Paula oyó a Pedro hablando con el taxista mientras recorría el camino bordeado de lirios blancos y jacintos rojos. Todo estaba igual que antes, pensó mientras subía los escalones del porche que rodeaba la espaciosa casa de dos plantas.
La primera vez que Pedro la llevó allí se había quedado sorprendida por la grandiosidad del rancho Alfonso, rodeado por las montañas Red Ridge. Aunque estaban locamente enamorados, habían decidido esperar un poco antes de tener hijos. Sin embargo, tras la muerte de su padre, Pedro estaba decidido a tener un hijo lo antes posible.
El repentino cambio de planes la había dejado sorprendida porque entonces no estaba preparada para la maternidad. Ni siquiera lo estaba en aquel momento. Pensar que pudiese hacer mal algo tan importante como criar a un hijo le daba pánico y no quería cometer los mismos errores que sus padres. Pero Maite había aparecido en su vida y Paula no estaba dispuesta a separarse de ella.
Una ola de nostalgia la envolvió al entrar en la casa.
–Oh, Maite…
Una vez había sido feliz en aquella casa. Echaba de menos vivir en el rancho, pero no sabía cuánto hasta que entró allí, donde Pedro y ella habían empezado su vida de casados y donde habían sido felices hasta que empezaron a aparecer obstáculos en su camino. Y aunque Pedro la culpaba a ella, su obcecado marido también había sido responsable de la ruptura.
El ama de llaves salió de la cocina y se detuvo de golpe, mirando a Maite con cara de sorpresa.
–Me alegro de verla, señora Alfonso. Bienvenida a casa –la saludó.
–Hola, Elena. También yo me alegro de verte –dijo Paula. Pero no estaba en casa. Y después de hacer lo que tenía que hacer no pensaba quedarse mucho tiempo. –Me alojaré en la casa de invitados mientras esté aquí.
–Sí, Pedro me lo ha dicho. Lo tengo todo preparado, pero no esperaba…
–Lo sé. Se llama Maite.
Elena tocó la mantita de la niña.
–Es guapísima.
–Sí, lo es –Paula inclinó la cabeza para besar la frente de la niña. Habían atravesado el país para llegar hasta allí, un viaje que las había dejado agotadas a las dos.
El ama de llaves siempre había sido muy protectora y maternal con los hombres de la familia Alfonso y Paula sospechaba que no le caía particularmente bien después de haber abandonado a Pedro. Por supuesto, dudaba que Elena conociese los detalles de su ruptura y ella no iba a contárselos.
–¿Quiere tomar un café? Acabo de hacerlo.
–No, gracias. Vamos a sentarnos en el salón un momento para esperar a Pedro.
Elena asintió.
–Si puedo hacer algo por usted, dígamelo.
¿Qué tal un curso rápido de maternidad? Paula podría escribir un libro sobre lo que no sabía sobre criar a un bebé.
–Gracias –le dijo. –Me alegro de volver a verte, Elena.
La mujer sonrió.
–Estaré en la cocina si me necesita.
Paula entró en el salón y se detuvo de golpe, los recuerdos hicieron que se le encogiera el estómago. Unos recuerdos dolorosos que amenazaban con robarle la poca energía que le quedaba. No había esperado sentir aquella abrumadora tristeza, pero estar de nuevo allí, casi un año después de su partida, le recordaba las discusiones con Pedro…
Durante los últimos meses discutían sin parar y una noche, cuando volvió al rancho después de un viaje inesperadamente cancelado, entró en el salón dispuesta a reencontrarse con su marido y terminar aquel día de una manera feliz… y se encontró a Pedro con Susy Johnson. En el sofá, juntos, tomando una copa de vino y riendo a saber de qué. Y esa escena era lo último que necesitaba.
Susy era una chica del pueblo, amiga de la familia Alfonso de toda la vida, y estaba esperando en la cola para tener una oportunidad con Pedro.
Paula apretó los dientes, diciéndose a sí misma que no debía pensar en eso. No debía mirar atrás.