jueves, 3 de junio de 2021

NO TODO ESTÁ PERDIDO: SINOPSIS

 


Su amor estaba más vivo que nunca.


Pedro Alfonso estaba dispuesto a rehacer su vida casándose con una mujer que pudiese darle un heredero. Sin embargo, un año de separación no había matado el deseo que sentía por Paula, que pronto sería su exmujer.


Paula había vuelto al rancho, tan impredecible como siempre y como madre de una niña de cuatro meses, a pesar de que su negativa a darle hijos era lo que los había separado. Ambos creían que todo había terminado entre ellos... pero sus corazones tenían otras ideas.



miércoles, 2 de junio de 2021

EL TRATO: CAPÍTULO FINAL

 


Las lágrimas le llenaron los ojos a Paula y se le hizo un nudo en la garganta, la profundidad de sus emociones era un peso casi demasiado grande como para soportarlo.


—¿Y tú? —insistió él.


Ella asintió.


—Vámonos solos a alguna parte. Tal vez a esa posada en que nos quedamos cuando fuimos a visitar a Mateo. Incluso nos lo podríamos llevar esta vez. ¿Qué opinas?


Las lágrimas empezaron a correrle a Janet por las mejillas.


—Yo creo que no podría estar más enamorada de ti, ni más orgullosa aunque lo intentara.


—¿Orgullosa?


—Sí. Mucho. Por lo que has hecho hoy. Por ponerte a mi lado en la reunión —le dijo ella tocándole el lóbulo de la oreja con la punta de los dedos—. Incluso antes de que supieras nada de la carta de tu padre.


—Es que, como dijiste, era un buen trato.


Ella agitó la cabeza.


—No. No era por el trato. Era por mí. Tú estuviste de acuerdo por mí.


Pedro la besó.


—Sí —le dijo—. Por ti. Porque te quiero, Paula. Siempre lo he hecho, desde el primer día, desde ese primer beso.


—Nadie me había besado así antes. Me temo que no sabía muy bien lo que estaba haciendo.


—¿Ah, no? Bueno, pues realmente aprendes rápido —le dijo él bromeando.


Ella sonrió soñadoramente.


—Sólo por ti, siempre por ti.


Él la besó en la punta de la nariz.


—¿Me lo prometes?


Paula asintió.


—Te lo puedo poner por escrito.





EL TRATO: CAPÍTULO 61

 


Él la miró durante un largo e intenso momento y ella se perdió en esos oscuros y familiares ojos. Entonces, sus bocas se encontraron, la lengua de él se insinuó en la entrada de la boca de Paula, como imitando el acto del amor. Él le desabrochó entonces el primer botón de la blusa. Metió ambas manos dentro y le desabrochó el sostén. Dejó de besarla y le miró los pechos. Luego le acarició los pezones con los pulgares, haciéndolos endurecer.


—Te he echado de menos —le dijo él.


Luego le llevó los labios a los pechos, acariciando mágicamente sus sensitivos pezones. Ella arqueó la espalda hasta que no pudo más. Luego, ella se puso a desabrocharle la camisa. La necesidad de tocarlo, de sentir el calor de su piel desnuda contra sus manos, era seguida solamente por la necesidad de verse llena de él total y completamente. Un sonido gutural se escapó de su garganta.


El sonido provocó una respuesta inmediata en Pedro. Al instante el suelo estaba lleno de sus ropas. Se detuvo un momento, para disfrutar de la visión de ella vestida solamente con sus pequeñas bragas azules.


Él se desnudó también, sin dejar de mirarla y con los ojos brillantes.


—Oh, querida —le dijo tomándole una mano y poniéndosela encima—. Siénteme, siente lo que me estás haciendo.


Paula notó su excitación a través de la tela de sus pantalones. En cierta forma, le gustaba el sentimiento de poder que le producía saber que era capaz de provocar semejante respuesta en él tan rápidamente, con una mirada, un toque, un gesto. Le bajó lentamente la cremallera y metió la mano por la abertura, dudosamente al principio, luego más animada, mientras él la acariciaba.


Pedro gruñó algo ante semejante asalto, sus sentidos estaban todos pendientes mientras le metía los dedos por debajo del elástico de las bragas para encontrar el secreto y sagrado lugar que era suyo y sólo suyo. Ella estaba lista para recibirlo y él profundizó en su interior hasta que se dejó caer a su lado.


Se pusieron de rodillas, frente a frente. Estaban como perdidos en otro mundo, habitado sólo por amantes en el centro de su pasión.


Sus cuerpos pedían liberarse de lo que les quedaba de ropa. Paula le quitó los calzoncillos y le rozó levemente con la mano. Él estaba completamente enardecido. Incapaz de soportar por más tiempo su contacto, Pedro le rompió el elástico de las bragas y se metió de un golpe en su cálido cuerpo.


