sábado, 3 de julio de 2021

IRA Y PASIÓN: CAPÍTULO 44

 


Máximo los esperaba en el aeropuerto para llevarlos en limusina al ático de Pedro sobre Central Park. Y Paula seguía sin creer que la hubiese llevado allí engañada. ¿Qué clase de hombre era Pedro Alfonso? ¿Con qué clase de monstruo se había casado?


Una vez en el ascensor, Pedro pulsó el botón del ático y se apoyo en la pared, mirándola sin expresión.


—Pensé que Máximo vendría con nosotros —dijo ella, sin mirarlo.


—No, está aparcando la limusina en el garaje. Luego subirá las maletas y se marchará.


—Pasa mucho tiempo contigo. ¿A qué se dedica exactamente?


—Máximo es mi jefe de seguridad y un amigo en el que siempre puedo confiar.


—¿Un guardaespaldas quieres decir? Pero eso es ridículo.


—No es ridículo. Inconveniente a veces, pero en mi mundo es necesario. Máximo vigila por mí, dispuesto a informarme de cualquier peligro. De hecho, desde que nos casamos tú también tienes un guardaespaldas.


—¿Quieres decir que han estado vigilándome todo el tiempo? — exclamó ella, atónita. Era como si su intimidad hubiera sido invadida, junto con su cuerpo y todo lo demás, desde el día que se casó con él—. Yo no quiero guardaespaldas. No me gusta que me sigan a todas partes.


Pedro se encogió de hombros.


—El operativo de Máximo es totalmente discreto. Te garantizo que no lo notarás siquiera. Soy un hombre muy rico, Paula, y mi esposa podría ser objetivo para algún secuestrador.


— Y tú sabes mucho sobre secuestros, ¿no? —le espetó ella.


—Olvídalo, cariño. Estás aquí y la seguridad no es negociable. ¿Lo entiendes?


Paula lo entendía muy bien, pero no tenía intención de soportar que alguien la vigilase veinticuatro horas al día y sabía que podría escapar de esa vigilancia cuando quisiera.


—Sí, claro. Perfectamente.


Una vez en el ático, Pedro le presentó a su ama de llaves, María, y a su marido, Felipe, que cuidaban la casa por él.


—María te enseñará la casa. Yo tengo mucho trabajo.


—Espera… ¿dónde está el teléfono? —Preguntó Paula—. Tengo que llamar a Marina para decirle dónde estoy.


—¿No has traído tu móvil?


Sabía que tenía uno porque la había llamado frecuentemente cuando estaban saliendo.


—No pensé que me hiciera falta en mi luna de miel.


—Muy bien, Paula, entiendo el mensaje —suspiró Pedro—. Lo sé, la luna de miel no ha sido lo que tú esperabas, pero la vida rara vez es lo que uno espera —añadió, enigmático—. Ésta es tu casa ahora, puedes usar el teléfono y todo lo demás.


—Muy bien. ¿Me prestas tu ordenador?


—No hace falta. Te traerán uno mañana mismo —contestó él—. Si quieres comer algo, díselo a María… aunque a mí se me ocurre algo más entretenido que comer. Pero, por tu expresión, dudo que estés de acuerdo —dijo Pedro, irónico—. Nos vemos a la hora de la cena.


Después de eso desapareció. Diciendo la última palabra, como siempre, pensó ella, amargada.





IRA Y PASIÓN: CAPÍTULO 43

 

El almuerzo fue servido en la terraza, pero no había ni rastro de su marido. Aunque no tenía apetito, Paula estaba intentando comer algo cuando la criada apareció con un mensaje de Pedro. Por lo visto, estaba demasiado ocupado para comer con ella y había pedido que llevasen una bandeja a su estudio. También le decía, en el tono habitual, que debía estar lista en una hora.


