que sí —respondió Paula, mientras su cuerpo gritaba: «Más, más».


—«Puede» no es una respuesta, Victoria. ¿Sí o no?


Aunque no se estaban tocando, Paula podía sentir el calor y la fuerza que irradiaba el cuerpo de Pedro. Se estremeció. Habría dicho cualquier cosa por romper la tensión.


—Sí —concluyó con un suspiro.




martes, 3 de agosto de 2021

UNA GRAN NEGOCIACIÓN: CAPÍTULO 35

 


El domingo por la noche, Paula se dispuso a dar el biberón de la noche a Dante mientras Pedro, sentado ante ella, elegía un cuento para leerle.


El día anterior Paula había descubierto una faceta divertida de su personalidad que le había ido asombrando, pero desde el momento que volvieron a casa y durante todo el domingo, Pedro había actuado como si quisiera evitarla.


Pedro alzó uno de los libros para mostrárselo a Dante, que succionaba con fruición.


—¿Qué tal éste? —preguntó. Y comenzó a leer. Para cuando lo acabó, Dante cerraba pesadamente los párpados. Pedro dejó el libro a un lado y se desperezó—. He estado pensando… —empezó, antes de ponerse en pie.


—¿En qué? —preguntó Paula al instante. Pedro tenía un aire distante que le desconcertaba.


Él pareció vacilar. Tras una tensa pausa, las palabras salieron de su boca como un torrente:

—Creo que deberíamos casarnos.


—¿Qué? —Dante se removió y Paula lo acunó para evitar que se despertara—. ¿De dónde ha salido esa idea? —preguntó en un precipitado susurro.


—Sería lo mejor para Dante—dijo él en voz baja—. Así nos evitaríamos tener que dar explicaciones permanentemente.


Paula no comprendía por qué no había contestado al instante que no cuando sus peleas habían sido constantes y durante los dos años anteriores había evitado por todos los medios coincidir con él. La única razón lógica era Dante.


Echó la cabeza hacia atrás y observó a Pedro. Era alto, fuerte. En su vientre se despertó un calor y una tensión que se obligó a ignorar. Dante era lo único por lo que se plantearía casarse con él.


Bajó la mirada hacia el niño de expresión dulce y relajada, ajeno al torbellino interior que ella experimentaba. Si Pedro y ella se casaban, Dante volvería a tener una familia. ¿Cómo iba a negarle esa oportunidad?


Sin embargo, no era capaz de mentirse a sí misma. Otro motivo para aceptar la oferta era asegurarse un hueco en la vida de Dante. Si accedía, podría relajarse, dejar de temer que Pedro buscara maneras de quedarse él solo con la custodia.


En ese momento, Pedro pareció leer sus pensamientos al decir:

—Casándonos, proporcionaríamos a Dante un hogar estable.


Paula se estremeció. ¿Hasta dónde pensaría llevar Pedro la idea de matrimonio? ¿Querría, tal y como había insinuado la mujer del zoo, dar hermanos a Dante? Por su parle, ella sabía que no tenía más que tocarla para hacerle arder en deseo.


Alzó la mirada hacia Pedro. Él levantó una mano para que le dejara continuar:

—Si aceptas, quiero que sepas que mi compromiso sería total. No es una propuesta con la idea de pedir el divorcio en un par de años.


Paula intentó escudriñar su rostro, pero la penumbra se lo impidió.


Para recuperar el sosiego, dejó a Dante en la cuna, encendió una tenue luz y se volvió hacia el hombre que acababa de poner su mundo patas arriba.


—¿Y si te enamoras? —preguntó.


Tampoco estaba convencida de que se le diera bien el matrimonio a ella. Sus padres no habían sido un buen modelo.


—No estoy buscando el amor —dijo él, sonriendo sin convicción—. Dana mató en mí cualquier deseo de tener un matrimonio verdadero.


Paula sintió una profunda tristeza al pensar que ninguna mujer arrebataría aquel corazón de acero que Pedro ocultaba tras una barrera impenetrable.


Sacudió la cabeza, abatida.


—No puedo casarme contigo.


Pedro se quedó paralizado.


—¿No crees que sería lo mejor para Dante?


Paula no se sentía capaz de hablarle del fracaso de sus padres y de su temor a ser una mala madre.


