La boda tuvo lugar menos de una semana después de que Pedro se lo pidiera a Paula.
Al contrario que la de Sonia y Miguel, se trató de una ceremonia civil discreta, en un juzgado impersonal. Después, acompañados del hermano de Pedro y de Ana, que habían actuado de testigos, fueron a un encantador restaurante en el parque de Auckland. Sentados en una mesa en la terraza, desde la que se divisaba un estanque surcado por cisnes y rodeado de sauces llorones, Paula miró de reojo a Dante, que estaba sentado en una sillita alta, atendido por Ana, y finalmente se relajó.
Estaba casada. Había conseguido asegurarse un lugar en la vida del niño.
—Enhorabuena —dijo Brian, alzando una copa de champán—. Bienvenida a la familia.
Paula sonrió y alzó su copa en respuesta. La personalidad de Brian le había sorprendido. Era más joven que Pedro y tenía un estilo coqueto de relacionarse que le resultaba divertido.
—Pedro necesita estar casado —añadió Brian, mientras Pedro organizaba el menú con el dueño del restaurante.
—¿Cómo que necesita estar casado? —preguntó ella con una sonrisa de escepticismo.
—Desde luego. Le encanta la vida doméstica.
—¿A Pedro? —Paula miró hacia el hombre que con un solo gesto había atraído la atención del dueño y de tres camareros. Su hermano pequeño debía de estar equivocado. A Pedro le gustaba la vida doméstica tanto como a un tigre de Bengala.
Brian asintió enfáticamente.
—Sufre el síndrome del nido vacío —Paula lo miró desconcertada, así que Brian explicó—: Desde que me fui de casa. ¿No te ha dicho que me crió?
—No.
Paula se dio cuenta de que no sabía nada del hombre con el que se había casado.
—Hasta hace unos días ni siquiera sabía que tuviera un hermano.
—¿Qué maldades le estás contando a la novia? —preguntó Pedro nada más acabar la conversación con el dueño.
—Ninguna… todavía. Por ahora quiero darle una buena impresión. Ya llegaremos a los detalles escabrosos.
Pedro sonrió con malicia.
—Esos sólo te corresponden a ti, hermano.
El almuerzo se desarrolló en un ambiente divertido y ruidoso al que Dante contribuyó con sus gorjeos. La comida era exquisita y la luz dorada del atardecer contribuyó a la relajada atmósfera. Las bromas entre los hermanos hicieron reír a carcajadas a Ana y a Paula.
En cierto momento Dante pareció cansarse de estar sentado.
—Le llevaré a ver a los cisnes —dijo Ana, poniéndose en pie y tomando al niño—. Probablemente necesite que le cambie los pañales.
—Voy a por una manta al coche para que puedas echarlo —sugirió Pedro.
—Habrás notado que Pedro apenas habla de sí mismo —comentó Brian a Paula cuando su hermano se fue. Paula le sonrió con complicidad—. ¿Sabías que nuestros padres fallecieron? —preguntó él.
—Sí, pero no sé nada de los detalles.
—Murieron en un accidente de tren —tras una pausa, Brian siguió—. Por eso la muerte de Miguel resultó aún más dolorosa. Creo que le hizo revivir el pasado.
Paula comprendió que Pedro hubiera intentado ocultar su dolor bajo una forzada frialdad.
Brian se inclinó hacia ella con aire conspiratorio.
—¿Te ha hablado de Dana?
—¿Su ex?
—La víbora.
—¡Brian! —dijo Paula sin poder contener la risa.
—Tengo que reconocer que fue un alivio. Estaba aterrorizado de que se casara con ella.
—¿Crees que su nueva mujer debe tener ese tipo de información?
—Es esencial que lo sepas —bajó la voz—. Dana era puro veneno. Le dijo a Pedro que quería tener un hijo, pero él no la creyó.
Paula no pudo reprimir la curiosidad.
—¿Por qué?
—Pensaba que su trabajo era demasiado importante para ella como para que le dedicara tiempo a un hijo.
Eso explicaba sus suspicacias respecto a ella y Dante.
—¿Cómo sabes todo eso? —preguntó Paula.
Brian se reclinó en el respaldo de la silla y tomó un palillo.
—Soy muy observador. Además, cuando rompieron, Pedro vino a Londres y lo llevé a tomar unas copas —al ver que Paula fruncía el ceño, añadió—: Fue terapéutico. Sólo así conseguí que me lo contara.
—Eres astuto.
—Mucho —dijo Brian con satisfacción—. Y será mejor que no lo olvides, porque cuento contigo para hacer feliz a mi hermano.
Paula rió, pero su risa quedó congelada cuando sintió una mano en la cintura y la grave voz de Pedro susurrándole al oído:
—Ten cuidado con mi hermano pequeño.
—Me estaba advirtiendo que podía ser muy peligroso —bromeó ella, mirándolo de reojo.
Pedro apoyó el brazo en el respaldo de su silla e, inclinándose aún más sobre ella, añadió:
—Lo peor es que no miente.
Paula se estremeció al sentirse envuelta en el calor y la fragancia de su cuerpo.
—¿Ves? Quedas advertida —dijo Brian con expresión inocente—. Ahora me voy a contarle unas cuantas cosas a Dante.
—Mejor dirás, a flirtear con Ana —dijo Pedro. Y ocupó el asiento que su hermano dejó vacío.
Paula sintió que el nudo que tenía en el estómago se apretaba y la sonrisa abandonó sus labios.
—Brian me ha dicho que lo criaste.
—Exagera un poco.
—¿Cuántos años tenía cuando vuestros padres murieron?
—Veo que te lo ha contado todo —dijo él con expresión distante.
—No ha tenido suficiente tiempo. Pero creía que era su obligación. Recuerda que ahora soy tu mujer.
—Sólo en teoría.
La fría respuesta fue como una bofetada para Paula. Bajó la mirada para ocultar su dolor.