El cielo era de un azul limpio, sin nubes, el día lo bastante claro como para ver un taxi subiendo por la polvorienta carretera que llevaba hasta la casa principal del rancho Alfonso, en Arizona.
–Parece que por fin ha llegado tu mujer –dijo Julián.
Pedro Alfonso miró hacia la carretera y asintió con la cabeza. Su capataz sabía que Paula Chaves no sería su mujer durante mucho tiempo. Todo el mundo en Red Ridge sabía que su matrimonio estaba roto.
–Tápate las orejas –Pedro se quitó los guantes de cuero, intentando tranquilizarse. Porque no debería importarle que Paula llegase tres días tarde y que no la hubiera visto en casi un año. –Los fuegos artificiales están a punto de comenzar.
Julian Malloy esbozó una sonrisa.
–Romper con alguien nunca es fácil –le dijo, antes de alejarse discretamente.
El capataz había ayudado a su padre a mantener el imperio ganadero heredado de su bisabuelo. Nada importaba a Rogelio Alfonso más que la familia y el rancho y en su lecho de muerte le había hecho prometer que seguiría trabajando para dejarle a sus hijos esa herencia.
Pero Pedro no había podido cumplir esa promesa.
Paula no solo se había negado a tener hijos sino que lo había acusado de engañarla con Susy, una acusación que le dolió en el alma. Que lo abandonase para volver a Nashville fue la gota que colmó el vaso. Y si había tenido alguna duda sobre el divorcio, desapareció al escuchar el mensaje en el que le decía que había ocurrido algo importante y no llegaría a tiempo para la apertura de Penny’s Song.
«Algo importante».
Debería haber estado allí. A pesar de la separación, el rancho para niños que estaban recuperándose de largas enfermedades, un rancho que ella lo había ayudado a crear, debería haber sido más importante para ella. Nunca pensó que Paula se olvidara de eso.
Y se había equivocado.
Pedro se metió los guantes en el bolsillo trasero del pantalón y dio un paso adelante cuando el taxi se acercó. Pero al ver a Paula bajar del taxi se quedó sin aliento al recordar el día que la conoció, la primera vez que había visto esas larguísimas piernas en un evento benéfico en Nashville. Siendo una estrella de la música country, Pedro a menudo había aparecido en galas benéficas porque sabía que su participación despertaba el interés de múltiples benefactores.
Se habían chocado por accidente detrás del escenario y él la había sujetado cuando estaba a punto de caer al suelo. Pero el vestido de Paula se había descosido hasta el muslo y al ver esa piel suave, firme, a Pedro le había ocurrido algo extraño y poderoso. La invitó a cenar, pero Paula rechazó la invitación, esbozando una sonrisa mientras le ofrecía su tarjeta de visita, como un reto.
Y Pedro nunca había podido resistirse a un reto o a una mujer hermosa.
Pero eso fue entonces.
–Hola, Paula.
–Hola, Pedro –respondió ella.
Le sorprendía que su voz, ronca y suave, pudiera seguir afectándolo. Los suspiros de Paula le encendían la sangre y eso era algo que no había cambiado.
Llevaba la blusa arrugada y fuera del elástico de la falda de raya diplomática; un mechón de pelo rubio escapaba de la coleta y se le había corrido el carmín.
En resumen, Paula Chaves Alfonso, que pronto sería su exmujer, era un precioso desastre.
–Lo sé, no lo digas. Estoy horrorosa.
Pedro decidió no responder.
–¿El viaje ha sido incómodo?
Paula se encogió de hombros.
–Siento mucho haberme perdido la apertura de Penny’s Song. Intenté hablar contigo, pero no quería dejar un mensaje en el contestador.
Pedro estaba furioso con ella por muchas razones, pero en aquel momento lo único que sentía era curiosidad. ¿Qué le pasaba? Nunca había visto a Paula tan… desastrada. ¿Qué había sido de la mujer capaz, organizada y siempre elegante que le había robado el corazón tres años atrás?
–Nunca pensé que te la perderías –dijo Pedro. Se habían hecho daño mutuamente, pero en lo único que siempre habían estado de acuerdo, lo único que tenían en común, era la fundación Penny’s Song.
–Yo tampoco y te aseguro que intenté venir…
Pedro escuchó una especie de gemido desde el interior del taxi.
–No me digas que has traído un perro.
–No, no, es la niña. Creo que se ha despertado.
¿La niña?
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