—Eso no puedo negarlo.


—Entonces, ¿por qué no casarnos?


Paula vaciló. Pensó en su padre ausente, en su desdichada madre.


—El matrimonio va más allá que el bien de Dante.


—¿Te refieres al sexo? —preguntó Pedro con ojos brillantes. Al ver que Paula se tensaba, añadió—: ¿Quieres decir que no quieres tener sexo conmigo?


Paula no sabía cómo contestar. No podía apartar la mirada de él, de sus labios, de su mentón.


—No, no podría…


Pedro sonrió con amargura.


—¿Puedo saber por qué?


Paula se removió como si intentaran aprisionarla.


—Porque no pienso hacer el amor con el hombre más arrogante y engreído que conozco.


—A eso se le llama ponerme en mi sitio —dijo él con una carcajada.


—Y porque no me caes bien —dijo ella, con un súbito enfado—. Ni yo a ti.

 

—Caerse o no bien no tiene nada que ver con el sexo, Paula —dijo él, en un tono que daba a entender que sonaba extremadamente puritana.


Paula se obligó a fingir una calma que estaba lejos de sentir.


—Yo necesito que un hombre me agrade para hacer el amor con él.


—¡Qué inocente! Deduzco que no hay muchos hombres que te hayan caído bien.


La indirecta fue irritante, pero Paula no se quiso rebajar a responder.


—He hecho el amor lo bastante como para saber que no me gustan los encuentros de una noche.


Incluso había salido con un hombre dos años hasta que él le había pedido en matrimonio. Paula lo había rechazado, segura de que sería un fracaso. Él insistía en que se relajara y se tomara la vida con más calma porque no comprendía las poderosas razones que la arrastraban a intentar conquistar sus ambiciosos sueños.


Al menos, en eso Pedro y ella se parecían. También él había luchado por conseguir lo que tenía.


—Te aseguro que lo nuestro no tendría nada que ver con un encuentro de una noche —dijo él con ojos chispeantes.


Paula sintió un escalofrío.


—Haces que suene a amenaza.


Pedro se acercó a ella.


—Sabes que entre nosotros saltan chispas —escudriñó el rostro de Paula como si buscara respuestas—. Lo nuestro sería como una explosión.


Resultaba tan tentador…


—Vamos, Paula, di que sí.




UNA GRAN NEGOCIACIÓN: CAPÍTULO 34

 

Mientras conducía, la miró en varias ocasiones de soslayo y se dio cuenta de que la ausencia de tensión que había caracterizado sus facciones aquel día se debía a que una sonrisa había danzado permanentemente en sus labios, lo que le hizo reflexionar que era un gesto poco habitual en ella.


—¿Cansada? —preguntó al parar en un semáforo.


—Agotada. Pero ha sido un día maravilloso.


La sonrisa que Paula le dedicó hizo que Pedro se derritiera. Para disimular, mantuvo un tono humorístico:

—Los zoos están hechos para los adultos.


—¿Por qué dices eso? —preguntó ella con curiosidad.


—¿No has visto la de bebés que había? Sus padres llevan años esperando a poder rectificar el día que les dijeron a sus padres que eran demasiado mayores como para ir al zoo con ellos.


Paula rió.


—Las luces han cambiado —dijo a continuación, enfriando la satisfacción que Pedro había sentido al hacerla reír.


—Gracias —dijo, poniendo el vehículo en marcha.


—Puede que tengas razón —dijo Paula—. De hecho, Dante ha dormido casi todo el día.


Y cada vez que echaba una cabezada, Pedro había tenido la tentación de besarla. El recuerdo de los apasionados besos que se habían dado la tarde en que ella había acabado prácticamente desnuda sobre su regazo le había mantenido despierto más de una noche desde que Paula se había mudado a su casa. Pero sabía que debía resistirse para mantener la delicada tregua que habían alcanzado.


—Lo he pasado en grande —murmuró.


—Yo también —dijo ella con voz cantarina.


Pedro habría querido desviar la mirada de la carretera para ver si sus labios se curvaban en una de sus irresistibles sonrisas.


No podía negarlo. La deseaba. Quería embriagarse con su perfume y saciar el ansia que tenía de su cuerpo.