Se tumbaron en el suelo y, rodando, ella se encontró de repente encima de él, teniendo el control absoluto de la situación, y se aprovechó de ello.


—Así, así, querida, así —le decía un encantado y sonriente Pedro.


Ella se movía encima de él, haciendo girar las caderas, echándose hacia atrás. Pedro guiaba sus movimientos con las manos, acariciándola amablemente, produciéndole como unas chispas de placer que la recorrían por completo.


A ella le llegó mucho antes de que estuviera preparada para ello. El espasmo le recorrió el cuerpo y le hizo gritar su nombre en voz alta, como una letanía de amor. Él la apretó contra su cuerpo y la besó profundamente, proporcionándole como un asidero mientras seguían los temblores. Luego, él continuó moviéndose en su interior hasta que también alcanzó la cima de su plenitud.


La besó en la boca una y otra vez, apretándola firmemente contra él, como si no fuera dejarla ir nunca.


—Dilo otra vez —le pidió.


—Te amo.


—Otra vez.


—Te amo.


Pedro suspiró largamente y relajó su abrazo. Se separaron, pero no mucho. Él le pasó una mano por el cabello.


—¿Te casarás conmigo?


Paula sonrió.


—¿Estás tonto? Ya estamos casados. Podría decir incluso que muy casados.


Pedro agitó la cabeza.


—Pero yo no te lo he pedido nunca. Eduardo se lo pidió a Patricio Bradly. Y cuando hicimos esos votos, ninguno de los dos los hicimos de verdad —le dijo él mirándola a los ojos. Yo ahora lo quiero decir de verdad —continuó él—. Quiero volverlo a hacer.



martes, 1 de junio de 2021

EL TRATO: CAPÍTULO 60

 


Volvieron a la casa en silencio, cada uno perdido en sus pensamientos, en lo que había pasado esa mañana, pero ella sentía que el humor de Pedro no era tan jubiloso como el suyo propio. Parecía demasiado tranquilo y cerrado. Debería de estar feliz y contento, tanto como ella. Todo había terminado. Con esa fusión, los Alfonso podrían comprarle sus acciones y éstas no estarían ya más entre los dos. Carmichael ya no sería nunca más un enemigo. Todos eran libres.


A Paula le hubiera sorprendido el saber que los pensamientos de Pedro eran casi los mismos; pero su interpretación era levemente diferente. Eran libres, de acuerdo, pero ¿para hacer qué? ¿Qué haría ella ahora? ¿Quedarse? ¿O marcharse? Ahora se podía permitir mantener a Mateo por sí misma. No había nada que la mantuviera con él, excepto, quizás, su amor por él.


Entraron en la casa y se dirigieron directamente a sus habitaciones. Pedro se puso a juguetear con las llaves mientras Paula dejaba la chaqueta sobre una silla. Lo miró. Parecía nervioso, preocupado. Se le acercó y le tomó de la mano.


Pedro se rió nerviosamente.


—¿Sabes algo? Tengo la cabeza flotando ahora mismo. Esta mañana he hecho algo que iba contra todo en lo que creía. Luego tú sacaste esa carta y casi me muero. ¡Mi propio padre era el espía! ¡Qué suyo era eso! Todo entonces cobró sentido. Él siempre estaba tomando decisiones por nosotros. ¿Por qué no vimos lo que estaba haciendo con Darío? ¿Por qué no lo supimos?


—Porque estabais ciegos…


—Por los celos. Continúa, dilo. Es cierto. Todos estábamos celosos por cómo trataba papá a Darío. Era como si alguien estuviera usurpándonos su atención y amor. Es por eso por lo que yo me porté como un bastardo con Darío cuando éramos jóvenes. Ahora lo sé.


—No te culpes, Pedro. Tú no podías saber lo que estaba haciendo tu padre. Y, bajo esas circunstancias, el echarle la culpa a Darío no estaba muy descaminado.


Él se pasó una mano por el cabello.


—Lo sé, lo sé. Pero eso no me hace sentirme mejor. Me siento como una anguila. ¿Qué pensará de nosotros Dario?


—Él hizo las paces con todos vosotros hace ya años. Él ya tiene lo que quería.


—¿Y tú? —le preguntó él—. ¿Tienes lo que quieres, Paula?


—No lo sé.


—Bueno, ya tienes tu dinero. Eso es un principio.


—Es cierto. Me resulta todo más fácil al saber que puedo ocuparme de Mateo.


—Entonces ¿ahora qué? ¿Qué va a pasar con nosotros?


—Bueno, supongo que vamos a tener que decidir lo que queremos. Si queremos seguir casados y todo eso —le dijo ella mirándole a los ojos—. Esto es, si es que me quieres.


