—Muchísimas gracias por habernos llevado a ver a Mauro Drysdale. Es un médico encantador —dijo Paula al llegar a su casa, entrando precipitadamente y haciendo ademán de cerrar la puerta.
Pedro metió el pie en la ranura.
—No vayas tan deprisa —gruñó.
—Si no te importa, tengo que atender a Dante —dijo ella, cruzándose de brazos para hacer fuerza con el hombro sobre la puerta.
—Claro que me importa —dijo él con gesto amenazador.
—Pedro, es tarde. ¿No puedes esperar a mañana?
—¡No! —estaba harto de ceder. A partir de entonces, las cosas se harían a su manera. Empujó la puerta hasta que Paula se apartó—. ¿Vas a quedarte en casa mañana?
—No puedo. Estoy en medio de… —Paula dejó la Frase en el aire. Luego tomó aire y se pasó los dedos por el cabello—. Tengo que pensar qué hacer. Puede que contrate a una enfermera.
—¿Y dejar al niño con una desconocida? —Pedro sintió que la rabia que había logrado contener en los días precedentes emergía a la superficie.
—Buscaré a alguien con buenas referencias.
—No tienes por qué.
El temor nubló la mirada de Paula.
—¿Qué quieres decir?
—¡Me mentiste al decir que te tomarías tiempo libre en el trabajo!
—No te prometí nada.
—Me mentiste por omisión. Sabes que creí que ibas a hacerlo. ¿Cómo le atreves a llevar a Dante a una guardería sin mi permiso? ¡Recuerda que compartimos su custodia y que puedo pedir que te la retiren!
Paula lo miró aterrada.
—No puedes hacer eso.
—Claro que sí. Y lo haré si persistes en tu actitud. Aquí lo único que importa es el bienestar de Dante.
—Todo lo que hago es por su bien.
—No es cierto. Sólo te preocupas por tus propios intereses, por esa maldita carrera profesional que tanto te importa.
Paula palideció.
—Pero yo…
Pedro no estaba dispuesto a dejarse engañar por su aparente fragilidad.
—No hay nada peor que una mujer ambiciosa capaz de todo por conseguir lo que quiere.
Una constelación de pecas que Pedro nunca había observado destacó contra la palidez del rostro de Paula.
—Jamás pondría en peligro a Dante por mi carrera…
—¿Jamás? ¿Por eso lo llevas a una guardería en la que puede enfermar y en la que Sonia nunca lo habría dejado?
Paula dio un paso atrás.
—La propia Sonia lo apuntó. No he hecho nada que ella no hubiera aprobado.
Pedro vaciló por una fracción de segundo, pero Dante era su hijo y ya nunca estaría tranquilo dejándolo en manos de Paula.
—¿Por qué demonios no me has llamado? —preguntó, fuera de sí.
Eso era lo que más lo enfurecía. Dante era su hijo. Lo que no había sido más que un favor a un amigo se había convertido en lo más importante de su vida. Y Paula era tan testaruda y orgullosa que prefería arriesgar su salud a contar con él.
—Porque me lo habrías quitado —dijo ella con ojos centelleantes.
—¡Maldita…! —Pedro se contuvo al ver que Paula cerraba los ojos asustada. Dio un paso atrás y dominó la ira que lo sacudía de pies a cabeza—. Esto ha ido demasiado lejos. Me llevo a Dante.
—¡No! —gimió Paula—. ¡No puedes!
—Ya verás como sí.
Paula alzó la barbilla, retadora.
—No, Miguel y Sonia querían que compartiéramos la custodia, así que sólo veo una solución.
—¿Cuál?
—Que yo también vaya a vivir contigo.
Pedro la miró con incredulidad. Tras un tenso silencio, dijo:
—De acuerdo. Puedes venir.