Paula bajó las escaleras exactamente una hora después, vestida con el traje azul marino. Pedro, en el vestíbulo, con el ordenador portátil en una mano y el móvil en la otra, se volvió al oír el repiqueteo de los tacones, sus ojos oscureciéndose un poco más al recordarla bajando la escalera de Deveral Hall el día de su boda. Entonces llevaba el mismo traje azul, sus ojos azules brillando de felicidad, con una sonrisa que podría iluminar todo el salón.


De repente, reconoció la diferencia que había estado dando vueltas en su cabeza desde que llegaron los invitados en Montecarlo. El sexo entre ellos era genial, pero no había vuelto a ver un brillo de felicidad en sus ojos, ni la había oído susurrar palabras de amor como en su noche de boda.


Paula se había vuelto una amante entusiasta, pero silenciosa.


Aunque eso daba igual. Era su mujer y había conseguido lo que quería.


Entonces, ¿por qué no se sentía satisfecho?


—Ah, veo que ya estás lista —cuando se acercaba al pie de la escalera se le ocurrió una idea que le pareció brillante—. Vamos, el helicóptero está esperando.


En Atenas tomaron el jet privado de Pedro, pero en cuanto estuvieron en el aire se apartó de ella y, sentándose al otro lado del pasillo, abrió su ordenador y se puso a trabajar.


Después de servir el café y ofrecerle unas revistas, Juan, el auxiliar de vuelo, le preguntó si necesitaba algo más. Era un joven agradable y, charlando con él, Paula descubrió que su ambición era viajar por todo el mundo y su trabajo una manera de conseguirlo.


En cuanto a Pedro, apenas la miró.


Paula cerró los ojos, pensativa. ¿Hacia bien volviendo a Inglaterra?


Tomas y Marina enseguida se darían cuenta de que le pasaba algo. Aunque podría alojarse en el ático de Pedro… podía buscar excusas para no verlos y, además, estar sola era justo lo que necesitaba en ese momento.


Cuando volvió a abrir los ojos, mucho tiempo después, Juan se acercó para preguntarle si quería comer algo y ella miró su reloj.


—Pero ya debemos estar a punto de llegar, ¿no?


—No, aún estamos a medio camino.


—¿A medio camino?


—Hay seis horas de vuelo hasta Nueva York…


—Cállate, Juan —intervino Pedro—. Déjanos solos un momento.


Cuando el auxiliar de vuelo desapareció, Paula le dirigió una mirada asesina a su marido.


—Eres un mentiroso…


—No pensarías que iba a dejar que me dieras órdenes, ¿no? Ninguna mujer me dirá nunca lo que tengo que hacer.


Muda de rabia, Paula miró alrededor. Estaba atrapada a diez mil metros sobre el Atlántico.


—No puedes hacerme esto. Es un secuestro…


—Ya lo he hecho, acéptalo.


—¡No voy a aceptarlo! —exclamó ella, furiosa. Quería gritar de rabia y de frustración pero, ¿de qué serviría?


—Haz lo que quieras —sonrió Pedro—. Pero si cambias de opinión, estos asientos se convierten en una cama estupenda. Los vuelos largos son muy aburridos.


«Nunca», pensó Paula, indignada.




IRA Y PASIÓN: CAPÍTULO 42

 


—¿Qué te gustaría hacer el último día? —preguntó Pedro.


Paula, con una taza de café en la mano y las piernas estiradas, miraba fijamente hacia el jardín.


—Había pensado nadar un rato en la piscina y luego hacer la maleta.


Brillaba bajo el sol, una chica dorada en todos los aspectos, pensó él.


Todo el mundo en la isla la adoraba. Era divertida y simpática con todos.


Evidentemente, había olvidado la discusión sobre su padre y el comentario de la estúpida Sofia Harding. Claro que él siempre había sabido que sería así después de una semana en su cama, pensó, satisfecho consigo mismo.


En realidad, no había pasado una semana mejor en toda su vida. Ella era la pareja perfecta, en la cama y fuera de la cama. Y más de lo que podría haber deseado. Llevaba un bikini de color carne con un fino pareo encima, atado con un nudo sobre sus pechos, y sintió que su cuerpo despertaba aunque no había pasado mucho tiempo desde que hicieron el amor en la ducha.


