sábado, 3 de julio de 2021

IRA Y PASIÓN: CAPÍTULO 42

 


—¿Qué te gustaría hacer el último día? —preguntó Pedro.


Paula, con una taza de café en la mano y las piernas estiradas, miraba fijamente hacia el jardín.


—Había pensado nadar un rato en la piscina y luego hacer la maleta.


Brillaba bajo el sol, una chica dorada en todos los aspectos, pensó él.


Todo el mundo en la isla la adoraba. Era divertida y simpática con todos.


Evidentemente, había olvidado la discusión sobre su padre y el comentario de la estúpida Sofia Harding. Claro que él siempre había sabido que sería así después de una semana en su cama, pensó, satisfecho consigo mismo.


En realidad, no había pasado una semana mejor en toda su vida. Ella era la pareja perfecta, en la cama y fuera de la cama. Y más de lo que podría haber deseado. Llevaba un bikini de color carne con un fino pareo encima, atado con un nudo sobre sus pechos, y sintió que su cuerpo despertaba aunque no había pasado mucho tiempo desde que hicieron el amor en la ducha.


Para ser una chica tan inocente tenía un sorprendente buen gusto en cuanto a ropa interior. Claro que ella era de naturaleza sensual y, mientras fuera sólo para sus ojos, no era un problema.


—Entonces será mejor que reserve un vuelo a Londres.


Perdido en la contemplación de su cuerpo, y en lo que quería hacer con él, Pedro casi se perdió el resto de la respuesta.


—No hace falta. El helicóptero vendrá a buscarnos mañana para llevarnos a Atenas, donde nos espera mi jet.


—Pero pensé que tenías que ir a Nueva York…


—Así es.


—Yo tengo que estar en Londres el martes. Tengo que estudiar unos documentos muy frágiles que no pueden sacarse del museo.


La expresión de Pedro se oscureció. Sí, le había dicho que la apoyaría en su carrera, pero eso había sido antes. ¿Antes de qué?, se preguntó. Antes de haber desarrollado un ansia insaciable por ella…


Quizá lo mejor era que fuese a Nueva York solo. Tendría reuniones todo el día y Paula sería una distracción. No, pensó luego. Él tenía las noches libres y Paula podía divertirse sola. Nunca había conocido a una mujer a la que no le gustase ir de compras por Nueva York.


—Pero nunca has estado en mi ático de Londres. Tengo que acompañarte para hablar con los de seguridad, presentarte a los empleados… sería mucho más conveniente que dejaras lo del museo para más tarde, cuando pudiéramos ir a Londres juntos. Te gustará Nueva York y, mientras yo trabajo, tú puedes ir de compras.


¿Conveniente para quién?, se preguntó ella, irónica.


Pedro le había contado más cosas sobre su pasado, siempre sorprendentes. Y, aunque no lo parecía, estaba segura de que todo eso tenía que haberle afectado de alguna forma. Era medio griego y, sin embargo, parecía más peruano que otra cosa. Admitía que el trabajo era toda su vida,pero su único interés verdadero era criar caballos en su finca de Perú.


Habían nadado desnudos en el mar, habían hecho el amor cada vez que lo deseaban, que era casi constantemente… pero todo aquello tenía que terminar porque, en sus pocos momentos de soledad, e incluso haciendo un esfuerzo por entender su comportamiento, seguía sin perdonar u olvidar la razón por la que se había casado con ella.


—No me gusta demasiado ir de compras y puedo alojarme en mi casa.


Paula vio que se ponía tenso. No, no le gustaba eso. En su masculina presunción, creía saberlo todo sobre ella, pero sólo conocía su nombre. Y su cuerpo.


—No tienes que preocuparte —siguió—. No le contaré a Tomas y Marina la razón por la que te casaste conmigo. No tiene sentido darles un disgusto repitiendo las mentiras que dijiste sobre mi padre —Paula se levantó—. Voy a reservar un vuelo antes de irme a la piscina.


—No —Pedro se levantó también para sujetarla del brazo—. No te mentí sobre tu padre y tengo una carta que lo demuestra.


—Lo creeré cuando lo vea.


—La verás, te lo aseguro.