Pedro la tomó en sus brazos y enterró el rostro en su cabello.


—¡Oh, querida! Eso es lo único de lo que he estado seguro siempre. Nada me parece más importante que eso… no sé por qué.


—¿Ah, no? Yo sí lo sé —le dijo ella poniéndose de puntillas y rozando levemente sus labios con los de él—. Porque me amas —susurró—, y porque yo te amo a ti.




EL TRATO: CAPÍTULO 59

 

Pedro los observó un poco incómodo; sus sentimientos todavía no estaban muy claros. Sabía que una rivalidad de toda la vida no se iba a transformar en amistad en cuestión de minutos. Y, a pesar de que su lado racional ahora aceptaba a Darío más como un amigo que como un rival, no podía evitar que se le revolviera un poco el estómago al ver a su esposa en brazos de ese hombre.


Mientras los miraba, un hecho irrefutable se le pasó por la cabeza. Sin ese trato que les había presentado Dario, Paula y él nunca hubieran podido estar casados realmente. Una sonrisa le cruzó el rostro. Suponía que, después de todo, también tenía un montón de cosas que agradecerle a Dario Carmichael.


Pedro se puso de pie mientras Darío se separaba de Paula. Los dos hombres se estuvieron mirando a los ojos durante un largo instante, en silencio. Pedro extendió su mano y Darío se apresuró a estrechársela.


—Lo siento —le dijo Pedro—. Lo siento por muchas cosas a lo largo de los años, pero, más que nada, por esto —le dijo señalándole la nota—. Puede que tarde mucho tiempo en poder considerarme tu amigo, Darío, pero me gustaría intentarlo si me dejas.


Dario sonrió de oreja a oreja.


—Disculpa aceptada. Creo que ahora Roberto nos debe de estar mirando y sonriendo.


—Yo también lo creo. Pero, vas a tener que permitirme que te invite a unas copas, a cenar, o a algo; sé que tenemos un montón de cosas de qué hablar.


—Tengo una idea —intervino Paula—. ¿Por qué no invitamos a Darío a cenar a la casa de la ciudad y yo cocinaré?


—¿Tú sabes cocinar? —le preguntó Pedro.


Paula se encogió de hombros.


—Siempre se puede encargar la cena.


—¡Hecho! —dijo Darío, riéndose y dándole una palmada en la espalda a Pedro.


Eduardo se les acercó y también se dieron las manos.


—Tú y yo tenemos muchas cosas de qué hablar. ¿Qué tal si nos vamos a mi despacho ahora y hacemos una reunión?


Paula se rió en alto cuando Darío gruñó. Suponía que había oído algo acerca de las infames reuniones de Eduardo.


—De acuerdo, Edu —dijo Darío—. Pero yo hago una pausa para comer.


Paula y Pedro los vieron desaparecer hacia el salón. Pedro hizo que ella le mirara.


—¿Nos podemos ir ahora a casa? —le dijo—. Creo que nosotros también tenemos un montón de cosas de qué hablar.


—Sí. Creo que podemos.




EL TRATO: CAPÍTULO 58

 


Los tres hermanos se miraron entre sí, los dolorosos recuerdos afloraron a la superficie y una oleada de comprensión reemplazó la hostilidad que sentían desde hacía tanto tiempo.


Eduardo estudió el papel, sujetándolo como si fuera una reliquia de su padre, al que tanto había amado y respetado.


—¿Por qué no nos lo dijo?


—Creo que él quería que pareciera un simple trato de negocios, sin que se viera ningún favoritismo por su parte hacia Darío —le dijo Paula—. Quería a Darío como si fuera un hijo y, para vuestro padre, traer a Darío a la compañía completaría el círculo. También quería salvar la cara con vosotros. Hacía tanto tiempo que estaba diciendo eso de que la compañía era sólo para la familia que se vio atrapado. Quería que Darío estuviera en el consejo de administración, pero su orgullo le impedía admitirlo. Así que la fusión con Bradford era su forma de hacerlo parecer como un buen negocio sin que se necesitaran más explicaciones.


Eduardo se quedó mirándola por un momento, sumido en sus pensamientos, luego asintió ante la sabiduría que había en sus palabras.


—Supongo que le debemos al señor Carmichael una disculpa muy larga —dijo suavemente—. Todos nosotros. Y tú, jovencita, lo que has hecho hoy ha sido algo muy valiente. Creo que también voy a tener que cambiar de forma de pensar con respecto a ti —le dijo tomándola de la mano y sonriendo.


Paula le devolvió la sonrisa y le apretó la mano.


—Eso me gusta, Eduardo.


Brian se le acercó desde el otro lado de la mesa y la abrazó.


—¡Eres sorprendente! ¿Por qué no me dijiste nada de la nota?