Todo ello no hacía más que complicar la situación. Con sentido práctico, repasó las opciones que tenía. La conclusión fue que no podía tener una relación con la mujer con la que compartía la custodia de Dante.


No podía arriesgarse a tener un mal desenlace y que el niño pagara las consecuencias.


Pensó en la mujer que los había tomado por los padres de Dante. No significaba nada que hubiera pensado que Dante se parecía a Paula.


Miró al bebé por el espejo retrovisor, que dormía con la boca entreabierta.


Los ojos castaños de su madre. Esa mujer no estaba en su sano juicio.


Dante no se parecía en absoluto a Paula. Ni siquiera eran familia. Pero podrían llegar a serlo si… Paula y él se casaran. De esa manera, ella sería la esposa del hombre que había donado el esperma con el que Dante había sido concebido.


Asió el volante con fuerza. ¿Cómo habían llegado a complicarse tanto las cosas? Y más que podían comunicarse si no conseguía apagar el deseo que lo asediaba por tener el cuerpo de Paula bajo el suyo.


—Deberíamos repetirlo pronto.


—¿Qué? —Pedro temió que le hubiera leído el pensamiento.


—Ir al zoo.


—Sí, desde luego —dijo dejando escapar un suspiro de alivio.


Podrían casarse. El pensamiento volvió a asaltarlo, pero lo descartó al instante. No quería casarse, y menos con una mujer centrada en su carrera profesional.


Pero su cuerpo no parecía pensar lo mismo.




UNA GRAN NEGOCIACIÓN: CAPÍTULO 33

 


Un poco más tarde, extendieron una manta en una pradera. Pedro se tumbó y sentó a Dante sobre su pecho mientras Paula sacaba las provisiones de la cesta que habían preparado.


Paula estaba sorprendida de no haber discutido ni una vez con Pedro, quien en aquel momento suspendía a Dante en el aire imitando el ruido de un avión y riendo al ver la cara de felicidad del niño.


No podía negarse que era excepcionalmente guapo. Y que le hacía estremecer cuando, como hacía un rato, el aire se había electrificado al cruzarse sus miradas.


Volvió su atención a la cesta y sacó los sándwiches que había empaquetado Monica.


Un ruido a su espalda la sobresaltó unos segundos antes de que un balón de fútbol rodara por la manta seguida de un par de pies con deportivas y de las manos de un niño que la recuperaban.


—¡Javier, pide perdón! —llegó la voz de una adulta.


—Lo siento —dijo él con una tímida sonrisa.


Pedro se incorporó, sentó a Dante en sus rodillas y miró al chico con severidad.


—Al menos lánzala en otra dirección.


Una mujer con el cabello pelirrojo apareció detrás de Javier.


—Ya le he dicho que tenga más cuidado o se lo quitaré —dijo. Pero Javier ya se había alejado para seguir jugando—. ¡Niños! Disfruten del suyo mientras sea así de inocente.


Paula fue a sacarla de su error, pero cambió de idea. La explicación era demasiado larga.


—Eso haremos —se limitó a decir.


—Es un niño precioso —añadió la mujer. Dante hizo una burbuja de saliva—. Va a tener los ojos de su madre y los hoyuelos de su padre — concluyó, sonriendo.


—Eso parece —replicó Pedro educadamente. Y Paula le agradeció mentalmente que no la contradijera.


En el pasado, Sonia y ella solían reír cuando la gente le decía cuánto se parecía el niño a ella. En aquel momento, el recuerdo le resultó doloroso.


—Será mejor que encuentre a Javier antes de que rompa algo —dijo la pelirroja mirando a su alrededor en busca de su hijo. Luego sonrió—. Les aconsejo que tengan más de uno, o se convertirán en compañeros de juego de su hijo, y es agotador —concluyó, antes de saludar con la mano y marcharse.


Paula se removió con incomodidad al tener una imagen instantánea de lo tentadora que resultaba la idea de hacer con Pedro un hermanito para Dante. Tras lo que se le hizo como un silencio eterno, decidió mirarle, y supo al instante que había cometido un error.


Pedro la observaba fijamente, con la intensidad de un depredador, y su mirada le aceleró el corazón e hizo estallar en ella un anhelante deseo que no recordaba haber sentido nunca con anterioridad.