—Si tú lo dices… —Paula se encogió de hombros—. Claro que tu hermana podría haber mentido, ¿no se te ha ocurrido pensar eso? —Estaba siendo deliberadamente insultante y le dolía serlo, pero tenía que escapar de alguna forma—. Después de todo, no era precisamente la madre Teresa de Calcuta…


Pedro tiró de su mano para atraerla hacia sí y aplastó sus labios en un beso salvaje, más un castigo que una caricia.


—¿Se puede saber qué demonios te pasa? —le preguntó después—. Pensé que…


—¿Qué creías, que tu habilidad en la cama me haría olvidar por qué te has casado conmigo? Pues lo siento, pero no lo olvidaré nunca. Necesito estar en Londres el martes para seguir con mi carrera como habíamos acordado, eso es todo lo que tienes que saber.


Pedro la soltó y dio un paso atrás, mirándola con expresión helada.


—Muy bien, pero tendremos que comparar agendas. No tengo intención de estar solo mucho tiempo —dijo luego, alargando una mano para apartar el pelo de su cara—. En cuanto a reservar vuelo, olvídalo. Ve a nadar, una de las criadas hará tu maleta. Nos iremos después de comer.


Te acompañaré a Londres y viajaré a Nueva York mañana por la mañana.


Que hubiese cambiado de opinión era extraño en él, pero su expresión era indescifrable, distante.


—¿Lo dices en serio?


—Por supuesto. Evidentemente, la luna de miel ha terminado y no tiene sentido pasar otra noche aquí. Nos vemos luego, Paula. Ahora tengo que hablar con el piloto.


Y, después de decir eso, se alejó.




viernes, 2 de julio de 2021

IRA Y PASIÓN: CAPÍTULO 41

 


Recién bañada y vestida con un pantalón corto y una camiseta, Paula bajó a la terraza, donde ya estaba servido el desayuno. Pedro había saltado de la cama para contestar a una llamada urgente una hora antes y Paula no sabía dónde podía estar.


Suspirando, se acercó a la balaustrada para admirar el paisaje. La villa estaba situada sobre una colina encima de la bahía y el jardín llegaba casi hasta la playa, la arena blanca hundiéndose en el mar, de un color verde azulado. Cerca había un muelle y un pueblo de pescadores, pero Paula sentía como si fuera la única persona viva en el planeta.


De repente, un brazo la tomó por la cintura.


—¿ Te gusta mi casa? —le preguntó Pedro al oído.


—Gustarme es poco. Este sitio es un paraíso.


O podría serlo si las circunstancias fueran otras. La villa tenía cinco dormitorios, tres salones, un estudio y un vestíbulo circular con una escalera de mármol. No era excesivamente grande, pero tenía un gimnasio en el sótano, un salón de juegos y un fabuloso jardín con piscina. Cuatro empleados de servicio se encargaban de satisfacer todas sus necesidades, llevando la casa como un reloj, y un equipo de jardineros mantenía el jardín en perfectas condiciones.


La villa lo tenía todo; como su propietario, pensó, disimulando un suspiro.


—¿Qué te apetece hacer hoy?


—Explorar, nadar un rato en el mar... por ahora sólo he visto esta terraza y el dormitorio.


—Tus deseos son órdenes para mí —sonrió Pedro.


Media hora después, atravesaban la carretera que llevaba al pueblo en un todoterreno. Pedro, vestido con unos viejos vaqueros y Paula, con una gorra y los brazos y las piernas cubiertos de crema solar.


—Voy a llevarte a un sitio donde se toma el mejor café del mundo, pero no le cuentes a mi ama de llaves que yo he dicho eso —sonrió Pedro, parando el todo terreno frente a la terraza de un café.


El propietario salió de inmediato y Paula observó, atónita, que se abrazaban como si fueran viejos amigos. Aquel era su hogar, evidentemente. Su marido le presentó al hombre, que insistió en servirles café y pastelitos. Y, mientras intentaba probarlos, todos los vecinos del pueblo fueron desfilando por allí para saludarlos. O eso parecía.


Aquél era un Pedro que no había visto nunca.


Riendo, charlando con todos, totalmente relajado…


—Ven —elijo luego, tirando de ella—. Hora de explorar.


Estuvieron todo el día explorando la isla. Comieron un queso de cabra buenísimo y un pan recién hecho y luego pasaron la tarde en una playa desierta.


Pedro se quitó los vaqueros y, totalmente desnudo, la convenció para que hiciera lo mismo. Nadaron, rieron… y Paula descubrió que era posible hacer el amor en el mar. Por fin, cuando el sol empezaba a ponerse, volvieron a la villa; Paula ligeramente quemada y cubierta de arena de la cabeza a los pies, Pedro más bronceado y alegre que nunca.