Para ser una chica tan inocente tenía un sorprendente buen gusto en cuanto a ropa interior. Claro que ella era de naturaleza sensual y, mientras fuera sólo para sus ojos, no era un problema.


—Entonces será mejor que reserve un vuelo a Londres.


Perdido en la contemplación de su cuerpo, y en lo que quería hacer con él, Pedro casi se perdió el resto de la respuesta.


—No hace falta. El helicóptero vendrá a buscarnos mañana para llevarnos a Atenas, donde nos espera mi jet.


—Pero pensé que tenías que ir a Nueva York…


—Así es.


—Yo tengo que estar en Londres el martes. Tengo que estudiar unos documentos muy frágiles que no pueden sacarse del museo.


La expresión de Pedro se oscureció. Sí, le había dicho que la apoyaría en su carrera, pero eso había sido antes. ¿Antes de qué?, se preguntó. Antes de haber desarrollado un ansia insaciable por ella…


Quizá lo mejor era que fuese a Nueva York solo. Tendría reuniones todo el día y Paula sería una distracción. No, pensó luego. Él tenía las noches libres y Paula podía divertirse sola. Nunca había conocido a una mujer a la que no le gustase ir de compras por Nueva York.


—Pero nunca has estado en mi ático de Londres. Tengo que acompañarte para hablar con los de seguridad, presentarte a los empleados… sería mucho más conveniente que dejaras lo del museo para más tarde, cuando pudiéramos ir a Londres juntos. Te gustará Nueva York y, mientras yo trabajo, tú puedes ir de compras.


¿Conveniente para quién?, se preguntó ella, irónica.


Pedro le había contado más cosas sobre su pasado, siempre sorprendentes. Y, aunque no lo parecía, estaba segura de que todo eso tenía que haberle afectado de alguna forma. Era medio griego y, sin embargo, parecía más peruano que otra cosa. Admitía que el trabajo era toda su vida,pero su único interés verdadero era criar caballos en su finca de Perú.


Habían nadado desnudos en el mar, habían hecho el amor cada vez que lo deseaban, que era casi constantemente… pero todo aquello tenía que terminar porque, en sus pocos momentos de soledad, e incluso haciendo un esfuerzo por entender su comportamiento, seguía sin perdonar u olvidar la razón por la que se había casado con ella.


—No me gusta demasiado ir de compras y puedo alojarme en mi casa.


Paula vio que se ponía tenso. No, no le gustaba eso. En su masculina presunción, creía saberlo todo sobre ella, pero sólo conocía su nombre. Y su cuerpo.


—No tienes que preocuparte —siguió—. No le contaré a Tomas y Marina la razón por la que te casaste conmigo. No tiene sentido darles un disgusto repitiendo las mentiras que dijiste sobre mi padre —Paula se levantó—. Voy a reservar un vuelo antes de irme a la piscina.


—No —Pedro se levantó también para sujetarla del brazo—. No te mentí sobre tu padre y tengo una carta que lo demuestra.


—Lo creeré cuando lo vea.


—La verás, te lo aseguro.


—Si tú lo dices… —Paula se encogió de hombros—. Claro que tu hermana podría haber mentido, ¿no se te ha ocurrido pensar eso? —Estaba siendo deliberadamente insultante y le dolía serlo, pero tenía que escapar de alguna forma—. Después de todo, no era precisamente la madre Teresa de Calcuta…


Pedro tiró de su mano para atraerla hacia sí y aplastó sus labios en un beso salvaje, más un castigo que una caricia.


—¿Se puede saber qué demonios te pasa? —le preguntó después—. Pensé que…


—¿Qué creías, que tu habilidad en la cama me haría olvidar por qué te has casado conmigo? Pues lo siento, pero no lo olvidaré nunca. Necesito estar en Londres el martes para seguir con mi carrera como habíamos acordado, eso es todo lo que tienes que saber.