Paula se irguió, consciente de que le correspondía romper la tensión sexual que se había creado. Optó por el humor:

—Pobre Javier, no quiero imaginarme lo que su madre les dirá de él a sus novias.


Pedro dejó escapar una carcajada, y sorprendida, Paula descubrió que también su risa despertaba su deseo.


El día pasó demasiado deprisa.


Tras instalar a Dante en el asiento trasero, Pedro abrió la puerta para Paula y se quedó mirándole las piernas con la avaricia de un joven adolescente. Eran unas piernas preciosas, delgadas pero bien torneadas. ¿Cómo era posible que no se hubiera fijado antes?


Quizá porque nunca la había visto verdaderamente. O porque era la primera vez que, en lugar de una indumentaria clásica, Paula llevaba una falda vaquera por encima de la rodilla…


Paula carraspeó.


—Puedes cerrar la puerta.


—Lo siento —Pedro sacudió la cabeza—. No sé en qué estaba pensando.


Paula lo miró con una sonrisa maliciosa con la que le dio a entender que sabía perfectamente en qué pensaba.


—Lo siento. Siempre he sentido debilidad por las piernas. Debe de ser un instinto básico masculino.


—Pues controla tus instintos —dijo ella. Pero rió—. Será la influencia de ver a tantos animales.


—Puede ser —admitió él. Y tras cerrar la puerta fue hacia el asiento del conductor diciéndose que debía disimular el efecto que Paula estaba teniendo en él si no quería espantarla… y tener que salir corriendo tras ella.




lunes, 2 de agosto de 2021

UNA GRAN NEGOCIACIÓN: CAPÍTULO 32

 


Dos leonas se revolcaban en la hierba como dos gatos gigantes.


Dante gorjeaba entusiasmado en su sillita y varios niños gritaron cuando una de las leonas se impulsó sobre las patas para ponerse en pie y acercarse al foso que las separaba de los espectadores.


Pedro y Paula reiniciaron el paseo para ir a ver a dos elefantes que levantaban balas de heno con las trompas. Pedro miró a Paula de reojo. Desde que habían entrado en el zoo había sido objeto de numerosas miradas de admiración. Con su esplendido cabello brillando bajo el sol y los ojos castaños chispeantes, parecía más feliz que nunca.


Además de preciosa.


Para distraer su atención de la suave curva de su trasero, Pedro tomó a Dante en brazos.


—¿Ves los elefantes, Dante? —dijo Paula, señalando con el dedo. Y la rebeca amarilla se le ciñó al pecho.


Pedro reprimió un gemido e inconscientemente aumentó la presión sobre Dante, que protestó al instante.


—Lo siento, pequeño —se disculpó Pedro.


Pero Dante estaba ya hipnotizado por la visión del paquidermo más próximo, que batía sus orejas, y soltó un gritito de felicidad.


Pedro rió y cruzó una mirada de complicidad con Paula durante una fracción de segundo. Dante empezó a botar en sus brazos.


—¡Cuidado, Dante! ¡No conviene pelearse con un elefante, es demasiado grande!


—El tamaño no importa —dijo Paula.


Pedro la miró. En su caso, estaba claro que no se arredraría ante nadie. Ella se sonrojó.


—Perdona, ha sonado fatal. Me refería a que Dante no debería dejarse intimidar.


Pedro reprimió la risa.


—Entonces ¿te afirmas en que el tamaño no importa?


Paula vaciló y Pedro sonrió para sí por conseguir ponerla nerviosa.


—Quiero decir que no siempre gana el grande. Piensa en David y Goliat.


Pedro la miró de arriba abajo con expresión insinuante.


—No te pareces a ningún David que yo conozca.


Paula dejó escapar un sonido de desaprobación. Pedro lanzó una carcajada y, para su sorpresa, Paula la replicó.


—Sigamos el recorrido —dijo él, tendiéndole una mano que, desconcertándolo una vez más, Paula tomó.


Entrelazaron los dedos y siguieron caminando. Pedro sintió una corriente eléctrica, y al mirar a Paula tuvo la impresión de verla de verdad por primera vez. Entonces Dante botó sobre sus brazos para reclamar su atención y Pedro volvió a la realidad bruscamente.