Agosto, dos años atrás
Paula bajó del taxi delante de la encantadora iglesia en la que Sonia y Miguel se casarían al día siguiente.
—¡Hola, Paula! —saludó Sonia desde detrás de una valla blanca—. ¡Qué alegría que hayas podido llegar a tiempo!
—Lo mismo digo —dijo Paula, estrechando a Sonia en un fuerte abrazo—. Creía que me perdía el ensayo —había trabajado hasta el último minuto en la auditoría de uno de sus principales clientes. El mensaje de Sonia anunciándole que se casaba en cinco días la había dejado estupefacta, aunque luego se había dado cuenta de que su amiga llevaba un mes precediendo todo lo que decía con un: «Miguel dice…»—. ¿No has tomado una decisión un poco precipitada?
Sonia le tomó la mano.
—Ven a ver cómo está quedando la iglesia.
—No me has contestado —dijo Paula con firmeza.
Sonia sonrió de oreja a oreja.
—Pau, no vas a convencerme de que anule la boda con Miguel.
Paula sonrió a su vez.
—Espero que Miguel sepa en lo que se mete. ¿Está por aquí?
—Viene de camino con Pedro, el padrino. Esta noche queremos cenar con vosotros. He reservado una mesa en Bentley's —giró sobre sí misma con entusiasmo—. ¡Estoy deseando que llegue mañana!
Paula rió y, tirando de su maleta, cruzó tras Sonia el patio de la iglesia. El sol se filtraba entre las ramas de los árboles, proyectando sombras sobre el reloj de sol que ocupaba el centro.
Paula se detuvo súbitamente.
—¿Qué pasa? —preguntó Sonia.
—¿No crees que deberías esperar? Sólo hace un mes que…
—Conozco a Miguel —interrumpió Sonia—, pero sólo necesité una hora para saber que era mi hombre.
—Pero Sonia…
Sonia dio una patada en el suelo.
—No sigas por ahí. Pau. Sólo quiero que te alegres por nosotros, por favor.
Aunque se suponía que, de las dos, ella era la más sensata, Paula nunca había podido negarle nada a Sonia.
El ruido de pisadas impidió que respondiera. Al volverse, Paula abrió los ojos de sorpresa al ver al hombre alto, de cabello negro y rasgos marcados que acompañaba a Miguel. Reconoció el tipo al instante porque en su trabajo solía coincidir con ellos: un hombre de negocios de éxito, un magnate. Rico, seguro de sí mismo, implacable.
Los miró alternativamente, preguntándose dónde se habrían conocido.
Debió de decir algo sin darse cuenta, pues el hombre la miró directamente y la frialdad de su mirada de ojos de color gris claro hizo que el corazón le diera un salto. Implacable.
—Pedro Alfonso —se presentó él con voz grave.
Paula identificó el nombre al instante. Desde sus comienzos, Harper-Alfonso Architecture había conseguido premios por la restauración de edificios victorianos y el diseño de edificios comerciales.
Paula aceptó la mano que le tendía y le sorprendió notar su palma áspera y callosa, tan poco habitual en un arquitecto que trabajaba con planos. Por lo que Paula sabía, era un genio de los negocios, astuto, eficaz y con una extraordinaria intuición para elegir proyectos que se convertían en emblemáticos. Era muy rico y, por eso mismo, resultaba desconcertante que tuviera las manos de un obrero. Paula había oído que su siguiente proyecto consistía en la transformación de la zona industrial de la orilla del río. Captarlo como cliente constituiría un éxito innegable en su carrera. Un par de clientes como él la lanzarían a los más altos escalafones en Archer, Cameron y Edge.
Pedro bajó la mirada hacia sus manos y Paula se ruborizó al darse cuenta de que seguía estrechándosela. También Sonia la miraba.
—¿Os conocéis?
Paula negó con la cabeza.
—Pedro, ésta es la mejor amiga de Sonia, Paula Chaves —los presentó Miguel con una sonrisa—. A pesar de su fama, Pedro no muerde —dirigiéndose a su amigo, añadió—: Paula es socia de ACE.
Ella supo que debía aprovechar la oportunidad que Miguel le brindaba.
—¿La agencia auditora? —preguntó Pedro.
Paula, consciente de que tenía ante sí la oportunidad de su vida, en lugar de aprovecharla, se limitó a asentir con la cabeza. Se había quedado sin voz. De haberla visto en aquel instante, Virginia Edge, socia fundadora de Archer, Cameron y Edge, se habría horrorizado. Pero lo cierto era que en lugar de pensar en algo profesional que decir, lo único que le pasaba por la cabeza era en alejarse de aquel hombre tan… inquietante.
Sin conseguir librarse de una mezcla de aprensión y hormigueo, siguió a Sonia hacia el interior de la iglesia mientras Miguel se llevaba su maleta.