Pedro la soltó y dio un paso atrás, mirándola con expresión helada.


—Muy bien, pero tendremos que comparar agendas. No tengo intención de estar solo mucho tiempo —dijo luego, alargando una mano para apartar el pelo de su cara—. En cuanto a reservar vuelo, olvídalo. Ve a nadar, una de las criadas hará tu maleta. Nos iremos después de comer.


Te acompañaré a Londres y viajaré a Nueva York mañana por la mañana.


Que hubiese cambiado de opinión era extraño en él, pero su expresión era indescifrable, distante.


—¿Lo dices en serio?


—Por supuesto. Evidentemente, la luna de miel ha terminado y no tiene sentido pasar otra noche aquí. Nos vemos luego, Paula. Ahora tengo que hablar con el piloto.


Y, después de decir eso, se alejó.




viernes, 2 de julio de 2021

IRA Y PASIÓN: CAPÍTULO 41

 


Recién bañada y vestida con un pantalón corto y una camiseta, Paula bajó a la terraza, donde ya estaba servido el desayuno. Pedro había saltado de la cama para contestar a una llamada urgente una hora antes y Paula no sabía dónde podía estar.


Suspirando, se acercó a la balaustrada para admirar el paisaje. La villa estaba situada sobre una colina encima de la bahía y el jardín llegaba casi hasta la playa, la arena blanca hundiéndose en el mar, de un color verde azulado. Cerca había un muelle y un pueblo de pescadores, pero Paula sentía como si fuera la única persona viva en el planeta.


De repente, un brazo la tomó por la cintura.


—¿ Te gusta mi casa? —le preguntó Pedro al oído.


—Gustarme es poco. Este sitio es un paraíso.


O podría serlo si las circunstancias fueran otras. La villa tenía cinco dormitorios, tres salones, un estudio y un vestíbulo circular con una escalera de mármol. No era excesivamente grande, pero tenía un gimnasio en el sótano, un salón de juegos y un fabuloso jardín con piscina. Cuatro empleados de servicio se encargaban de satisfacer todas sus necesidades, llevando la casa como un reloj, y un equipo de jardineros mantenía el jardín en perfectas condiciones.


La villa lo tenía todo; como su propietario, pensó, disimulando un suspiro.


—¿Qué te apetece hacer hoy?


—Explorar, nadar un rato en el mar... por ahora sólo he visto esta terraza y el dormitorio.


—Tus deseos son órdenes para mí —sonrió Pedro.


Media hora después, atravesaban la carretera que llevaba al pueblo en un todoterreno. Pedro, vestido con unos viejos vaqueros y Paula, con una gorra y los brazos y las piernas cubiertos de crema solar.


—Voy a llevarte a un sitio donde se toma el mejor café del mundo, pero no le cuentes a mi ama de llaves que yo he dicho eso —sonrió Pedro, parando el todo terreno frente a la terraza de un café.


El propietario salió de inmediato y Paula observó, atónita, que se abrazaban como si fueran viejos amigos. Aquel era su hogar, evidentemente. Su marido le presentó al hombre, que insistió en servirles café y pastelitos. Y, mientras intentaba probarlos, todos los vecinos del pueblo fueron desfilando por allí para saludarlos. O eso parecía.


Aquél era un Pedro que no había visto nunca.


Riendo, charlando con todos, totalmente relajado…


—Ven —elijo luego, tirando de ella—. Hora de explorar.


Estuvieron todo el día explorando la isla. Comieron un queso de cabra buenísimo y un pan recién hecho y luego pasaron la tarde en una playa desierta.


Pedro se quitó los vaqueros y, totalmente desnudo, la convenció para que hiciera lo mismo. Nadaron, rieron… y Paula descubrió que era posible hacer el amor en el mar. Por fin, cuando el sol empezaba a ponerse, volvieron a la villa; Paula ligeramente quemada y cubierta de arena de la cabeza a los pies, Pedro más bronceado y alegre que nunca.