Compartieron ducha, cenaron en la terraza y se acostaron temprano.


Era la luna de miel que ella había esperado y, aunque sabía que era una mentira, Paula olvidó sus inhibiciones y disfrutó cada segundo. Sabía que nunca amaría a otro hombre como amaba a Pedro y, con eso en mente, bloqueó todo pensamiento negativo. Una semana de felicidad era lo que se había prometido a sí misma.


Y, asombrosamente, lo fue.





IRA Y PASIÓN: CAPÍTULO 40

 


Apoyándose en la barandilla, recordó las que ella había hecho en la iglesia el día de su boda. Había hecho esas promesas de corazón, pero evidentemente para Pedro no significaban nada. En cuanto a las excusas sobre sus ex amantes, si eran ex amantes de verdad, no las creía ni por un momento.


Pedro era un hombre sexualmente muy activo, incluso siendo inexperta se había dado cuenta de eso. Pero dudaba que él hubiese notado el cambio que se había experimentado en ella desde su noche de bodas.


Ahora era una amante silenciosa, pero a Pedro parecía darle igual. Si no se acostase con ella, se acostaría con cualquier otra mujer.


Esa idea le encogió el corazón y con el dolor llegó una idea, quizá una posibilidad de escape…


Pedro era un hombre muy rico y, sin embargo, había olvidado pedirle que firmasen una separación de bienes antes de la boda. O, seguramente, la suprema confianza en su habilidad de mantenerla sexualmente satisfecha le hizo creer que no lo necesitaba.


Pero que Pedro le fuese fiel era prácticamente increíble. Quizá lo único que tenía que hacer era esperar. Inevitablemente tendrían que separarse en algún momento… ella se aseguraría de que así fuera. Una vez, sólo una vez, sería suficiente para pedir el divorcio. Y su abogado le exigiría una buena cantidad de dinero, suficiente para que no volviese a amenazar a su familia nunca más.


Era una idea terrible que no le gustaba en absoluto, pero viviendo con un cínico como Pedro Alfonso no era ninguna sorpresa que empezase a pensar como él.


Pedro había dicho que era la química sexual la que unía a las parejas y que, tarde o temprano, eso desaparecía. Muy bien, entonces, después de una semana en la isla, saciada por fin, podría verse libre de aquel anhelo sensual que la ataba a su marido. O al menos podría controlarse un poco.


Sí, decidió. Lo haría… haría que el resto de su luna de miel se convirtiera en una explosión de sensualidad aunque su matrimonio fuese un completo fiasco.




IRA Y PASIÓN: CAPÍTULO 39

 

Pedro le había pasado un brazo por la cintura mientras se despedían de los últimos invitados; la viva imagen de la felicidad marital, pensó Paula, cuando nada podía estar más lejos de la realidad.


—¿Dónde te gustaría ir? —le preguntó cuando se quedaron solos—. Debo estar en Nueva York el lunes, pero tenernos una semana para nosotros solos. Podemos hacer un crucero por el Mediterráneo o ir a mi villa en las islas griegas, lo que tú prefieras.


Paula sabía lo que estaba pensando. Esa mañana habían hecho el amor... no, habían tenido relaciones sexuales, se corrigió a sí misma, sintiendo un dolor ya familiar en el pecho.


Después, Pedro había querido explicarle por qué mintió Sofia Harding… aparentemente había intentado seducirlo un par de años atrás y él la había rechazado, pero tenían que seguir viéndose porque su marido era amigo suyo. También le cantó que había habido mujeres en su vida, pero que si se hubiera acostado con todas las que decían las revistas, no habría podido hacer una fortuna y habría muerto de agotamiento. Paula, entre sus brazos, saciada por completo, asintió con la cabeza porque no podía hacer mucho más. Pero no le había pasado desapercibido que no había dicho cuántas mujeres había habido en su vida. Luego, sonriendo con masculina satisfacción, Pedro le había dado un tierno pero, en opinión de Paula, condescendiente beso en la mejilla.


Era asombroso que un hombre tan brillante como él pudiera separar completamente la parte física y la parte emocional en lo que se refería al sexo.


