Paula se inclinó sobre el asiento trasero del taxi para sacar a un bebé envuelto en una mantita rosa.
–No pasa nada, cariño, ya hemos llegado –murmuró, antes de volverse hacia él. –Se ha dormido durante el viaje.
Pedro dio un paso adelante para mirar al bebé de pelo rubio y ojos azules, del mismo tono que los de Paula. Él no sabía mucho sobre bebés, pero estaba seguro de que aquel tenía al menos cuatro meses. Y Paula lo había dejado un año antes, de modo que no era difícil hacer los cálculos.
Su corazón empezó a latir como loco.
–¿De quién es ese bebé?
Paula sacudió la cabeza.
–No es lo que crees. El bebé no es tuyo.
Pedro tragó saliva. La implicación estaba ahí, bien clara, haciendo que se le encogiera el estómago.
Había tenido muchas relaciones cuando era una estrella de la música country, pero desde que conoció a Paula nunca la había traicionado. Ni cuando estaba de gira ni luego, cuando volvió al rancho de su familia. Incluso durante aquel año que habían estado separados le había sido fiel.
Y maldita fuera, esperaba lo mismo de ella.
–¿Pero es hija tuya?
Ella asintió con la cabeza, mirándolo con cierta tristeza.
–Sí, es mía.
Pedro soltó una serie de palabrotas que habrían asustado hasta a sus compañeros de póquer. No sabía qué lo turbaba más, que hubiese mantenido en secreto el embarazo o que aquel bebé no fuera hija suya, lo cual significaría que Paula lo había engañado.
–¿Es mi hija?
Paula palideció, como si la hubiera insultado. ¿Creía que podía aparecer allí con un bebé que no era suyo como si fuese lo más normal del mundo? ¿Qué le daría la bienvenida a su casa y los aceptaría a los dos sin cuestionarlo siquiera? Paula había ido allí para tramitar el divorcio y cuanto antes lo hiciese, mejor.
–No, Pedro, no es tu hija –respondió, como si la idea fuera absurda y él fuese un idiota por pensarlo. –Pero no ha habido nadie más.
Atónito, Pedro se echó el sombrero hacia atrás y cruzó los brazos sobre el pecho.
–Estoy esperando una explicación.
Ella respiró profundamente, su expresión se suavizó cuando miró al bebé.
–Voy a adoptarla.
¿Adoptarla?
Pedro parpadeó, sorprendido. ¿No le había dicho Paula mil veces que no estaba preparada para ser madre? ¿No le había dicho que necesitaba tiempo? ¿No era ella la responsable de que no hubiera podido cumplir la palabra que le había dado a su padre en su lecho de muerte?
–No entiendo nada.
–¿Podemos hablar dentro? Maite tiene calor.
Pedro señaló la puerta.
–Lleva dentro al bebé, yo sacaré tu maleta del taxi.
–Gracias –murmuró Paula. –Hay varias cosas en el maletero. He descubierto que los bebés necesitan mucho equipamiento.
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