Compartieron ducha, cenaron en la terraza y se acostaron temprano.


Era la luna de miel que ella había esperado y, aunque sabía que era una mentira, Paula olvidó sus inhibiciones y disfrutó cada segundo. Sabía que nunca amaría a otro hombre como amaba a Pedro y, con eso en mente, bloqueó todo pensamiento negativo. Una semana de felicidad era lo que se había prometido a sí misma.


Y, asombrosamente, lo fue.





IRA Y PASIÓN: CAPÍTULO 40

 


Apoyándose en la barandilla, recordó las que ella había hecho en la iglesia el día de su boda. Había hecho esas promesas de corazón, pero evidentemente para Pedro no significaban nada. En cuanto a las excusas sobre sus ex amantes, si eran ex amantes de verdad, no las creía ni por un momento.


Pedro era un hombre sexualmente muy activo, incluso siendo inexperta se había dado cuenta de eso. Pero dudaba que él hubiese notado el cambio que se había experimentado en ella desde su noche de bodas.


Ahora era una amante silenciosa, pero a Pedro parecía darle igual. Si no se acostase con ella, se acostaría con cualquier otra mujer.


Esa idea le encogió el corazón y con el dolor llegó una idea, quizá una posibilidad de escape…


Pedro era un hombre muy rico y, sin embargo, había olvidado pedirle que firmasen una separación de bienes antes de la boda. O, seguramente, la suprema confianza en su habilidad de mantenerla sexualmente satisfecha le hizo creer que no lo necesitaba.


Pero que Pedro le fuese fiel era prácticamente increíble. Quizá lo único que tenía que hacer era esperar. Inevitablemente tendrían que separarse en algún momento… ella se aseguraría de que así fuera. Una vez, sólo una vez, sería suficiente para pedir el divorcio. Y su abogado le exigiría una buena cantidad de dinero, suficiente para que no volviese a amenazar a su familia nunca más.


Era una idea terrible que no le gustaba en absoluto, pero viviendo con un cínico como Pedro Alfonso no era ninguna sorpresa que empezase a pensar como él.


Pedro había dicho que era la química sexual la que unía a las parejas y que, tarde o temprano, eso desaparecía. Muy bien, entonces, después de una semana en la isla, saciada por fin, podría verse libre de aquel anhelo sensual que la ataba a su marido. O al menos podría controlarse un poco.


Sí, decidió. Lo haría… haría que el resto de su luna de miel se convirtiera en una explosión de sensualidad aunque su matrimonio fuese un completo fiasco.




IRA Y PASIÓN: CAPÍTULO 39

 

Pedro le había pasado un brazo por la cintura mientras se despedían de los últimos invitados; la viva imagen de la felicidad marital, pensó Paula, cuando nada podía estar más lejos de la realidad.


—¿Dónde te gustaría ir? —le preguntó cuando se quedaron solos—. Debo estar en Nueva York el lunes, pero tenernos una semana para nosotros solos. Podemos hacer un crucero por el Mediterráneo o ir a mi villa en las islas griegas, lo que tú prefieras.


Paula sabía lo que estaba pensando. Esa mañana habían hecho el amor... no, habían tenido relaciones sexuales, se corrigió a sí misma, sintiendo un dolor ya familiar en el pecho.


Después, Pedro había querido explicarle por qué mintió Sofia Harding… aparentemente había intentado seducirlo un par de años atrás y él la había rechazado, pero tenían que seguir viéndose porque su marido era amigo suyo. También le cantó que había habido mujeres en su vida, pero que si se hubiera acostado con todas las que decían las revistas, no habría podido hacer una fortuna y habría muerto de agotamiento. Paula, entre sus brazos, saciada por completo, asintió con la cabeza porque no podía hacer mucho más. Pero no le había pasado desapercibido que no había dicho cuántas mujeres había habido en su vida. Luego, sonriendo con masculina satisfacción, Pedro le había dado un tierno pero, en opinión de Paula, condescendiente beso en la mejilla.