Ella no podía hacerlo, pero estaba atrapada. Y no sólo por el miedo a la ruina de su familia. Estaba atrapada por el deseo que sentía por él. Era como una fiebre. Había creído estar curada después de lo que descubrió el día anterior, pero lo que pasó por la mañana le había demostrado que no era así.


Sabía que cada día que pasara con él caería aún más bajo su hechizo.


No podía resistirse y Pedro era consciente de ello. Antes no sabía que el sexo pudiera ser tan adictivo, pero ahora lo sabía bien. Deseaba que la tocase, que la hiciera suya, y eso la llenaba de vergüenza.


Máximo se había marchado con los invitados y, solos ahora, paradójicamente el yate parecía más pequeño. Y pasar una semana allí sin poder escapar no resultaba nada apetecible. Al menos en tierra tendría posibilidad de dar un paseo, de escapar de aquella abrumadora atracción.


En el yate, no podría esconderse en ningún sitio…


—Supongo que volver a casa no es una posibilidad —dijo con cierto sarcasmo.


—Tu casa está conmigo. Decide o yo decidiré por ti.


—En ese caso, las islas griegas suenan mejor —contestó Paula.


—Muy bien, informaré al capitán. Desgraciadamente, yo tengo trabajo y no puede esperar. Diviértete sola un rato, ve a la piscina si te apetece — Pedro la atrajo hacia sí para besarla posesivamente—. Te veo después. Es una promesa.


Y, por el brillo de sus ojos, era una promesa que pensaba cumplir.


—Muy bien —murmuró Paula. Probablemente ésa era la única promesa que le hacía a una mujer, pensó con tristeza.



jueves, 1 de julio de 2021

IRA Y PASIÓN: CAPÍTULO 38

 



Pedro dio un paso adelante, su primera reacción fue ir tras ella para convencerla de que estaba diciendo la verdad. Pero su orgullo masculino se lo impidió. Nunca había tenido que justificarse ante una mujer y no iba a hacerlo ahora. Eso era como suplicar…


Otra experiencia nueva para él. Ninguna mujer lo había rechazado, nunca había tenido que pedir disculpas por nada. Pero Paula le había insultado descaradamente, incluso le había dicho que podía ir a buscar a otra mujer…


Furioso, soltando una retahíla de palabrotas, abrió la puerta del camarote de un empujón y subió a cubierta para calmarse un poco. No podía quedarse allí, escuchando insultos.


Más tarde, cuando volvió al camarote, encontró a Paula profundamente dormida.


Era tan inocente… seguramente Sofia Harding sabía que estaba escuchándola y se había dedicado a contar mentiras para hacerle daño.


Paula no era rival para alguna de las mujeres que se movían en el círculo de los ricos.


Pedro había aprendido tiempo atrás que era absurdo negar una acusación. Cualquier mujer con la que lo vieran era etiquetada como una nueva conquista o una nueva amante, aunque él nunca había tenido una amante en el estricto sentido de la palabra. La historia de su madre, esperando toda la vida a un hombre que iba a visitarla de vez en cuando y que para él fue un padre inexistente, había sido una lección que no olvidaría nunca.


Sí, él era soltero, sano y sexualmente activo; por supuesto que había mujeres en su vida, mujeres con quienes mantenía relaciones informales y a las que no había engañado nunca sobre sus intenciones. Sólo una vez tuvo una aventura de una noche y había sido con Eloisa. Que Paula le creyese era cuestionable, claro. Pero fuera lo que fuera lo que su padre le había hecho a su hermana, su obligación moral era convencerla de que estaba diciendo la verdad.


Sin hacer ruido, se duchó antes de meterse en la cama con ella y le pasó un brazo por la cintura, pero Paula no se movió.


La convencería por la mañana, fue su último y arrogante pensamiento antes de quedarse dormido.





IRA Y PASIÓN: CAPÍTULO 37

 


Y estuvo completamente seguro cuando por fin llegaron a su camarote y la tomó entre sus brazos.


—Llevo toda la noche esperando este momento —murmuró, inclinando la cabeza para buscar sus labios.


Pero ella apartó la cara.


—Si no te importa… son las cuatro de la mañana y estoy agotada. Además, tengo que levantarme casi de madrugada para organizarlo todo.


Algunos de los invitados se marchan muy temprano.


—Un beso —insistió él.


Paula, con los ojos cerrados, entreabrió los labios para recibir un beso… pero Pedro siguió besándola apasionadamente hasta que se derritió entre sus brazos.