—No supe lo que decía hasta la otra noche. Y le prometí a Darío que no la utilizaría a no ser que fuera absolutamente necesario. La reacción de Eduardo lo ha justificado ¿no crees?


Brian se rió.


—Sí, creo que se le podría llamar muy bien una necesidad —luego se dirigió a sus hermanos—. Si no me necesitáis más, tengo que irme corriendo.


—Vete —le dijo Eduardo amontonando las carpetas.


Pedro se acercó a Paula.


—Has ganado —le dijo con una evidente mezcla de emociones en la voz.


—Todos lo hemos hecho —le dijo ella y, en voz más baja añadió—: Gracias.


La puerta se abrió y apareció la cabeza de la secretaria.


—Perdón —les dijo—. Aquí hay alguien que quiere verlos.


La puerta se abrió de par en par y Darío Carmichael apareció en el umbral.


—¡Dario! —dijo Paula casi echando a correr hacia él. Él abrió los brazos y la abrazó.


—Espero que no te importe. Tenía que venir. ¡No podía esperar una llamada telefónica!


—¡Lo logramos! —le dijo ella sonriendo ampliamente.


—Ya lo sé. Brian me lo ha contado todo cuando salía. ¡Eres una chica fantástica! —le dijo él volviendo a abrazarla.




lunes, 31 de mayo de 2021

EL TRATO: CAPÍTULO 57

 


Paula dio un salto en su silla, recorrida por una mezcla de emociones; orgullo por la capacidad de Pedro de sobreponerse a sus prejuicios y gratitud por su apoyo frente a su hermano… además de amor, un completo amor por ese hombre que era realmente su compañero, su amigo, su marido.


Sus miradas se encontraron, comunicándose el millón de cosas que no se podían decir en voz alta, diciéndose lo único que nunca antes se habían dicho: «Te amo».


—Así que estoy en minoría ¿no? —dijo Eduardo mientras el color le volvía a su tono normal—. ¡No me lo puedo creer! ¡Mi propia sangre en contra mía junto a un hombre que fue el instrumento de la muerte de nuestro padre, un hombre que nos ha espiado, robado…


—Él no ha hecho nada de eso —dijo Paula.


—Paula, no me digas lo que ha hecho o dejado de hacer. Tú no estabas aquí para saberlo, para ver…


—Y no tenía por qué estar aquí para saber la verdad —dijo ella volviéndose hacia Pedro—. ¿Te acuerdas de lo que pasó entre Mateo y yo? ¿Cómo yo no le conté la verdad acerca de nuestro estado económico y los desastrosos resultados que tuvo?


Pedro asintió, sin ver qué tenía que ver una cosa con la otra.


—¿Te acuerdas de cómo me sentí cuando tu interviniste a mis espaldas, tratando de ayudarme? ¿Y de lo que hablamos luego? Decidimos que estaba mal actuar a espaldas de alguien a quien se ama, estaba mal pensar por él, incluso si era por su propio bien —ella respiró profundamente y los miró a cada uno por turno—, bueno, pues eso es lo que ha pasado aquí.


—Sé lo que estás haciendo pero ¿qué tiene que ver con lo que pasa entre Carmichael y nosotros? —le preguntó Pedro.


Paula sacó entonces un sobre. El mismo que le había dado Dario la noche de la fiesta. Su seguro. Ya que Pedro había aceptado el plan, ella sabía que la batalla estaba ganada, pero estaba segura de que Darío no se iba a enfadar si ella les enseñaba ahora la carta que contenía.


—¿Qué es eso, Paula? —le preguntó Pedro.


Ella le pasó el sobre y se lo quedó mirando mientras él leía la corta nota, escrita a mano. Su rostro pareció reflejar el aturdimiento que lo embargó, también aceptación y un poco de remordimientos.


—¿Por qué Darío no nos ha enseñado esto antes?


—Le había dado su palabra a vuestro padre. Era importante para él mantener esa promesa.


—¿Qué es eso? —preguntó Brian—. ¿Qué dice?


Pedro suspiró.


—Es una carta de papá.


Eduardo dio un salto en su silla.


—¿Qué? ¡No puede ser!


—Lo es, Edu. Reconozco su letra. Voy a leerla.


Dario:

Ya casi está todo. Lo has hecho muy bien con la oferta, exactamente como te dije. Tan pronto como se haya hecho ya todo el papeleo tendremos la pelota en movimiento para el plan B, fusionar las dos compañías. Los chicos no lo saben, por supuesto, pero es mejor así… menos problemas y todo eso. Pronto, chico, estaremos todos juntos. Estate seguro de que eso es lo que siempre he querido. Hablaremos la semana que viene.


—Está firmada —dijo Pedro pasándole la nota a Eduardo—. Lleva la fecha de dos días antes de que muriera.