Era asombroso que un hombre tan brillante como él pudiera separar completamente la parte física y la parte emocional en lo que se refería al sexo.


Ella no podía hacerlo, pero estaba atrapada. Y no sólo por el miedo a la ruina de su familia. Estaba atrapada por el deseo que sentía por él. Era como una fiebre. Había creído estar curada después de lo que descubrió el día anterior, pero lo que pasó por la mañana le había demostrado que no era así.


Sabía que cada día que pasara con él caería aún más bajo su hechizo.


No podía resistirse y Pedro era consciente de ello. Antes no sabía que el sexo pudiera ser tan adictivo, pero ahora lo sabía bien. Deseaba que la tocase, que la hiciera suya, y eso la llenaba de vergüenza.


Máximo se había marchado con los invitados y, solos ahora, paradójicamente el yate parecía más pequeño. Y pasar una semana allí sin poder escapar no resultaba nada apetecible. Al menos en tierra tendría posibilidad de dar un paseo, de escapar de aquella abrumadora atracción.


En el yate, no podría esconderse en ningún sitio…


—Supongo que volver a casa no es una posibilidad —dijo con cierto sarcasmo.


—Tu casa está conmigo. Decide o yo decidiré por ti.


—En ese caso, las islas griegas suenan mejor —contestó Paula.


—Muy bien, informaré al capitán. Desgraciadamente, yo tengo trabajo y no puede esperar. Diviértete sola un rato, ve a la piscina si te apetece — Pedro la atrajo hacia sí para besarla posesivamente—. Te veo después. Es una promesa.


Y, por el brillo de sus ojos, era una promesa que pensaba cumplir.


—Muy bien —murmuró Paula. Probablemente ésa era la única promesa que le hacía a una mujer, pensó con tristeza.



jueves, 1 de julio de 2021

IRA Y PASIÓN: CAPÍTULO 38

 



Pedro dio un paso adelante, su primera reacción fue ir tras ella para convencerla de que estaba diciendo la verdad. Pero su orgullo masculino se lo impidió. Nunca había tenido que justificarse ante una mujer y no iba a hacerlo ahora. Eso era como suplicar…


Otra experiencia nueva para él. Ninguna mujer lo había rechazado, nunca había tenido que pedir disculpas por nada. Pero Paula le había insultado descaradamente, incluso le había dicho que podía ir a buscar a otra mujer…


Furioso, soltando una retahíla de palabrotas, abrió la puerta del camarote de un empujón y subió a cubierta para calmarse un poco. No podía quedarse allí, escuchando insultos.


Más tarde, cuando volvió al camarote, encontró a Paula profundamente dormida.


Era tan inocente… seguramente Sofia Harding sabía que estaba escuchándola y se había dedicado a contar mentiras para hacerle daño.


Paula no era rival para alguna de las mujeres que se movían en el círculo de los ricos.


Pedro había aprendido tiempo atrás que era absurdo negar una acusación. Cualquier mujer con la que lo vieran era etiquetada como una nueva conquista o una nueva amante, aunque él nunca había tenido una amante en el estricto sentido de la palabra. La historia de su madre, esperando toda la vida a un hombre que iba a visitarla de vez en cuando y que para él fue un padre inexistente, había sido una lección que no olvidaría nunca.


Sí, él era soltero, sano y sexualmente activo; por supuesto que había mujeres en su vida, mujeres con quienes mantenía relaciones informales y a las que no había engañado nunca sobre sus intenciones. Sólo una vez tuvo una aventura de una noche y había sido con Eloisa. Que Paula le creyese era cuestionable, claro. Pero fuera lo que fuera lo que su padre le había hecho a su hermana, su obligación moral era convencerla de que estaba diciendo la verdad.


Sin hacer ruido, se duchó antes de meterse en la cama con ella y le pasó un brazo por la cintura, pero Paula no se movió.


La convencería por la mañana, fue su último y arrogante pensamiento antes de quedarse dormido.