—¿Seguro que estás demasiado cansada?


Ella lo miró durante largo rato y Pedro pudo ver cómo el brillo de sensualidad en sus ojos desaparecía.


—Sí, lo siento —se disculpó—. Pero tú puedes hacer lo que quieras.Tengo entendido que hay al menos dos mujeres en este barco con las que te has acostado y estoy segura de que no les importaría repetir la experiencia. Y, si no, siempre puedes volver a tierra y buscar a alguna que te guste.


El la miró, furioso. ¿Cómo podía dudar de su integridad moral?


—Veo que tienes muy buena opinión sobre mí —dijo, irónico—. Y en el futuro es posible que me aproveche de tu generosa oferta. Pero me gustaría saber quién ha estado contándote mentiras.


—Bueno, yo sabía lo de Eloisa, pero mientras tú estabas con tus cochecitos oí hablar a Sofía Harding. Te describía como un gran amante, por supuesto, y decía que yo le daba pena. Creo que sus palabras exactas fueron: «seguro que no sabe que Pedro se ha acostado con al menos dos de sus invitadas… probablemente más».


Lo había dicho en un tono helado, desinteresado, como si no tuviera nada que ver con ella y Pedro la miró, sorprendido.


—¿ Y tú has creído eso?


—El número de mujeres con las que te has acostado es legendario — contestó Paula, irónica—. Y tú nunca lo has negado.


Su reputación en el mundo de los negocios era de primera clase, pero él no solía preocuparse por lo que dijeran las revistas del corazón.


—No tengo por qué hacerlo. En cuanto a Sofia Harding… intentó coquetear conmigo y yo le paré los pies. Es una mujer despechada, eso es todo.


—Si tú lo dices… —Paula se encogió de hombros antes de entrar en el cuarto de baño.




IRA Y PASIÓN: CAPÍTULO 36

 


Paula giró la cabeza para mirar alrededor. Eso no sólo hacía más fácil ignorar la mano de Pedro en su cintura, también le permitía estudiar a los invitados. O, si era sincera, a las invitadas.


Pedro estaba como pez en el agua entre esa gente. Le había presentado al ganador del Gran Premio de Mónaco, al propietario del equipo y a un montón de personas cuyo nombre no recordaba y ni siquiera intentaba recordar. Pero durante todo ese tiempo, Paula no podía dejar de preguntarse cuántas de aquellas mujeres se habrían acostado con él.


Según la propia admisión de Pedro, llevaba años acudiendo a Mónaco en esa época del año y ella no había olvidado lo que Máximo le había contado sobre las chicas que estaban alrededor de los boxes.


—¿Quieres volver al yate? —le preguntó su marido entonces.


—No —contestó ella—. En realidad, me gustaría ir al Casino. Carlo me ha dicho que soléis ir allí después de la fiesta. Otra tradición de las vuestras, aparentemente.


Además de acostarse con todas las mujeres que iban por allí.


Pedro maldijo a Carlo mentalmente porque, aunque le gustaría volver al yate para acostarse con Paula, no podía decirle que no.


—Muy bien, de acuerdo.


Pedro apretó los dientes cuando la ruleta empezó a girar de nuevo.


—¡Madre mía! —exclamó Paula cuando la bolita blanca cayó en su número, el veinticuatro—. ¡He vuelto a ganar!


El crupier le sonrió mientras empujaba un montón de fichas hacia ella Pedro habría querido darle un empujón.


—Sí, pero llevamos aquí tres horas. Tres largas horas. Has ganado al menos diez mil dólares, no deberías seguir tentando a la suerte.


La euforia y el buen humor por el triunfo de su equipo habían desaparecido al darse cuenta de que Paula estaba intentando alargar la fiesta para no volver al yate. Para no acostarse con él.


—¿Ah, sí? Pues eso demuestra el dicho popular: afortunado en el juego…


—Déjate de sarcasmos. Recoge tus fichas y vámonos.


Pedro estaba furioso. Tras la discusión del primer día no había tenido que ser demasiado persuasivo para que Paula siguiera siendo su voluntaria compañera de cama. Ella había aceptado continuar su matrimonio como si no hubiera pasado nada, de manera civilizada. No podía echarle nada en cara. Incluso había sido amable con sus invitados, a pesar de que deberían estar de luna de miel. Pero él no era tonto y sabía que tenía algo en la cabeza…